En marzo, la humanidad cierra el segundo año de pandemia y comienza a recorrer el tercero. Los 24 meses vividos bajo el peso del covid-19, más el ahondamiento de diversidad de tendencias potenciadas por sus efectos, se constituyen en suceso excepcional para rememorar lo sucedido y tratar de visionar algo más allá de lo evidente. Recordemos y oteemos.
Víctor Hugo Ruíz, de la serie “Ponte la máscara” (Cortesía del autor)
Confinamiento y pánico social
Marzo 2020. Son días de asombro y zozobra: desde sesenta días atrás llegan noticias de un virus que infecta con fuerte impacto la salud humana, llamado entre los cientistas como Sars-CoV-2 y causante del covid-19. Las cifras de infección que va generando por países son alarmantes, así como sus efectos. La propagación se da a ritmo de globalización. Las medidas tomadas para contenerlo, por ejemplo en países como China, su lugar de origen, causan asombro: metrópolis habitadas hasta por 20 millones de personas quedan desoladas cuando se obliga a su población al encierro. Nada se mueve. ¿Alguien había imaginado que algo parecido pudiera suceder? ¿Cómo logran tal nivel de obediencia, sometimiento y disciplinamiento? Los interrogantes son muchos y las respuestas de mano de los filósofos que aluden al creciente autoritarismo del régimen y el despliegue de modernas técnicas soportadas en inteligencia artificial empiezan a dar luces sobre el porqué y el cómo de ese disciplinamiento.
Las semanas pasan, es marzo y del virus en el país solo se conocen unos pocos casos desde el primer detectado, el día 6 de ese mes, con punto de ingreso por el aeropuerto El Dorado. No hay motivo para alarmarse pero, contra toda sensatez, el gobierno central, y en competencia de opinión pública la alcaldía de Bogotá para el caso de la ciudad capital, copiando a los asiáticos y “curándose en salud”, ordena/n el confinamiento, desde Presidencia de todo el país y desde la Alcaldía el de la población residente en la capital. La respuesta, como ya había ocurrido en el territorio de origen del virus, es asombrosa: sin chistar, el recogimiento hogareño es generalizado.
La orden se da sin tomar en consideración que entre nosotros ni el Estado central ni las alcaldías velan por la vida de la población; que acá cada individuo debe procurarse lo suyo a como dé lugar. Así lo demanda la ausencia de un Estado de Bienestar y con él las urgencias que deparan el desempleo, la informalidad laboral, la falta de techo, la precariedad del sistema de salud, las promesas de mejor vida que alientan las campañas electorales, y su incumplimiento por parte de quienes son votados y ocupan los puestos de decisión.
Pese a ello, pese a todo tipo de carencias, la población se encierra. Los motores de todo tipo de vehículos, que ahogan con su incesante rugir la calma de la naturaleza y los oídos de los humanos, se apagan. En las vacías calles, gatos y perros se retuercen sin afán alguno y aire emperezado, como lo presenciamos y gozamos en el día a día de varios y prolongados meses. Todo parece de película. Todo parece ficción, aunque es realidad.
El virus no llega pero la crisis económica y social sí estalla: en infinidad de sectores barriales, los más populosos de todas las ciudades en primera instancia, ante la inexistencia de los escasos ingresos diarios con que sobrellevan sus vidas sus pobladores, el hambre azota sus estómagos.
El Dane ya había radiografiado la pobrería generalizada que habita este país: pobre es quien percibe un ingreso diario de 11 mil pesos o menos, y vulnerable aquella persona cuyos ingresos están entre 11 mil y 22 mil pesos al día, ingresos que llevan a cifrar en 21 millones la cantidad de pobres que habitan el país, todos aquellos que subsisten con menos de 331 mil pesos al mes. Con un agravante: 2 millones 700 mil personas ganan menos de 145 mil al mes, de modo que viven en condición de pobreza extrema (1).
