Escrito por Carlos Gutiérrez M.

Una vez más, como cada año por esta época, en próximas semanas veremos en funciones a la Comisión Nacional de Concertación de Políticas Laborales y Salariales. El rito del tire y afloje, de un lazo que tejen entre las propuestas de incremento salarial, de mayor o menor cuantía, será de nuevo noticia. Resaltará en sus primeros anuncios la pretensión patronal de poco reajuste, y de su contraparte por lograr lo contrario.

La negociación salarial se afronta en esta ocasión dentro del marco de una nueva realidad global de la que no está exenta el país. Es una novísima realidad que surge de la cuarta revolución industrial en curso y la crisis sistémica que soporta el Sistema Mundo Capitalista, con cambios tecnológicos de amplio impacto, entre los que resaltan los materializados vía inteligencia artificial, la misma y anunciada internet de las cosas –con algunas aplicaciones ya en marcha–, pero también con los impactos suscitados por los desarrollos tecnológicos, paridos por la recién vivida, y en parte concluyendo la tercera revolución industrial, con la masificación de la internet, la telefonía celular y todo lo que trae asociado (sonido, imagen, texto integrado en un solo soporte), comunicación, más allá de lo imaginado hasta hace pocos años, con notables y preocupantes efectos sobre el ritmo y la calidad de vida cotidiana, así como sobre el tiempo y la (des)valorización que prima del mismo, el empleo/desempleo, la productividad y, lógico, en las ganancias, cada vez más concentradas en pocos bolsillos, y otros muchos impactos.

Es una nueva negociación también de cara a los coletazos desprendidos de la pandemia por covid-19; desde la ampliación del teletrabajo, que hasta hace dos años solo era aplicado en amplia escala en ciertos sectores de la economía; el financiero y otros servicios, encabezando la lista, con trabajadores cada vez más aislados e individualizados en su labor y relación con la patronal. Son efectos ampliados al ahondamiento del desempleo estructural que sobrelleva nuestra sociedad, así como a la calidad del trabajo, las formas de contratación, la tercerización laboral, la reducción de salarios, pero también la evidencia de un trabajo del cuidado en cabeza mayoritariamente de las mujeres y sin remuneración fija alguna.

El crecimiento de la informalidad no está ausente de esta realidad, y con ella la (in)seguridad social, en particular la baja tasa de cotizantes para salud y pensión, con el significativo peso económico que esa realidad descargará sobre el conjunto social en pocos años, toda vez que el país va saliendo de ser habitado mayoritariamente por gente joven e inicia el tránsito hacia una sociedad con un importante porcentaje de población adulta y vieja.

Sobre la mesa de todos los connacionales están otras realidades igualmente asociadas al mundo del trabajo, aunque parezcan más del ámbito del conjunto social: crisis ambiental, modelo de organización territorial –con énfasis en lo urbano y semiurbano–, trabajo rural y organización territorial, vivienda, educación y formación para el trabajo, salud pública en general, con enfoque particular sobre salud mental y seguridad laboral, transporte público de carácter masivo y tiempo ‘muerto’, e impacto sobre la calidad del aire también. Difícilmente deberían quedar por fuera de las consideraciones, los debates y la negociación que implica determinar un nuevo salario mínimo.

Todo aquello es ineludible porque el mundo del trabajo no está por fuera del conjunto de variables que determinan la calidad y la vitalidad de la fuerza laboral. Sin duda, sobresale el papel del Estado en la organización social, la soberanía económica y agraria, la administración de lo público –con participación cada vez más abierta y decisiva de la sociedad civil–, la redistribución de la riqueza. Esto y mucho más no puede quedar ausente de la concertación salarial, que, es evidente, no se debiera reducir a una negociación de unas cuantas semanas, para abrirse a un debate más allá de los directamente implicados y que cubra por lo menos el segundo semestre de cada año. Democracia política, económica y social se puede calificar este ejercicio para garantizarle vida digna a no menos de 20 millones de personas que venden su fuerza de trabajo y, por su conducto, al conjunto de los 50 o más millones de connacionales que somos.

