La diversidad de la palabra, es la que anima a un Grupo de Estudio con sede en Medellín para abordar las reflexiones que, además de debates públicos, producen artículos como el aquí incluido. Tres momentos, con objetivos y metodologías diferentes, sirven para estimular el intercambio de conceptos: el primero, cuando se arriesgan con ideas en borrador sobre el tema que los concita; una conferencia central –abierta a toda la ciudad– donde se proponen tesis e ideas aún más rigurosas sobre el problema abordado, es el segundo momento; el tercero se vive a través de una tertulia donde se conversa y se debate teniendo los anteriores insumos y la propia reflexión.
La preocupación por un estilo de vida y una autoconciencia estilística hechos a medida no sólo puede hallarse entre los jóvenes y los opulentos; la publicidad de la cultura de consumo sugiere que en todos hay un lugar para la autosuperación y la autoexpresión, sean cuales fueren nuestra edad o nuestros orígenes de clase. Este es el mundo de los hombres y de las mujeres que están a la busca de lo más nuevo y lo último en relaciones y experiencias, que son sensibles a la aventura y corren los riesgos de explorar plenamente las opciones de vida, que son conscientes de que sólo tienen una vida y deben esforzarse intensamente para gozarla, experimentarla y expresarla.
Mike Featherstone,
La cultura del consumo y el postmodernismo
‘Aburribilidad’: sólo posible en el ser humano
El aburrimiento es un rasgo característico y empobrecedor de la sociedad moderna. Esta sociedad incorpora tal actitud ante la vida, y en esa medida debilita grandemente la experiencia vital. El aburrimiento produce un efecto muy particular: hace al tiempo muy largo y muy pesado, nos parece ajeno, como si no nos concerniera, y es curioso porque el tiempo es el bien supremo que tenemos los seres humanos pero que no podremos dominar totalmente.
Igualmente, ‘aburrirse’ significa un vacío del ser, como si no tuviera densidad, espesor ni consistencia, siendo paradójicamente un vacío que vivimos como un lastre muy pesado en tanto en él se nos retiran la vida, el mundo y el ser mismo. Es un estado de ánimo caracterizado por la pérdida del deseo, la imaginación, el pensamiento y la voluntad: un ser aburrido no desea, no piensa, no imagina y no ejerce la voluntad. En el aburrimiento todo vale lo mismo, lo que equivale a decir que todo vale nada, no hay discriminación valorativa; ejerce esta condición una gran violencia contra el ser y las relaciones que él está en posibilidades de configurar con ‘otro’ y consigo mismo.
Ahora, es un rasgo de esta época que ella sea productora de aburrimiento, con signos claros de esto: la compulsión al entretenimiento (que no es el goce vital), la demanda permanente de cualquier tipo de placer, el reclamo incesante de nuevas sensaciones (de sentimiento y pensamiento, emoción y sensación), la invasión de los pasatiempos, el éxito de la industria del entretenimiento, el empobrecimiento paralelo de la cultura, el rechazo imperante en nuestra época a todo lo que nos exija esfuerzo intelectual o espiritual, la preponderancia de los espectáculos, los juegos, la habladuría y los chistes.
Hay dos formas de encarar esa deflación y depotenciación de la vida que se llama el aburrimiento: la primera, arrojarse al entretenimiento, que lo único que hace es desplazar el aburrimiento: no lo liquida, lo desplaza; y la segunda es darle sentido a la vida acorde con el deseo propio.
Deseo o búsqueda de algo esencial
El deseo atañe a una cosa muy especial que no es del orden de la necesidad. La necesidad atañe a condiciones del vivir, el deseo tiene que ver con la búsqueda de algo esencial. En la vida hay cosas que son esenciales, no porque vinieron con uno cuando llegó a la vida sino porque son marcajes fundamentales que delinean el tipo de ser que se constituirá y lo singularizarán, por ejemplo, frente a otro ser. El deseo, a diferencia de la necesidad, tiene que ver con un problema atinente al ser del ser humano, y es la falta, “una falta que nos dinamiza”, que no nos aquieta, que nos inquieta; un deseante es un ser que está en marcha. El deseo no es diáfano para el ser humano y por ello se constituye en un reto: tratar de precisar qué es lo que desea, teniendo siempre presente que éste ni es completable ni plenamente realizable.
