por Héctor-León Moncayo S.
No había pasado una semana desde el triunfo de Gustavo Petro cuando, sorpresivamente, junto con las especulaciones sobre los posibles ministros, los ataques se convirtieron en “consejos”: al parecer, nadie estaba ya en desacuerdo con ¡el cambio! La preocupación era otra. Muy bien lo sintetizaba el editorialista de un periódico capitalino: “Prudencia con los cambios…” . Aunque se cuidaba de aclarar, para tranquilidad de los amigos del “Pacto”: “sin traicionarlos” (1). Los críticos y hasta los enemigos de la víspera asumían ahora la posición de “maestros” en la tónica de enmendarle la plana. La disputa sobre la naturaleza del cambio quedaba así reducida a una cuestión de moderación y confundida con la cuestión de la velocidad. No obstante, da la impresión que en la opinión no hay suficiente claridad sobre lo que debería y podría significar una nueva política.
En efecto, si algo quedó claro en el resultado de las pasadas elecciones es la existencia mayoritaria en el pueblo colombiano, tanto en los que ganaron como en los que perdieron, de un anhelo de cambio. Lo que no se puso de manifiesto es que dicho anhelo, todavía vago y confuso, coincide además, en esta ocasión, con una necesidad histórica. El hundimiento de la política tradicional lo es al mismo tiempo de una burguesía que carece de perspectiva histórica. El modelo económico “extractivista”, mono-exportador, que durante casi veinte años dio vida a la economía colombiana, se agotó definitivamente. No se trata de un receso transitorio sino de una pérdida completa de viabilidad.
Colombia, en realidad, si bien ha tenido picos de extracción de crudo conforme han entrado en operación los periódicos descubrimientos significativos, no es un país petrolero. La producción diaria que desde 2010 había aumentado año tras año hasta llegar a más de un millón de barriles, comenzó luego a descender hasta colocarse en los tres últimos años alrededor de 700.000 Así pues, podía haber consolidado un esquema de autoabastecimiento pero nunca jugarse el futuro en intentar montar una plataforma exportadora. Es la realidad que ahora se nos vino encima. Las reservas probadas van a terminarse (según los cálculos, para 2028 escasamente se cubriría el consumo local) y aunque se sigue explorando no abundan expectativas optimistas. Es por eso que insisten de modo irresponsable en probar con las tecnologías absurdas, llamadas “no convencionales”, como el fracking, cuyo impacto destructivo sobre los ecosistemas es ampliamente reconocido. Se pretende, pues, prolongar la vida del modelo de manera artificial, como un zombie.
Lo anterior es una muestra de la significación y la profundidad del cambio que se necesita. No sólo por voluntad sino por necesidad. Puede suceder, claro está, que el país continúe indefinidamente, simplemente sobreviviendo; la fórmula muy colombiana del justo medio que facilita guardar las apariencias. No obstante, la situación mundial es verdaderamente crítica y no permite la calmada indiferencia; obliga a ofrecer respuestas contundentes e inmediatas. Es posible entonces que también aquí los cambios se precipiten, pero como resultado de las exigencias y los golpes de la turbulencia internacional.
¿Radical e inmediato?
La mencionada falta de claridad en las diferentes vertientes de la opinión pública no es gratuita. Es posible criticar y rechazar el llamado modelo extractivista desde el punto de vista de la crisis climática, es decir frente a la imperiosa necesidad de abandonar, en todo el mundo, los combustibles fósiles cuya utilización es responsable de buena parte de la emisión de gases de efecto invernadero. De ahí la necesidad universal (y también en Colombia) de sustituir la matriz energética orientándola hacia lo que se llama energías “limpias”. Ese parece ser el enfoque de Petro. Un proyecto que como mínimo se toma no menos de quince o veinte años. Empero, la caracterización que se le debe dar al modelo y que es la que se está resaltando aquí, es otra, si se quiere económica, y es de tal importancia y urgencia que exige alternativas de fondo; respuestas, esas sí, de corto plazo.
