Escrito por Carlos Gutiérrez M.
Terror. Las cifras lo potencian. Desde el solo anuncio del comienzo de la pandemia por covid-19 y sus efectos letales, el pánico afectó a poblaciones enteras. Temor, sobrecogimiento. Sobre ese pánico expandido, poblaciones enteras cedían al Estado el control total sobre cada uno para que “salvara sus vidas”, sin demora de los gobiernos que, atentos a la respuesta ciudadana, procedieron imponiendo confinamientos y otros controles sociales. Privacidad y derechos humanos quedaron en suspenso.
Augusto Pacheco, https://www.a-pache.co/ (Cortesía del autor)
Transcurridos más de quince meses desde aquellas primeras noticias y las medidas de control social desplegadas, el ambiente, aunque no es idéntico, en el fondo funciona sobre iguales parámetros: temor a perder la vida y gobiernos con manos libres para hacer y deshacer. Y deshacen en su afán por una economía aceitada y con ritmo, por lo menos pre-marzo 2020. No es para menos: temen más a la quiebra de los empresarios que a la muerte de los sin nada.
Y actúan en consecuencia, así digan lo contrario –con excepción de cínicos, Bolsonaro y Trump, por ejemplo. Los reportes diarios dan cuenta de ello y así refuerzan el espectro que alimenta el temor, con las UCI siempre al límite y todo reforzado con mensajes que descargan en cada persona la responsabilidad del posible contagio y la muerte. ¿Irresponsabilidad de unas y otros o ausencia de una intervención pública a la altura de las existencias?
Las cifras de miles de muertos, antes reportadas por otros países, desde hace meses no dejan de ser cascada en el nuestro, ocupando puestos de (des)honor en el concierto global de los decesos, los que, con corte al último día de junio 2021, suman 106.544 y los contagio 4.240.982. Como si los anteriores picos nada hubieran enseñado, el tercero ha sido el más letal, sumando en los 30 días de junio 17.770 decesos.
Estamos ante una letalidad recordada a diario por todos los noticieros, que retoman sin contexto alguno cantidad de muertos y de infectados, sin considerar porcentajes de población, enfatizando que el covid-19 “no es un juego” y por tanto cada persona no debe olvidar lo de “conservar el distanciamiento”, “poner en práctica todas las normas de bioseguridad” y “quedarse en casa, que es el mejor aporte para controlar el virus”.
En la más reciente etapa de la pandemia, los informativos incorporaron un nuevo indicador: cantidad de vacunados, con una y con dos dosis, resaltando, también sin contexto alguno, el “deber de la vacunación”. Las referencias a cantidad de infectados y muertos, pese a las dos inoculaciones, no existe, aunque sí acentuando en que “[…] tapabocas, distanciamiento, lavado de manos y demás normas de bioseguridad, pese a la vacuna, se deben seguir aplicando en estricto cumplimiento”.
Al final, el mensaje es uno: “Sálvese quien pueda”, conclusión de terror, de miedo, que aconseja no salir, aislarse, no reunirse, todo ello como palabras al viento, por fuera de la realidad, mucho más cuando es el propio gobierno nacional y los municipales quienes motivan salir, reunirse y no aislarse, pues no implementan una política social que permita a unos y otros el tranquilo refugio del hogar. Además, como se puede concluir por sus últimas recomendaciones, la economía es lo primero; la vida que espere… ¡a la muerte!
Miedo. Y el ambiente concluyente en la mente de cada cual no puede ser diferente, aunque sí el comportamiento. El temor ante la evidente posibilidad de contagiarse y morir late por doquier, pero la economía no permite “meter la cola entre las piernas” y la inmensa mayoría termina actuando como el temerario en el oeste gringo.
La ruleta de la vida dando vueltas cada día en el casino del capital, que en su altar solo acepta sacrificios, no importa la edad de quien cae en su frío mármol: un sacrificio que cada quien también abona a lo largo de su existencia, por cuotas, por días, en jornadas de 8 y más horas, en un intercambio/venta de fuerza de trabajo y tiempo por billetes para poder comer, dormir con alguna tranquilidad, cancelar el ‘derecho’ a los servicios públicos, además de poder cubrir otras muchas necesidades, propias o familiares.
Miedo con gambetas, como las realizadas por quienes integran una clase media alta que aún conserva ahorros, en billete o en propiedades, incluso rurales, adonde se ha retirado como respuesta al “sálvese quien pueda”, espacio desde donde ejerce, si aún no tiene jubilación, el teletrabajo o la coordinación de sus negocios cuando cuenta con empresa propia. La clase alta hace lo propio, en mejores refugios y con más placer.
Temor, latente por doquier, transmitido, por ejemplo, por las voces que responden la llamada al otro lado de la línea y con pudor enuncian “[…] recuerda que tengo varias comorbilidades”. Es una realidad entre quienes pueden jugar al escondite con la parca, que recuerda que el covid-19 es clasista, más allá de todo lo que se diga, aunque bajo su guadaña también caigan personas adineradas, con atención médica personalizada.
Estamos en un prolongado aislamiento que con el paso de los meses va dejando marca imborrable en la mente de todas las personas que así han procedido: en su capacidad de concentración, en comportamientos huraños o irascibles, en desazón y conformismo, en hábitos alimentarios, en perdida de sueño, en alcoholismo, en desesperanza, y en un prolongado agotamiento que terminará por complacer a la huesuda sin el combate frontal al que estuviera dispuesto si la defensa no fuera individual sino colectiva. Pareciera que asistimos al eclipse de una generación que va saliendo del escenario sin pena ni gloria.
