La realidad desmiente el discurso oficial sobre el desempeño económico del país: en 2015 su crecimiento alcanza un lánguido 2,8 por ciento, la producción industrial cae con un negativo -3,6, las exportaciones se reducen drásticamente, las cuentas fiscales arrojan cifras en rojo y el Gobierno incrementa la deuda externa mientras prepara otra agresiva reforma tributaria. El modelo de desarrollo forzado basado en las actividades extractivas y la especulación financiera colapsó.
Por varios años nos dijeron que la economía colombiana estaba blindada ante cualquier desajuste mundial. Afirmación falaz. En la compleja realidad del día a día, tal armadura, además de oxidada, resultó vulnerable. Así lo constatan las cifras de su desenvolvimiento, de las cuales se deduce el colapso de la economía criolla y el fracaso del modelo impulsado por la oligarquía nacional.
Un presente con pasado. Influenciado por el lento e inestable comportamiento de la economía mundial, cuyo crecimiento osciló alrededor del 3 por ciento anual durante las últimas cuatro décadas, el Producto Interno Bruto (PIB) colombiano cayó a -4,2 en 1999 y, aupado por el festín de los altos precios de las materias primas en los años subsiguientes se recuperó, creciendo hasta 2011 con tasas cercanas al 7 por ciento anual; los años siguientes evidencian la destorcida y derrumbe: para 2015 el crecimiento económico nacional es inferior a la dinámica mundial, esto es, un modesto 2,8 por ciento (ver gráficos 1 y 2).
Un desplome evidente. En 2015, las únicas ramas económicas que muestran algún crecimiento son el comercio y los servicios. Las cifras de la Muestra Mensual Manufacturera, reveladas recientemente por el Dane, indican una caída de 3,6 por ciento en la producción manufacturera durante abril de 2015 y de 2,6 en las ventas; en el acumulado de los cuatro primeros meses la producción industrial descendió 2,4 por ciento, cuando un año atrás creció en 2,6 (gráfico 3). Para el año 2016, según proyecciones, el crecimiento del PIB nacional caerá al 2 por ciento.
Un resultado que no es casual. Con la apertura económica, gozando de una tasa de cambio sobrevaluada e impulsados por el consumismo desaforado de la clases media y adineradas, los empresarios nacionales desmontaron sus empresas y echaron a la calle a sus trabajadores, dedicándose a la cómoda tarea de importarlo todo. En especial, para el consumo final de los hogares; las mercancías las traen elaboradas de Estados Unidos y de China, sin agregar valor alguno ni tomar en consideración la debacle de la producción nacional, el deterioro del mercado laboral y el endeudamiento externo del país. Hoy la balanza colombiana registra un déficit estructural y creciente. En los cuatro primeros meses de 2015 el déficit comercial suma US $ 5.060 millones (FOB); con Estados Unidos el desbalance entre importaciones y exportaciones es de US $2.024 millones y con China el desequilibrio suma US $2.612 millones. Con la Unión Europea, Japón, Canadá, México, Chile y Brasil la balanza comercial es igualmente deficitaria, aunque en menor medida (gráfico 4).
En el año 2014 la economía nacional creció en 4,6 por ciento (en 2013 el resultado arrojó un 4,9) impulsada por los sectores de la construcción, servicios sociales, comunales y personales y por la intermediación financiera; el comportamiento de la industria y de minas y canteras no fue tan bueno como en 2013, muestra de ello es que el valor agregado de petróleo y gas cayó 1,4 por ciento el año pasado, que el de minerales no metálicos se contrajo 8,4 por ciento –debido a una reducción en la producción de oro y níquel– y que la refinación de crudo decreció 8,7 por ciento.
En paralelo, durante 2014 las exportaciones cayeron en 1,7 por ciento (el valor exportado fue de 83.901 miles de millones de pesos) y las importaciones crecieron en 9,2 por ciento (el valor importado alcanzó el valor de 149.646 miles de millones de pesos); en consecuencia, el déficit de la balanza comercial para 2014 fue de 65.745 miles de millones de pesos.