Una enumeración de algunos rasgos del deseo humano bien podría ser así: el deseo fija y centra la atención, permite e incita a permanecer en una actividad, pone en juego los medios concernientes a la conquista del objeto, articula el objeto deseado a un contexto en el cual ese objeto se desenvuelve y permite a la vez explicarlo (por eso los deseantes son muy universalizantes), se relanza, se recrea permanentemente.
Vivir de espaldas al deseo arroja al aburrimiento, precipita al entretenimiento, a vivir con identidades frágiles: sujetos que no quieren saber de su deseo y no pueden forjar una identidad en consonancia con su deseo tienen que reconocerse en esas ofertas de identidad que les hace el mundo del consumismo.
Identidad: una particular hechura humana
La identidad bien puede forjarse en relación con el deseo propio, y entonces puede identificarse un ser que acredita unos valores, unos ideales en tanto está comprometido con su deseo y con unas formas de actuar y ser en el mundo y no otras; o se puede vivir con identidades prestadas y ofertadas por el mercado, identidades con las cuales se va revistiendo el ser hasta tanto el grito de la moda indica que es menester abandonar esa para hacerse a otra.
Vivir de espaldas al deseo deja al ser en el descampado; en la fragilidad de tener que vivir pidiendo identidades. Un ejemplo de esto es la moda, en la cual el problema es que la expresión que cobra el cuerpo en la vestimenta no sea un lenguaje de lo más propio, de lo más íntimo del sujeto, sino que depende de ese mundo externo y, si no se lleva el punto de referencia de la marca que agrupa e identifica, se es un excluido, e incluso un objeto de rechazo. Pero también hay identidades centradas en el deseo, vidas talladas en consonancia con él, leales a él, que han sorteado la dificultad que ello implica: esos son los seres admirables y que escaparán, por ejemplo, a esa forma del borramiento de la identidad singular y del acceso a la identidad de masa que se llama el sentido común.
Consumismo: una edad de estas sociedades capitalistas
El consumismo no tipifica a una sociedad nueva en la historia; el consumismo es una edad, un momento en el proceso de consolidación y expansión de la sociedad capitalista. Algunos rasgos del capitalismo en relación con el consumismo: es un invento de sociedad; producir para el mercado y la ganancia, y no más; tiene el poder del rey Midas, que todo lo que toca lo vuelve mercancía; está movido por una lógica interna suya, imposible de evadir, que se caracteriza por un crescendo, por una aceleración de la producción y el consumo.
El capitalismo se sustenta sobre un imaginario: supone un individuo que es racional, idóneo y soberano, es decir, un individuo libre. Ahí está nuestra libertad, en una especie de elección abierta que cada ser está en capacidad de hacer para poder forjar, mediante los objetos que consume, una identidad propia. Pero eso tiene un piso falseado: esa posición imperativa del gran otro que dice “compra esto”, el aparataje propagandístico, mediático, publicitario, que vive bombardeando nuestra existencia no deja tan abierta y libre esa relación y esa elección de objetos de consumo.
Entonces, una caracterización del tipo de individuo que reclama el consumismo, y que es el bocado de ángel de las políticas de mercadeo del consumismo, sería: un sujeto con una psicología maleable, moralmente muy dependiente del otro, con una personalidad muy indefinida, un carácter débil, una identidad muy precaria, desconocedor por excelencia de su deseo y de espaldas al pensar. Ese es el individuo que responde de inmediato a la oferta que se le hace para que se haga una identidad con la cual medio-ganar un lugar en el mundo y ganar un poco de reconocimiento en el otro.
* Este artículo es una síntesis de “La conversación del miércoles”, proyecto de formación ciudadana organizado en Medellín, desde hace cinco años, por la Corporación Estanislao Zuleta y otras entidades que la respaldan, como Comfama, Confiar y Haylibros.com. Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos. Equipo del proyecto: Carlos Mario González, Diana Suárez, Vincent Restrepo, Álvaro Estrada, Eduardo Cano, Santiago Gutiérrez, Alejandro López, Isabel Salazar y Sandra Jaramillo. Más información: www.corpozuleta.org o en Http://www.youtube.com/user/haylibros/videos?view=1.
