Brasil en conmoción

Brasil en conmoción

De repente. Del país milagro al real. Del país de los grandes resultados socio-económicos y empresariales de la última década a uno de inmensas contradicciones sociales ocultas tras el bombardeo informativo, que resalta los logros de la “izquierda realista”. Del país de la sensatez al de la injusticia que potencia –auspicia y beneficia– la conformación y/o potenciación de multinacionales a partir de recursos públicos (1) y postergado, al mismo tiempo, el acceso de millones de sus habitantes a condiciones de vida digna. En fin… de uno de los países más desiguales de la región (2), al de la esperanza.

 

Estos dos países, estas dos fuerzas emergieron, fueron evidentes, para todos los ojos y mentes atentos o espectadores de los informes de los noticieros y redes sociales por espacio de dos semanas, en especial, entre el 6 y el 20 de junio cuando sucedieron movilizaciones de protesta en 460 ciudades del gigante suramericano. Sorpresa que no era para menos, y que se prolonga con la permanencia en la calle de segmentos importantes de los manifestantes pese a los anuncios oficiales de reformas.

 

Durante estos días salieron a flote, rompieron el silencio, la pasividad y la apatía política. Miles de jóvenes, por momentos millones, aparecieron volcados sobre las calles de sus urbes, para reclamar mejores condiciones de vida, exigir el control de la corrupción, demandar el dominio de lo público sobre lo privado (en otras palabras, enfrentar de manera radical y sin dilaciones el neoliberalismo), emplazando a sus gobernantes por salud, educación y otros derechos humanos relegados en su efectivo goce.

 

Resultó y es un reclamo, un alzamiento, que detonó en ciudades como Rio de Janeiro, Sao Paulo y otras, por el incremento en veinte centavos en el transporte público urbano. Luego llegó la violencia de la policía militarizada, una herencia intocable de la dictadura que, cebada con los manifestantes, despertó memoria y solidaridades. Y tanto cae y cae la gota sobre la roca…

 

Durante dos semanas y más días, fueron vistos jóvenes por miles, alegres, entusiastas, decididos, seguros de sus derechos y de sus demandas. Jóvenes, algunos organizados alrededor del Movimiento Pase Libre (MPL), que por espacio de varios años han emplazado al establecimiento –sin oído alguno- para que estatice el transporte público masivo y lo preste sin costo (3). Pero con decisión de calle, movilizados, exigiendo sus derechos, fue evidente, sobre todo, una inmensidad de jóvenes, en su mayoría de clase media, volcados de manera espontánea a la calle, el escenario por excelencia para la política. Protagonista de una de las caras de esta intensa coyuntura.

 

En otra, fueron evidentes varios rostros preocupados, sobre todo de gobernantes y políticos consternados ante la avalancha de humanidad que confrontó sus palabras de mentira o acomodo con la realidad, esa que de manera consuetudinaria, desde sus cálculos y equilibrios de fuerzas, el poder niega.

 

Fue una movilización y confrontación de fuerzas, inmensa, que puede transformase en distintas potencialidades. Solamente el paso del tiempo las resaltará con toda evidencia. Por ahora, hay que subrayar que durante estos días, en el país más grande y más poblado de la subregión, la confrontación entre lo social y lo político tuvo un espejo y paralelo, entre las estadísticas que reiteran una y otra vez que todo anda bien para el poder, y la vida cotidiana. Del día a día en el cual ahogados y atiborrados va la gente de a pie en los buses o el metro, transporte siempre insuficiente por la aglomeración de millones que buscan en las urbes mejor futuro.

 

Vida cotidiana, vasija que acumula el desespero y la angustia de millones, ante el interminable traslado de la casa al trabajo y viceversa, con horas de fatigosa espera en medio de las congestiones de automóviles que cada día resaltan, de manera más palpable e irrefutable, la irracionalidad de un modelo urbanístico erigido desde hace un siglo, de acuerdo al sistema, cultura y dominio de los intereses y eje de la industria del petróleo y del motor.

 

De esta manera, sin que nadie calculara, el poder brasileño, nuevo y viejo, tuvo enfrente y con desafío a la más dinámica y activa confrontación de las últimas tres décadas, en medio de la cual el modelo desarrollista y progresista, que no integra ni consulta a su población, ni toma medidas adecuadas para reducir el abismo reinante entre ricos y pobres, terminó emplazado. Con demandas por parte de esa inmensa franja social, de participación, espacio para su palabra, para sus sueños, para cambiar la aflicción de su realidad.

 

Y en esa exigencia la inconformidad social deja claro varias cosas: no basta que los gobernante le digan a quienes habitan el país que “estamos creciendo”, que somos una “potencia emergente” o, como en nuestro medio, que seremos miembros de la Ocde o la Otan. Proceder así, es desconocer que la población de la mayoría de países madura políticamente, y por tanto, ahora perciben, de alguna manera, la gran brecha abierta –abriéndose más y más–, entre los usufructuarios del poder y los de abajo y reclama una distribución más equitativa de una riqueza que al fin y al cabo es producto de sus esfuerzos.

 

Esta contradicción es una realidad palpable. De aquí que la humanidad tenga al frente, cada vez más claro, la encrucijada que nuestros abuelos vislumbraron a principios del siglo pasado, y que percibieron tan sólo en dos posibilidades: civilización o barbarie. La primera, en la actualidad, significa equidad, no solo entre los miembros de la especie humana sino entre estos y su medio natural, significa paz y tolerancia, diversidad y diálogo. La segunda, competencia, derroche y asimetría social.