Dinámica que se mantiene. Durante el primer cuatrimestre de 2015 las importaciones caen en 8,1 por ciento, respecto al año 2014, principalmente por la menor demanda en bienes de capital (-8,8), con lo cual el atraso tecnológico y la pérdida de competitividad tienden a acentuarse. En contraste, la importación de bienes agropecuarios, alimentos y bebidas registran un crecimiento de dos por ciento. Respecto a las exportaciones, la caída en los primeros cuatro meses de igual año alcanza 28,9 por ciento; el desplome más dramático lo presenta la exportación de combustibles y productos de las industrias extractivas con -41,1 por ciento. Para el total del año 2015 se estima que el déficit acumulado de la balanza comercial alcance la cifra de US $ 16.188 millones (FOB), según las cifras de Dian-Dane.
Otros indicadores constatan de igual manera el desplome del modelo de “desarrollo”. De acuerdo con las estadísticas del Banco de la República, la caída del PIB nacional de 4,9 por ciento en 2013 a 2,8 en los primeros cuatro meses de 2015 se explica, por el lado de la demanda, en la drástica disminución de las exportaciones y la reducción palpable en el consumo final y la formación de capital. Respecto a estos dos últimos indicadores, el consumo final venía creciendo hasta el año 2013 a un ritmo superior al 5 por ciento anual, en 2014 disminuye a 4,7 (la disminución más drástica se registra en el consumo de los hogares); la formación bruta de capital que creció a una cifra de 14 por ciento en 2013 cae a 8,6 al finalizar 2014 (lo que presagia, como se señaló anteriormente, un mayor envejecimiento de la planta productiva, perdida de innovación tecnológica y menor productividad y competitividad).
El sector financiero también está resentido. Hasta antes de la crisis del año 2008 la cartera total (en moneda nacional y extranjera) crecía a un ritmo promedio anual cercano al 30 por ciento; en 2015 lo hace al 13. Peor aún, de acuerdo con las estadísticas del Dane sobre cartera hipotecaria de vivienda, la variación anual porcentual de la cartera vigente cae de 4,5 a finales de 2013 a 3,1 un año después, en tanto la cartera vencida, que disminuía a un ritmo de 5,5 por ciento anual en 2013, comienza a aumentar a una variación porcentual positiva anual de 3,3 en 2014, reflejando de esta manera las mayores apuros financieros de los hogares colombianos y el desinfle, lento pero continuo, de la burbuja especulativa inmobiliaria.
De otra parte, la caída en los precios del petróleo tiene efectos fiscales para la economía. El presupuesto de 2015 fue realizado con un precio promedio de US$ 97 dólares, pero con el comportamiento del crudo, ese precio cayó a cerca de US$50 dólares por barril. “Por cada dólar que caiga el barril, son 300.000 millones de pesos de hueco que le abre al Estado colombiano”, explica el presidente de la ACP, Francisco Lloreda (1).
La meta de recaudo tributario, según estimativos del Ministerio de Hacienda, bajó en $7 billones de pesos; mientras que en marzo de 2015 la Dian anunció que la meta de recaudo sería de 123,5 billones de pesos, ahora, en junio, la expectativa es de 116,8 billones. La situación es atribuible a la crisis provocada por el bajo precio del petróleo a nivel internacional, que impactó el ingreso del país en 14,5 billones de pesos, entre impuestos y dividendos de Ecopetrol, según declaraciones del ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas (2).
Los efectos de los bajos precios del petróleo se sentirán con más evidencia en 2016. Más de dos terceras partes de los ingresos petroleros del Gobierno en el 2015 dependen de los resultados de las empresas del sector en el 2014, los cuales fueron relativamente buenos, y la Regla Fiscal está dando flexibilidad para que la menor renta petrolera se sustituya con más deuda y no con más impuestos o recortes de gastos (es decir, un aumento del déficit fiscal). De esta forma, el déficit fiscal estimado para 2015 está aumentando en casi 4 billones de pesos frente a los pronósticos previos. Los resultados financieros de las empresas petroleras este año serán muy inferiores a los del 2014, lo que afectará con mayor fuerza los ingresos fiscales del próximo año, mientras que la Regla Fiscal otorgará menos flexibilidad una vez las proyecciones de precios estructurales del petróleo para los próximos años sean revisados a la baja. Esto significa que la caída de la renta petrolera en el 2016 podría superar los 10 billones de pesos frente a 2014, y que solo una porción menor de este monto podría sustituirse con deuda. No obstante, sólo dos únicos caminos tiene el Gobierno para obtener ingresos: elevar los impuestos que pagan los ciudadanos o endeudarse más.
