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Ciudades rotas: la “slumifacación” como estilo de vida

Ciudades rotas: la “slumifacación” como estilo de vida

 

La realidad del tema urbano, con la conformación de las megalópolis y de otros grandes centros de poblamiento urbano, donde la calidad de vida deja mucho que desear, llama a que la sociedad se pregunte por el cómo acceder y garantizar para todos vida digna, cómo dejar atrás la vivienda precaria, los servicios públicos caros, cómo volver a un manejo público y común de los mismos, cómo garantizar empleo en buenas condiciones, entre ellas un salario justo, cómo brindar una seguridad que garantice tranquilidad sin violentar la privacidad ni los derechos humanos, etcétera. Temas y preocupaciones, unos y otros, que deberían ser centrales en una agenda electoral, como la que hoy transita Colombia, pero que para sorpresa de propios y extraños no son el eje de los debates que por estos días encaran quienes están candidatizados para dirigir las más importantes ciudades del país, engolosinados, por aquello del manejo de la opinión pública, en repetir consignas, más que argumentos, sobre seguridad, vías y movilidad.

 

En la interpretación que Marshall Berman (1) hace del poema de Baudelaire ”Los ojos de los pobres”, frente a las preguntas por él mismo formuladas: “¿Qué hace que este encuentro sea característicamente moderno? ¿Qué lo distingue de una multitud de escenas parisienses anteriores de amor y lucha de clases?”, responde: “La diferencia reside en el espacio urbano en que se desarrolla nuestra escena”. Moderno y urbano, entrelazados, entonces, en la definición formal, pero también en el imaginario de la gente de forma indisoluble. Sin embargo, no se trata de cualquier espacio urbano, pues el industrialismo crea una ciudad abierta, de grandes multitudes y diseñada para la movilidad permanente que, contrariamente a los núcleos urbanos feudales y esclavistas, basa su dinámica en el flujo constante de grandes masas de trabajadores.

 

Ahora, si es aceptada la simbiosis conceptual entre urbano y moderno, es necesario admitir que la modernización ha sido un proceso lento que aún no termina. Según las estimaciones de los organismos multilaterales, tan sólo en el 2008 el número de habitantes de las ciudades supera el de la población rural, aunque una mirada por regiones nos indica que la urbanización ha tenido un desarrollo marcadamente asimétrico. En América del Norte, ya en los años treinta, la población citadina superaba a la rural, mientras que en Europa esa inversión tuvo lugar tan sólo finalizada la Segunda Guerra Mundial. En América Latina el predominio de los pobladores urbanos tiene lugar a comienzos de la década de los sesenta del siglo XX, y en África y Asía, aún hoy en día, a nivel continental, la población rural es mayor que la urbana aunque, paradójicamente, de las veintinueve megaciudades que existen a nivel mundial (más de 10 millones de habitantes), diecinueve están situadas en esos dos continentes (dieciséis son de Asia).

 

Que el mayor número de grandes ciudades empiece a corresponder a países de la periferia, y que en las naciones del centro capitalista la población urbana haya alcanzado la estabilidad, abre una brecha en los análisis del poblamiento, que pone en jaque la sinonimia entre urbano y moderno, dado que en el crecimiento de las ciudades de los países periféricos es grande la importancia de los asentamientos subnormales, dando lugar a la llamada slumificación, −expresión aceptada por los tecnócratas de todo el mundo para referirse a la tugurización−, que obliga a evitar la indistinción de lo urbano y a mirar de cerca las diferencias surgidas de la posición de los países en la división internacional del trabajo.

 

Ciudades globales y ciudades precarias

 

En el 2009, el Banco Mundial publicó en su Informe sobre el desarrollo mundial, los lineamientos de lo que llamó Nueva geografía económica. Allí, sin utilizar el lenguaje de la economía política, esta institución instaba a estimular la centralización física del capital, que pretende tener como base la aceleración de los procesos de urbanización. La justificación de tal impulso reside en los principios de las tres “d”: densidad, distancia y división, que bajo el presupuesto de la eficiencia buscarían con el acercamiento de los procesos productivos (aumentos en la densidad) favorecer las llamadas economías de escala, de un lado, y del otro, ahorrar en costos de transporte (acortar distancias). Según esa lógica, las ciudades son, por principio, más homogéneas que cualquier otra unidad geográfica y en ellas son prácticamente inexistentes las divisiones espaciales (tercera “d”), facilitándose por ello, en su interior, los flujos de materiales y de personas para abaratar, de esa manera, los costos.