No se puede olvidar que el salario mínimo legal es tan solo un parámetro, como quiera que el 63,8 por ciento de los trabajadores gana de ese monto, y el 24,8 por ciento gana entre uno y dos salarios mínimos, lo que significa que el 85 por ciento de la población tiene ingresos menores al valor de una canasta medianamente digna para sobrevivir. El trabajo formal, regido por la legislación y sobre el que en realidad tiene algún impacto lo acordado al finalizar cada año, en el mejor de los casos, apenas ronda el 40 por ciento de la fuerza laboral. A pesar de ello, los empresarios asumen la puja como si fuera un asunto de vida o muerte de sus negocios, con una posición del gobierno dispuesta apenas a escuchar las razones de quienes garantizan el funcionamiento de todo tipo de industria y empresa.

En la negociación anterior, por ejemplo, el defenestrado y tristemente célebre Alberto Carrasquilla sostenía que el salario mínimo en Colombia era “uno de los más altos del mundo” (!), y aunque aclaraba que “no en poder adquisitivo sino en relación con las condiciones de la economía”, abogaba por que este fuera reajustado en mínimos valores. Razones de sobra hay para no ser optimistas sobre el resultado de las negociaciones, pues, con alto nivel de probabilidad, los argumentos del pasado seguirán siendo el hilo argumental del gobierno y los dueños del capital, máxime si tenemos en cuenta el regresivo y atrabiliario carácter político del establecimiento.

De esta manera, y a pesar de lo anotado, la nueva negociación debiera trascender la típica puja sobre monto salarial y las arandelas que lo complementan, abriéndose al amplio espectro de la política económica y social, que en última instancia determina el mundo del trabajo, tema de inquietud global. 
Agenda abierta, como no, a los giros que hoy vive la política económica. Giros que sería bueno considere la burocracia estatal. Importante abrir los ojos pues no deja de ser paradójico que la inserción en el mundo que tanto reclamaran nuestros ‘modernizantes’ globalistas –así esgrimido cuando decidicieron sumarse al llamado Consenso de Washington– hoy, que este empieza a ser revaluado y los deja fuera de lugar, se muestren ajenos al obligatorio cambio de rumbo exigido por las nuevas condiciones.

Tomando también en cuenta el “gran reinicio”, propuesto por el último Foro de Davos, que gira alrededor de los problemas que plantean la desigualdad, el futuro del mercado laboral y los mecanismos que permitan alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible como temas de interés mundial, todo ello marginalizado en Colombia del debate político y de la academia.

Una discusión seria en la mesa por instalar debiera enfrentar, entre todo lo anotado y con gran atención, la valoración del tiempo y, por su conducto, la redistribución de la renta y el propósito de vida digna, baluarte de felicidad, propósito final que oriente nuestra existencia como seres humanos. Es, sin duda, un tema fundamental por abordar, pues el mundo cambió –o está en proceso de ello–, y la productividad de hoy no es la misma de hace tres, dos o una década. Así lo demanda la necesidad de romper el desempleo estructural que golpea a nuestra sociedad, pero también la de superar la extendida informalidad por medio de la cual un mayoritario porcentaje del país logra el sustento diario.

Otro campo importante y sobre el cual discutir es la reducción de la jornada laboral, más allá de la aprobada y reglamentada por la Ley 2101 de 2021, y por empezar en su aplicación gradual a partir de 2023 (1). Es necesario recordar que, mientras en algunos países la semana laboral es de 35 horas, y se debate sobre la semana laboral de 4 días, aquí todavía estamos en 48 horas semanales. Este debiera ser un tema vital para el sindicalismo, que lo hizo bandera de la humanidad en el siglo XIX y cuya conquista de los famosos tres ochos le significó a la clase trabajadora unas mejoras notables para su vida diaria.

A más de un siglo transcurrido desde aquella gesta, la cambiante sociedad global abre sus puertas a nuevas y notables transformaciones en el mundo del trabajo, empezando por la reducción de la jornada laboral sin achicar el salario. Es esta una vía efectiva para quebrar el desempleo estructural y ganar productividad, para enganchar más mano de obra sin acudir a los mismos trabajadores a fin de que hagan horas extras, para reducir accidentes de trabajo y ganar en salud mental, pero también para superar la creencia generalizada de que siempre ha sido así y así deberá seguir siendo, creencia sobre la abnegación para el trabajo que parece un castigo, como lo aborda la Biblia.