Como si el escenario económico no estuviera cambiando negativamente, el gasto público en relación con los ingresos aumenta de manera desproporcionada. En el año 2011 el desbalance fiscal fue de 1,1 por ciento respecto al PIB; en 2012 aumentó a 1,8; en 2015 alcanzará un déficit fiscal de 2,8 por ciento (el propio Gobierno estima un faltante del orden de los 12,5 billones) y en 2016 el mismo indicador trepará a 3,4 por ciento respecto al PIB (ver gráfico 5). Ante la imposibilidad de ampliar el déficit fiscal del 2016 en esa magnitud, el Gobierno estaría ante la necesidad de hacer un fuerte recorte de gasto y un aumento de impuestos que afectarían el consumo público y el gasto privado.
Por la ley de atracción, eventos negativos atraen otros males y viceversa. En los cinco primeros meses del año, la Inversión Extranjera Directa (IED) cayó 14 por ciento en Colombia, alcanzando los 5.688 millones de dólares frente a igual periodo del 2014, según indica la balanza cambiaria. La caída resume los menores recursos destinados al sector petróleo y minas, que bajaron de 5.508 millones de dólares a 4.410 millones (el 20 por ciento interanual) en mayo de este año. El gremio financiero, Anif, calcula que la IED disminuirá cerca de un 20 por ciento en 2015, respecto a los 16.054 millones de dólares que recibió el país en el 2014 (3).
Los problemas fiscales y de la balanza comercial y cambiaria han conducido a una acelerada devaluación de la moneda colombiana, al alza de la inflación, tasas de interés elevadas, a un incremento en el endeudamiento público y al requerimiento de una nueva reforma tributaria.
En relación con 1994, tomado como año base, la devaluación nominal, a mayo de 2015 va en 33,3 por ciento y la real en 8. Además, el mayor precio del dólar no ha conducido a un ajuste en la balanza comercial como preveían los “expertos” económicos: el pobre comportamiento de la industria nacional persiste en medio de la recuperación de la tasa de cambio, que subió de un promedio de 1.917 pesos al corte a 31 de mayo del 2014 a 2.436 pesos en igual fecha de 2015. Al cierre del mes de junio el mercado de divisas registró una tasa promedio para el dólar cercana a los $2.590 pesos. La devaluación también jugará un rol importante en el debilitamiento del consumo privado y en la importación de bienes de capital, debido, de una parte, a la pérdida de poder adquisitivo de los hogares medidos en dólares, que afectará la demanda de bienes de consumo importados, de otra, al mayor costo relativo de importar maquinaria y equipos.
Respecto a la inflación (IPC, índice de precios al consumidor), la meta fijada por el Banco de la República para 2015 era de 3 por ciento anual; para el mes de abril el incremento en el valor de la canasta familiar va en 4,7 por ciento (en 2013 el IPC fue de 1,94 y en 2014 de 3,66), inflación ocasionada principalmente por la carestía de los alimentos cuyos precios a mayo de 2015 acumulan un crecimiento anual de 6,2 por ciento. Valiéndose de la inflación, capitalistas y tecnócratas cargan sobre la clase trabajadora todo el peso de la pérdida del poder adquisitivo de la moneda, cuyo salario real baja sensiblemente debido al aumento de los precios de los bienes de consumo. Los pequeños y medianos productores igualmente padecen la inflación al no poder elevar los precios de sus productos –como sí lo pueden hacer los monopolios y transnacionales–, terminando devorados por los grandes empresarios. Es la ley de la concentración y la centralización del capital. En consecuencia, en términos reales, las cifras del comercio al por menor, según el Dane, han caído en 3,2 por ciento durante los cuatro primeros meses del año respecto a 2014 por efecto de la menor demanda efectiva de los hogares.
