Home Ediciones Anteriores Artículos publicados de esta Edición N°130 Colombia, el proceso de paz. Alcances y limitaciones, su impacto en Latinoamérica

Colombia, el proceso de paz. Alcances y limitaciones, su impacto en Latinoamérica

Colombia, el proceso de paz. Alcances y limitaciones, su impacto en Latinoamérica

 

Solo el domingo 19 de enero de 2014 se conoció oficialmente el Informe Conjunto de la Mesa de Conversaciones entre Gobierno y farc. Su lectura desapasionada y una mirada objetiva de lo que sucede en Colombia, permite sacar dos conclusiones. Primera: definidos los dos primeros puntos de la agenda, el proceso tiene logros y limitaciones. Segunda: en medio del respaldo más bien frío de los amigos de la paz, y con el máximo de agresividad por parte de sus enemigos, las partes llegan a su décima octava ronda de conversaciones.

 

A pesar de los altibajos y sobre todo de la férrea voluntad de guerra de los empresarios del agro, a cuya cabeza está el expresidente Uribe, que no cesan de lanzarle torpedos a la paz, en un año de conversaciones las partes suman acuerdos en los dos primeros puntos de la agenda: desarrollo rural y garantías para el ejercicio político. Sin embargo, en ambos puntos aún quedan asuntos espinosos por resolver. En concreto ¿qué han logrado las partes en cada punto y cuáles son sus límites y obstáculos?

Alcances y limitaciones del proceso

 

No obstante que irrumpieron en algunas capas urbanas, sobre todo en los últimos años, la guerrilla de las farc nació y es por excelencia una guerrilla campesina. Se podría decir que su lucha inicial fue el sueño por un pedazo de tierra donde vivir y trabajar. Por lo tanto, lograr que el Estado prometa atención a los múltiples problemas que afrontan trece millones de personas que habitan en zonas rurales, resume la realización de ese símbolo. Y la fecha (26 de mayo de 2013) en que las partes leyeron el documento de los acuerdos en los temas agrarios, también resulta simbólica: un día antes de cumplirse el aniversario número 49 del nacimiento orgánico de las farc: 27 de mayo de 1964. El primer avance en este punto consiste en lograr un leguaje común. En efecto, las partes se comprometieron a realizar en el campo colombiano unos cambios de fondo en el marco del “ordenamiento constitucional y legal”. Esto significa que tanto guerrilla como gobierno ceden un poco, hasta encontrarse en el centro del camino –como diría Clausewitz– con un plan de choque para transformar el campo, el mismo que concretarán mediante dos instrumentos: la distribución masiva de seis millones de hectáreas y la asistencia técnica e inversiones en infraestructura física y social para adecuar la tierra y darles a quienes habitan en ella condiciones de vivienda, salud, educación y trabajo.

Los acuerdos políticos también llegaron en una fecha histórica para las farc: 6 de noviembre de 2013. Dos días después del segundo aniversario del sacrificio del más político de la segunda generación de sus guerrilleros: Alfonso Cano. Fue precisamente Cano, quien inició con Santos los contactos que desembocaron en las negociaciones de La Habana. Los logros alcanzados en el segundo punto de la agenda fueron, en esencia, tres: garantías para poder hacer política, participación y cambios en el régimen electoral. En relación con el primer tema, el Gobierno asumió el compromiso de presentar ante el Congreso el proyecto de Estatuto de la Oposición. En el marco de este instrumento jurídico, reconocerá la irrupción en el campo político de movimientos sociales. A la vez, creará un Sistema Integral de Seguridad para el ejercicio de la política de esos movimientos. En materia de participación, según lo explicado por el vocero del Gobierno en La Habana, “habrá una formulación de políticas públicas, al lado de la vigorización de la planeación participativa y el robustecimiento de las veedurías ciudadanas”. El tercer asunto del acuerdo político es el más ambicioso, pues conlleva la realización de cambios profundos en el régimen electoral, que permita crear Circunscripciones Territoriales de Paz, a fin de que los movimientos políticos que surjan de las farc y de las bases sociales donde la insurgencia ha tenido presencia histórica, puedan elegir representantes a la Cámara. Ante las escaramuzas de los enemigos de la paz, el Gobierno se apresuró a explicar que no “son circunscripciones para las farc”, sino “para que todos los habitantes de esas zonas puedan aspirar a ejercer esa representación a nombre de movimientos u organizaciones de víctimas, campesinos, mujeres y sectores sociales”.