Como es apenas obvio, con tal nivel de ingresos no es posible ahorro alguno, y, ante unos pocos días sin los billetes requeridos –días que además se prolongaron por semanas e incluso meses–, miles de miles de hogares hacen agua, ahogados por la crisis económica. Los empobrecidos entonces caen en la miseria, y un amplio sector de la clase media que, según el Dane, percibe ingresos mensuales entre 653.781 y 3.520.360, resbalan hacia la pobreza. Tal situación trae como consecuencia que en 2020, con relación a 2019, el país registre en sus estadísticas, según ingresos laborales, 1.100.000 de nuevos empobrecidos (2).
La situación, luego de unos meses, toca fondo: emerge la crisis económica y social; también de salud pública tras el copamiento de las UCI por cientos de infectados y la incapacidad del sistema de salud para poner en marcha programas preventivos en los barrios. Las 51.397 personas que perdieron la vida a lo largo de 2020, producto de la infección, es una reflejo de ello; también, los 138.364 decesos reportados por tal causa entre 2020 y febrero 24 de 2022 (3).
La crisis exterioriza los efectos negativos de un sistema de salud que nada entre lo público y lo privado, aunque con poder decisivo de lo privado, quedando relegado lo público, que debiera ser lo fundamental. Todo queda así a la vista de quien quiera ver las profundas desigualdades, los hondos contrastes, la injusticia, que reinan en el país como expresiones de un poder al servicio de la minoría que impone sus intereses en la cosa pública.
No fueron casualidad, por tanto, las numerosas banderas rojas izadas en puertas y ventanas para denunciar que no había nada para comer, para sobrevivir; esas banderas denunciaban una vez más que por allí el Estado solo hace presencia en uniforme y blindaje de armas de fuego. Tampoco fue casualidad o terquedad de alguien que decenas y cientos de personas empezaran a verse merodeando por los barrios en apariencia de clase media, en procura de vender algo. Les urgía algún ingreso para sobrellevar la hambruna. Decenas de artistas, con su canto, hicieron parte de esa ‘fuga’ de lo no permitido, de manera que, antes que se flexibilizaran las normas de confinamiento, una parte de la sociedad ya las había puesto en práctica.
En otros sectores de la ciudad, los sin nada, los ‘leprosos’ de nuestra época, despreciados por unos y otros, cientos, miles que viven de la solidaridad de tenderos y panaderos que les brindan un mendrugo de pan o algo más que está por vencer, y que recogen otro tanto para suplir sus necesidades rebuscando entre canecas, ante el cierre de muchos de estos establecimientos se encuentran con que no tienen donde esperar una mano solidaria, pero también con que los desperdicios de los hogares ahora son menos frecuentes. Para colmo, pese a no tener techo ni lugar fijo de residencia, la Policía pretende que aquellos no deambulen y les reclaman por no estar confinados en sus casas. El reclamo, el esquematismo con que funciona la institucionalidad, produce hilaridad.
Es así como la sociedad quedó, de cuerpo entero, sin eufemismos, ante una realidad que dejaba ver sin tapujo alguno la inoperancia, la incapacidad y la inviabilidad histórica del actual sistema social. ¿Asombro? Pese a ello, las mayorías permanecen encerradas, exteriorizando algo visto en otras coordenadas y otras épocas: que el miedo a la muerte tiene más fuerza y es más potente que la negación de los derechos humanos más elementales.
Las variantes
Por aquellos meses, si en algún momento el temor a la muerte recayó, la aparición de cepas o variantes del virus, y la difusión de sus mortales impactos, con cientos de ataúdes amontonados en Italia y otros países, se encargaron de repotenciarlo.
En mayo de 2020, cuando el covid-19 aún estaba fresco y el temor era evidente a lo amplio, ancho y largo del país, empezaron a llegar noticias de su mutación, en lo que posteriormente fue conocido como variante beta, que había tomado su nueva forma en Sudáfrica. Para septiembre, las noticias llegaban desde Inglaterra, donde la nueva cepa fue bautizada como alfa. Y cada cepa era difundida en su existencia con un poder de infección más mortal que la anterior. Se pensaba y se decía en uno y otro lugar: ¿Qué hacer ante el invisible “enemigo”? El temor no bajaba la guardia. La crisis económica golpeaba con más fuerza, pero el encierro proseguía. En algunas ciudades, los pobladores de sectores populares empezaron a recibir minimercados enviados por las alcaldías, insuficientes en composición y cantidad, dejando a cientos, a miles de familias, por fuera del subsidio.
