El proyecto Yachay, en Ecuador está en plena formación. Las siguientes reflexiones, en tensión resumen el carácter del proyecto, sus propósitos y posibles alcances.
Muchos gobiernos han formulado o formulan políticas tendientes a valorar la ciencia y la tecnología como puntales para el desarrollo. La exitosa experiencia de algunos países, especialmente los asiáticos, ha colocado este tema como prioritario en las agendas gubernamentales. Esta preocupación por la ciencia y la tecnología ha puesto a la universidad a repensar sus relaciones con la esfera productiva y a cuestionar su papel en el desarrollo tecnológico de la sociedad.
La apuesta tecnológica de la política ecuatoriana en el campo de la ciencia y la tecnología posiciona a la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental Yachay en “el corazón de la Ciudad del Conocimiento”. El objetivo consiste en que esta universidad se constituya en el eje que articule toda una estrategia de transformación y de ‘cambio de la matriz productiva’ en un proceso de transición de una economía primario–exportadora hacia una economía del bioconocimiento y de la información.
La promesa redentora consiste en vender la idea de una ciudad-región de alrededor de 40 mil habitantes, “con la más moderna infraestructura para el desarrollo de investigaciones aplicadas”, concebida como un “eco-sistema planificado de innovación tecnológica y de negocios donde se combinan las mejores ideas, talento humano e infraestructura de punta”, generará las aplicaciones científicas de nivel mundial necesarias para alcanzar el buen vivir, y se convertirá en el “más importante HUB de conocimiento de América Latina en producción de tecnología aplicada”. Es en este entorno donde una elite científica-tecnológica-empresarial, con niveles salariales de primer mundo (y probablemente con atractivas ventajas fiscales), alejada del desorden y la contaminación del resto de aglomeraciones urbanas del país, sin tener que convivir con una pobreza moralmente obscena y socialmente explosiva y disfrutando de un paisaje y clima idílicos será la que descubra los tesoros ocultos de nuestra biodiversidad y los conviertan en productos medicinales y de consumo destinados también a un primer mundo ávido de longevidad (1).
El papel asignado a esta futura institución de educación superior va incluso más allá, la idea detrás de este proyecto educativo es diseñar un nuevo tipo de institución superior que sirva de modelo de referencia para las universidades del país.
Este modelo de universidad apunta hacia la implantación de un estándar universitario de carácter instrumental, productivista, de corte empresarial, funcional al mercado y a las políticas de crecimiento económico. Esta tendencia vendría acompañada por una creciente opacidad de los límites del conocimiento como un bien público o como un producto capitalizado al servicio de actividades de lucro. En otras palabras, el sistema universitario estaría avanzando hacia una suerte de capitalismo académico que implicaría una revisión de la misión misma de la universidad y de su relación con su entorno social.
Ciencia, desarrollo tecnológico y universidad
El papel que se pretende asignar a la universidad parte de aquella idea persistente y recurrente en la sabiduría convencional según la cual la innovación es el resultado de la tecnología aplicada, la que a su vez es el resultado de la investigación científica llevada a cabo en las universidades. Esta concepción de la función de la investigación universitaria en el desarrollo tecnológico es recurrente en el discurso oficial y sustenta la acción programática de varias instituciones gubernamentales.
En efecto, la estrategia es clara: una universidad de investigación de tecnología experimental que, conjuntamente con diez y siete institutos públicos de investigación, tendrán como tarea descubrir los tesoros ocultos en nuestra biodiversidad para analizarlos y codificarlos como conocimiento científico que, explotado por empresas de alta tecnología, resultará en el desarrollo de nuevos productos cuya difusión y comercialización permitirán la transformación de la matriz productiva.
Este paradigma presenta dos aspectos problemáticos. Primero, resulta difícil encontrar evidencias que muestren la investigación básica como motor directo de la invención de productos. El láser y el nylon son las dos excepciones más citadas (2) a las que se agrega la biotecnología, disciplina donde se ha producido un dramático acortamiento entre los descubrimientos científicos y sus aplicaciones comerciales. Estos casos son la excepción y no la regla (3). En segundo término, es muy fácil encontrar ejemplos en donde la mayoría de las innovaciones en una rama industrial poco a nada tienen que ver con la aplicación directa del conocimiento científico (4).