Hasta ahí sus alcances. Sus límites, frenos, arrecifes y obstáculos son mayúsculos. Durante todo el primer año de negociación el proceso ha tropezado con tres grandes dificultades. La primera, consiste en un doble discurso del Gobierno: por una parte, el del presidente Santos, que en unos momentos dice que ya hizo la guerra y que ahora desea hacer la paz, y en otros atiza la guerra con ardentía y ordena dar de baja a Timochenko y sus lugartenientes; y de otra parte, la de su ministro de Defensa, que más parece un mariscal de campo, puesto allí para aplastar hasta el último de los guerrilleros, a quienes califica de culebras y ratas. Por eso, no escatima ni lenguaje ni sonrisas en la contabilización de los muertos. Y ni uno solo de los partidos políticos aliados del Presidente, está con el proceso de paz de manera decidida.

La segunda dificultad estriba en la falta de un movimiento político de espectro nacional que sin reticencias, sin cálculos, sin temores, sin prevenciones, y de manera decidida, acompañe el proceso de paz. Hoy confluyen viejos y nuevos movimientos que se identifican, aplauden, debaten y se movilizan por el proceso de paz. Corriendo el riesgo de no visibilizar a todos los movimientos, entidades y colectivos, menciono aquellos que más fácil llegan a la memoria: Marcha Patriótica, Ruta Social Común por la Paz, Congreso de los Pueblos, Mandatos por la Paz, Congresos y Constituyentes de Paz, Colombianos y Colombianas por la Paz, universidades, mujeres, minoría étnicas e iglesias por la paz. También los partidos y movimientos alternativos han manifestado su voz a favor de la paz, entre otros: Polo, Unión Patriótica y Alianza Verde. El más reciente movimiento, en el que concurren todo los anteriores, en su propia denominación o razón social constituye en sí mismo un grito de angustia y esperanza: Clamor Social por la Paz, cuyo certamen de cierre de actividades de 2013 fue la Primera Cumbre Nacional por la Paz (13 de diciembre en el Centro de Memoria Histórica). Sin embargo, la explosión motivadora, que articule y conduzca al grueso de la sociedad colombiana hacia un estadio de paz y convivencia, no es notoria en plazas, calles, ni en las carreteras del país.

El tercer obstáculo, del cual derivan todos los demás: la cultura de guerra insuflada en el alma colectiva de la sociedad colombiana. Si bien es cierto que el ser humano puede tener predisposiciones a la agresividad primaria, sus genes no están estructurados para dirimir las controversias mediante la guerra, planificada estratégicamente. A pesar de esos instintos agresivos que anidan en su alma, la guerra es, fundamentalmente, un producto de la evolución cultural. En Colombia, la prolongación del conflicto armado –como de manera explícita lo reconoce el Grupo de Memoria Histórica– “ha configurado prácticas culturales y políticas que a su vez han facilitado su reproducción”. Desde el momento mismo en que tomó cuerpo este conflicto –sin poder señalar una fecha exacta: 1946, 1949, 1950, en fin–, el odio y la venganza extendieron sus raíces. Lenta y gradualmente fuimos penetrando en esa progresiva cultura de guerra, nutriéndose cada vez más de sus estragos, de los que todos hemos sido víctimas. La fecha más reciente en que nuestro país comenzó a sentir esa cultura de guerra de manera más palpable fue el 20 de febrero de 2002, cuando el presidente Pastrana rompió el proceso de diálogo con las farc. Pero el acento de esa cultura de guerra, atizada con ahínco, fue notable en el doble cuatrienio de Uribe, con cambió del lenguaje, sin que hubiésemos sido conscientes de ello: fue la combinación de todas las formas de lucha –legales e ilegales, públicas y clandestinas– por parte del Gobierno para destruir el supuesto enemigo interno.