No pasaron cuatro meses más cuando la nueva variante, conocida luego como delta, tomó cuerpo en India. El suceso refrendaba con toda nitidez que el virus evolucionaba, y que conocerlo con toda propiedad, y con ello afrontarlo con toda capacidad, tomaría más tiempo del predecible. Y su transformación prosiguió, asumiendo en Brasil el nombre de gamma. A finales de 2021 llegaba desde África la variante ómicron, extendida por doquier a comienzos de 2022, con potencia disminuida, lo que permitió que el temor a la infección prácticamente se disolviera. La endemia se ve en el horizonte. ¿Cuántas otras formas adquirirá el virus?
Parálisis de la producción mundial
El confinamiento ordenado en las cuatro coordenadas de nuestro planeta impone otra realidad, no imaginada por algún pensador: la parálisis de la maquinaria capitalista. En un sistema cuyo vector fundamental es la producción incesante de mercancías, junto con su circulación, su mercadeo y su consumo, el músculo productivo reduce su ritmo hasta apagarse en variedad de sectores. Y al apagarse no hay crecimiento del PIB y sí decrecimiento. Meses después se conocerá el porcentaje de la contracción, que en algunos países superó el –10 y más por ciento. En Colombia fue de –6,8 por ciento en comparación con 2019.
Se trataba de un golpe inmenso sobre el cuerpo social de los más pobres y débiles en su economía, y que lleva a la creciente de un mayor desempleo que alcanzó al finalizar el 2020 el 15,9 por ciento y que, para las 13 principales ciudades del país fue hasta del 18,2 por ciento. A la par, se cierran 500 mil micro y pequeñas empresas. De este modo, el confinamiento de la población y la contracción que propicia llevan al debate que se prolongará por meses: ¿Qué priorizar, la economía o la vida?
El interrogante estimula intensos debates; los gobiernos titubean frente a qué hacer; en algunos países se empieza a autorizar ciertas flexibilidades; más allá de quienes atienden la salud, el transporte y otras áreas estratégicas, ahora dan luz verde para que salgan a laborar obreros y operarios de otros sectores; el teletrabajo mantiene el dominio, así como la educación virtual. Así, sin necesidad de palabras, la economía se fue imponiendo: había vencido la lógica del capital. Al mismo tiempo, había quedado nítido ante la vista de miles de millones algo que siempre se ha dicho pero pocas veces se reconoce: el ser humano es el factor fundamental para la producción. El capitalista es algo adyacente, innecesario, si de socialización se trata, si de lo público con sentido común y colectivo se trata.
Las vacunas
El avance del virus, popularizado como covid-19, trata de ser resuelto por el sistema sin reparar en causas estructurales ni pretender resolverlas. Para su monocromática visión del mundo, de la naturaleza, de la vida, solo hay una opción ante la crisis: inocular miles de millones de cuerpos humanos con un biológico de laboratorio, los mismos millones que son abordados como “ratones de laboratorio” que facilitarán ubicar fortalezas y debilidades de las investigaciones en curso.
Animados por la inmensa suma que su producción generaría, y validos de avances logrados producto de investigaciones de décadas sobre el VIH, así como de nuevas tecnologías surgidas a la luz de la cuarta revolución industrial en curso, multinacionales de la farmacia se afanan por descubrir y producir en serie el bendito remedio para aniquilar el virus. Toma forma así uno de los más grandes experimentos de escala global conocidos por la humanidad (4).
Validos de la diplomacia, acuerdan en primera instancia, con los gobiernos de los países con mayor poder de compra y pago, las condiciones para surtirlos de un biológico que aún no es vacuna en el sentido estricto del termino y autorizado para su utilización bajo normas de emergencia, dejando en claro, como primera condición, que no los pueden demandar si su aplicación genera efectos no previstos. Y los gobiernos también se lavan las manos al hacer firmar a quien accede a la inyección su consentimiento, producto del pleno conocimiento del proceso al cual se somete.