Las afugias (un extraña combinación de crisis y de angustia, que casi siempre tiene que ver con el tema financiero) de los hogares darán al traste con las esperanzas del Gobierno en reducir la pobreza. Los tiempos de las vacas gordas que le permitieron financiar el gasto asistencial, que generó una comunidad de subsidios-dependientes conformada por 4,5 millones de colombianos, quedarán opacados por la llegada del tiempo de las vacas flacas. La incidencia de la pobreza por ingresos que caía de manera sostenida desde el año 2001 inicia el cambio en la tendencia a partir de 2015, debida al ajuste fiscal oficial, el alza en el valor de la canasta familiar y las mayores dificultades en los mercados de trabajo.
En este sentido, recientemente, la subsecretaria general de la ONU y directora de Pnud para América Latina y el Caribe, Jessica Faieta, mostró su preocupación por la vulnerabilidad en la que encuentra el 37 por ciento de la población latinoamericana (es decir, aquellos que están justo por encima de la línea de la pobreza, pero que no pueden considerarse clase media) que, por el aumento del trabajo precario en la región, podría recaer en la pobreza (4). Es un hecho que la tasa de desempleo en Colombia aumentó de 9,0 en abril de 2014 a 9,5 en abril de 2015; la tasa de desempleo ya bordea su nivel estructural de largo plazo, perdiéndose los logros en la generación de empleo de los últimos años (ver gráfico 6).
De otra parte, el incremento en las tasas de interés impone mayores cargas a los consumidores e inversores, reduciendo los gastos de los hogares o postergando los proyectos de inversión. Las tasas de interés del DTF (depósitos a término fijo), por ejemplo, según cifras del Banco de la República, aumentaron de 3,8 por ciento en mayo de 2014 a 4,5 en el mismo mes de 2015. De acuerdo con el sector empresarial, existen elevados costos financieros para la industria, generando posibilidades limitadas para inversión y modernización de las compañías.
Como fue anotado, las finanzas del Gobierno también pasan por una difícil situación. En el año 2014 el sector público consolidado registró un déficit (los gastos fueron mayores que los ingresos) de 13,7 billones de pesos, equivalente a 1,8 por ciento del PIB. El desequilibrio más preocupante lo registra el Gobierno nacional central: en 2014 los ingresos fueron equivalentes al 16,7 por ciento del PIB y los gastos al 19,1 por ciento, en consecuencia, el déficit significó 2,4 por ciento del PIB. Para el año 2016 el déficit puede llegar a 3,4 por ciento en relación al PIB. Como en economía no hay almuerzo gratis, el Gobierno ha tenido que endeudarse más para financiar el déficit (además de expoliar con mayor intensidad los recursos minerales y energéticos). Según las cifras del Ministerio de Hacienda y Crédito Público, el sector público no financiero (SPNF) incrementó la deuda pública de 297,7 billones de pesos en 2013 a 359,6 billones de pesos en 2014 (ver gráfico 7). Actualmente las condiciones de endeudamiento externo se ponen más difíciles por el aumento en las tasas de interés decretadas por la Reserva Federal estadunidense y por la devaluación del peso, doble efecto que encarece la deuda pública.
Asimismo, como no hay plazo que no se cumpla o deuda que no se venza, con el fin tanto de pagar el endeudamiento actual del Gobierno como también para buscar cerrar el déficit fiscal, esta afectación de la hacienda pública quedará traducida en nuevas reformas tributarias para elevar los impuestos y recaudar mayores ingresos. Así lo explican las tres reformas tributarias de los últimos años (la minirreforma del 2010, la reforma del 2012 y la del 2014). No obstante, los ingresos tributarios, si bien se incrementan año tras año (entre el 2014 y 2015 se espera un 7,8 por ciento más) la cifra como proporción del PIB no cambia. En general estas reformas han afectado el bolsillo de los trabajadores, en particular de la clase media, y en menor medida el de los empresarios.
