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Acciones frente a una crisis climática que no da espera

Acciones frente a una crisis climática que no da espera

En vísperas de la realización de la Conferencia de las Partes de la Convención sobre Cambio Climático a finales de este año en Lima-Perú, vuelve a agitarse el debate. Resurgen los movimientos sociales, las grandes corporaciones insisten en sus falsas soluciones y los gobiernos no pueden ocultar su nerviosismo.

 

 

El pasado 21 de septiembre cerca de 400.000 personas desfilaron por las calles de New York, en una manifestación no vista desde hacía mucho tiempo. En otras ciudades del mundo, al parecer más de 160, también tomaron forma manifestaciones con propósitos similares, aunque mucho menos concurridas pues era en “La gran manzana” donde estaban citados los Jefes de Estado para la Cumbre sobre el Cambio Climático, convocada por el secretario General de Naciones Unidas, evento que la manifestación quería precisamente interpelar.

La cumbre promovida por el Señor Ban Ki Moon, por su parte, no dejaba de ser muy curiosa. No hacía parte del proceso oficial de negociaciones en el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Cmnucc, aprobada en 1990 y ratificada en 1992, cuyos eventos principales, denominados Conferencias de las partes (COP), deben realizarse periódicamente, estando prevista la número 20 a realizarse en Lima en diciembre del presente año. Aparentemente se trataba, con el auspicio y la participación de las grandes Corporaciones Multinacionales –justamente las principales responsables del calentamiento global– , de colocar de nuevo el tema en un lugar destacado de la agenda política mundial después de cinco años de declinación y negligencia. Para algunos este rescate de la preocupación sobre uno de los problemas más graves que enfrenta la humanidad era, de por sí, un mérito. La pregunta es, ¿En qué forma están buscando colocarla en la agenda internacional?

 

Una fiesta muy concurrida y exitosa

 

Los resultados de la reunión no dejan lugar a dudas. En las intervenciones de los mandatarios de los países industrializados, salpicadas de buenas intenciones, adelantaron apenas unas pequeñas reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero. Como de costumbre, sometida cada una a lo que ofreciera la otra. El presidente Obama aprovechó para formular reclamos al gobierno de China: “Tenemos una responsabilidad de liderazgo; es lo que las grandes naciones tienen que hacer”(1). Y es verdad que, hoy por hoy, esta última está convertida en el primer emisor mundial de gases de efecto invernadero; sin embargo, sus compromisos de reducción son ya, de lejos, mucho más ambiciosos que los de Estados Unidos. Además, dado que se trata de una acumulación de gases, es obvio que la responsabilidad histórica de las grandes potencias, industrializadas a partir del siglo XIX, no tiene comparación. Es esta “deuda” con el planeta y con la humanidad lo que ha estado en discusión desde que fue proclamada la Convención. Por ello se adoptó el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, el mismo que es desconocido sistemáticamente.

La deliberación, y su impacto en los medios masivos de comunicación, terminó enfocándose en lo que se ha llamado las “falsas soluciones” que son al mismo tiempo nuevas oportunidades de negocio para las Corporaciones. Leonardo Di Caprio, recientemente designado como nuevo Mensajero de la Paz de las Naciones Unidas, hizo un llamado a los líderes mundiales a “poner un precio a las emisiones de carbono y eliminar los subsidios al carbón, al petróleo y al gas”. Es una de las soluciones de “mercado” que se suma a otras que se basan en “incentivos económicos”, los cuales pueden ser positivos o negativos como en éste, de un impuesto. Se ha llegado a hablar (ONU) de “Energía Sostenible para todos (Sefa)” que lleva a promover alternativas igualmente nocivas como energía nuclear, mega-represas, agrocombustibles, biocombustibles industriales y hasta la utilización “óptima” de las reservas de combustibles fósiles (fracking) en nombre de la “sostenibilidad”. Como dice Rachel Smolker: “No son las Corporaciones las que nos van a salvar” (2).