Diversos estudios (5) muestran que en la mayoría de las industrias, los resultados de la investigación universitaria desempeñan, en el mejor de los casos, un papel muy secundario en desencadenar nuevos proyectos industriales de investigación y desarrollo. Otra idea errada es creer que la innovación tecnológica desarrollada en las universidades es la fuente de invenciones embrionarias o del desarrollo de prototipos que luego son comercializados por la industria (6). Existe un amplio consenso en aceptar que el estímulo para la innovación proviene sobre todos de los usuarios o se origina en la necesidad de corregir debilidades o deficiencias en los procesos productivos.
Resulta de interés mencionar la experiencia de los países del este de Asia, cuya imitación, especialmente el caso del Corea del Sur, está en el tope de la agenda de la política de desarrollo tecnológico del Ecuador. Al analizar el papel que han desempañado las universidades y los institutos públicos de investigación como impulsores del desarrollo económico de Asia, se puede afirmar que “las economías de Asia oriental nunca consideraron a las universidades como agentes de innovación, al menos no durante su medio siglo de actualización acelerada”(7). Más aun, el acelerado desarrollo tecnológico de estos países no se sustentó en la investigación científica fundamental sino que se enfocó estrictamente en identificar y evaluar tecnologías disponibles. Según los investigadores Mathews y Mei-Chih Hu:
“Las universidades hicieron un papel muy especial en el desarrollo de Asia oriental, no de impulsores de innovación, como se aprecia comúnmente en Occidente, sino de moldeadores de formación de capital humano. Durante ese medio siglo, las universidades estuvieron a la vanguardia capacitando a una generación tras otra de graduados altamente calificados y tecnológicamente sofisticados, que podían emplearse con éxito en empresas locales en busca de ingresar a industrias globales, corporaciones multinacionales y también –y no en menor medida– a instituciones que dirigen el desarrollo industrial de la economía. El fundamento de este papel representado por las universidades y politécnicos recién establecidos fue la tasa creciente y sostenida de alfabetización y aprendizaje aritmético adulto, que hacia el año 2000 estaba aproximándose al 100% en países como la República de Corea y es una de las más altas del mundo”(8).
Siguiendo lo anterior, no fueron las universidades ni sus centros de investigación los motores de la innovación tecnológica, sino las políticas y estrategias diseñadas por instituciones con una visión clara de objetivos y con un personal altamente calificado las que condujeron y conducen los procesos de convergencia tecnológica. Tomando como ejemplo el MITI en Japón, el resto de países establecieron instituciones como el Instituto de Investigación en Tecnología Industrial (ITRI, Taiwán) o el Ministerio de Ciencia y Tecnología – MOST en Corea del Sur, que actuaron como agencias de captura de tecnología y gerentes de divulgación tecnológica, buscando el exterior las tecnologías requeridas por las empresas locales y formando capacidades en esas tecnologías. Estas agencias trabajaron estrechamente con empresas locales, catalizando sus capacidades para convertirse en participantes sofisticados por derecho propio, impulsaron el desarrollo de la capacidad innovadora nacional y, en forma gradual, pasaron de la condición de actualización e imitación a la de desarrollo propio y rápida innovación.
En muchos países, las políticas por aumentar los retornos económicos de la inversión pública en las universidades se han orientado a estimular la creación de aglomeraciones o ‘clusters’ tecnológicos regionales de empresas innovadoras alrededor de estas instituciones. La idea consiste en estimular el desarrollo económico regional y de aglomeración a través de la creación de redes de empresas encargadas de la explotación y comercialización de la investigación y el desarrollo tecnológico originado en las universidades. Estas políticas son motivadas, en parte, por el desarrollo de clusters de alta tecnología en los Estados Unidos, especialmente el ‘Silicon Valley’ en California y, en menor grado, la ‘Route 128’ en el área de Boston y el ‘Research Triangle’ en Carolina del Norte.