 

Para nadie es un secreto que las grandes migraciones del campo a la ciudad son posibles cuando la productividad del sector rural, por el desarrollo de las fuerzas productivas, se eleva hasta un punto que elimina la necesidad de un volumen significativo de fuerza de trabajo. A principios del siglo XX, solamente el 20% de la población de los llamados países desarrollados residía en las ciudades, hoy, los habitantes urbanos superan allí el 80 por ciento del total. En los países periféricos, en los albores del siglo pasado, no más del 5 por ciento residía en los centros urbanos, mientras que en la actualidad, en un país como Colombia, esa población supera el 75 por ciento. Sin embargo, debe señalarse que el proceso de urbanización en los países dominantes se tradujo en la conversión de los migrantes del campo en trabajadores industriales formales, mientras que en las periferias buena parte de la población desplazada a las ciudades asumió, desde el comienzo del proceso, la condición de informales.

 

Los procesos de desindustrialización que actualmente viven los países del centro capitalista ha trasladado la dinámica de sus ciudades a los servicios tecnológicos y financieros, mientras que en las ciudades de la periferia ese dinamismo está a cargo de lo que algunos autores denominan servicios banales, es decir aquellos no relacionados con la producción sino con el consumo. Esa distinción es fundamental, pues los procesos de centralización económica en los países de capitalismo maduro, tienen una connotación distinta a la de las naciones marginales, negando generalizaciones como las del Banco Mundial de que “La producción económica se concentra, mientras que los niveles de vida convergen” (2). La existencia de más de mil millones de personas malviviendo en los tugurios de las megaciudades de los países subordinados son prueba viviente de esa falacia.

 

La socióloga y economista holandesa Saskia Sassen acuñó el término ciudad global, para señalar que en realidad la jerarquía de las urbes depende del grado de influencia económica, política y cultural que tengan más allá de las fronteras nacionales. Estas ciudades se distinguen porque cuentan con una infraestructura surgida de y para los intercambios internacionales, cuyo símbolo es el Distrito internacional de negocios. Y, desde esa perspectiva, el carácter de lo urbano cambia pues aglomeraciones de gran tamaño no significan, necesariamente, focos notables de poder. Dentro de las diez principales ciudades globales cuatro son estadounidenses (Nueva York, Los Ángeles, Chicago y Washington); dos son europeas (París y Londres) y cuatro son asiáticas (Tokio, Hong Kong, Beijing y Singapur), desapareciendo del mapa de importancia las megaciudades latinoamericanas y africanas. 

 

Una marcada condición dual de lo urbano, en la que aparecen de un lado grandes moles de cemento en forma de distritos de oficinas, centros comerciales −cavernas, según la metáfora de José Saramago– o viviendas de lujo alambradas, y en el otro, como contracara, los mega-tugurios, es en el momento un rasgo casi privativo de las ciudades de los países de la periferia, sin embargo, si en el capitalismo maduro la brecha de los ingresos se sigue ensanchando, es probable que tal característica termine por convertirse en el rasgo común y grotesco de la urbes de la postmodernidad. 

 

El cemento transfigurado en lodo

 

Kibera y Dharavi son quizá los dos asentamientos informales más grandes de África y Asia, y también los más mediáticos. El primero, situado en Nairobi, la capital de Kenia, y el segundo en Bombay, capital del estado federal de Maharashtra en la India, saltaron a la fama por servir de escenario para los filmes ingleses “El jardinero fiel” y “¿Quién quiere ser millonario?” respectivamente. El paisaje de vías lodosas o polvorientas según sea el clima, montañas de basura de todo tipo y excremento humano regado por las calles, son el marco de millones de vidas que luchan diariamente por la sobrevivencia. Los remedos de vivienda no cuentan con agua corriente y menos con infraestructura sanitaria. Desde el 2013, Naciones Unidas señaló el 19 de noviembre como Día mundial del retrete, para recordarnos que dos mil quinientos millones de personas carecen de ese servicio básico en el mundo, y que en lugares como Kibera ha sido sustituido por los flying toilets, que no son otra cosa que bolsas plásticas donde se depositan las heces para ser arrojadas en las calles. Sin embargo, el “espíritu de superación”, nos dicen los medios convencionales, ha llevado a que los baños públicos de pago sean un negocio.