El catálogo de “soluciones” promovido por las Corporaciones es amplio. Las preferidas son las basadas en mecanismos de compensación que se convierten en permisos para emitir, como el programa Redd (reducción de emisiones por Deforestación y Degradación de los bosques), la Compensación por Biodiversidad, el Carbono Azul, y la recientemente publicitada “Agricultura Climáticamente Inteligente”.

Una historia de fracasos deliberados

 

Desde antes de la aprobación del Convenio Marco era conocido –y así fue aceptado por éste– que la clave de una verdadera solución descansaba en una reducción radical de las emisiones de gases de efecto invernadero, en particular del dióxido de carbono (CO2); así fue como se acordó la elaboración de un Protocolo (instrumento jurídicamente vinculante) que estableciera compromisos cuantitativos y un cronograma de aplicación, el cual fue adoptado finalmente en Kyoto (1997) aunque sólo entró en vigencia en 2005. Y casi sobra advertir que Estados Unidos rechazó su ratificación, pese a que la meta era bastante modesta: una reducción global de 5 por ciento respecto al nivel registrado en 1990. Fue fijado entonces un “Primer Período” de aplicación del Protocolo entre 2008 y 2012, y casi simultáneamente arrancaron las negociaciones para definir los compromisos del “Segundo Período”. La verdad es que, según el propio Comité de Expertos de Naciones Unidas, es indispensable conseguir, a más tardar para 2020, una reducción de 40 por ciento con respecto a 1990, para garantizar que el incremento de la temperatura promedio del planeta no sobrepase 1.5 grados centígrados en este siglo; de lo contrario alcanzaría un aumento entre 4 y 6 grados con las consecuencias catastróficas ya previstas científicamente.

Las negociaciones periódicas han resultado inútiles. No solamente faltan a sus compromisos –salvo en el 2009, el volumen de emisiones continúa en aumento año tras año– sino que el famoso “Segundo Periodo” quedó en la indefinición pese a haberse superado la fecha límite. La COP 15 realizada en Copenhague en 2009, de la cual se esperaba esta definición, reveló la magnitud del fracaso; terminó en un “entendimiento” en donde no había otra cosa que un llamado a compromisos “voluntarios” en materia de reducción. El entendimiento fue aprobado irregularmente en la siguiente de Cancún, con la notable oposición del gobierno de Bolivia. Nada se avanzó en la COP 17 de Durban (2011) salvo la presentación de una supuesta “Plataforma para una Acción Reforzada” y la creación de un Grupo de Trabajo sobre ella.

Entre tanto, países como Japón y Canadá se suman a Estados Unidos retirándose del Protocolo cuya prolongación era, desde luego, una burla. Volvió a hablarse del Segundo Periodo en Doha (2012) anunciando la posibilidad de un acuerdo en el 2015 el cual sería implementado a partir de 2020. En cambio, fue ofrecido un programa de compensación por “pérdidas y daños” en los países “menos desarrollados” o en los más vulnerables como los Insulares. Nuevamente el espejismo de la financiación (ayudas y préstamos) que nunca concretan, lo mismo que sucede con la transferencia de “tecnología “limpia”. La última COP realizada sin ningún brillo –Varsovia 2013–, no hizo más que confirmar el fracaso. Dada la gravedad de la situación, ilustrada por los desastres ya ocurridos en uno u otro lugar del planeta, es evidente que la actitud de los más poderosos gobiernos no puede ser más criminal.

 

Colombia, como siempre, obediente

 

El Protocolo de Kyoto, de todas maneras, ofrecía algunas escapatorias, llamadas en lenguaje diplomático “flexibilidades”, las más importantes de ellas el mercado de emisiones (carbono) y los mecanismos de desarrollo limpio. El principio que las guía es el sofisma según el cual lo que importa es el resultado neto a escala mundial; al reducir o evitar las emisiones en un lugar (o sector) no importa que se mantengan o aumenten en otro. En la primera flexibilidad aquellos países (o empresas) que no alcancen el tope de emisiones que les es permitido pueden vender su excedente a aquellos que lo sobrepasen. En la segunda flexibilidad, una inversión en un mecanismo de desarrollo limpio en un país subdesarrollado que evite una posible emisión, debidamente cuantificada, le permite emitir por un monto análogo.