Para desgracia de las grandes mayorías nacionales, esa cultura de guerra sigue viva. Y peor aún: hay momentos en que pareciera que los ocho años de Uribe no tuvieran fin. Ahí están sus gritos con los que pide al presidente Santos que rompa el proceso. Santos ha respondido: “Sería irresponsable romper o hacer una pausa cuando estamos logrando avances reales”. Pero también dijo: “Tenemos dificultades y en la puerta del horno se puede quemar el pan”. En efecto, las partes pueden lograr acuerdos en los cuatro puntos que faltan, pero si al final no logran identificarse en alguna de las materias que quedaron por resolver en los puntos uno y dos, podría ser motivo de controversia e impedir un acuerdo final, dándole aplicación a la célebre frase, “nada está acordado mientras todo no esté acordado”. Desde el comienzo del proceso Santos también dijo: “No nos dejaremos amedrentar por los extremistas y saboteadores”. No existe hoy en Colombia un grupo o movimiento de extrema izquierda, partido político o secta religiosa que exprese oposicón al proceso de paz o que tenga el ánimo de sabotearlo. La única facción guerrerista descansa en la extrema derecha que acaudilla y representa Álvaro Uribe Vélez, por consolidarse en el legislativo a cuya cabeza llegará el expresidente el 20 de julio de 2014, en su condición de senador. En suma, si hace treinta años –según Otto Morales Benítez– los enemigos de la paz estaban agazapados dentro y fuera del Estado, hoy también están –por dentro y por fuera– pero lo hacen de manera abierta y desafiante.

 

Paz positiva igual a cambios estructurales

 

¿Qué es paz positiva? Los analistas modernos de los conflictos internos, entre quienes está el estadounidense Marc Chernick, señalan que los “proceso de paz deben centrarse principalmente en una agenda amplia de reformas estructurales que se dirijan a las raíces del conflicto”. Contrario sensu, la “paz negativa” es aquella cuya agenda se orienta exclusivamente al desarme, la desmovilización y la reincorporación de los rebeldes a la sociedad, sin tocar las causas que generaron el conflicto. En el lenguaje internacional a esta paz se le conoce como DDR: desarme, desmovilización y reintegración. Chernick se apoya en el sociólogo noruego John Galtung, fundador de los estudios de la paz y el posconflicto, quien introdujo la idea de la violencia indirecta o violencia estructural. Galtung sostiene que, si no toman en cuenta las causas de la violencia no puede existir una paz duradera. Y agrega que terminar la guerra mediante negociaciones limitadas al DDR, o como consecuencia de una victoria militar sobre los grupos guerrilleros, solo genera una paz negativa.

 

Algunos antecedentes, procedimientos y metodologías podrían indicar que el proceso en curso en La Habana, se proyecta con cambios estructurales o hacia una paz positiva. Uno de esos antecedentes consiste en que durante el primer año de negociaciones las partes dieron profundos debates sobre las causas estructurales del conflicto social y armado, llegando, como ya está dicho, a unos acuerdos en los temas agrario y político. Sin embargo, existen un sinnúmero de hechos que indican que las proyecciones del proceso de La Habana recorren el camino hacia una paz negativa o de simple desarme, desmovilización y reintegración, sin que se afecten las estructuras.

El primer indicio está relacionado con el tema agrario: el acceso a la propiedad de la tierra en forma individual o asociativa, con servicios de educación, salud, vivienda, seguridad social, comunicaciones, recreación, crédito, comercialización de los productos, asistencia técnica y empresarial, que mejoren los ingresos y la calidad de vida de los campesinos ya está escrito con todas las letras en la Constitución Política (art. 64).

El segundo indicio consiste en el silencio guardado en relación con el tema militar. Los partidarios de la paz se preguntan, ¿si termina la guerra para qué mantener un ejército tan costoso y con tantos privilegios? En este tema, como en muchos otros, a pesar de lo no dicho, ni se sospecha que se vayan a tocar, los guerreristas se hallan alerta y cada que pueden advierten que ese asunto será intocable. Y para que estén tranquilos los militares incursos en crímenes de Estado –que nada tienen que ver con el conflicto, como los falsos positivos–, el Presidente les promete que tendrán el mismo tratamiento que los insurgentes.

El tercer indicio radica en el temor demostrado por el presidente Santos ante las críticas formuladas por los enemigos de la paz. Efectivamente, a cada trino o vociferación de la extrema derecha sale a calmarla con frases como: “No seremos tan imbéciles como para negociar el modelo económico o la estructura del Estado, si sabemos que eso no es lo que quiere el pueblo”.

Este brevísimo análisis de la paz positiva permite concluir que, mientras en el Gobierno solo existan buenas intenciones, pero no garantías concretas que aseguren reformas estructurales en lo agrario, en lo político y en el estamento militar, una parte del establecimiento se opondrá a cualquier cambio, por más simple que este sea. Y, más preocupante todavía: este segmento feudal no temerá ocultar su agresividad contra quienes, como la insurgencia o los movimientos sociales, exigen reformas que dentro del marco del ordenamiento jurídico modifiquen las estructuras del statu quo.

