Desde su primer discurso como presidente, Donald Trump rompe con sus predecesores. Con tono arrogante y los puños cerrados, prometiendo que “America First” (“Estados Unidos primero”) resumirá “el nuevo punto de vista que habrá de gobernar al país”. Acaba de anunciar que el sistema internacional creado desde hace más de setenta años por Estados Unidos ya no tendría otra función que estar a su servicio. U otro destino que perecer. Semejante franqueza perturba la tranquilidad de las otras naciones, sobre todo europeas, que fingían creer en la existencia de una “comunidad atlántica” democrática, regulada por acuerdos mutuos ventajosos. Con Trump, las máscaras se caen. En un juego que considera de suma cero, Estados Unidos pretende “ganar como nunca”, ya se trate de partes de mercado, de diplomacia o de medioambiente. Pobres de los vencidos del resto del planeta.
Y adiós a los acuerdos multilaterales, en particular comerciales. Modelado por sus recuerdos de escolar de los años cincuenta, el nuevo ocupante de la Casa Blanca machaca desde hace decenios la fábula según la cual Estados Unidos siempre se habría conducido como un Buen Samaritano. Y, desde 1945, habría “enriquecido a otros países”. Los cuales, poco a poco, “fabricaron nuestros productos, robaron nuestras empresas y destruyeron nuestros empleos” (1). Con seguridad, grandes fortunas autóctonas sobrevivieron a la “carnicería” que él describe, entre ellas la suya y la de algunos miembros de su gabinete. Pero tales argucias poco pesan frente al giro ideológico que se avecina: apoyado en ese punto por los sindicatos de su país, el presidente de Estados Unidos apuesta a que el proteccionismo “aportará una gran prosperidad y una gran fuerza”, en el momento preciso en que, en el Foro Económico de Davos, el líder del Partido Comunista Chino propone ocupar el lugar de Estados Unidos como motor de la globalización capitalista… (2).
¿Y qué dice Europa? Ya amenazada de dislocación antes del golpe de timón de Washington, mira pasar los trenes y, desamparada, padece los desaires de su padrino. Trump, cuya sospecha (bastante razonable) es que está dominada por las elecciones económicas de Alemania, se regocijó de que el Reino Unido haya decidido abandonarla y desprecia las obsesiones antirrusas de los polacos y los bálticos. Lo que equivale a decir que los dirigentes europeos, que desde hace años renunciaron a toda ambición contraria a los deseos de su amo y señor, de ahora en más corren el riesgo de encontrar cerrada la puerta en la embajada de Estados Unidos donde a veces venían a recordar su lealtad (3). Nada garantiza que el unilateralismo de Trump los obligue por fin a librarse del biberón del atlantismo y a volver la página del libre comercio para caminar con sus propias piernas. Pero el año electoral en Francia y en Alemania también merecería tener como postura esa prioridad. g
1. Hace treinta años, el 2 de septiembre de 1987, Trump había comprado una página de publicidad en tres grandes periódicos estadounidenses de la costa Este para publicar una carta abierta titulada: “Por qué Estados Unidos debería dejar de pagar para defender a países que tienen los medios de defenderse a sí mismos”.
2. “China says it is willing to take the lead”, The Wall Street Journal Europe, 24-1-17.
3. Tal como lo establecieron los miles de telegramas diplomáticos revelados por WikiLeaks en diciembre de 2010.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Víctor Goldstein