Uno de los mecanismos favoritos ha sido el programa Redd. Parte de una consideración bastante discutible. Es sabido que la mayor parte de las emisiones de CO2 proviene de la quema de combustibles fósiles, aproximadamente en un 70 por ciento, correspondiéndole a la deforestación y cambio de usos del suelo tan sólo un 30 por ciento. No obstante es en este segundo componente donde enfatizan, dado que es el mayor en los países de menor desarrollo especialmente los tropizales, lo que facilita diversos mecanismos de compensación internacional dentro y fuera del mercado.

Pues bien, Colombia que contribuye con un porcentaje muy bajo a las emisiones globales y que debería apoyar el esfuerzo de quienes, como el Grupo de los 77, presionan a los industrializados a saldar la deuda ecológica, ha formado fila al lado de los Estados Unidos en la lógica de los compromisos voluntarios con todas las implicaciones ya mencionadas. Además, ignorando deliberadamente que, a pesar de todo, impulsa un modelo económico extractivista (y urbanista) altamente contaminador, coloca todo el énfasis en la mitigación y la adaptación, especialmente cuando los proyectos emprendidos le pueden reportar ingresos de donantes o negociantes internacionales. Tal es la base de la política establecida desde el 2003, donde propone de manera explícita como estrategia: “la consolidación de una oferta de reducción de emisiones verificadas” y un “mercadeo internacional de la misma” (3). Sobra anotar que desde 1994 había ratificado la Convención y en el 2000 adhirió al Protocolo de Kyoto. Aunque no son notorios sus resultados, lo único que aún menciona es la estrategia de mitigación. En el 2010 fueron definidos los requisitos para la aprobación de actividades consideradas dentro de los “mecanismos de desarrollo limpio”. Sin embargo, desde el punto de vista de la obtención de recursos, los favoritos parecen ser los proyectos Redd pues desde el 2008 el Gobierno entra en negociaciones con el Fondo Cooperativo para el Carbono de los Bosques, Fcpf, que administra el Banco Mundial, las que continúan hoy en día. Entre tanto, sin ninguna regulación por parte del Estado, avanzan, por parte de firmas privadas, iniciativas “tempranas” de Redd+ en el marco de lo que es conocido como mercado voluntario de carbono.

 

La encrucijada del movimiento social por la justicia climática

 

La marcha de New York, dos días antes de la mencionada Cumbre, fue también un éxito. Sin embargo, desde antes de realizarse ya había sido objeto de numerosas críticas por parte de quienes consideraban que la interlocución con los gobiernos a esta altura resultaba inútil y que la marcha, así como estaba diseñada, con mínimas exigencias para garantizar su amplitud, terminaría formando parte de la operación publicitaria organizada por el señor Ban Ki-Moon. O peor aún, como un respaldo a las “soluciones”, por lo demás rentables, de las grandes Corporaciones. Hay que recordar que grandes movilizaciones también se habían llevado a cabo en Copenhague, Cancún y hasta en Durban, sin apreciables resultados. Quincy Saul quien la había calificado de antemano como farsa, concluía categóricamente: “El espectáculo de miles de ciudadanos del Primer Mundo que marchan por la justicia climática, mientras continúan generando la gran mayoría de las emisiones de carbono, trae a la mente el espectáculo de George Bush de visita en New Orleans tras el huracán Katrina” (4).

