Colombia, gobierno Gustavo Petro. El boga (II)
Walter Tello, detalle sin título (Cortesía del autor)

“Qué ejcura que ejtá la noche…” (1). El sonido poético de Candelario Obeso interioriza mucho más mis pensamientos y potencia sentimientos que siempre nos acompañan pero que poco dejamos fluir. Su canto me llama a gozar la noche, placer que no podemos darnos quienes habitamos en las ciudades; nocturno urbano, encandilado por millones de bombillas; urbes oscurecidas a pesar de tanta luminosidad. ¿Desde hace cuánto perdimos el goce de la oscuridad iluminada por la luna y millones de estrellas, luceros y toda la bóveda celestial?

Bombillas prendidas cada día desde antes que la penumbra se imponga, uno de los frutos del progreso, el mismo que nos sumió en el incesante e imparable frenesí del mercado, de velocidad motorizada, de la incesante quema de los combustibles fósiles.

Frenesí que nos impide tomar aire con parsimonia y brindarnos el tiempo necesario para deleitarnos con los colores, los sonidos y las sorpresas que en uno y otro lugar porta la naturaleza, y así embriagarnos de imágenes y colores a cual más visuales, dejándonos sorprender por su diversidad. Tiempo para la vida, recuperándola del mercado, donde nuestra fuerza de trabajo es feriada al mejor postor y cuando no hay demanda obligados a sumirnos en las congeladas aguas del esfuerzo de los sin-patrón –¡aleluya!– por lograr algún recurso económico para cubrir –con seguridad sin satisfacción total ni vida digna– las necesidades que nos plantea la supervivencia.

En esas meditaciones estaba, seguro de ir con rumbo a Puerto ambiente, querido y recordado terruño, sueño de ensueños, cuando al mirar la brújula me percato de que, por efectos del viento y de falta de esfuerzo propio con los remos, la dirección que llevo es hacia Puerto industrial. El tiempo recorrido y las tenues luces que se avistan en el horizonte me dan la certeza de que estoy por arribar a este destino y que no vale la pena reorientar la popa hacia mi coordenada original.

Al acercarse otro tanto la embarcación a tierra firme, me llegan los ecos de voces airadas que alegan contra la ministra Irene Vélez: “¿Cómo así que las exploraciones a futuro de petróleo y gas ya no van más?”. “¿Qué es eso de decrecimiento? ¿Y a dónde va ir a parar nuestra seguridad inversionista?”. “¿Qué dirán las multinacionales y la banca de inversiones de semejantes posturas?”. “¿Acaso no ve que el dólar se dispara por este tipo de declaraciones?”. “¿De dónde saldrán los dineros para comprar la energía fósil que seguirá demandando el país?”. “¿Y qué dice el ministro Ocampo?”.

La avalancha de voces e increpaciones es incesante. La voz de la Ministra queda ahogada entre tanto reclamo, ampliado por megáfonos audiovisuales y por otros portentos de las comunicaciones que amplifican sus voces y reclamos nacidos al sentir que sus bolsillos quedarán huérfanos de los miles de millones que les deja el negocio de la muerte, como son el petróleo, el gas y el carbón.

Con cuidado sigo remando, asegurándome de llegar con exactitud al punto del puerto donde la reyerta es mayor. Al arribar allí, descargo en la profundidad de las aguas el ancla, me amarro un cordón que siento flojo y me acomodo la ropa, desaliñada por tanto trajín, y doy mis primeros pasos en tierra firme. A pesar de saludar con afecto e invitación al diálogo, los reclamos no cesan, y alcanzo a escuchar que lo buscado por los reclamantes, además de la “seguridad inversionista”, es la cabeza de la Ministra. Ni más ni menos.

Calmo las crispadas aguas, explico de qué se trata el decrecimiento, por qué debemos liderarlo, trazando con colores fuertes el camino que en pocos años habrá de recorrer toda la humanidad si de verdad la pretensión es que sigamos habitando el “planeta azul” –como lo tenemos claro nosotros, que somos “potencia mundial de la vida”– y logro que los gritos sean reemplazados por un diálogo que en pocas semanas llega a consenso:

El intercambio de razones, tasa de café en mano, pasa a los salones de las oficinas del Puerto. Las multinacionales defienden sus cartas por medio de diversos representantes locales, empresarios de los más bariados segmentos industriales y comerciales que, al tiempo que hablan, presionan la economía nacional con la inestabilidad del peso. El dólar gana en cotización y las discrepancias dentro del gabinete presidencial quedan al desnudo. “El decrecimiento no será inmediato…”, “Las exploraciones de hidrocarburos proseguirán por lo menos durante 15 años más…”, razones y visiones sobre economía, política, ecología, vida, que traspasan las oficinas de las juntas, y las discrepancias llegan más allá del gabinete ministerial con la perla de Roy: “Creo que hay que sacar todo el petróleo de la tierra”.