Como se habrá advertido, le hemos añadido el calificativo “monoexportador” y casi sobra recordar sus implicaciones. Es tanta la literatura periodística y académica que difundida en los últimos meses en defensa de sus “virtudes” que resulta innecesario explicar la extremada dependencia del país respecto de las inversiones, producción y exportaciones de petróleo. Colombia, al igual que otros países, gracias al prolongado periodo de altos precios de los hidrocarburos en el mercado mundial, pudo ignorar la destrucción de su base productiva manufacturera e incluso agrícola, e ingresar al mundo de fantasía de importar… e importar… Sucumbió al espejismo de una balanza de pagos y unas finanzas públicas equilibradas. Y otro calificativo merecería entonces el modelo: la columna vertebral de los negocios, como se sabe, no es aquí la producción sino la especulación financiera, verdadero determinante de las oportunidades de inversión incluso en la extracción. De tal especulación hace parte, por cierto, el endeudamiento público. Tenemos entonces un modelo económico “financiarizado”.
Hoy, la necesidad de encontrar una alternativa es inmediata. No es una opción. ¡El modelo se hundió! Ya estaba haciendo agua cuando entró el gobierno de Duque. La pandemia llevó, como es natural, a una recesión, pero no debemos utilizarla como una coartada tranquilizadora. Luego de la actual “reactivación”, las tendencias de fondo seguramente reaparecerán después de las transitorias altas cifras de exportación. La reducción del fondo de divisas llevará a un estrangulamiento de la economía. No se trata pues de la transición energética sino de encontrar otra ubicación –reinserción– en la economía mundial.
Ahora bien, visto desde otro ángulo, debe reiterarse que este modelo mono-exportador permitió sobrellevar aquí los desastres y las imposibilidades del régimen neoliberal. Esto, a diferencia de otros países cuyos gobiernos se esforzaron por cambiar este régimen antes de entrar en el extractivismo. Obsérvese que al neoliberalismo también suelen denominarlo “modelo” para diferenciarlo de aquel basado en el intervencionismo de Estado. En ese sentido, el “cambio” anhelado debería significar también el reemplazo del modelo neoliberal. Ese sería otro objetivo. Pero no están desconectados: difícilmente podría encontrarse otro patrón de acumulación sin modificar el marco actual de la regulación económica capitalista.

Aquí es más difícil señalar el agotamiento del modelo (neoliberal) para concluir que el cambio es una necesidad histórica. Para los tecnócratas, el fundamentalismo neoliberal es la teoría económica “científica” por excelencia y las políticas públicas sólo son eficaces y legítimas en la medida en que se basen en las llamadas “reglas del mercado” (2). Y no son pocos los interesados en mantenerlo sometiéndolo a simples retoques –el “sagrado” principio de la gradualidad. Pero no es imposible; salud y pensiones, por ejemplo, son ámbitos para los que la crítica es mundialmente contundente. Para no mencionar los aspectos relacionados con su fracaso estratégico como el creciente desempleo estructural, la desigualdad social y la pobreza. Pero también hay razones para pensar que en este terreno serán igualmente indispensables políticas de corto plazo. Precisamente, el fin del modelo extractivista mono-exportador tornará imposible que bajo las puras reglas del mercado se obtenga una aceptable dinámica económica y social. Se puede ser extractivista sin neoliberalismo, pero no se puede ser neoliberal sin extractivismo.
La realidad es tiránica
La defensa de los modelos no tiene que ver simplemente con racionalidades y opiniones sino, sobre todo, con la preservación de intereses creados o con los que se expresan en la impugnación. Es por eso que no basta con la persuasión: los cambios dependen de modificaciones en la correlación de fuerzas sociales y políticas. Pero también es cierto que hay momentos como éste en que no se trata solamente de opciones de política económica sino de disyuntivas históricas. Es la realidad la que termina imponiéndose brutalmente. En este caso la realidad mundial.