Economía y sociedad
Dos cosas son seguras en la vida, la muerte y los impuestos. Teniendo en cuenta el rápido deterioro de las cuentas fiscales, lo más seguro es que el Gobierno presente una nueva reforma tributaria en el segundo semestre de 2015. El ministro Cárdenas advirtió que ya las empresas no dan más y en que, por tanto, “tenemos perfectamente claro que no vamos a subirles más los impuestos”. ¿Sobre quién, entonces, caerá la nueva carga tributaria? Los recursos, según afirma el Gobierno, deberán provenir de las entidades sin ánimo de lucro, que generan ingresos por 120 billones de pesos al año y no pagan impuestos; y del control de la evasión, de la mano con un fortalecimiento de la Dian para que haga una mejor fiscalización (se estima que de las entidades sin ánimo de lucro, más la aplicación de la medida de exigir factura electrónica, obtendrá el Gobierno 4 billones de pesos en 2016). Además, éste impulsa la venta de las “pocas joyas de la corona” que aún quedan en manos del patrimonio público: Isagen y Ecopetrol. Adicionalmente se oprimirá el acelerador a las actividades extractivas, a pesar que las reservas de petróleo y gas están en preocupante reducción. Y no menos importante, saldrá a subasta pública la venta de dos grandes territorios del país: La Orinoquía y la Amazonía, apetecida por especuladores e inversores criollos y extranjeros.
Las cifras lo confirman, la persistencia en el camino recorrido por parte del establecimiento lo reafirma, y la dinámica internacional lo refuerza: la crisis del modelo económico colombiano no es de poca monta; sus implicaciones son graves para la clase trabajadora y sectores populares. No obstante, no podemos caer en la falacia biologista. Toda sociedad puede organizarse y puede desintegrarse. Si perece no es por agotamiento y si persiste no es siempre por vitalidad. Mucho depende de las fuerzas sociales en confrontación, del grado de conciencia de los individuos, de la capacidad de organización, del poder de creación de proyectos alternativos de desarrollo y del éxito en su materialización política, económica, ambiental y cultural. La sociedad no es exclusivamente una realidad, es también un conjunto de posibilidades. El pensador alemán Martin Heidegger lo afirmó: “más alta que la realidad está la posibilidad”. Y agregó: “En la coparticipación y en la lucha es donde queda en franquía el poder del ‘destino colectivo’” (5).
1 http://www.noticiasrcn.com/nacional-economia/afecta-al-pais-caida-del-precio-del-petroleo
2 http://www.eltiempo.com/politica/gobierno/ingresos-petroleros-se-reduciran-para-2015/15419736
5 Heidegger, Martin, El ser y el tiempo, FCE, 2ª reimpresión, 1980, p. 415.
*Economista, investigador social independiente. Integrante del Consejo de redacción, Le Monde diplomatique, edición Colombia.
Capitalismo y crisis, relación simbiótica
Las crisis implican el vasto colapso de las relaciones políticas, económicas y sociales. En general, estas implican la paralización de los principios operativos y organizativos de la sociedad conduciendo a su transformación. Toda crisis conlleva cambios sociales. Más que buscar una explicación estrictamente monocausal de los períodos históricos de las crisis, éstas obedecen a una correlación de factores concurrentes. Además, ellas no afectan de la misma manera ni en igual proporción a todos los grupos o clases sociales; en respuesta a estas, los modos de conciencia son diversos, como las salidas o medidas para enfrentarlas, según intereses y necesidades. Las crisis son momentos de paradojas y posibilidades, de las que pueden surgir todo tipo de alternativas.
El economista neomarxista estadounidense David Gordon (1944-1996) al opinar sobre las crisis, afirmó que suceden cuando una estructura de instituciones sociales existente pierde capacidad para seguir impulsando el sistema y se convierte en un obstáculo para su marcha.
Vivimos en un mundo realmente «planetario». Toda crisis es mundial, por las interdependencias, conectividades y tejidos sociales construidos, multisectorial y pluridimensional. Con un capitalismo en plena expansión destructiva y alienante, sustentado en la exclusión de las mayorías, la explotación de los trabajadores y la expoliación de la naturaleza, las crisis son ahora más agresivas, deshumanizadas, y degradantes de la condición humana. Las crisis económicas, entendidas como estado de bloqueo para la producción de excedentes y la reinversión, afectan a todo el sistema y se convierten en crisis mundial como lo evidencian las acaecidas en 1848, 1929, 1973 y 2008.