 

La revista inglesa The Economist publicó el 22 de diciembre de 2012 un artículo (3) sobre el mundo económico de Kibera, y en términos elogiosos lo denominó el lugar con más emprendedores del mundo. Destacaba como, además del negocio de los baños, dado que no existe educación pública, han sido fundadas escuelas privadas que, en no pocas ocasiones, tienen que cobrar el valor de la tarifa con trabajo de los mismos estudiantes. En las noches, el trabajo como escolta que contratan los habitantes que salen del barrio a laborar, si es que quieren llegar a salvo a sus casas, es otro de los oficios particulares de Kibera, que la publicación resalta. Un mercado de un millón de personas, dice la revista, no es despreciable, así esté conformado por seres que viven en la miseria. Igualmente, citan al periodista Robert Neuwirth, autor de “Ciudades sombra: las urbes del futuro”, haciendo eco de su afirmación de que no debemos olvidar que el Upper east side de Nueva York fue una vez un barrio pobre, y que todas las ciudades que hoy brillan comenzaron como lodo. Afirmación basada en una peligrosa naturalización de los procesos urbanísticos, y en la idea que el tugurio no es una aberración del capital sino el punto de inicio de todo conglomerado urbano. Neuwirth no es el único que lo cree, en Lima los asentamientos informales reciben el nombre de ‘Pueblos jóvenes’, eufemismo que conduce a la misma creencia “evolutiva” de los procesos de urbanización.

 

Dharavi tiene una connotación un poco distinta en su estructura económica, pues la alfarería, el reciclaje de plástico y los pequeños talleres de confección que maquilan para algunas empresas más grandes, le ha dado al asentamiento un aire de barrio-taller que, según algunos observadores puede facturar entre 460 y 550 millones de euros anuales. Está incluido en los llamados Reality Tour, en los que la miseria se convierte en exotismo de goce para los turistas y donde se busca vender la idea que todos hemos comenzado así; que esa vida es una muestra del origen de nuestro devenir como humanos.

 

La ausencia total del Estado y la privatización absoluta de los precarios servicios son la constante en estos asentamientos marginales, que revistas como The Economist y Forbes buscan idealizar. El llamado “emprendimiento”, que no es otra cosa que un eufemismo para disfrazar la informalidad precarizada al máximo, empieza a preverse como la forma futura de ocupación más común, y pretende ser legitimada a través de la idea de la miseria como una forma de vida extrema asociada a la libertad. El rechazo al cemento, el asfalto y el acero que en nuestro inconsciente anida, por su asociación con las férreas condiciones de vida y disciplina que impone el capital, busca ser aprovechado para que aceptemos en su reemplazo techos de cinc, tela asfáltica, madera usada y lodo mezclado con excremento en las calles, pues es dable anticipar que la ascendente asimetría en la distribución del ingreso y los crecientes precios del espacio construido conducen a la mayoría de la población a convertirse en habitantes de los espacios pauperizados.

 

 

Subordinación y tercerización

 

Los países periféricos nunca alcanzaron procesos de industrialización realmente autónomos. El modelo primario exportador que caracterizó a las economías subordinadas, y particularmente a Latinoamérica, estructuró sus núcleos urbanos en función de la producción y oferta de servicios, entre los que la comercialización de bienes de consumo importados, junto con los servicios personales, fueron desde tempranas épocas centro neurálgico de la vida económica en estas ciudades. En etapas más recientes, los procesos de desindustrialización temprana, impuestos por la nueva distribución internacional del trabajo y la resultante reprimarización de la economía, reforzaron la producción terciaria, hasta el punto que el 70 por ciento de la ocupación laboral corresponde al sector de los servicios, siendo los tradicionales, con baja tecnología, los de mayor significación. Esto hace más vulnerable la población a la marginalidad −desde 2015 ha crecido nuevamente en valores absolutos la población que habita viviendas infranormales, que en el presente suman alrededor de 120 millones de personas−, en razón de las reducidas remuneraciones en ese sector de la economía. Y, como quiera que alrededor del 67% del producto es generado en las ciudades, los deterioros en el ingreso aumentan los riesgos que la población con déficit habitacional sea mayor.