La actual turbulencia está obligando a todos los países y sus respectivas regiones a un reordenamiento, a una nueva modalidad de inserción o de exclusión, ya sea en términos geopolíticos o particularmente, en el mercado mundial. En lo inmediato la referencia es a la guerra en Ucrania. No es por supuesto la primera (ni siquiera considerada como “invasión”) en lo que va corrido de este siglo, pero es manifestación clara de un enfrentamiento entre dos colosos, Estados Unidos y Rusia. Corre paralela al otro gran enfrentamiento de Estados Unidos, tal vez más importante, esto es, con China, el cual se expresa hasta ahora en términos de una guerra comercial. Podría decirse, esquemáticamente, que se trata de una contraofensiva imperialista de los EEUU desplegada, más o menos desde 2009, como respuesta al surgimiento del mundo multipolar en el periodo anterior.
Para la Cepal, por ejemplo, la transformación mencionada es evidente (ver gráfico) pero la interpreta como un lamentable freno de la globalización originado en el retorno al predominio de las razones geopolíticas sobre las razones de la eficiencia (3). Sin embargo, las posturas que llama “nacionalistas” y las estrategias de relocalización, deslocalización cercana, combinación de localizaciones interna y en diferentes países y localizaciones en países considerados “amigos” ya venían practicándose desde antes, durante el auge de la globalización. El principio (dogma) del libre comercio siempre fue aplicado fundamentalmente en los países periféricos, lo nuevo es la aceptación, su relatividad. La crisis exacerbó la lucha, ahora abierta, por el reparto del mundo. Seguramente no es probable que EEUU recupere su hegemonía pero ese es el significado contextual de esta guerra.
En todo caso, sus impactos económicos ya son considerables. En particular, las alzas de los precios de los combustibles (petróleo y gas), las materias primas (carbón, cobre y níquel), los alimentos (trigo, maíz y aceites) y los fertilizantes, debido a la importancia de Rusia y Ucrania en la producción y el comercio mundial de dichos bienes. Para los países de América Latina esto significa un incremento en el valor de su comercio exterior, pero sólo los exportadores netos de combustibles se verán beneficiados pues, en general, sufrirán el efecto negativo del incremento en los costos de los importados. Un caso particularmente grave es el alza de precios de los fertilizantes. Sobre la base de un proceso inflacionario en curso, la Cepal advierte seriamente: “La destrucción de la capacidad productiva agrícola en Ucrania y la paralización de gran parte del comercio de cereales y fertilizantes con la Federación de Rusia abren la perspectiva de una crisis alimentaria mundial” (4).
No obstante, este es apenas el eslabón más reciente de una serie de acontecimientos. La Unctad, que acaba de revisar a la baja sus pronósticos de crecimiento de la economía mundial para 2022 –un crecimiento del PIB de 2,6 por ciento y ya no de 3.6– precisa que los efectos económicos de la guerra de Ucrania agravarán la ralentización de la economía mundial y debilitarán la recuperación que se esperaba en la postpandemia (5). En efecto, no habían terminado de asimilarse las secuelas de la crisis financiera de 2007-2008 cuando emergió la pandemia y ahora, sin acabar de salir de ésta y de las implicaciones económicas de su manejo (endeudamiento e inflación), sobrevino esta guerra.
En realidad, la dinámica del comercio mundial nunca se recuperó de la crisis señalada pese a las medidas adoptadas por los Bancos centrales de casi todas las potencias y debido, en parte, a la mencionada disputa entre ellas por los mercados del planeta. Se había quebrado, entre otras, la tendencia expansiva de la demanda de materias primas jalonada por China. En América Latina, entre 2014 y 2019, se registró apenas un lento crecimiento. Según la Cepal, apenas un 0,3 por ciento, como promedio anual, con la consiguiente caída del PIB por habitante.
El choque expansivo que se aplicó para salir del receso de la pandemia significó un excepcional crecimiento en 2021 para casi todo el mundo, pero ya se preveía una desaceleración para 2022 y un retorno a la lentitud en los años siguientes. Un resultado obvio de la contradicción de política monetaria entre la necesidad de alimentar la recuperación y el esfuerzo extraordinario por controlar la inflación mundial. Todo ello reflejado en los movimientos de la tasa de interés.