Fue por eso que los grupos críticos, agitando la consigna “A cambiar el sistema, no el clima”, intentaron al día siguiente, lunes 22, una acción directa, una especie de toma de Wall Street, en lo que fue denominado “Flood Wall Street”. Y, en cierto modo, no les faltaba razón: a la marcha asistieron no solamente el propio Ban Ki-Moon sino también funcionarios oficiales y los representantes de las grandes Corporaciones. Sin embargo, es también cierto que la Marcha, así como la acción directa que de todas maneras estuvo en el mismo contexto, contribuyeron a darle visibilidad a una exigencia de medidas eficaces que ya es inaplazable y esto por encima de las pretensiones corporativas. Lo cierto es que los activistas –y no sólo del primer mundo- van a continuar su lucha después de los acontecimientos de New York, dejando atrás el desencanto de los últimos años.

Sin duda el problema es de eficacia política. Jim Shultz del Centro para la Democracia llama a construir poder a largo plazo: “Lograr una acción real frente al clima no tiene que ver solamente con la concientización sino que se trata de construir poder político en el movimiento climático” (5). Una posibilidad es ganar conexión con los movimientos locales; otra es, como dice Shultz, “enfrentar directamente los poderes y fuerzas que bloquean acciones serias sobre la crisis climática”, es decir, las propias Corporaciones.

 

¿Qué nos espera en el futuro inmediato?

 

Como se dijo, el núcleo del debate está ahora en los compromisos de reducción de emisiones, que deberían ser serios, ambiciosos y obligatorios, y por tanto en la definición del llamado Segundo Periodo del Protocolo. Es evidente que la resistencia a asumirlos tiene que ver, ciertamente, con el hecho de que los combustibles fósiles están en la base energética y tecnológica del propio modelo de civilización capitalista, pero es también cierto que la amenaza que se cierne sobre el planeta obliga por lo menos a algunas reformas. Seguramente no es un simple efecto de las movilizaciones referidas, pero ya son observables algunas movidas interesantes. La Unión Europea acaba de anunciar su disposición para garantizar una reducción de 40 por ciento hacia el 2020. Claro está que es el bloque de países menos reticente; de hecho algunos países ya lo consiguieron. Pero es significativo por lo menos como mensaje ya que no lo condiciona a ofertas semejantes por parte de las otras potencias.

Por otra parte, llama la atención que en la apertura de la segunda sesión del Grupo de Trabajo Especial sobre la plataforma de Durban para una Acción Reforzada, en desarrollo en estos últimos días de octubre, la Secretaria Ejecutiva de la Convención, la señora Christiana Figueres haya dicho, refiriéndose a lo ocurrido y con miras a la necesaria definición del Segundo Periodo del protocolo: “Abandonamos Nueva York sabiendo que debemos, podemos y encontraremos una solución. […] Delegados, trabajen juntos aquí esta semana ante los ojos del mundo. Esta semana es una oportunidad clave para hablar con sus contrapartes y construir puentes para encontrar una ruta común por la que todos puedan andar” (6).

Es cierto, como fue señalado, la verdadera definición será tomada a finales del próximo año en la COP 21 de Paris, por lo cual la que viene en Lima apenas sesionará como una etapa del proceso. Sin embargo, reviste una gran importancia, porque aprobará el borrador por negociar en París y, entre otras cosas, por el lugar donde sesionará. Es, como han dicho algunos, la cita privilegiada y la oportunidad decisiva para los movimientos sociales del sur.

 

1 Green-Weiskel, Lucia, “Why Obama´s challenge to China on Climate Change is too little, too late” The Nation, September 26, 2014
2 Smolker, Rachel, Truthout, Monday, September 24, 2014
3 DNP, Conpes 3242, Bogotá 2003.
4 Quincy Saul “Like a dull knife the people´s climate farce” Truthout, Sunday september 16, 2014.
5 Shultz, Jim, “El retorno del movimiento climático de base al escenario internacional”, ALAI, 2014-09-17
6 http://newsroom.unfccc.int/es/bienvenida/adp-sesion-de-reuniones-climaticas-de-octubre. Consultado, 22 de oct. De 2014.

*Miembro del Consejo de Redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.

 

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