La ministra Irene no tarda en procesar la desfavorable correlación de fuerzas, nacional e internacional, plano en que los gobiernos amigos de América Latina están lejos de plantearse la transición energética. Con los negociantes de la vida tranquilizados, con la claridad gubernamental de que esta reivindicación exige recorrer un amplio esfuerzo cultural y educativo, a lomo de una intensa y permanente campaña mediática, retomo sobre aguas calmas el rumbo original y marco en el mapa las coordenadas a las que debo dirigir la proa.

Tengo la mano alzada, asido el remo; tomo aire para reiniciar el desplazamiento sobre las aguas de mi adorado río, cuando escucho los reclamos de las comunidades para que les reduzcan las tarifas por consumo de energía, justo reclamo que en rápida negociación con las empresas del sector asegura una inicial e insuficiente rebaja del 2,5 por ciento. Tendrá que ser mucho más, pero aún no logramos que cedan en su insaciable sed de ganancia.

La satisfacción por este logro parcial me eleva el ánimo, aunque no logro dejar de pensar en que las gentes necesitan de mi gobierno una urgente medida económica que les ayude para llenar el plato que ahora no ven en los necesarios tres alimentos diarios. Se trataría de una medida económica que, además, neutralice el efecto cotidiano de la creciente inflacionaria y la inseguridad que la misma produce sobre el futuro inmediato en los hogares.

Sin tranquilizarme del todo, otra vez estoy sobre la ruta. “Bogá, bogá…, canto con Obeso y voy acariciando con el remo las aguas del río Colombia, maniobrando con prontitud cada vez que uno y otro de sus afluentes le abrazan con la fuerza de sus aguas. Ya diviso Puerto ambiente y mi ánimo está de plácemes, pues durante estos días también logramos recomponer el alto mando de las Fuerzas Armadas y de la Policía; además los nombramientos en el DAS y otras oficinas de seguridad nos dan el control de los secretos operativos con los cuales podemos afinar oídos y ojos, así como saber conectarnos con Radio bemba, con lo cual poder adelantarnos a posibles desobediencias. Además, la coalición en el Congreso avanza, aunque a un alto costo burocrático y de continuidad de “prácticas poco santas y mal miradas por la sociedad”, pero ganando tiempo hacia logros por mostrar en la campaña electoral de las regiones que se avecina.

Cuando estaba removiendo las aguas y el lodo que va empozando la chalupa, alistando envases y otros recipientes cuyo contenido he consumido, así como juntando la ropa sudada por el intenso esfuerzo de días en busca de calmar aguas encrespadas que no ceden en hundir el propósito de los 25, de los 23, después 22 y luego 20 billones pretendidos con la reforma tributaria –al tiempo que los enconados reclamos de quienes por años han multiplicado sus cuentas bancarias, favorecidas por la enfermedad y la necesidad de cuidado de millones, empresarios en desacuerdo con la desprivatizadora reforma de las EPS planteada por la ministra de Salud–, en medio de ese trajín de proa a popa, escucho los ecos de unas aspas que anuncian que se acerca un helicóptero. El sonido es cada vez más nítido, aguzo la vista y detallo una nave de nuestras Fuerzas Armadas, desde la cual me hacen saber por alta voz que me arrojarán una escalera para que ascienda por ella y pronto lleguemos al aeropuerto Catam, pues debo partir hacia la 77 Cumbre de Naciones Unidas, anhelado epicentro para dar a conocer la agenda por la vida que centra el devenir de nuestro gobierno.

Una vez en el mayor escenario de la diplomacia mundial, aprovecho los pocos minutos que nos dan para dejar en claro una agenda anticapitalista, sin así denominarla, la que deja abierto un inmenso reto por materializar, primero que todo en nuestro país, como ejemplo fidedigno de que sí se puede. El Plan Nacional de Desarrollo deberá contener medidas en tal dirección.

Alzo la voz, pausado y tranquilo, y resalto: “El desastre climático matará a centenares de millones de personas y –¡oigan bien!– no lo produce el planeta: lo produce el capital, la causa del desastre climático es el capital. La lógica de relacionarnos para consumir cada vez más, producir cada vez más, y para que algunos ganen cada vez más, produce el desastre climático”. Y no puedo dejar de enfatizar: “[…] nos piden más y más carbón, más y más petróleo, para calmar la otra adicción: la del consumo, la del poder, la del dinero”. Y no puedo terminar el llamado a cuestionar nuestro modo de producción sin enfatizar que “la guerra contra las drogas ha fracasado. la lucha contra la crisis climática ha fracasado”.