El capital se ha constituido, según David Harvey, en el flujo vital que nutre el cuerpo político de todas las sociedades que llamamos capitalistas. La lógica del capital está fundamentada en el crecimiento exponencial sin fin y en la acumulación continua de los excedentes económicos. Sean cuales sean las innovaciones o desplazamientos que tengan lugar, la supervivencia del capitalismo a largo plazo depende de su capacidad para mantener una tasa de crecimiento compuesto del tres por ciento. Por debajo de esta cifra entra el sistema en recesión. De hecho, el capital no es una cosa, sino un proceso en el que se expide continuamente dinero en busca de más dinero. En el capitalismo, las crisis son no sólo inevitables sino también necesarias, ya que es la única forma de restaurar el equilibrio y resolver, al menos temporalmente, las contradicciones internas de la acumulación de capital. Las crisis son racionalizadoras irracionales de un capitalismo siempre inestable.
La historia de la teorización de las crisis define, tradicionalmente, tres causas: i) la contracción de los beneficios (estos caen ante el aumento de los salarios por encima de la productividad del trabajo), ii) la caída de la tasa de ganancia (los cambios tecnológicos que ahorran trabajo y la competencia «ruinosa» presionan los precios a la baja) y el subconsumo (falta de demanda efectiva y tendencia al estancamiento, asociada a la excesiva monopolización). Recientemente, se han agregado los aspectos de la degradación de la naturaleza y la contaminación ambiental al igual que la especulación, el parasitismo financiero y la corrupción como causantes de las crisis modernas (1).
El colapso del neoliberalismo
El neoliberalismo constituyó el proyecto de la burguesía durante la crisis de los años 1970, sustentado ideológicamente en la retórica sobre la libertad individual, la responsabilidad personal, las virtudes de la desnacionalización y la privatización, el libre mercado y el libre comercio, todo con el fin de restaurar y consolidar el poder de la clase capitalista, además de conseguir elevar la tasa de ganancia y el mejoramiento en las condiciones de acumulación. Las estrategias implementadas consistieron en aplastar y acabar con las organizaciones sindicales de los trabajadores, la represión de la protesta social, la reducción de los salarios reales, dejar que el mercado funcionara a su libre albedrío, colocar las instituciones estatales al servicio del capital y de la especulación financiera y subsumir en la lógica del capital aquellos sectores y ámbitos sociales que no estaban bajo su dominio.
De este modo, el neoliberalismo como doctrina, ideología y estrategia de poder del capitalismo, fue hegemónico desde mediados de las década de 1970 hasta los umbrales del siglo XXI, entrando desde entonces en una larga, dolorosa e interminable fase de decadencia, sin que aún sea perceptible un sistema alternativo global, sostenible, justo, democrático, garante de la paz y los derechos humanos.
Es una pugna entre el pasado y el futuro. Hoy en día experimentamos una polarización creciente y la agudización de los antagonismos mundiales inherente a la crisis estructural global del capitalismo que conduce, de manera inevitable, al colapso autodestructivo de la humanidad como especie universal. Los peligros de la explosión aumentan no solo por las tensiones políticas y los desbordados gastos militares, el desempleo estructural crónico, la inexorable concentración y centralización del poder económico, la burocratización creciente y la corrupción concomitante, las condiciones de vida miserables que sobrellevan millones de personas y la deshumanización social, las falsas democracias y la destrucción de la naturaleza; también, por el agotamiento de toda una serie de válvulas de seguridad y vías de escape que jugaban un papel vital en la perpetuidad del capitalismo como sistema de reproducción metabólica de la humanidad (2).
Así lo constata, incluso, el informe del Fondo Monetario Internacional “Perspectivas de la economía mundial: crecimiento dispar; factores a corto y largo plazo” de abril de 2015. Olivier Blanchard, uno de sus Consejeros Económicos evidencia su preocupación ante la complejidad de las fuerzas que están moldeando la evolución macroeconómica del mundo entero y la consiguiente dificultad para extraer una conclusión global.