Remedio. Según el establecimiento global, con eco prolongado por el agudo tono de voz de los gobiernos, sin la excepción del que integra Duque, la solución para erradicar la pandemia está a la mano: ¡Vacúnese! No importa la marca. ¡Vacúnese! No juegue con su vida ni con la de los demás. ¡Vacúnese! No pregunte sobre la efectividad del biológico. ¡Vacúnese!
La vacuna no inmuniza, aunque sí reduce las posibilidades de terminar cremado, dicen, aunque no del todo, pues al horno siguen llegando quienes han recibido, incluso, el esquema completo de supuesta inmunidad. ¿Quién, sin aceptar que la vacuna aún no es tal, explica por qué sucede esto?
Los biológicos, en la mayoría de sus marcas, exigen dos inoculaciones, y aún más, como lo reconoce Pfizer, por ejemplo (1), al informar que serán tres, ya que el virus en su continua evolución, como la vida, adquiere nuevas y potentes resistencias que anuncian que la pandemia tal vez dure más de lo calculado por los gobiernos, y que estos inmunizantes, mientras no alcancen el desarrollo necesario, como producto de un ampliado ejercicio de prueba y error, serán solo un remedio, tal vez con mayor efectividad.
El proceso científico siempre estará detrás de la cepa de moda, la plus o la ultraplus…, y los millones que poblamos el planeta continuaremos como animalillos de laboratorio, un test sin costo para las multinacionales, que con el poder que les brinda el monopolio de “la solución” arrodillan a gobiernos, pequeños y grandes, que los exoneran de cualquier responsabilidad por las consecuencias que puedan derivarse de la inoculación de su población.
La vida en juego, la muerte al acecho; el capitalismo en crisis pero sin necesidad de ceder algo de su esencia, y millones arrinconados por el pánico y por el deseo de que todo vuelva a la ‘normalidad’. Así lo entienden comerciantes y otros mercaderes: por ejemplo, ofrecen en restaurantes “espacios exclusivos para personas vacunadas” (2). Otros anuncian que existirá un pasaporte covid sin el cual no será posible ingresar a ciertos países. Y si alguien trabaja como empleado del sector privado, no podrá interponer objeción de conciencia ante la demanda de vacunarse: simplemente “se vacuna o sale de la empresa”. Así, la Carta de Derechos, por ejemplo, la de San José de Costa Rica, quedó como simple recuerdo.
Hay negación de derechos pero también enajenación, que les servirá a las multinacionales para obligar a miles de millones en todo el mundo a continuar con el refuerzo en pro de una ampliada ‘inmunidad’, un proceder que tal vez termine en un rito anual como el celebrado hoy por personas mayores con la vacuna contra la influenza, proceder que no estimula ni permite que las gentes, desde su saber y su propia comprobación, apliquen todo aquello que saben que actúa como remedio, previniendo, reforzando defensas pero también meditando sobre las causas y las soluciones estructurales para enfrentar una enfermedad que “[…] llegó para quedarse”, según el decir de distintos conocedores (3). Y si así es, si no es posible erradicarla, lo más inteligente es aprender a convivir con ella, en medio de un proceso que privilegie la vida sobre la muerte y, por ello, asuma como reto estructural la superación del capitalismo, causa central de la crisis.
Conformismo, ¿facilismo? Un reto inmenso que llevaría a millones a romper con rutinas, hábitos y consumos, pero también con valores, poniendo sobre la competencia y el afán de lucro la solidaridad, por ejemplo, y, en el caso de la enfermedad que nos ocupa, la protección colectiva sobre la individual, que es lo definido por el poder.
El desafío implicaría la reflexión común, entre pueblos de distintos países, sobre las enseñanzas que va arrojando la pandemia, y con estas las rupturas de todo tipo que de ello se desprende. Un proceder que enfrentaría de manera radical la llamada por algún tiempo “nueva normalidad”, nada distinto de lo ya conocido, y de su mano el afán del capital por retomar sus niveles de acumulación, con el turismo en plena recuperación, con transportes aéreos y terrestres de nuevo a toda marcha, con el consumo en alza, con la acumulación sin par de algunos y la miseria de millones.
Una continuidad, con ojos tapados y conciencia sometida, que continúa reivindicando la megaminería, el extractivismo y todo aquello conocido como “desarrollo”. Todo esto como si nada estuviera sucediendo, como si nada hubiera estallado en la naturaleza, como si estos meses y los que siguen fueran parte de una simple anécdota para animar guiones de futuras películas. ¡Un proceder demencial, insensato, como lo es el capital!
La defensa de la vida nos reta como humanidad a mucho más, empezando por superar la lógica de la razón y su insostenible modelo de desarrollo.
1. La vacuna contra el covid-19 de Pfizer requerirá una tercera dosis entre 9 y 12 meses después de la primera, https://www.bbc.com/mundo/noticias-56935476
2. https://www.pagina12.com.ar/351368-libres-de-covid-o-mixtos-grecia-creara-espacios-exclusivos-p.
3. https://www.canalinstitucional.tv/noticias/el-coronavirus-llego-para-quedarse-esto-dicen-los-expertos.