 

Relación e impacto en Latinoamérica

 

Grandes o pequeños, los resultados del proceso de paz de La Habana se sentirán no solo en Latinoamérica sino en el mundo, porque el conflicto interno de Colombia superó sus fronteras. “El presidente Álvaro Uribe es un terrorista porque piensa que puede resolver el conflicto armado en Colombia por la vía militar y no por la negociación política” (1). Las palabras son del presidente de Nicaragua Daniel Ortega, a quien le respondió Camilo Ospina, embajador colombiano ante la OEA: “Es necesario denunciar aquí que el gobierno nicaragüense protege, promueve y hace apología abiertamente a grupos terroristas” (2). Hace un lustro ese era el tono de la interlocución entre Nicaragua y Colombia, derivada del conflicto interno, cuya internacionalización se profundizó entre 1998-2008.

Así lo comprueba la más simple observación de los hechos: el 13 y el 14 de diciembre de 1998 se logró lo imposible: un encuentro entre Usa-farc (3); en febrero de 2000, una comisión conformada por Gobierno-farc realizó una gira por Europa (4); el 11 de febrero de 2003, los norteamericanos Keith Stansell, Marc Golcalves y Thomas Howes, quienes viajaban en un avión espía de los Estados Unidos fueron capturados por farc; luego fueron extraditados a los Estados Unidos los guerrilleros Ricardo Palmera o “Simón Trinidad” y Anayibe Rojas o “Sonia”. La dinámica internacional del conflicto alcanzó su episodio más delicado el 1 de marzo de 2008, cuando el Gobierno colombiano con el apoyo de Estados Unidos bombardeó el territorio ecuatoriano, eliminó a Raúl Reyes (5) y a veintidós acompañantes, “en pleno sueño. Entre los muertos hubo un ciudadano ecuatoriano, cuatro jóvenes estudiantes mexicanos” (6). Finalmente, la Interpol se encargó de examinar los ordenadores del comandante guerrillero muerto en Ecuador (7).

Así estalló la más amplia y aguda crisis internacional (8). Con Venezuela la temperatura fue cíclica: subió al máximo con el bombardeo al Ecuador. Se atenuó por veinticuatro horas, gracias al reencuentro de los presidentes Chávez y Uribe, quienes decidieron “voltear la página” el 11 de julio de 2008 en Paraguaná (9). Sin embargo, la distensión fue efímera, pues dos días después, el entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, encendió de nuevo la hoguera al insinuar que Chávez “toleraba la presencia de las farc en Venezuela” (10). Con Nicaragua, por la misma época, no pasaba una semana en que la guerra verbal no avivara la llama del incendio. En reunión de la OEA celebrada el 24 de julio de 2008, otra vez se agredieron los dos Estados, a través de sus voceros, –que no parecían voceros sino boxeadores–: “Presidente Ortega, ayúdenos a sepultar el cadáver de las farc. No se sepulte con ellas”, fueron las palabras del representante de Colombia. “Es justamente la existencia de un ‘narco-Estado’ que además aplica el terrorismo de Estado y pone en peligro la estabilidad de los gobiernos”, fue la respuesta del embajador de Nicaragua. Y las palabras del presunto árbitro Insulsa, Secretario General de la OEA, fueron de escepticismo: “La retórica en el hemisferio está subida de tono y así no se arregla nada” (11).

Dos observaciones más dan cuenta de la internacionalización del conflicto. En primer lugar, el compromiso de Noruega y Cuba como garantes del actual proceso de paz, y el de Venezuela y Chile como acompañantes. Y en segundo lugar, el alto grado de rechazo o simpatía ­–y en ocasiones de ilusión– que se respira en los ambientes académicos e intelectuales de Europa y Latinoamérica. Siempre se escuchan en esos escenarios frases como estas: “¿hasta cuándo los colombiano van a tolerar a los asesinos de las farc?”, o “después de la Revolución cubana la esperanza de los pueblos del mundo está en las farc”. Por eso, dependiendo de los resultados del proceso de La Habana, será el impacto internacional, y específicamente en Latinoamérica. Habrá júbilo e ilusiones si termina con la firma de una paz positiva. Habrá frustraciones si el proceso se rompe o si termina la guerra mediante negociaciones limitadas al DDR.