El negocio es millonario. Ni el rey Midas había sido capaz de producir y generar tanto ‘oro’ en tan poco tiempo: en cuestión de meses, las arcas de los emporios propietarios de licencias y vacunas se llenaron de inmensas ganancias: “Pfizer, BioNTech, Moderna, AstraZeneca y Johnson & Johnson prevén cerrar 2021 con 65.600 millones de euros facturados por sus inyecciones contra la covid-19, más del doble de todo el sector de las vacunas antes de la pandemia. Estas farmacéuticas han vendido al menos 5.850 millones de dosis en un año de oro en el que han experimentado crecimientos de vértigo” (5). Se estimaba que su producción de vacunas al finalizar 2021 alcanzaría 12 mil millones de dosis. 90.469.304 son las dosis hasta ahora recibidas por Colombia, entre compradas y donadas (6).
El negocio, mirado en detalle, ofrece otros datos relevantes: “La farmacéutica norteamericana Pfizer acumula un retorno anual del 46,33% y la empresa de biotecnología alemana BioNTEch un 170,43% (Nasdaq). Pfizer, con una previsión de 32.000 millones facturados en 2021 por su vacuna Comirnaty (un 44,17% de sus números totales), es la compañía que más inyecciones habrá distribuido este año, 3.000 millones, junto a BioNTech, que prevé facturar entre 14.000 y 15.000 millones. La biotech Moderna, con un retorno del 75,40% en el Nasdaq, prevé ingresar entre 13.000 y 14.000 millones por su inyección, de la que ha distribuido 800 millones y ha multiplicado sus ingresos totales por 65 en comparación con 2020” (7). Este oro en líquido hace imposible liberar las patentes de producción, la propiedad intelectual sobre estos productos, como lo reclamaban una y otra vez, en su afán por quedar bien ante su población, varios gobiernos, así como diversidad de almas caritativas.
En Colombia el primer lote de vacunas, 50 mil de Pfizer y BioNtech, llegó el lunes 15 de febrero de 2020, y la meta anunciada por el Gobierno era inmunizar 35,7 millones de personas, el 70 por ciento del total de la población, y así ganar la inmunidad de rebaño frente al coronavirus. La meta se sobrepasó en varias de sus más populosas ciudades: por ejemplo, Bogotá asegura que el 93 por ciento de su población cuenta con al menos una dosis de alguno de los biológicos adquiridos por el país, pero de la inmunidad colectiva ya nada se dice.
La recepción de las vacunas, con presidente anfitrión en el aeropuerto El Dorado, fue traducido en acto de orgullo patrio, con desfile de carros de bomberos y el ruido de sirenas, pero con la diferencia de que en lo alto de los vehículos no iba una reina de belleza ni un equipo de fútbol, ni ciclista alguno, sino los embalajes en los que reposaban cientos de miles del salvador remedio. El país –sus millones de habitantes– podía recuperar la esperanza. Es espectáculo vivido es digno de esta época de interfaces en la que cada acto es traducido en suceso mediático.
La derrota de la humanidad
La vacuna, la ‘salvación’, tapó con residuos biológicos y químicos las causas estructurales que permitieron la incubación del virus en el cuerpo de los humanos. Por fuera del necesario debate que debiera haber tomado forma en todos y cada uno de los países que integran el Sistema Mundo Capitalista, afanados por retornar a la ‘normalidad’, quedaron las preguntas sobre un modelo de producción que genera muerte, que contamina hasta llevar a la especie al límite de su propia existencia, que expande la agroindustria sin límite alguno, que deforesta y arrincona cada vez más especies, acabando con muchas de ellas, que tiñe las aguas de los ríos con residuos de todo tipo, además de cubrir el planeta con plástico, que acaba con la riqueza genética producida por la naturaleza en sus millones de años de evolución, que en las ciudades concentra conglomerados cada vez más inmensos de seres sometidos a un ritmo de vida que no repara en la dignidad ni en la felicidad.