 

No es una simple coincidencia que el asentamiento informal más grande del planeta, Neza-Chalco-Itza, esté situado en nuestra región, en la ciudad de México, albergando una población de cuatro millones de habitantes −cuatro veces más que los asentamientos subnormales de África y Asia−. En Brasil, el país más poblado de América Latina, existen no menos de 750 favelas en las que residen 12 millones de personas, de las cuales dos millones corresponden a Rio de Janeiro. Las estimaciones más recientes sitúan al 25 por ciento de habitantes urbanos del continente en comunas subnormales, si bien con fuertes diferencias entre países, pues tenemos en un extremo casos como el de Haití, con el 70 por ciento de pobladores urbanos marginales, y a Chile, en el otro lado de la situación, con 10 por ciento, muy por debajo del promedio. Se prevé que en el 2030 América Latina se convierta en la región más urbanizada del mundo, con aproximadamente el 80 por ciento de la población viviendo en las ciudades, sin que el problema de las barriadas informales haya sido derrotado.

 

La segregación socio-espacial también muestra una marcada tendencia a crecer en América Latina, y la conformación de verdaderos guetos, que es en lo que se están convirtiendo los asentamientos periféricos en el mundo −en los que la precariedad empieza a mostrarse como un estilo de vida más−, no son ajenos en nuestro medio. Las Naciones Unidas señala que los procesos de urbanización de las áreas marginales, asumidos como meras yuxtaposiciones al tejido urbano, son un gran riesgo para el futuro: “Al expandirse sin visión integradora, las periferias pueden exacerbar la segregación y estigmatización socioespacial de las comunidades que las habitan. Las periferias pueden convertirse en trampas de pobreza para grupos de población que no logran aprovechar las ventajas que ofrece la urbanización” (4). Además, Naciones Unidas (5) también muestra que existe una relación directa entre el tamaño de las ciudades y la desigualdad, ensombreciéndose aún más el panorama; en efecto, el promedio del coeficiente de Gini para el periodo 1990-2010 tanto para las megaciudades (más de diez millones de habitantes) como para las ciudades consideradas “muy grandes” (entre cinco y diez millones de habitantes) fue de 0.553, que las clasifica en el grupo de “muy alta desigualdad”, mientras que el de las ciudades que tienen entre 500 mil y cinco millones de habitantes fue 0.481; las pequeñas (entre 100 y 500 mil habitantes), en el mismo período, arrojaron un índice de 0.460, significativamente menor que el de las de megalópolis. Ahora, si las ciudades de la región muestran una clara tendencia al crecimiento ¿es dable esperar que la desigualdad urbana disminuya? 

 

Colombia no ha tenido una trayectoria distinta a la del resto de países del área. En 1938, cuando comienza el proceso de urbanización modernizante, de los casi 11 millones de habitantes del país el 30 por ciento habitaba en las cabeceras urbanas, alcanzando el predominio la población de las ciudades un cuarto de siglo más tarde. En la actualidad, si nos atenemos a las cifras del último censo del 2005, el 75 por ciento de los habitantes del país son urbanos. La concentración de la población es alta, el 65 por ciento de las personas reside en 47 municipios (4,2 por ciento del total), y en esas unidades político-administrativas más del 90 por ciento de la población vive en las cabeceras (6). 

 

El índice de primacía urbana de Bogotá, es decir el peso que la población de la ciudad tiene sobre las demás, ha aumentado en las tres últimas décadas, alcanzando el valor que tuvo a mediados del siglo pasado, cuando la ciudad era prácticamente la única con características urbanas modernas. En Bogotá, la informalidad espacial cubre un área de 6.900 hectáreas que albergan el 23 por ciento de la población −superior al promedio del país− y que se distribuyen en aproximadamente 1.600 barrios. Cifras que refuerzan la existencia de una clara relación entre el tamaño de las ciudades y los núcleos subnormales.