Los indicadores registran ahora, con el conflicto bélico, un radical desplome de la inversión extranjera directa. Por su parte, los flujos de capital –de portafolio– cambian de sentido; se encaminan hacia Estados Unidos, atraídos por las crecientes tasas de interés. Se comprenderá el impacto que esto tiene en la deuda pública, especialmente en los países periféricos. Y el dólar se fortalece de modo imparable. Se habla de recesión generalizada. Pero también de una verdadera crisis. Como telón de fondo, sin embargo, persiste la ausencia de perspectivas históricas de acumulación.
El cambio: impuesto vs. voluntario
La difícil situación actual no parece asignarle un lugar definido al mundo periférico, como no sea, para algunos pocos países, el aprovechamiento fugaz de las alzas en los precios del petróleo. Ante la amenaza de la recesión, hasta los Estados Unidos tienden a concentrarse en su propia economía. Pero ello puede ser también una oportunidad. Suele decirse que la desconexión propiciada por la gran depresión de los años treinta y luego por la Segunda Guerra Mundial fue la base de la autonomización de América Latina y consecuentemente de su industrialización y desarrollo. Se olvidan de agregar, sin embargo, que fue necesaria una política deliberada, puesta en marcha desde unos Estados fortalecidos; aquella que hoy es conocida como “modelo de sustitución de importaciones”. Es una lección que vale la pena recordar.
El análisis convencional nos dice que, en lo inmediato, países como Colombia se encuentran entre dos fuerzas. Mientras los valores exportados de combustibles se mantengan superiores al servicio de la deuda externa habrá estabilidad. Y hasta se pueden sufragar los mayores precios de importación. Otros, desde luego, están en peores condiciones. Pero ¿Por cuánto tiempo? No tiene nada de extraño que en algún momento, dada la elevada tasa de endeudamiento y frente a la imposibilidad económica de refinanciación, se materialice el espectro de la insolvencia.
Eso sin contar el choque inflacionario que proviene de la misma fuente. Según la Cepal, al limitado desempeño económico esperado en la región para 2022, que se está expresando en un debilitamiento de la creación de empleo, se añade esta creciente inflación concentrada en los alimentos, generando un contexto adverso para las condiciones de vida de la población. Prevé que, la pobreza extrema y la pobreza se elevarán por sobre los niveles estimados para 2021 que ya eran altos (6). Colombia no se escapa de este diagnóstico.
Lo peor es, sin embargo, la perspectiva para los próximos cinco años. Un cambio sustancial que signifique, como se dijo antes, otra ubicación –reinserción– en la economía mundial es indispensable. Implica modificar todo el entable institucional construido en los últimos años para el modelo monoexportador y sobre todo comenzar a recuperar y redefinir el sistema productivo. Hasta cierto punto puede entenderse como un aprovechamiento de la desconexión impuesta. Y no está descartado que incluya medidas de emergencia.
Todo parece indicar que el eje ya no será como hace un siglo, la industrialización, aunque no se descuida, sino el sector agropecuario. Un desarrollo completamente innovador. Es, por lo demás, indispensable y urgente. Una consecuencia, para empezar, del indispensable cambio de la matriz de importación que debe ser inmediato y draconiano. Una forma de desacople. Es necesario forzar la sustitución de productos agrícolas alimenticios. Como el maíz, para mencionar apenas el más emblemático y vergonzoso de los importados. Tomar en serio la advertencia de la Cepal sobre el riesgo actual en que se encuentra la seguridad alimentaria.
Un giro que forzosamente llevará a un programa que se requiere más audaz y sobre todo más rápido de reforma rural. Por eso se calificó de eje. Comenzando con una verdadera Reforma Agraria, centrada, como debe ser, en la redistribución de la tierra la cual debe orientarse, simultáneamente, a la estabilización de una economía campesina basada en la configuración de un sistema de zonas de reserva campesina. Se trata de desencadenar la producción de suficientes y variados alimentos de la tierra. No es un programa aislado. Supone un forzoso complemento, el conocido trípode: vías terciarias, comercialización y crédito. Obviamente, todo depende de un gran supuesto que se había vuelto un tabú en estos tiempos de los tratados de libre comercio: el respaldo activo y permanente del Estado a la economía campesina.
