En el estudio y la investigación el libro es, con seguridad, la herramienta primera de trabajo. Lo es aún, en un mundo que se desplaza vertiginosamente hacia la importancia de los artículos científicos (llamados técnicamente como papers). Bogotá ha representado desde siempre el paradigma de todas las cosas en el país. Aquí se estudia la relación entre libros y universidades tomando como foco a la capital colombiana, comparándola con América Latina y el mundo.
Colombia está considerada en los actuales momentos como una economía sólida en emergencia, un país promisorio y una sociedad pujante. De igual manera, al interior del país, por razones al mismo tiempo históricas y político-administrativas, Bogotá es quien sobresale ampliamente en diferentes planos, en comparación con las demás capitales departamentales del país. Uno de ellos es la educación: de las 33 universidades acreditadas hasta la fecha como de alta calidad por parte del Consejo Nacional de Acreditación de Colombia (CNA), diez están localizadas en Bogotá.
En una expresión clásica originaria del humanista español Marcelino Menéndez Pelayo en 1892, Bogotá pretende ser reconocida por su cultura y buena educación. No cabe duda que, en la actualidad, ésta representa el principal destino turístico nacional e internacional en y hacia Colombia, convirtiéndose en un referente importante en turismo de salud gracias a los prestigiosos hospitales y clínicas con que cuenta esta urbe.
Sin embargo, cabe preguntarse si realmente ha sido sobresaliente el desempeño de la capital del país en materia de educación y cultura.
Radiografía
El panorama es sugestivo y complejo a la vez. De un lado, los resultados de las pruebas Pisa con las conclusiones bastante desfavorables para el país, ya conocidas. De otra parte, las periódicas pruebas Saber, igualmente desfavorables, en las que se miden los desarrollos de los estudiantes en las universidades.
Simultáneamente, existe una discusión creciente sobre el apoyo del Gobierno a la ciencia, la tecnología y la innovación, y el acostumbrado malestar, histórico desde la “Misión de los sabios”, acerca del muy bajo presupuesto de la nación en Ciencia y Tecnología (CyT) con respecto al Producto Interno Bruto (PIB). Asimismo, los cambios de metodología por parte de Colciencias –ajustándose en esto a las indicaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –Ocde– en la clasificación de los investigadores y los grupos de investigación colombianos. Y ello para no mencionar las acreditaciones de las editoriales nacionales por parte de Colciencias, ni –un tema mayor–, los niveles y la calidad de la educación de bachillerato y primaria, por ejemplo.
Es evidente que la educación en general es un tema estratégico, en toda la línea de la palabra. Como también lo es el hecho de que a Colombia todavía le falta evolucionar en pilares que potencien esta rama.
Al preguntarnos por estos temas y estos avances/retos del país, nos encontramos con las bibliotecas, espacios de gran prestigio político y social, creadas con la misión de fomentar la cultura y de promover la educación. Es debido a la importancia de estas entidades que vale la pena analizar el diagnóstico de las bibliotecas y librerías en la capital del país.
¿Una ciudad de libros?
De manera clásica, puede decirse que hubo en la historia tres clases de bibliotecas: las reales o palaciegas, las privadas, y las de las órdenes monásticas. Con el tiempo, las bibliotecas reales o palaciegas dieron lugar a las bibliotecas públicas, lugares destacados, en los países más desarrollados en la historia, que representaban la memoria de lo mejor de la humanidad.
Vale la pena, entonces, echar una mirada cuidadosa al lugar –y por derivación: la importancia- que tienen los libros en la vida de Bogotá.
En primera instancia, cabe distinguir el espacio propio de las librerías que, aunque no hacen parte del objetivo de esta investigación, son esenciales para la promoción de la lectura. De ellas existen cuatro categorías: a) las grandes librerías, de formato claramente internacional con un sólido know-how; b) las librerías de cadena, la mayoría de las cuales se encuentran en los más importantes centros comerciales (malls); c) las pequeñas librerías, oferentes de verdaderas joyas. Habitualmente se trata de libreros, un oficio cada vez más escaso; y d) las librerías de viejos, mezcladas con “librerías de segunda”, la mayoría de las cuales está focalizadas en un sector céntrico de la ciudad.
En segunda instancia, están las bibliotecas públicas, que en Bogotá se reúnen en tres grupos: la biblioteca “Luis Ángel Arango”, del Banco de la República, y la Red Capital de Bibliotecas, distribuidas por toda la ciudad, configurando un nuevo paisaje urbano que aporta a la transformación positiva de la vida de las localidades y de la ciudad, y finalmente las bibliotecas universitarias.
Un lugar propio, aparte, merece la Biblioteca Nacional, situada en la capital del país, dado que, aunque esté en Bogotá, quiere representar la memoria de toda la nación. Es el equivalente de lo que en Estados Unidos sería la Biblioteca del Congreso (en Washington, D.C.), o la Biblioteca Nacional de París, por ejemplo.
Las bibliotecas universitarias y públicas
Recientemente, las bibliotecas universitarias entran a desempeñar un papel importante en la sociedad, con independencia de su carácter, público o privadas. En cuanto a las bibliotecas privadas, una parte de las mismas se ha integrado en el imaginario social de las ciudades, y por definición no existe un registro público de ellas.