 

La distopía urbana

 

Pretender que existe una relación automática entre concentración de la población y mejoramiento de las condiciones de vida, a la manera que lo plantea el Banco Mundial es por lo menos, una ligereza. Como hemos visto, la resistencia a la disminución de la población que habita asentamientos informales −las cifras de los organismos oficiales muestran que de los 1.000 millones de habitantes urbanos marginales actuales, en el 2030 se pasará a 1.400 millones− es señal de que la situación de las ciudades fordistas, que prometía una creciente mejora de los ciudadanos, ha sufrido un cambio brusco. El fin del Estado de Bienestar y la introducción de los principios ultraliberales, que han conducido a diferencias cada vez mayores entre los ingresos de los privilegiados y el común de las personas, tiene que reflejarse necesariamente en el orden territorial.

 

El descenso sistemático de los salarios reales, que en el mundo va a completar medio siglo y la pérdida de participación del conjunto de los trabajadores en el producto, está ya materializándose en el rostro que muestran las ciudades. El proceso de deslocalización y adelgazamiento que sufre la producción de bienes ya ha pasado factura a ciudades del llamado mundo desarrollado como Detroit, que pasó de tener una población de 1,9 millones de habitantes a contar ahora con tan sólo 700 mil, con la consecuente generación de ruinas y pauperización de sus habitantes que en épocas pasadas fueron, en su mayoría, trabajadores formales de la industria del automóvil, remunerados aceptablemente. Yougstown, Ohio, que creciera alrededor de la más grande acerera de Estados Unidos es otro ejemplo de como la desindustrialización está alterando el panorama urbano del capitalismo maduro, al pasar de 190 mil habitantes en los años cincuenta a 65 mil actualmente. Nueva York, considerada una de las ciudades globales más importantes es, sin embargo, altamente deficiente en aspectos como la infraestructura del transporte público, del que el metro de la ciudad es buen ejemplo.

 

Las privatizaciones de los servicios públicos que han ralentizado las inversiones en infraestructura y elevado el valor de las tarifas, y la imposibilidad creciente de comprar un inmueble por el doble efecto que representan el descenso estructural de los salarios y el alto precio de la vivienda, reflejado en las llamadas burbujas inmobiliarias, amenazan a una parte importante de la población y la obligan, si no se organiza, a que mire los asentamiento informales con ojos distintos a los de los turistas mórbidos. La forma y distribución del espacio es un reflejo, no mecánico, claro está, de las relaciones sociales, razón para preguntarnos por la forma que tomarán las ciudades cuando el 1 por ciento que conforma la élite posea el 99 por ciento de la riqueza, y el 99 por ciento de la población quede constreñido a poseer tan sólo el 1 por ciento de los activos. Kibera, Dharavi, Rociña y Neza-Chalco-Itza, quizá ayuden a imaginarlo. 

 

1 Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Siglo XXI editores, 5ª edición, p. 149

2 Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo mundial 2009, Washington, D.C., P. 6

3 Boomtown slum es el nombre del artículo y puede ser consultado en: http://www.economist.com/news/christmas/21568592-day-economic-life-africas-biggest-shanty-town-boomtown-slum 

4 Onu-Habitat, Estado de las ciudades de América Latina y el Caribe 2012: rumbo a una nueva transición urbana, Recife, Brasil, P. 38. Así mismo, Onu-Habitat remarca en este mismo trabajo que: “Existe además una fuerte relación, aunque poco sistematizada, entre desigualdad de ingreso y fragmentación espacial. Son fenómenos que se refuerzan mutuamente y representan un desafío para los gobiernos Al vivir en un barrio precario o de alta concentración de pobres, se reducen el acceso y las oportunidades de empleo, educación y servicios, mientras aumentan la exposición a la violencia urbana y la vulnerabilidad a los desastres naturales, (…)”, p. 50 

5 Onu-Habitat y Banco de desarrollo de América Latina, Construcción de ciudades más equitativas: políticas públicas para la inclusión en América Latina.

6 Universidad Externado de Colombia y Fondo de Población de Naciones Unidas, Ciudad, espacio y población: el proceso de urbanización en Colombia, Bogotá, Colombia, 2007.

  • Economista. Integrante del consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.
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