Sin duda, será necesario actuar simultáneamente en el escenario internacional. Ya lo ha mencionado el nuevo gobierno de Petro: la posibilidad de renegociar los Tratados de Libre Comercio, particularmente el suscrito con los Estados Unidos. –Obsérvese de paso que Colombia, a diferencia de la mayoría de los países de Suramérica, no tiene aún una significativa relación económica con China y se mantiene, como en el siglo pasado, en la órbita norteamericana. Es algo que habría que empezar a cambiar–. Pero la cuestión posee mucho más calado. Tiene que ver con el ordenamiento mundial de “libre comercio” que se edificó en nombre de la globalización y que, como se dijo, obliga cada vez menos a las grandes potencias. Tal ordenamiento ha sido cuestionado desde su surgimiento y mucho más recientemente. Por ejemplo en relación con las normas de propiedad intelectual y el férreo monopolio de las multinacionales farmacéuticas sobre las vacunas.
Pues bien, hace unas semanas se realizó en Ginebra la 12ª Conferencia Ministerial de la Omc (Mc12). Nuevamente, una gran cantidad de organizaciones sociales y diversas organizaciones de la sociedad civil, así como algunos gobiernos de países del sur global, expresaron sus puntos de vista. Por ejemplo, en relación con las normas sobre agricultura. No son pocos los documentos importantes elaborados, difundidos y presentados formalmente por parte de los críticos, en todos los temas, aunque no se haya logrado incidir sensiblemente en las conclusiones de esta Conferencia. Pero la iniciativa continúa. El desafío planteado es, por el momento, la reforma de la Omc. Hacia el futuro, lo que se llama el “nuevo Bretton Woods del comercio” (7), Es en este escenario, como en otros, donde sería preciso incidir como parte de los esfuerzos de cambio. Si se tiene un nuevo gobierno en Colombia, sería de esperarse una nueva presencia, y protagonismo, frente a otros países y en los organismos internacionales. Claro está, no se trata de someter el proceso interno a los ritmos impuestos por éstos sino de una anticipación.
Es muy pronto seguramente para identificar el rumbo finalmente escogido pero, dadas las circunstancias, es lo que aparece como la opción más sólida. Una constatación es indiscutible: más allá de los esfuerzos en favor de la transición energética, es un cambio que incluso por las actuales condiciones internacionales resulta indispensable y urgente. Y por la envergadura de sus requerimientos tiene que ser de entrada ambicioso. Convendría llamarlo por su nombre: un “plan de choque”.
1. El Espectador, domingo, 10 de julio de 2022.
2. El predominio del famoso “pensamiento único”, sin embargo, parece estar llegando a su fin. Aunque en nuestra aldea tarden en enterarse. La Unctad, en su último informe señala: “Además, parece que las instituciones financieras multilaterales han dejado atrás los dogmas simples del mercado. Tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Mundial han reconocido que el pensamiento económico del pasado no puede proporcionarnos un sistema más resiliente para el futuro. Se han respaldado los grandes programas de gasto y las iniciativas para gravar a los ricos y reducir el poder de los monopolios, se ha reconocido el papel de los controles de capital selectivos y se han refrendado políticas fuertemente intervencionistas para respaldar un impulso de la inversión verde” Ver Unctad, Informe sobre el Comercio y el Desarrollo 2021 Panorama General, pág. I, junio 2021
3. Cepal, “Repercusiones en América Latina y el Caribe de la guerra en Ucrania: ¿cómo enfrentar esta nueva crisis?”, 6 de junio de 2022
4. Cepal, Ibídem.
5. Unctad, “Actualización del Informe sobre el Comercio y el Desarrollo 2021” Marzo de 2022. https://unctad.org/es/press-material/la-onu-preve-un-deterioro-de-las-perspectivas-de-crecimiento-de-la-economia-mundial
6. Cepal, op. cit.
7. James, Deborah, La Organización Mundial de Comercio después de la 12ª Conferencia Ministerial, 22 de junio de 2022 . Ver https://www.ineteconomics.org/perspectives/blog/the-world-trade-organization-fter-the-12th-ministerial-conference.
* Economista, integrante del Consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.

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