Debiera ser azul, pero Colombia acaba de ingresar en una zona gris con inciertos desafíos y con unos fantasmas que maneja el poder tradicional. Tras varios años de negociación en la Mesa de La Habana, las energías desatadas, con desenlace impreciso de su confrontación, imponen un gris en el horizonte político. Diversos errores cometidos en el diseño de la negociación, durante el transcurso en armas, y los años de conversaciones, terminaron por imponer una tonalidad así en el cielo del país.
Esos yerros acumulados explican que, ante el anuncio y el momento de la firma entre las partes, el pasado 24 de noviembre, ni la movilización espontánea de la ciudadanía ni el festejo popular fueran las notas predominantes. En Bogotá, sitio de la firma, escasas dos mil personas ocuparon espacios en la Plaza de Bolívar. Sucede que el modelo de negociación impuesto por el gobierno Santos, que excluyó del mismo la revisión de las estructuras económicas y políticas, terminó por acrecentar la desconfianza frente al potencial y la utilidad de la paz posible. Asimismo, desestimuló la participación mayoritaria en los debates que pudo suscitar la negociación, ampliando la despolitización y el desinterés por la cosa pública que reinan en el país, para finalmente polarizarla aún más. En paralelo, de manera contradictoria, gana fuerza la absolución de los crímenes de Estado y de los sangrientos excesos de las directrices contrainsurgentes, que mantuvieron y mantienen la puerta abierta a los privilegios de quienes detentan el poder.
Son varios los errores presentes en la fase de cierre de la negociación, como la negativa gubernamental ante la opción de una Constituyente. A cambio, le puso alas a un plebiscito que terminó por enterrar algunos de los avances firmados en la ceremonia de Cartagena, y que obligó a una ‘renegociación’, no resuelta felizmente. Estos y otros aspectos y circunstancias lanzan hielo sobre nuestro territorio, al proyectar sobre el mismo el color que evoca frío.
El diseño y el desenlace
Si bien en una primera etapa de la negociación la prudencia y el silencio en torno a lo discutido en la Mesa parecía que la potenciaba, pasados dos años de discusiones, demandas, ofertas y contraofertas, el encuentro de cúpulas empezó a mostrar sus grietas, traducidas en el desinterés nacional por el acontecer en La Habana. La mudez en los debates dejó de tener virtud. Terminó por marcar división entre los territorios rurales más afectados por la confrontación armada –el campo menos denso en habitantes– y las urbes pequeñas y grandes adonde poco llegaron los disparos; una diferencia muy marcada en la vivencia y la opinión, traducida en el desdén de los pobladores por los temas abordados en la capital cubana, pues finalmente tales decisiones muy poco o nada cambian su vida cotidiana.
Demostraciones de apatía estimuladas e incrementadas por el discurso oficial que en boca del ministro de Defensa de entonces, Juan Carlos Pinzón, no cejaba de tratar a los de la contraparte en la Mesa como “terroristas”, “bandidos”, “criminales”, sin merma alguna en la temperatura del conflicto. Se trataba de un lenguaje acorde con el propósito de la confrontación política y militar: destruir y vencer al enemigo. Así, sin variación, los años que antecedieron a este ejercicio de guerra política le dieron fruto al poder. No sólo en la contención de las Farc en su influencia bajo banderas de paz sino igualmente en su aislamiento social, a la par de la aversión y el rechazo a un Acuerdo que permitiera su incorporación a la legalidad política, económica y social sin un castigo judicial exclusivamente punitivo, de retaliación.
Así, la negociación, que parecía proyectar un tono púrpura sobre el país, no llegó ni a café.
La pérdida del Sí en el plebiscito del 2 de octubre recoge ese acumulado histórico por parte del establecimiento, y de su abono en una posición intransigente, sin asco de pasar los límites del honor militar, con guiño y concesiones paramilitares. Es un resultado para el cual también contribuyó en forma activa la embriaguez de poder que ascendió a la cabeza de Santos. No satisfecho con la reelección, está interesado ahora en instalar otra hegemonía con su círculo cercano y de negocios. Por eso, necesitaba más que una “refrendación” del Acuerdo –con ‘participación popular’–: aplicarle una derrota electoral al uribismo y, en definitiva, relegar más allá de 2018 las aspiraciones presidenciales del partido liberal. Sin despabilar, Santos estuvo convencido de que arrinconaría a Uribe, dejándolo fuera de lugar para el próximo ejercicio electoral.
El poder enceguece. No reconocer su propia impopularidad, producto del modelo político económico que encabeza, lo movió a imponerles a las Farc un mecanismo de consulta, rechazado por esta guerrilla a lo largo de toda la negociación. Sorprendente entonces: ¿quién y con cuáles argumentos las convencieron de lo contrario? ¿Cómo lograron que las Farc replantearan su razonamiento, optando por un mecanismo de consulta que en su resultado las devuelve al punto del principio de la negociación, en desventaja?
En su orilla, aunque el otrora presidente Uribe los batiera en la primera vuelta de las elecciones de 2014, el jefe de Estado y su equipo asesor descartaron, no analizaron ni midieron la fortaleza electoral del uribismo. Tampoco consideraron Santos y los suyos el potencial de odio anti-Farc que reina en amplios sectores sociales, alimentado por años y años a través de una guerra política sin tregua, y desde los púlpitos de todas las confesiones religiosas, lo cual fue más notorio durante el mes de campaña plebiscitaria, que llegó a rememorar a los años en los cuales el gaitanismo fue el enemigo.