En efecto, dos fuerzas profundas dan forma a las perspectivas a mediano plazo: I) Los legados de la crisis financiera económica mundial que empezó en el año 2008 y de la crisis de la zona del euro aún son visibles en muchos países. En distinta medida, la debilidad de los bancos y los elevados niveles de deuda –de los gobiernos, las empresas y los hogares– siguen afectando negativamente el gasto y el crecimiento. II) La baja tasa de crecimiento, a su vez, enlentece el proceso de desapalancamiento (reducción del endeudamiento de los hogares respecto a sus ingresos). El crecimiento del producto potencial ha disminuido. Sin embargo, el crecimiento potencial de las economías avanzadas ya estaba disminuyendo antes de la crisis. También ha influido el envejecimiento de los bienes de capital (maquinarias y equipos), sumado a la desaceleración de la productividad total. La crisis empeoró la situación, ya que la fuerte contracción de la inversión enfrió aún más el crecimiento del capital. Aunque se lograra superar la crisis y el crecimiento del capital se recupere, el envejecimiento y el débil aumento de la productividad continuarán actuando como lastres.
Los efectos son aún más pronunciados en los mercados emergentes, donde el envejecimiento, la menor acumulación de capital y el menor aumento de la productividad se están combinando para reducir significativamente el crecimiento potencial en el futuro. El deterioro de las perspectivas conduce hoy, a su vez, a recortes del gasto y a una disminución del crecimiento. A estas dos fuerzas se suma el hecho de que la escena actual está dominada por dos factores con profundas implicaciones distributivas: el abaratamiento del petróleo y los fuertes movimientos de los tipos de cambio.
El crecimiento económico ha tendido a disminuir su empuje, a la par que las rentas del capital continúan creciendo (en contrapartida, los salarios reales pierden participación en el valor agregado). De la década de 1970 a la de 1980, el ritmo anual medio de crecimiento del PIB ha disminuido un tercio, tanto en Japón como en Estados Unidos y los países de la Unión Europea. En la actualidad ha disminuido prácticamente otro tercio. Actualmente, la rentabilidad del capital se encuentra más garantizado mediante las inversiones financieras que a través de la inversión industrial (3).
El 1 de junio de 2015, en la apertura de la conferencia de alto nivel, el “número dos” del Fondo Monetario Internacional (FMI), David Lipton, señaló que los desafíos que enfrentan actualmente los países de América Latina no son triviales, al combinar elementos domésticos y externos, entre los que citó la ralentización de China y los bajos precios de materias primas. La desaceleración continuada de América Latina, tras una década de progreso sostenido, revela unos retos preocupantes, exigentes de reformas estructurales que ofrezcan impulso a un modelo actual, insuficiente en el nuevo contexto de debilidad global.
1 Harvey, David, El enigma del capital y las crisis del capitalismo, ediciones Akal, España, 2012, pp. 101-145.
2 Mészáros, Itsván; Más allá del capital, Vadel Hermanos Editores, Venezuela, 2001,, p. 1.008.
3 Boltansky y Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, Ediciones Akal, España, 2002, p. 19).
Fragilidad e inestabilidad
Si bien la oligarquía colombiana logró beneficios con los cambios del capitalismo global de las últimas cuatro décadas, como clase dominante en un país dependiente y periférico, adoptó sin beneficio de inventario la doctrina neoliberal; acabó con los sectores reales de la economía y orientó el modelo productivo hacia el rentismo y el extractivismo de los recursos naturales, minerales y energéticos (promoviendo, de contera, el desplazamiento forzoso de población rural y el robo violento de tierras), la especulación financiera y las actividades de importación y servicios, todo en el marco de la ebriedad provocada por el alto precio de las materias primas en los mercados internacionales. Producto de la borrachera privatizó todos los activos públicos, desnacionalizó la economía y los empresarios patrios entraron en concubinato con el capital transnacional, a la vez que las fuerzas de represión ocuparon el territorio nacional para mantener bajo control las protestas de la ciudadanía. La economía subterránea, la corrupción y las actividades mafiosas igualmente apoyaron la acumulación y concentración de capital en el país, dando emergencia a la lumpenoligarquía. La economía colombiana, dependiente de los ciclos internacionales, se tornó más inestable, frágil y amplifica los efectos de la crisis del capitalismo global (ver gráficos 1 y 2).
Respecto a su situación particular, el reciente estudio de la Ocde de revisión de la política de innovación colombiana de 2014, evidenció el peligro de depender de materias primas para lograr un crecimiento sostenible a futuro y reiteró la importancia de la innovación para desarrollar nuevas actividades económicas y estimular la productividad para sostener el aumento del nivel de ingresos y empleo*.
* Citado por DNP, Bases del Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018, pp. 62-63.