Palabra desatada
Otro encuentro de tertulia, de compromiso con la palabra, con la escucha, con el pensamiento, con el intento de opinar no cualquier cosa sobre ciertos asuntos de la aventura humana, en las coordenadas del presente, contando con las del pasado, sospechando las posibles, se dio a propósito del tema tratado.
Tenemos cuatro significantes articulados en función de uno, el tiempo: el aburrimiento, el deseo, la identidad, el consumismo, sumidos en el quinto que es la finitud, el límite insuperable y que rige para lo humano como una irrefutable proposición mayor: “esta existencia concreta que es la vida humana, algún día terminará”…
Aquí, como breve reseña de lo que emergió de la exploración de tales significantes: El aburrimiento es una vivencia ¿Cómo hacerle frente a esa vivencia tan nuestra? ¿El deseo? ¿Desear, qué es? No se trata de necesitar y tampoco de demandar. Aquello que se desea, detiene, concentra, conecta y moviliza. ¡Alguien que desea, un deseante, no se aburre! ¡Y el deseo es histórico! ¡Y el deseo hace historia! ¡Y desear nos hace sujetos! ¡Ese fenómeno, desear, es siempre muy difícil de precisar!
El capitalismo engendra, desarrolla, propone e impone propuestas culturales, maneras de realizar la vida. El consumismo es una de esas. ¿De qué se trata? De producción y consecución enloquecida de objetos; compra, ostentación y desecho; deshistorización de la relación con los objetos que se consumen; oferta descomunal de objetos que adquieren el atributo de signos y que confieren identidad. Ahora, no todo el mundo es consumista porque la capacidad adquisitiva que se requiere para habitar así en el mundo es una condición social de vida que, por principio, será siempre exclusiva de un privilegiado grupo de personas. ¡El mercado, en el capitalismo, en el consumismo, es totalitarista! ¿Libertad del sujeto consumidor en el capitalismo? ¿Qué, son carcajadas lo que se escuchó? El mercado modela los gustos, los placeres, los anhelos, las ambiciones, y además propone las satisfacciones para éstos. A guisa de voz reinante, dice: “¿Sientes esto? ¡He aquí lo que buscabas!”. ¡A la hora de salir de compras, cada cual tiene la capacidad de decir qué quiere y qué no quiere!, comentó alguno. ¡Vana ilusión esa!, replicó otro, preguntando: ¿cuándo se ha visto alguna marca invocando a un comprador a que piense por qué quiere lo que quiere?
¡El capitalismo desprecia el pensamiento! ¿Cómo se mueve un sujeto entre el aburrimiento, el deseo, la identidad, en la edad del consumismo?, preguntó alguien. ¡En el capitalismo también hay deseantes!, afirmó otra voz. ¿Qué desea alguien que se reconoce como capitalista?, propuso otra. ¡Se puede ser consumista y ser un deseante; no son experiencias excluyentes!, aclaró una voz moderadora que, además, advirtió que no se puede totalizar al sujeto, reducirlo a una sola dimensión de él, incluso si se trata de su deseo y los objetos del mismo, cristalizarlo en una representación de él siempre será insuficiente. ¡No todo el mundo puede ser consumista, pero sí sucede que cualquiera puede ser partícipe de la ideología del consumismo; que cualquier persona puede anhelar la adquisición de objetos para ostentar con ellos y creerse algo! comentó otra. En el capitalismo se ofertan estilos de vida que –se supone– le dan identidad a ese ser carente de ella y de ella tan necesitado: el ser humano, nosotros. ¡Algo se supone que dice de quién es uno si se va por las calles en un Mercedes-Benz!, acuñó otra…
Bien, la pregunta que las diversas intervenciones fueron preparando y que apretó la una contra la otra, ambas reflexiones, la de la conferencia y la de la tertulia, fue: ¿Cómo hacerle frente a ese modelo civilizatorio que es el capitalismo y que afecta toda la vida en el planeta? El deseo, la filosofía, la política, la ética y el arte serían acaso los frentes para combatir el capitalismo y sus propuestas, deshumanizadoras. En la medida en que estemos de espaldas al conocimiento y al deseo, seremos presa fácil del capitalismo, de ese devastador fenómeno civilizatorio.