Ese que era el debate a que invitaba esta crisis, y que debiera haber sido insuflado por la izquierda en un nivel mundial, quedará en la memoria de la humanidad como la oportunidad perdida para que nuestra especie se mirara en el espejo de sus realizaciones y desastres, dibujando el camino y los recursos necesarios para transitar hacia otro modelo social, posible y necesario. Contrariamente a ello, la izquierda, en evidencia de la crisis que la ahoga, de su falta de imaginación, de su complacencia con parchar el sistema allí donde sea posible, pero no de someterlo a operación de corazón y cerebro abiertos, se acomodó en el reclamo por la liberación del derecho de propiedad intelectual para producir la vacuna. Y quienes administran países o ciudades a nombre de un deseable cambio social, repitieron sin cuestionamiento alguno los mantras pronunciados por la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones multilaterales. Nada que cuestionar, nada en qué diferenciarse, ninguna acción o política de salud para mostrar el camino por recorrer de parte de las sociedades, a fin de vivir de manera diferente de como hoy lo hacen. La derrota es evidente.
Otros, que proclaman su supuesto socialismo, en vez de cuestionar abiertamente el camino recorrido para producir lo que hoy tienen, con métodos y formas de ser y hacer capitalistas, desplegaron todo un arsenal de tecnologías y un inmenso poder coercitivo para obligar a sus gobernados a recorrer el camino que la dirigencia del país considera necesario para no perder el ritmo de su constante crecimiento económico.
Tras su mandato, perfilaron técnicas de premios y sanciones (créditos sociales) por aceptar o desobedecer los mandatos oficiales, y con ellos acceder o quedar excluido de derechos elementales, a la par de poner en funciones nuevos recursos de inteligencia artificial con capacidad para reconocer de inmediato la identidad de una persona, cruzarla con su temperatura corporal, los sitios visitados, los consumos realizados, etcétera, tras lo cual disponer si puede o no estar en la calle o viajar a sitio alguno. Un control social, de última generación, impuesto a espaldas del necesario debate público que debiera surtirse sobre las transformaciones a que esta expuesto el cuerpo social.
Todo ello se logra, claro está, con desinformación, encubriendo los verdaderos propósitos y los trasfondos que ocultan los actos del poder, una constante que brilla a lo largo de estos dos años de pandemia en los que los anuncios oficiales un día dicen una cosa y al otro se desdicen, sin por ello dar explicación pública alguna. Es así como, a pesar de la realidad, se anuncia la producción de vacunas sin los protocolos para serlo; se asegura que inmunizan a pesar de las evidencias que lo desdicen para, finalmente, y tras llamar a la sociedad a aplicarse no una sino dos, tres y más dosis del ‘milagroso’ remedio, reconocer que ciertamente no inmuniza pero sí reduce el riesgo de muerte por la infección. Un alcance igual que el ofrecido por otros remedios, “no científicos”, desconocidos, rechazados por las multinacionales y desprestigiados como solución alternativa y viable por los gobiernos, prohibidos en ocasiones para su venta. Tal es el caso del Dióxido de cloro, una de las opciones a que apelaron miles de miles en esta parte del mundo, recurso con el cual enfrentaron con éxito el contagio y sus efectos más fuertes, entre ellos la reducción del oxígeno en la sangre y su coagulación.
La desinformación y la manipulación llevaron al extremo de imponer en infinidad de países un carné o pase covid, como si fuera cierto que las personas vacunadas ni se contagian ni contagian, como evidencia de una supuesta salud a prueba de virus, cuando cada día la misma realidad, con vacunados reinfectados –incluso con tres dosis– se encargaba de desmentir el mandato oficial. Pero en lo que sí lograron avanzar con este proceder, y con la complacencia de millones al seguir este juego –una especie de crédito social como está instituido en China– fue la de avanzar en la creación de sociedades de “buenos” y “malos”, sociedades segmentadas y polarizadas entre quienes están con el gobierno y quienes lo contradicen o cuestionan, sociedades apartheid.
¿Qué viene ahora?