Las voces de apoyo a esta visión urgente por la vida, y sus propuestas, llegan desde diversos países. Hay audiencia, aunque sé que no tenemos poder para imponerla. Son argumentaciones que, semanas después, defenderé en el COP27 con la propuesta a los gobiernos de poner en marcha “[…] el plan global de desconexión de los hidrocarburos”, y a las sociedades civiles a actuar “[…] con permiso o sin él de los gobiernos”, un llamado a la autonomía y el liderazgo social que marca uno de los rasgos fundamentales de las sociedades del futuro: hermanadas, unidas como un solo pueblo, emancipadas de la dictadura del capital y de sus monopolizados mercados.

Nueva York queda atrás y dejo el FAC 001 para retornar a la chalupa con dirección hacia Puerto agricultura. El afán no es menor: la transformación del poder oligárquico en el país, así como la Paz Total, reclaman una efectiva redistribución de la tierra. Llego pisando duro, con la oferta de comprarles tres millones de hectáreas, no las peores sino las mejores hectáreas, para hacer del país una despensa alimentaria en beneficio del mundo; tierras incultas o dedicadas a la ganadería extensiva, incorporadas a una dinámica productiva que facilite que miles de campesinos abandonen la siembra de los “cultivos malditos”, y así abonar otro factor indispensable para la Paz Total: la ruptura del circuito y la lógica del narcotráfico.

La propuesta es aceptada y queda en sus manos detallar la forma para su concreción: revisar con toda la finura requerida los títulos de propiedad, detallar la historia de cada predio, cruzar las matrices tierra-paramilitarismo-desplazamiento-masacres-títulos legalizados notarialmente… Será indispensable para que este proceso no termine en un descomunal lavado de culpas y capitales. ¿Sí existirán tres millones de hectáreas que no estén manchadas de sangre o de dolor?

Despedido con el sonriente rostro de terratenientes que respiran con la tranquilidad de que la expropiación por vía administrativa no irá, y que el negocio abonará sus abultadas cuentas, embarco hacia Puerto paz y, en su ruta, me llega la buena nueva de la prorroga de la Ley 418 de 1997, con la cual queda reforzado el marco para la paz necesaria, la Paz Total. Pese a ello, una espina queda atravesada en mi garganta al saber que fue derrotado el artículo que da pie para la liberación de los jóvenes de “primera línea”. Es una deuda y un deber.

El Comisionado de Paz me recibe con noticias alentadoras: la Mesa con el Eln retomará funciones en pocos días; desde las Farc las disposiciones para dialogar son tan diversas como lo son ahora sus fracturadas estructuras, y los paramilitares de muy diverso tipo también confirman su disposición. No guardan silencio bandas del más variado pelambre.

El terreno está abonado. En la actualizada Ley 418 –ahora “Ley de Paz Total”–, nos aseguramos de que acuerdos parciales sean firmados y ejecutados, superando así una de las debilidades de negociaciones anteriores con una guerrilla que, en varios gobiernos, se dispuso a las Mesas, en las que imperó el clásico modelo negociador del “todo o nada”; una inexistente flexibilidad que la ha alejado de un posible y necesario acuerdo en el que las puertas deben contar con todas sus bisagras bien aceitadas, para que en la vía política así encuentren todas las posibilidades para reivindicar sus búsquedas de justicia y nuevo país.

Salgo de las oficinas de Puerto paz y retomo camino hacia el muelle. El aire de aguas tranquilas me llega, junto con la dulzura de vientos que traen los más diversos aromas del país. La Paz Total no será fácil, medito, pero ya la atarraya está entre el agua. Veamos a ver si la pesca nos favorece.

Y de nuevo viene Candelario con su voz hasta mis oídos:

[…] “¿Quieren la guerra

con loj cachaco?

Yo no me muevo

re aquí e mi rancho;…

Si acguno intenta

subí a lo arto,

buque escalera

poc otro lao!… (2). n

*https://www.eldiplo.info/el-boga/

1. Obeso, Candelario, Cantos populares de mi tierra. Antología poética de los olvidados.

Alcaldía Mayor de Bogotá, julio 2004, p. 54.

2. ibíd.., p. 84.

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=180&search=suscri

Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez Márquez
País: Colombia
Región: Sudamérica
Fuente: Le Monde Diplomatique, edición Colombia - diciembre 2022
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