También contribuyó al resultado del Plebiscito el manejo de campaña como si fuera otra de las rutinarias realizadas cada tantos años, bajo el protagonismo de funcionarios, autoridades y personajes de la clase política, claramente identificados por las mayorías nacionales como culpables de parte de sus dificultades económicas y de la prolongación de los privilegios del poder. Más que un compromiso con la paz, la puja dentro del partido de la U, el posicionamiento del Vicepresidente y su ‘cambio radical’ hacia 2018, el clientelismo, y las maquinarias electorales regionales y locales –esta vez sin motivación y/o beneficio inmediato, con abstención de sus apoyos narco-políticos– también sumaron para el fracaso.
¿Un desengaño a la hora de la verdad, con una consecuencia que inclinó más el desfavor de la balanza contra la guerrilla, un nuevo Acuerdo renegociado a la carrera, bajo el supuesto ‘neutral’ por parte del Gobierno, salva la imagen en la recepción del Nobel el próximo 10 de diciembre? Nuevo Acuerdo con case falso de Santos como ‘vocero neutral’ de las diversas expresiones del No, que arrinconó aún más a las Farc, arrebatándoles o limitando parte de sus propósitos. Ya en temas como tierra, participación política, seguridad jurídica, relación con lo social, democracia, armas, etcétera, todo propicia un efecto negativo en sus militancias rurales y urbanas. A la vez, conturba franjas del activismo popular. Gris con gris encima.
Contrariamente a las intenciones del equipo presidencial y al sobreentendido magnetismo de la paz, el saldo de esta confrontación político-electoral arroja un sector del establecimiento más recalcitrante sobre los movimientos sociales y el país. Más enardecido por la mayor sintonía social que alcanza, con atracción de gente y cifra de votos. Más fogoso al ocupar un notorio lugar como “abanderado de la democracia”, que ni ejecuta ni prodiga pero que ante los ojos de millones sí parece representar. Fortalecido hoy, maniobra y proyecta su quehacer hacia el tablero 2018, calculando que difícilmente será vencido.
Así las cosas, lo que debiera ser un manto azul sobre Colombia, o incluso púrpura, carmesí para algunos territorios, ahora es gris claro con extensos nubarrones, en tonalidad ampliada con los palos de ciego que da el alto gobierno, temeroso de otra consulta popular para definir el futuro de los nuevos acuerdos. Obligado por el resultado del Plebiscito, el Ejecutivo opta por el Congreso, una de las instituciones más desacreditadas del país, que les restará credibilidad y popularidad a las conclusiones con su sello y su trámite.
En el camino, los intereses electorales que pesan en las agendas oficiales sumarán otros posibles desaciertos del santismo. Su interés de élite y apellido por posicionar a Germán Vargas Lleras como candidato presidencial conllevará malabares para impedir el debilitamiento de la llamada “Unidad nacional”. ‘Unidad’ que puede terminar disociada, tanto entre conservadores y liberales de diversos matices ávidos de poder, así como en sus avances con sectores de centro y de la llamada izquierda electoral que juegan a sus propios beneficios.
En este marco, tras el resultado plebiscitario, aupado por una degradación inobjetable del santismo, el uribismo posiciona sus fichas para una ‘consulta’ 2018 que parece más abierta y plural que las demás. Todos sus precandidatos recogen votos para quien resulte escogido con voz altanera por el dos veces presidente como cabeza electoral. Y el “menor de los males” de gancho con Santos y el poder asomará otra vez. Polarizará como la mejor de las opciones para las fuerzas políticas ‘alternativas’, plegadas a lo institucional. Una inclinación que minimizará aún más a las corrientes de izquierda, dado un desdibujamiento de personalidad del que no podrá salir en poco tiempo. ¿Qué posición asumirán las Farc? El escarlata que imagina la memoria de algunos sectores sociales se puede desteñir.
Y para ajustar, envalentonadas por el No que ganó, ahora fuerzas paramilitares con mayor peso local y menos centralización nacional desatan su odio con cerco y acciones sobre sectores sociales cercanos a la insurgencia. La pasividad estatal ante esta ofensiva y el dispositivo en marcha amplían las dudas existentes sobre sus reales intereses. La paz, pese a los acuerdos, está distante en su verdadera magnitud. A los efectos que esta violencia tendrá en muchos territorios, con disminución en la confianza y la credibilidad social acerca de una paz posible, aparece un espacio para la molestia, la inconformidad y la disidencia dentro de las Farc. Un delgado o ancho que entrelaza con la dilatación del establecimiento de la mesa con el Eln, y con la respuesta violenta que el establecimiento le garantiza a la protesta social.
Aportan en esta desazón las consecuencias que para miles de miles de familias ha traído la crisis económica cada vez más presente en el país, pese a la cual se pretende la reducción del déficit fiscal según manda la regla fiscal y, por tanto, de la inversión social. Un reajuste que conlleva un seguro incumplimiento, con parte del Acuerdo (re)firmado el 24 de noviembre en el Teatro Colón, respecto al campo. Y es más: el sinsabor será mucho más intenso una vez que sea aprobada y puesta en marcha la reforma tributaria en trámite.
Esta escala de grises puede tener otros tonos más oscuros y deja no bien libradas a las Farc, y por prolongación a todos los sectores sociales que representa. Pero, aunque no lo parezca, también deja mal librado al conjunto social, rural y urbano, siempre excluido, que sólo resarce mínimamente la deuda social que lo apremia. Y deja mal a la totalidad de la población colombiana que pierde bajo la retórica de la paz sin abordaje de lo estructural, la expectativa de ingreso a una etapa de reformismo estatal que mengüe en algo la pobreza, la miseria y su contraparte, la concentración de la riqueza, abriéndole compuertas a la democracia más allá del formalismo jurídico y electoral.
Parecía azul pero no llegó a color de mar transparente. ¿Cómo proceder para que el gris no genere borrasca y para que toda la gama de colores tenga reflejo en cada uno de los hogares necesitados del país?