Este asunto del tiempo es mucho más significativo e indispensable, ya que se debe ganar espacio para un debido descanso, para el goce y el placer, para la creación libre, para no estar obligados a vivir corriendo –pues “el tiempo no alcanza para nada”–, para vivir en dignidad y no solo sobrevivir; para que el tiempo que nos pertenece no solo sea aquel de las horas en que dormimos al llegar exhaustos a casa por la jornada laboral, la presión de los supervisores, las metas definidas por la dirección de la empresa, y de las dos o más horas de transporte para llegar al hogar, tiempo muerto que nadie remunera. En síntesis, se deben asegurar menos horas de trabajo por igual salario, una vía complementaria que ha de llevar a la redistribución de la riqueza producida por millones de cuerpos y que es apropiada de manera injusta por unos pocos.

El que tratamos aquí es un tema sustancial para el sindicalismo pero también para el empresariado, toda vez que, al garantizarles mejores condiciones de vida a quienes venden su fuerza de trabajo, se asegura mayor productividad, mucho más cuando las áreas de trabajo están asociadas a nuevas tecnologías, cada vez de mayor exigencia, concentración en el oficio y conocimiento para quienes las manejan, que en estos años ya no son simples obreros sino mucho más, “trabajadores ilustrados”, es decir, mano de obra altamente calificada. Es un tema al cual no le deben temer los empresarios, pues, si se revisa la historia, se comprueba que la reducción de la jornada laboral no les significó una reducción de ganancias sino todo lo contrario. Es algo no mecánico, claro está, y que por ello está asociado al conjunto de materias relacionadas al comienzo de este editorial. Un mundo en transformación demanda mentes abiertas, cambio cultural, y disposición para explorar y aprender, así como para deponer viejas creencias.

A la solución de esta problemática también aportan, y no de cualquier manera, los estudios adelantados por los recién laureados con el Premio Nobel de Economía David Card y Alan Krueger. La Academia Sueca reconoció el profundo significado de sus estudios empíricos, de “experimentos controlados”, con información real que permite comparar y constatar cambios en numerosos grupos humanos. El galardón es un reconociendo a “[…] una manera de producir conocimiento económico que se liga con intervenciones económicas del Estado para resolver problemas relevantes. Este reconocimiento es una refutación directa de los métodos de la economía convencional y, en consecuencia, de muchas de las leyes económicas que pretendidamente ha establecido el pensamiento económico dominante” (2).

La Academia reconoció otros aportes de estos economistas e investigadores sociales: “[…] reconoce cómo los estudios de Card de principios de los años 90 sobre ‘los efectos en el mercado de trabajo, de las subidas del salario mínimo, la inmigración y la educación’ […] desafiaron el conocimiento convencional y mostraron, entre otras cosas, que subir el salario mínimo no conduce necesariamente a una bajada del empleo. El anuncio del Nobel también menciona otras importantes conclusiones de los trabajos de Card, como la relación positiva entre la inmigración y los ingresos de los trabajadores nativos, o el posible efecto negativo que la inmigración reciente puede tener sobre los ingresos de trabajadores inmigrantes llegados con anterioridad. Por último, el anuncio del Nobel también reconoce la importancia de los descubrimientos de Card sobre la relación entre los recursos destinados a la educación y la carrera laboral” (3).

Estas investigaciones y conclusiones invitan al empresariado, como a los funcionarios del Estado, a revalorar sus persistentes argumentaciones, repetidas una y otra vez cuando se trata del incremento salarial, de sindicarlo de causante de mayores tasas de desempleo y de factor inflacionario. Estas, por lo menos, son las nuevas realidades con que se encuentra la Comisión Nacional de Concertación de Políticas Laborales y Salariales, y que debieran facilitar un acuerdo salarial rápido y con beneficios de todo orden para quienes venden su fuerza de trabajo, marcando a la vez una ruta temática y metodológica para que el país supere ese debate salarial de unas pocas semanas y lo encare, con mirada estructural y de futuro por varios meses en cada uno de los años por venir, a fin de abordar con vocación de largo plazo lo que ya tiene marcas en el presente.

1. “Jornada laboral en Colombia se reducirá de 48 a 42 horas a la semana”, Portafolio, junio 17 de 2021.
2. Delhado Selley, Orlando, “El Nobel de Economía: la “revolución de la credibilidad”, La Jornada, México, 14 de octubre de 2021
3. “Nobel de Economía para un investigador que negó la relación entre desempleo y subida del SMI”, Redacción El Salto, España, 12 de octubre de 2021.

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