A pesar del éxito alcanzado por estos clusters, escasa evidencia soporta el argumento de que la presencia de universidades de alguna manera es el origen del desarrollo regional de aglomeraciones de alta tecnología y, aun menor evidencia soporta el argumento de que las políticas de innovación de los gobiernos son efectivas en la creación de dichas aglomeraciones. Evidentemente que la presencia de universidades y centros de investigación constituye un elemento importante, pero los factores críticos que han primado en el proceso de emergencia y posterior consolidación de los tecnopolos o milieux de innovación son otros vinculados a la presencia de compañías de tecnología avanzada, de cadenas productivas, redes de proveedores de bienes y servicios auxiliares, circuitos financieros y negocios de riesgo como ingredientes indispensables para el desarrollo de sinergias innovadoras y productivas (9).
Por último, es necesario acentuar que el proyecto Ciudad del Conocimiento nada aporta a disminuir la situación de pobreza e inequidad que afecta al país; por el contrario, proyecta a acentuarlos. Ya la globalización se caracteriza por una asimetría fundamental entre los países, en términos de sus niveles de integración, potencial competitivo y participación en los beneficios del crecimiento económico. Por consiguiente, la concentración de recursos, dinamismo y riqueza en una zona al interior de un país tiende a exacerbar dicha asimetría. Se estaría propiciando un proceso peligroso de segmentación caracterizado por una creciente desigualdad y exclusión social: por un lado, un sector económico altamente dinámico, altamente selectivo y altamente excluyente, en el mejor de los casos, una especie de enclave o gueto tecnológico y por otro, el grueso de la economía nacional desconectado de este proceso de acumulación con lógicas sociales y económicas distintas.
Capitalismo académico
Una vez que se acepta al conocimiento como un producto (commodity) a ser comercializado, las universidades se convierten en sujetos de los rudos protocolos del mercado. Los principios permanentes de verdad y rigor intelectual son rápidamente reemplazados por aquellos de efectividad del costo y utilidad y las leyes del mercado son sistemáticamente aplicadas. La investigación tiene lugar únicamente si conduce a la creación de nuevos productos y los cursos o carreras que no son funcionales al desarrollo de habilidades para el mercado de trabajo son considerados como una pérdida de tiempo y recursos (10). Este proceso es mediado por el Gobierno, que pasa a convertirse en la interface entre el capital y el conocimiento, lo que explica la tendencia de la política pública de la educación superior a priorizar el ‘núcleo’ del negocio (“la generación de conocimientos científicos y tecnológicos que eleven la eficiencia productiva”) y restringir las actividades ‘periféricas’ (ciencias sociales y humanísticas) y, es en este contexto, donde el financiamiento de la educación superior y la investigación se convierte en una decisión de inversión basada en objetivos de producción.
* Este texto sintetiza gran parte de las ideas plasmadas en el ensayo del autor denominado “De la universidad funcional a la universidad de la razón”, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador.
1 Acosta, Alberto; Villavicencio, Arturo; Machado, Decio; Ávila, Ramiro y otros. El correísmo al desnudo. Capítulo ¿. Editorial Montecristi Vive, Quito, 2013.
2 Rosenberg, N., Exploring the Black Box: Technology, economics and history, Cambridge University Press, 1994.
3 Arthur, B., The Nature of Technology: waht it is and how it evolves. Free Press – Simon & Schuster, New York, 2009.
4 Cowan, R., “Blurred boundaries: tensions between open scientific resources and commercial exploitation of knowledge in biomedical research”. En: B. Kahi y D. Foray Advancing knowledge and the knowledge economy, MIT Press, 2006.
5 Cohen, W.M.; Nelson, R. y Walsh, J.P., Links and impacts: the influence of public research on industrial, R&D. Management Science 48, 2002.
6 Mazzoleni, R. y Nelson, R., “The roles of research at universities and public labs in economic catch-Up”. En: R. Cimoli, G. Dosi, J. Stiglitz, Industrial policy and development, Oxford Press, 2009.
7 Mathews, J. Y Mei-Chih Hu (2007). “Las universidades y los institutos públicos de investigación como impulsores del desarrollo económico en Asia”. En: Yusuf y Nabeshima, Cómo promueven las universidades el crecimiento económico, Banco Mundial, 2007
8 Ibídem.
9 Castells, Miguel, The rise of the network society. Blackwell Publishers; Oxford, UK, 1996.
10 Bertelsen, E., “Degrees R Us” – The marketization of the university. http://firgoa.es/drupal /node/3675, 2004.
** Profesor académico, investigador medioambiental y parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático cuando éste obtuvo el Premio Nobel de la Paz en el 2007.