 

Debe llamar la atención que precisamente en Brasil, fueron las grandes inversiones en coliseos deportivos construidos para el lucro y el espectáculo, la chispa última que motivó las movilizaciones, ante el evidente contraste entre el lujo de concreto y cristal que portan y la precariedad del transporte público. De ahí, el paralelo entre los sucesos en marcha en el país de la zamba y el fútbol y Turquía, otro país donde la conmoción social y política no cesa y donde la destrucción de un parque, para la construcción de un centro comercial, fue la gota que desbordó la taza.

 

Ambos son países con crecimientos “espectaculares” en el Producto Interno Bruto (PIB), como destacan los analistas económicos. Los dos aspiran a jugar en las grandes ligas de la política internacional, sin embargo, siguen lastrados por una alta proporción de su población en la pobreza, y por el agotamiento del discurso: “paciencia, primero debemos crecer y luego distribuir”. Uno y otro, siguen como países del “tercer mundo”, con megalópolis que superan los quince millones de habitantes, malvivientes, en el hacinamiento y el estrés.

 

Es claro, detrás del descontento, permanece o emerge un fuerte cuestionamiento al modelo de vida en el que, el “desarrollo” es interrogado multidimensionalmente.

 

Ante estas contradicciones y ante las protestas en curso en Brasil, la mayoría de sus pobladores esperan que la salida que facilite el alto gobierno sea por la “puerta de la izquierda”. Sin retroceso. Es decir, la de una significativa redistribución de la riqueza, un cuestionamiento radical a las razones y formas del producir y consumir y, de un giro a favor de la vida en sus múltiples dimensiones. El escenario está servido. Si el Partido de los Trabajadores, PT, y las demás fuerzas amigas del “otro mundo posible” entienden, la ocasión solo pide la obediencia al mandato del pueblo.

 

Abren paso así, y por sus intereses, los silenciados de siempre. Y en medio del altavoz de sus gargantas agregadas como un solo cuerpo, expulsan de su agitada movilización a los militantes de los partidos del poder, les arrean sus banderas, los desprecian, sin duda, como éstos mismos los han despreciado al desconocerlos, tanto en su opinión como en la insuficiente aplicación de la política social con promesa que debiera favorecerlos. Las pragmáticas alianzas del PT, con partidos tradicionales, en cuyo seno anidan personajes corruptos y retrógrados de alto calibre, claramente identificados por la sociedad, reciben aquí su castigo y, como no, el llamado a gobernar, sin temores, ni realismo político, con los de abajo.

 

Un cuestionamiento que llama a rectificar a las organizaciones en el gobierno y el poder, emergidas de ese mismo pueblo, expresión consciente y dinámica de una sociedad que luchó contra una dictadura y contra el más voraz neoliberalismo, sociedad que destituyó un Presidente por corrupto, y llevó al palacio de Planalto a un obrero metalúrgico, y ahora, a una militante de izquierda de toda una vida.

 

Es parte de esta actitud de base, de saber gobernar obedeciendo, la respuesta que da Dilma Rousseff, la presidenta brasileña y representación del PT, al decirle a su pueblo: “Los estoy oyendo” (4), al reconocer que la protesta social es una clara y digna expresión/manifestación de la democracia profunda, pero también, al proponerles una consulta popular para renovar la política. Una primera impresión que deriva de su actitud. No basta.

 

Como política y administradora del poder, con su respuesta se quita de encima la responsabilidad que le endilga la protesta popular, y la pasa al Congreso, cuando propone un plebiscito para la reforma política que arrinconaría a los dirigentes tradicionales, y que abre espacio a una reforma de la Carta Política, y un acuerdo para concretar 5 grandes pactos, algunos, en respuesta inmediata a las exigencias de la calle, a saber: educación, salud, transporte, servicios públicos y justicia (5).

 

La propuesta, con alto vuelo de política, resulta en momentos en que el juego de poderes para la elección presidencial del 2014 ya toma curso. Por tanto, deviene como un doble juego que con cara y sello gana.

 

Los partidos tradicionales que aspiran a recuperar el poder, reciben la propuesta entre la espada y la pared. También la sociedad, ante el riesgo de terminar auspiciando reformas de doble filo. Así parece, con la que alude a la “responsabilidad fiscal para garantizar la estabilidad económica y el control de la inflación”, que para el caso colombiano. significó someter los derechos básicos de la población a la suprema y neoliberal estabilidad económica. Un sinsabor que sólo el tiempo endulzara o hará más amargo.

 

Y como cierre del realismo gubernamental, de un responder mediático a la protesta ciudadana, en Planalto fueron recibidos los promotores iniciales del levantamiento social, los voceros del Movimiento Pase Libre; cita de la cual, al salir, ellos afirmaron: “La Presidenta no está preparada para discutir transporte urbano” (6). ¿Lo estará para desmontar las innegables manifestaciones de neoliberalismo y pragmatismo bajo las cuales gobierna el Partido de los Trabajadores? 

 

1 Zibechi, Raúl, Brasil potencia. Entre la integración regional y el nuevo imperialismo, Ediciones desdeabajo, marzo 2012.

2 ONU, América Latina es la región más desigual del planeta, www.americaeconomia.com

3 Zibechi, Raúl, “La protesta de los 20 centavos”, La Jornada, 24 de junio de 2013.

4 “Rousseff escucha a la calle y promete un plebiscito para la reforma política”, www.publico.es, 25 de junio de 2013.

5 Nepomuceno, Eric, “Los estoy oyendo”, La Jornada, 22 de junio de 2013

6 Nepomuceno, Eric, “Dilma propone un plebiscito para la reforma política”, Página 12, 25 de junio de 2013.

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