Por razones al mismo tiempo prácticas y de delimitación, cabe centrar la mirada en el número bruto de libros disponibles en las bibliotecas públicas y en las principales universidades de la ciudad. Especificando el foco en las universidades acreditadas y en las más grandes, por número de estudiantes y de programas académicos de pregrado y postgrado.
Esta información, solicitada a diferentes bibliotecas universitarias de la ciudad, muchas de ellas no incluidas al no responder el llamado, fue provista por cada una de las universidades. Tan sólo una universidad (Los Andes) tiene la información disponible en línea.
La tabla No.1 considera únicamente el número bruto de libros, sin distinción entre libros físicos o digitales (hay una cuyo número de libros físicos es bastante inferior a la de libros digitales). Cifras vivas que varían en unos casos semestralmente, y en otros casos de forma anual. Las compras de libros constituyen ítems habituales en los presupuestos con porcentajes variados en las diferentes universidades e instituciones consideradas. Cabe pensar, por tanto, que los datos referenciados pueden y deben subir, aunque, normalmente, no de forma abrupta, en cada uno de los casos incluidos.
Los estudiantes, profesores universitarios y otros, que deseen acceder, por préstamo, a los libros de otras bibliotecas pueden hacerlo por tres vías: préstamo interbibliotecario, por acceso a la Red Rumbo (Red Universitaria Metropolitana de Bogotá) (http://www.rumbo.edu.co/), o a través del catálogo de bibliotecas universitarias –a través de Universia:http://bibliotecas.universia.net.co/biblioteca-universitarias/.
Cuando se comparan la tabla 1 con las tablas 2 y 3 el contraste es notorio y arroja claras y fuertes luces sobre la importancia que tiene quizás el más importante acopio de información de una comunidad académica y científica: su(s) biblioteca(s).
Políticamente, una reflexión necesaria hace referencia al apoyo de la que puede ser considerada como la principal herramienta para la docencia y la investigación. Y desde el punto de vista cultural, como reza el famoso adagio en Latinoamérica: la pobreza o el subdesarrollo no son gratuitos.
Centralismo y descentralización, también en este tema
De manera tradicional Bogotá ha sido la principal ciudad del país en prácticamente todos los planos. No es difícil, por tanto, pensar que el contraste entre la situación de la relación entre libros y habitantes, entre bibliotecas y prestigio puede marcar una asimetría fuerte con relación a otras ciudades. Así, por ejemplo, si consideramos ciudades como Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga, para mencionar en orden decreciente las más importantes, las bibliotecas y el número de libros expresaría, también en este plano, las tensiones y asimetrías entre centralismo y descentralización.
Existen en estas otras ciudades prestigiosas universidades de alta calidad académica y científica y en alguna de ellas incluso con creciente prestigio internacional. Por derivación la consideración podría y debería ampliarse a ciudades como Pereira, Manizales o Santa Marta, por ejemplo.
Es el objeto de una próxima investigación el cuadro comparativo a nivel nacional. Pero la idea y el vector quedan, de todas maneras, claros.
El libro y la cultura de una ciudad
Como es sabido, el libro no es en Colombia un objeto de lujo desde el punto de vista económico. Sin embargo, de forma tradicional y sin una explicación sólida, el libro sí ha sido un objeto suntuario culturalmente hablando. Esto es, al observarlo desde el punto de vista personal, familiar o social. De acuerdo a cifras de la Cámara Colombiana del Libro, el consumo de libros en Colombia es algo superior a un libro por persona por año, en una época en el que los jóvenes son cada vez más visuales, no-lineales, y apegados a internet, libros digitales y smartphones.
Una biblioteca es, manifiestamente, un registro de la memoria de la humanidad. Una ciudad de libros constituye un hito en el desarrollo de una nación. La verdad, comparada con el volumen de la población de Bogotá, una vista general sobre los libros disponibles arroja una cifra baja; y tanto más si se la compara con grandes universidades en el mundo. Otro asunto, perfectamente distinto sería el de los contenidos de las bibliotecas.
Colombia es un país en formación y, ciertamente, se encuentra lejos de haber llegado a su madurez. El desarrollo cultural del país, en toda la línea de la palabra aún encuentra mucho espacio y posibilidades hacia adelante. Es claro que las universidades, de manera individual, hacen esfuerzos totalmente laudables. Al fin y al cabo la calidad de una universidad pasa por sus egresados y profesores tanto como por la(s) biblioteca(s) que tiene.
Cabe recordar, finalmente, la imagen de cuño weberiano ya clásica que algún historiador colombiano retomaba: en un país católico, la iglesia es el edificio más destacado y alto. En un país protestante, por el contrario, es la biblioteca la que ocupa el lugar más importante. Pues bien, de cara a la sociedad de la información y la sociedad del conocimiento, la cultura del libro está situada, de manera necesaria, en el centro de todas las miradas. Tenemos así el libro como objeto físico, y como símbolo.
*Profesor titular, Facultad de Ciencia Política y Gobierno, Universidad del Rosario.