Las tendencias son complejas pero, empezando por lo antes relacionado, hay que llamar la atención sobre un hecho: avanzamos a zancadas hacia sociedades cada vez más polarizadas, divididas entre “buenos” y “malos”, un recurso del poder, un mecanismo para gobernar con manga ancha en tiempos de inestabilidad y caos general, como es la nota predominante hoy, a partir de la división social y con ello del debilitamiento del tejido social. Aíslan, satanizan y criminalizan a los opositores de las ‘verdades’ del establecimiento y concretan con ello las comunidades ‘apartadas’.
Aquel es un recurso que se profundizará con técnicas cada vez más finas de control social, concretadas por medio del despliegue de variedad de instrumentos que funcionan a partir de inteligencia artificial, algo que todos sabemos sobre su existencia y su utilización por los organismos de control y de inteligencia, pero que la rutina nos lleva a aceptar como algo ‘natural’. Al final, lo que hoy es autoritario y violador de los derechos humanos más básicos, como la intimidad, la libertad y similares, termina siendo algo anhelado y justificado por muchos como recurso óptimo para perseguir al criminal, así este termine siendo él mismo cuando rechaza una medida oficial, por injusta que sea. Es un mecanismo que será ahondado, mucho más, o de manera más rápida, si el virus gana potencia y se manifiesta con nuevas cepas de alto contagio y efectos, o si aparecen y globalizan nuevos virus.
En este proceso están implícitos muchos recursos de espionaje y control social cada vez más evidentes en calles, edificaciones, transporte público y otros muchos espacios, toda vez que las sociedades tenderán a mayores niveles de polarización, producto del aumento de la desigualdad social a la que asistimos, y que imposibilitan una gobernabilidad democrática ‘normal’. Sabemos que se recurre a sociedades policivas, militarizadas, de civil. No es posible la estabilidad de los gobiernos con tanta desigualdad. Los alzamientos sociales serán periódicos y presentes en todo el mundo.
Continuamos, por tanto, el camino hacia una ingobernanza, ahondada por el debilitamiento del hegemón hasta hoy imperante y la disputa cada vez más abierta que le presenta su contradictor asiático, disputa en medio de la cual las técnicas y los recursos violentos para el control y el sometimiento social estarán a la orden del día.
En esta disputa, vuelven la división y el alinderamiento del mundo por bloques, y conservar o ganar poder y amplitud entre cada uno de estos implicará el estallido de conflictos armados parciales o locales en los cuales se irá definiendo, poco a poco, el potencial real de cada uno de estos juegos geopolíticos. En medio de ello, estarán la crisis real o la reconstitución del actual modelo de acumulación; una dinámica ahondada o fortalecida por el poder de las multinacionales, con la ampliación de un nuevo orden jurídico internacional en el cual estas megaempresas tienen mucho más poder que muchos Estado-nación que hoy se adentran también hacia una transformación y una reconformación aún incierta.
Con todo lo descrito, se ve un devenir en medio del cual la resistencia y las opciones que opongan y levanten los de abajo serán determinantes. Son tiempos para la imaginación y la transformación, en medio de los cuales todo es posible. La pasividad y la aceptación conformista del discurso oficial es la peor de las formas de solución.
1. Equipo Desde Abajo, “Tres golpes”, periódico desdeabajo Nº 288, febrero 20-marzo 20-2022, p. 4.
2. Garay, Luis Jorge y Espitia Jorge Enrique, “Proteger al capital o priorizar la democratización sustantiva de la sociedad, periódico Desde Abajo Nº 288, febrero 20-marzo 20, 2022, p. 12.
3. https://www.ins.gov.co/Noticias/paginas/coronavirus.aspx; www.aa.com.tr.
4. Maldonado, Carlos Eduardo, “Los dos más grandes experimentos de escala global en la historia de la humanidad”, periódico desdeabajo Nº 288, febrero 20-marzo 20, 2022, p. 10-11.
5. Jordi Pueyo Busquets, “Las farmacéuticas cierran un año de oro con 65.000 millones en ventas ante el reto de la ómicron”, El País, 19 dic 2021.
6. es.wikipedia.org, Vacunación contra el covid-19 en Colombia.
7. ídem.