La coyuntura extrema también toca los dos escenarios: nacional e internacional. En la semana del 9 al 13 de noviembre de 2013 quedó evidente que la extrema derecha no escatima oportunidad para bombardear el proceso de paz: Uribe, Ordóñez y los magnates de la basura de Bogotá –William Vélez y los hermanos Tomás y Jerónimo Uribe, entre otros– hicieron un consorcio para caer como buitres sobre lo público y, de paso, afectar las negociaciones de La Habana. La destitución e inhabilidad de Petro por 15 años, buscaba, entre otros, efectos como: demostrar que los dirigentes de izquierda son ineptos para gobernar, la captura de la alcaldía de Bogotá por el uribismo y la recuperación del monopolio de las basuras por el sector privado. Pero la decisión de Ordoñez logró al menos tres resultados inesperados por la extrema derecha: la indignación y la resistencia de todos los excluidos e independientes; llenar la plaza de Bolívar durante tres días en una misma semana sin buses, sin ron, sin lechona y sin políticos, y poner de acuerdo al embajador de Estados Unidos y las farc. “Entonces las condiciones básicas para la paz podrían erosionarse de alguna manera”, dijo Kevin Whitaker”, recién nombrado embajador estadounidense, ante el Senado de su país. “Lo que acaba de pasar introduce graves dudas y aumenta las desconfianzas porque lo que le quieren cobrar al alcalde Petro es la defensa que ha hecho de lo público”, opinó Catatumbo.

De esta manera, solo falta que la coyuntura aporte un efecto o quizás un milagro: crear la motivación colectiva que le falta al proceso de paz. ¿Cómo? Si el imaginario colectivo establece una relación de causalidad entre los crímenes de los grandes bandidos de la historia –los que han gobernado a Colombia en estos doscientos años de vida independiente– y la indignación y rabia expresadas entre el 9 y el 13 de noviembre. De lograrse esa relación de causalidad, si esa indignación y rabia que llenó la Plaza de Bolívar durante tres días de una misma semana llega a traducirse en un movimiento democrático, el péndulo de la historia en Colombia dará un giro a la izquierda. Entonces, la paz no será una leyenda sino una realidad. 

 

1 “Colombia exigió a Nicaragua respeto. El embajador Camilo Ospina calificó de ‘absurda’ la decisión de Daniel Ortega, presidente del vecino país, quien recientemente dio asilo político a dos guerrilleras de las farc. Dura protesta del Gobierno ante la OEA”, en: El Espectador. Bogotá, miércoles 25 de junio de 2008, p.10.
2 Ibíd.
3 Pastrana, Andrés, La palabra bajo el fuego, Bogotá, Planeta, 2005, p. 133.
4 Botero, Jorge Enrique. Simón Trinidad. El hombre de hierro. Bogotá, Random House Mondadori S.A. 2008, p. 112.
5 “Golpe al corazón de las farc. Aviones Supertucano, que despegaron en la madrugada de ayer, bombardearon el sitio de Ecuador en el que estaba el portavoz internacional de Tirofijo”, en El Tiempo, Bogotá, domingo 2 de marzo de 2008, p. 1.
6 Lemoine, Maurice. “Colombia y el ciberguerrillero”, en: Le Monde Diplomatique, edición Colombia, julio de 2008, pp. 6-8.
7 “Los e-mails secretos. Semana revela escandalosos correos del computador de Reyes que demuestran que el gobierno de Chávez les dio armas, plata y refugio a las farc”, en: Semana, número 1.359. Bogotá, mayo 19-26 de 2008, pp.24-32.
8 A partir del 2 de marzo de este año las tensiones han subido a la más alta temperatura con Ecuador, Venezuela y Nicaragua. “La OEA, ahora árbitro para lío con Nicaragua. A diferencia de lo que ocurrió con Ecuador, esta vez es Colombia la que da el paso y denuncia ante el organismo la agresión de Daniel Ortega. Defensa del país será hoy en Washington”, en: El Tiempo. Bogotá, martes 24 de julio de 2008.
9 Parra, Nelson. “Chávez y Uribe pasaron la página”, en: El Tiempo. Bogotá, sábado 12 de julio de 2008.
10 “Conato de incendio con Chávez por declaraciones de Santos”, en: El Tiempo. Bogotá, lunes 14 de julio de 2008, p.1-11.
11 Gómez Maseri, Sergio. “Duro ‘round’ entre Colombia y Nicaragua”, en El Tiempo. Bogotá, viernes 25 de julio de 2008, pp. 1-3.

 

 

por Rafael A. Ballén Molina*

*Presidente de Alianza Universal por la Paz –UNIVERPAZ–, Doctor por la Universidad de Zaragoza, profesor investigador y escritor.

 

 

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications