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Colombia, elecciones y democracia. Camilo y el abstencionismo, ¿anacronismo o pertinencia?

Colombia, elecciones y democracia. Camilo y el abstencionismo, ¿anacronismo o pertinencia?

 

La cercanía de unas elecciones, nacionales o territoriales, siempre serán ocasión perfecta para preguntarnos por la cultura política de una sociedad dada y, en el caso de Colombia en particular, para interrogarnos sobre la democracia y su real posibilidad de concretarse más allá del papel. 

 

Cinco décadas atrás, en 1965, el ambiente internacional era favorable a la lucha armada. Las continuas invasiones militares estadounidenses en América Latina generaban un espíritu antiimperialista. Cuba apoyaba los movimientos insurreccionales del continente. En Venezuela y Perú las acciones guerrilleras tendían a consolidarse. El Ejército de Liberación Nacional colombiano (Eln) integraba el plan continental revolucionario. El Che Guevara organizaba el germen de un ejército internacional de liberación en Bolivia.

 

Era una época de alzamientos sociales. En esos momentos, a mediados de la década de 1960, Colombia estaba habitada por 17,8 millones de personas, cerca de la mitad de las cuales hacía parte del mundo rural. Dos de cada tres sujetos vivía bajo condiciones de pobreza por ingresos y la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes, que había alcanzado el pico de 55 en 1957, caía a 29. La tercera parte del Pib estaba explicado por la participación de las ramas de actividad agropecuaria y explotación de minas y canteras. La economía registraba un lento ritmo de 3,8 por ciento anual y la tasa de desempleo crecía de 4,9 por ciento en 1960 a 8,0 por ciento en 1965. Políticamente el país estaba amordazado por el acuerdo bipartidista y excluyente del Frente Nacional y era gobernado bajo la figura represiva del Estado de Sitio; en las elecciones las tasas de abstención alcanzaban el 70 por ciento.

 

1965, “las vías legales están agotadas”

 

La figura del sacerdote y sociólogo Camilo Torres, líder del movimiento pluripartidista del Frente Unido (FU), se encontraba por entonces en pleno auge y ascenso político. Con las experiencias sociales vividas su posición política giraba, radicalizándose, al punto de emprender en 1965 una lucha frontal contra las oligarquías del país. Para difundir sus ideas, y como foco de organización para la mayoría de colombianos marginados de la política, los “No alineados”, el 26 de agosto de aquel año daría a luz un semanario de igual nombre que el movimiento que lideraba, Frente Unido –FU. En las diferentes ediciones que alcanzó el impreso, Camilo Torres dirigiría una serie de «mensajes» a diferentes sectores del pueblo, sintetizando su plataforma política.

 

En la primera página de la edición uno titulaba: «Por qué no voy a las elecciones» (Frente Unido, Nº1, 26 de agosto de 1965). La afirmación era contundente: “La plataforma del Frente Unido del Pueblo Colombiano no tiene definición respecto de la lucha electoral como táctica revolucionaria”. Allí el sacerdote y revolucionario Camilo Torres declaraba que no participaría en las elecciones; por ello se veía forzado a explicar al pueblo los motivos que lo condujeron a esta decisión, además de la razón expresada continuamente de que el problema electoral era un obstáculo para la unión y un factor de mayor división entre la oposición (ver recuadro “El que escruta elije”).

 

Según sus consideraciones, el FU era para los no alineados. Cualquiera que participara en elecciones se estaba comprometiendo con el statu quo, y el 70 por ciento de los votantes potenciales que se habían abstenido de acudir a las urnas en 1964 eran como una gran reserva de agua en espera de ser canalizada por la revolución. Los abstencionistas, según el cura guerrillero, eran aquellos revolucionarios que no están organizados en partidos. Estos deberían comprender que la actividad principal del FU debe ser la organización de los no alineados. 

 

A principios de enero de 1966, ya como integrante público del Eln, Camilo Torres redacta lo que sería su última «proclama». Dirigiéndose a los colombianos, afirma que “Durante muchos años los pobres de nuestra patria han esperado la voz de combate para lanzarse a la lucha final contra la oligarquía. 

 

En aquellos momentos en los que la desesperación del pueblo ha llegado al extremo, la clase dirigente siempre ha encontrado una forma de engañar al pueblo, distraerlo, apaciguarlo con nuevas fórmulas que siempre paran en lo mismo: el sufrimiento para el pueblo y el bienestar para la casta privilegiada. 

[…]

Cuando el pueblo pedía democracia se le volvió a engañar con un plebiscito y un Frente Nacional que le imponía la dictadura de la oligarquía.

Ahora el pueblo ya no creerá nunca más. El pueblo no cree en las elecciones. El pueblo sabe que las vías legales están agotadas. El pueblo sabe que no queda sino la vía armada. 

[…]

La oligarquía quiere organizar otra comedia de las elecciones; con candidatos que renuncian y vuelven a aceptar; con comités bipartidistas; con movimientos de renovación a base de ideas y de personas que no sólo son viejas sino que han traicionado al pueblo. ¿Qué más esperamos colombianos?”.

Transcurrido un mes desde la escritura de estas ideas, el 15 de febrero de igual año, murió en las montañas de Santander, en combate sostenido con el ejército, Camilo Torres (1929-1966). El trasegar del sacerdote al revolucionario, del sociólogo al político comprometido con las causas del pueblo, del educador de la juventud al guerrillero, define toda la personalidad de este líder.

 

2015, ¿otra comedia electoral?

 

Han corrido cincuenta años. Ahora, en 2015, Colombia se encuentra habitada por 48,3 millones de personas; ahora es un país mayoritariamente urbano: tres de cada cuatro personas viven en ciudades o en sus cabeceras. Uno de cada tres ciudadanos es pobre por ingresos y la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes que alcanzó un máximo de 79 en 1991 ha descendido hasta 29. La economía depende principalmente de las actividades extractivas minero-energéticas, la construcción, el comercio, los servicios y el sector financiero. La economía crece a un lento ritmo de 2,8 por ciento anual y la tasa de desempleo se ubica en 8,2 por ciento. Políticamente el país es multipartidista, con hegemonía de los grupos de centro y derecha; en las elecciones las tasas de abstención se mantienen por encima del 53 por ciento.

 

En octubre de 2015 el pueblo colombiano elige los nuevos mandatarios territoriales y locales para el período 2016-2019. El número total de aspirantes inscritos, según la Registraduría Nacional del Estado Civil, suma 113.426 en los 32 departamentos y 1.123 municipios (incluye 5 distritos especiales) que conforman la organización político-administrativa del país: 155 para las gobernaciones departamentales, 4.636 para las alcaldías, 3.448 para las asambleas departamentales, 90.595 para los concejos municipales, y 14.592 para las juntas administradoras locales. El censo electoral suma 33,6 millones de personas en edad para elegir o ser elegido.

 

Tras estas cinco décadas y estas nuevas circunstancias económicas y sociales, vale preguntar, ¿Las causas que condujeron a Camilo Torres a declararse abstencionista fueron superadas por la maduración de una ética democrática en Colombia, ahora en pleno siglo XXI? ¿La democracia, en el sentido de una forma de autodeterminación colectiva e igualitaria, incluyente y garante de derechos humanos universales, ha quedado anclada en los reflejos morales, en los sentimientos y en un saber ciudadano acumulado durante este tiempo? En resumen, ¿es Colombia el suelo de una eticidad democrática, en el que los principios revolucionarios por los que luchó Camilo pueden asociarse con experiencias, instituciones, cultura y prácticas de la vida cotidiana?

 

Las respuestas a estos interrogantes aún no son satisfactorias. La cronología de las elecciones presidenciales en Colombia durante los últimos cincuenta años muestra un índice de abstención promedio de 53 por ciento respecto a los censos electorales, sin reflejar ninguna tendencia optimista, esto es, una mayor y mejor cualificación de la participación ciudadana (gráfico 1). La democracia electoral es frágil y poco representativa del colectivo humano que habita el país. 

 

La expresión pública de esta realidad puede verse reflejada en la continuidad de la abstención, la que a nivel político proyecta una actitud consciente de silencio o pasividad individual en el acto electoral, manifestación de una determinada voluntad política de rechazo al sistema político o bien, de no identificación con ninguno de los líderes o los programas políticos en competencia electoral.

 

Matices que no pasan sin pena ni gloria. Para las elecciones de Presidente en 2014 la situación fue más complicada al evaluar la calidad de la democracia colombiana. Si a la abstención (53%) se suma el voto en blanco (4%), tenemos, entonces que en concreto sólo vota el 47 por ciento de los ciudadanos que hacen parte del censo electoral. La Ley 1475 de 2011, definió en su artículo 47 el censo electoral como “el registro general de las cédulas de ciudadanía correspondientes a los ciudadanos colombianos, residentes en el país y en el exterior, habilitados por la Constitución y la ley para ejercer el derecho de sufragio y, por consiguiente, para participar en las elecciones y para concurrir a los mecanismos de participación ciudadana”. Culturalmente, los pocos que votan tienden a identificarse con las ideologías políticas de centro o derecha (38%); la izquierda, en promedio, convoca a no más de 6 por ciento de los electores, si bien en 2006 creció significativamente la preferencia política por esta opción concentrando el 22,5 por ciento del total de votos (gráficos 1 y 2). 

 

 

 

 

Producto del régimen presidencialista que caracteriza la institucionalidad colombiana, las elecciones locales generan menos fervor que las presidenciales. En las territoriales, la mayor participación ciudadana favorece la elección de alcaldes y, en segundo lugar, los concejos municipales. En su orden, el tercer lugar de compromiso ciudadano corresponde a la elección de gobernadores y el cuarto a las asambleas departamentales. 

 

En las elecciones de alcaldes en el año 2011 (cuyo período termina en 2015) el índice de abstención registró un intervalo con un máximo de 57,2 por ciento (Valle) y un mínimo de 25,8 por ciento (Casanare), según datos oficiales de la Registraduria Nacional del Estado Civil. Las regiones que concentran los mayores índices de desarrollo económico y social (Bogotá DC, Antioquia, Atlántico y Valle) registran los menores índices de participación electoral. Las zonas de mayor rezago comparativo, con cacicazgos electorales fuertes y más alejadas del centro político-administrativo del país saben que su suerte depende en mayor medida de los mandatarios locales, razón por la cual los índices de abstención son menores (Gráfico 3). En general, las elecciones locales reflejan la heterogeneidad social, cultural, económica y política del país. Más específicamente, la comedia electoral permite que emerja la variopinta diversidad de personajes, sirviendo, a la vez, de careta al caudillismo, a las oligarquías y a toda clase de intereses mezquinos y maquinarias empresariales de carácter electoral para el manejo de los recursos públicos y el control de la burocracia estatal.

 

Cultura política

 

Esta es una parte de la realidad nacional, comprenderla más allá de las estadísticas electorales, demanda conocer la actual cultura política colombiana, sobre la cual en el año 2013 el Departamento Nacional de Estadísticas –Dane–, realizó la Encuesta de Cultura Política, con representatividad nacional de las cabeceras municipales, cuyo objetivo principal era el de generar información estadística estratégica para caracterizar aspectos de tal cultura política, basados en las percepciones y prácticas de los ciudadanos sobre su entorno político, como insumo para diseñar políticas públicas dirigidas a fortalecer la democracia nacional*. 

 

Los resultados que arrojó la misma son elocuentes. El país está conformado por una sociedad significativamente individualista, donde tres de cada cuatro personas nunca ha formado parte de una organización y/o grupo. Con relación al conocimiento que tiene la población de 18 años y más sobre los mecanismos de participación ciudadana, 73,9% confirma que conoce o ha oído hablar de algún mecanismo, mientras que 26,1% expresó no conocer o no haber oído de alguno. Respecto a los espacios de participación el desconocimiento es mayor: del total de la población de 18 años y más, 58,6% dijo conocer o haber escuchado hablar de por lo menos un espacio de participación ciudadana, mientras que 41,4% afirmó no conocer o haber escuchado hablar de alguno.

 

Para el año 2013 el 33,1% de la población de 18 años y más consideró que el país es democrático, 53,5% que es medianamente democrático y 13,4% opinó que el país no es democrático. Para igual año la percepción de la población de 18 años y más, respecto a si el país se considera democrático, bajó en un 3,6% con relación al año 2011. La población joven es más escéptica frente a la democracia colombiana: del total de personas de 18 a 25 años, 26,1% cree que el país es democrático, 58,5% medianamente democrático y 15,4% no es democrático; con relación a la población de 65 años y más, 40,9% cree que vive en un país democrático, 45,2% medianamente democrático y 13,9% no democrático. Sobre el nivel de satisfacción que tienen las personas de 18 años y más con la forma en que la democracia funciona en Colombia, 34,8% expresó estar muy insatisfecho mientras que 19,2% dijo estar muy satisfecho.

 

Al indagar a las personas sobre el término democracia, 24,2% de la población de 18 años y más lo asoció con igualdad y justicia para todos los ciudadanos; 22,0% con participación de las comunidades en las decisiones que les afectan a todos, mientras que 18,4% con voto/elecciones/representación.

 

El 34,3% de la población de 18 años y más cree que el Congreso de la República representa las diferentes tendencias políticas de los colombianos, 53,7% dice que no, y 12,0% No sabe/No informa.

 

El 56,1% de la población de 18 años y más considera que en Colombia se protegen y garantizan los derechos a la recreación y la cultura, 34,9% los derechos a la educación, la salud, la seguridad social y el trabajo y 33,2% los derechos a la libertad de expresión, conciencia, difusión y divulgación de información, mientras que 64,2% considera que no se protegen ni garantizan los derechos a la vida, la libertad, la integridad y la seguridad, y 62,5 los derechos de las minorías.

 

Con relación al conocimiento de los instrumentos de protección de derechos, 89,5% de la población de 18 años y más afirmó conocer o haber oído hablar de algún instrumento de protección de derechos. Del total de la población de 18 años y más, 86,2% afirmó conocer o haber oído hablar de la acción de tutela, 78,9% del derecho de petición, y 43,2% de la acción popular. El menor porcentaje de conocimiento por parte de la población de 18 años y más lo presentaron las acciones de cumplimiento con 24,2%. El 41,7% de la población de 18 años y más que conoce o ha oído hablar de los instrumentos de protección de derechos, afirmó considerarlos efectivos, 37,2% los valora como ni muy ni poco efectivos, mientras que 14,6% expresó que eran nada efectivos.

 

Se observa que 50,1% de la población de 18 años y más no confía en los partidos y/o movimientos políticos; 41,7% no confía en el Congreso de la Republica, seguido por jueces y magistrados con un 39,7% y concejos municipales y/o distritales con 36,6%.

 

Respecto a la institución de la alcaldía municipal/distrital el 34,1 por ciento de la población mayor de 18 años no confía; el 33,8 ni poco ni mucho; el 28,7 confía mucho y el 3,4 de la población contestó No sabe/No informa.

 

Respecto a la pregunta sobre ¿Usted se informa sobre la actualidad política del país? Dos de cada tres hombres dicen que sí y uno que no; en las mujeres sólo la mitad se informa. El 97,3% de la población de 18 años y más usó la televisión para informarse sobre la actualidad política del país, 66,6% la radio, 58,7% las revistas y los periódicos y 51,3% lo hizo a través de conversaciones con otras personas.

 

Se observó que 69,3% de las personas de 18 años y más asocia la rendición de cuentas con procesos mediante el cual los gobernantes y las entidades entregan información sobre su gestión y resultados y se da la posibilidad de dialogar y debatir sobre los mismos; 13,3% considera que son eventos donde los gobernantes y entidades hacen propaganda de su trabajo y ofrecen servicios, dineros y posibilidades de empleo; 15,2% de la población contestó No sabe/No informa.

 

En el año 2013 el 53,9% de la población de 18 años y más manifestó que siempre vota, 25,0% a veces vota y 21,1% nunca vota. Se observó que 43,7% de quienes afirman que nunca han votado actúan así porque los candidatos prometen y no cumplen, 43,3% consideran que la política es corrupta, 42,9% por desinterés y 36% no cree en el proceso electoral.

 

Del total de la población de 18 años y más que siempre vota, 83,5% afirmó hacerlo por ejercer el derecho y el deber ciudadano a opinar y reclamar, 74,2% para que la situación del país mejore, 52,2% para apoyar a un candidato especifico y 46,0% para protestar contra los corruptos.

 

De acuerdo con los resultados, 77,6% de la población de 18 años y más afirmó que votar en las elecciones es útil para generar cambios positivos en el futuro del país, mientras que 18,6% dijo que no. En el tema de si los partidos políticos representan las diferentes tendencias políticas de los colombianos, 46,2% dijo que sí, mientras que 44,4% respondió que no.

 

El 58,0% de la población de 18 años y más considera que el proceso de conteo de votos en su municipio no es transparente, mientras que 68,1% afirmó que no es un proceso transparente en el resto de Colombia.

 

Para el 69,6% de la población de 18 años y más, las elecciones más importantes son las de la Presidencia de la República, en segundo lugar se encuentran las de alcaldías municipales/Distritales (63,2%) en tercer lugar las de Senado de la República (46,7%).

 

Del total de la población de 18 años y más el 81,5% afirmó no simpatizar con un partido o movimiento político. Razones para ello: 67,2% dijo no hacerlo porque no cree en los partidos y/o movimientos políticos; 66,1% porque no le interesa, 51,1% porque no se siente identificado con ningún partido o movimiento político y 34,5 % porque cree que la política se pude hacer por otras vías.

 

Frente a la tendencia ideológica de las personas de 18 años y más: 74,9% expresó no tener preferencias políticas; 10,0% se identificó como de derecha, 5,7% dijo No sabe /No informa, mientras que 5,2% de la población se ubicó como de centro y 4,2 de izquierda.

 

Pese a todo, sí a la democracia

 

La democracia es una de las mayores contribuciones al proceso de formación de una sociedad global más humana, civilizada y digna. La experiencia del último siglo enseña que el mantenimiento de un Estado social y democrático de derecho es la primera condición de existencia de una izquierda socialista que quiera mejorar las condiciones en que se desarrolla la democracia, las formas de espacio público y el ejercicio de ciudadanías que son posibles en los presentes sistemas capitalistas, como bien lo ilustra el pensador alemán Albrecht Wellmer, representante de la tercera generación de la Escuela de Frankfort, en su libro Finales de partida: la modernidad irreconciliable. La eticidad concreta y cotidiana de la democracia hace parte, en resumen, del objetivo de la humanización de la sociedad y la dignificación de la existencia y la convivencia. 

 

Colombia registra insuficiencias, problemas y contradicciones crónicas entre las normas constitucionales y las instituciones que deben materializar la democracia, en tanto: i) no se ven acompañadas de la correspondiente calidad democrática-moral de la vida diaria y porque a ellas no responde ninguna relación transparente entre los procesos de decisión política, por una parte, y las experiencias, necesidades y posibilidades de acción de los individuos, por otra; ii) están en contradicción con las injusticias y relaciones de explotación reproducidos por el sistema capitalista y porque se revelan como impotentes frente al poder de las maquinarias político-burocráticas y frente a las consecuencias destructivas del progreso social y económico; iii) estas son utilizadas por las oligarquías dominantes, cuando lo necesitan para tapar las acciones de violencia, represión y alienación sobre las masas populares. En suma, hay una contradicción entre la pretensión democrática y la realidad social; entre el ser y la existencia.

 

Pero como bien lo explica Wellmer, la extensión de las formas de autorreflexión democrática debe ser llevada a todos los dominios de la vida social incluyendo el ámbito de la producción y reproducción material. Material, por tanto, es una democracia que puede ser experimentada como una forma de libertad, autonomía y dignidad que embebiese todo contexto de la vida social y, por tanto, también de la vida cotidiana de los individuos. La democracia colombiana requiere ser perfeccionada, profundizada y radicalizada. No podemos darnos el lujo de botar el agua de la bañera con niño incluido, lo que demanda la movilización cotidiana de miles de personas bajo el faro de otra democracia, que sí es posible, para la cual es indispensable que la sociedad asuma la política como un asunto fundamental de cada día, rompiendo la privatización que del manejo del Estado han concretado quienes lo han depositado en sus bolsillos, recuperando los bienes estratégicos, públicos y comunes del conjunto social, quitándoselos al empresariado nacional e internacional, bajo el reto que toda decisión que implique el presente y el futuro de la población que habita este país sea consultada en referendo, a más de hacer de la representación pública un asunto de servicio rotativo y no una profesión o negocio.

 

Para esto, no basta con quebrar la indiferencia, también es indispensable construir un imaginario de otra sociedad necesaria, ganando disposición por lo público, dejando a un lado el miedo, que no es casual. La tendencia a una progresiva restricción de las libertades democráticas ha conducido en el pasado y recientemente a que las expresiones de cuestionamiento radical y el ejercicio crítico de los derechos humanos y la democracia radical se hayan transformado en un riesgo personal, de exclusión, encarcelamiento o muerte (como lo recuerda la nefasta experiencia política bajo los gobiernos continuos del representante de la extrema derecha Álvaro Uribe, 2002-2010). Se ha convertido en una cuestión vital para la izquierda, agrega Wellmer, tomar clara conciencia, no solo de los contenidos ideológicos y represivos, sino también de los contenidos progresistas y emancipatorios de la democracia burguesa. 

 

Es un reto imperioso. Para la izquierda democrática la defensa de los derechos humanos y de las libertades democráticas no puede ser una cuestión meramente táctica, pues con ello también defiende sus propias condiciones de existencia, su compromiso humanista y su razón de ser. 

 

* La población objetivo fueron personas de 18 años y más, residentes habituales de los hogares (población que puede ejercer el derecho al voto) del territorio nacional. El diseño muestral: probabilístico, estratificado, multietápico, de conglomerados.

 

Referencias bibliográficas:

 

Broderick, Walter, Camilo Torres. El cura guerrillero, Ediciones Grijalbo, España, 1977.

Torres, Camilo, Cristianismo y revolución, Ediciones Era, Mexico, 1972.

Wellmer, Albrecht, Finales de partida: la modernidad irreconciliable, Ediciones Cátedra, España, 1996.

 

*Economista, integrante del Consejo de redacción, Le Monde diplomatique, edición Colombia

 


 

“El que escruta elije”*

 

i) En el sistema actual para votar la clase popular colombiana tiene que dividirse en liberal y conservadora; todo lo que divida al pueblo está contra sus intereses.

ii) El aparato electoral está en manos de la oligarquía y por eso «el que escruta elige», el que cuenta los votos determina la victoria. Las elecciones se hacen más en las oficinas del gobierno oligárquico, que en las mesas de votación.

iii) Como es imposible ganarle a los que controlan la maquinaria electoral y todos los factores de poder, los grupos de oposición que llegan al parlamento no podrán nunca hacer transformaciones revolucionarias; por el contrario, su presencia en el parlamento facilita que la oligarquía diga que en Colombia hay democracia porque hay oposición.

iv) No me parece buena educación revolucionaria decirle con las palabras al pueblo que desconfíe de la oligarquía y decirle con los hechos que le entreguen al sistema algo de lo más precioso que tiene un ser humano como es su opinión política.

v) Creo que con el tiempo y el dinero que se emplea en confeccionar listas, discutir por renglones, suplencias y caciques se puede aprovechar para organizar y unificar a la clase popular por la base.

vi) En el caso que sucediera el milagro de que la oligarquía se equivocara contando los votos y la oposición pusiera la mayoría, sabemos que […] la oligarquía puede anular las elecciones y dar un golpe de Estado. Una oligarquía que no le ha temblado la mano para matar jefes revolucionarios, para lanzar el país a la violencia y para respaldar gobiernos militares, creo yo que no va a entregar el poder por el simple hecho de una mayoría oposicionista en la votación, mayoría que como ya lo hemos demostrado es moralmente imposible que pueda resultar.

vii) Personalmente yo soy partidario de la abstención electoral pero no de una abstención pasiva, sino de una abstención activa, beligerante y revolucionaria.

* Camilo Torres, Frente Unido, Nº1

26 de agosto de 1965

 

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