Las elecciones políticas de 2026 están para alquilar balcón: no hay partido ni grupo hegemónico y las coaliciones serán necesarias para obtener el triunfo. La competencia es abierta y todo vale; las identidades ideológicas antagónicas polarizan el campo de batalla político, cuyo pulso ganó relieve durante el primer semestre del 2024 en dos eventos consecutivos: el primero, el 21 de abril la derecha movilizó masivamente a los opositores e inconformes con el actual gobierno (un intento de ‘derrocamiento’, lo llamó el Presidente); el segundo, el 1º Mayo, Día del Trabajo, las fuerzas hoy en el gobierno lo asumen como un reto en la lucha por impulsar su programa reformista. La disputa en curso confirma que Duque enterró la derecha y Petro la resucitó.
Aún faltan dos años para que el momento electoral cope todo el escenario nacional, sin embargo es claro que la agenda cotidiana de los poderes en confrontación está ya dominada por el reto que les depara la lucha por el control de la presidencia, en particular, y el gobierno, en general. Un posible, el del voto, en el cual es sustancial los giros que tome la cultura política en el país. Devenir de percepciones y vida cotidiana develado en parte por información sobre cultura política que de manera bianual nos facilita el Dane desde 2007.
De acuerdo con ello, en 2023 la población mayor de 18 años es crítica del sistema democrático colombiano (82%), pero lo prefiere a cualquier otra forma de organización social y política (76,2%). Durante los años 2021-2023 se registra un aumento de 5,9 puntos porcentuales en las preferencias por las opciones ideológicas y programáticas de derecha, cifra que recoge en conjunto las caídas de 1,5 puntos porcentuales en las opciones de izquierda, 4,2 del centro y 0,2 de los apolíticos.
Democracia y cosmovisiones enfrentadas
Los antagonismos enfrentan a quienes luchan, de una parte, por los derechos humanos, el trabajo digno, la democracia participativa, la paz, la defensa del planeta y los cambios progresistas y, del otro lado, los defensores del status quo y adalides de la seguridad y el orden tradicional. En resumen, quienes promueven, con unos u otros énfasis y ajustes, el fluido funcionamiento de la maquinaria estatal oligárquica y capitalista.
En muchas sociedades uno de los campos actuales de batalla es por trascender la democracia formal, para que enraíce como participativa. Los antagonismos se trasponen en agonismos regulados por la forma política liberal. Aquí tiene lugar una antinomia, derecho contra derecho, sellados ambos por la ley y el orden dominante, esto es, los regímenes económico y político. Entre derechos iguales decide la fuerza. En los procedimientos liberales vigentes, las soluciones se buscan solamente respetando el orden instituido por el régimen económico y político oligárquico. La «ilusión democrática», la aceptación de sus mecanismos de elección y delegación como el único marco para un posible cambio posible, es lo que impide cualquier transformación radical y revolucionaria.
Es una realidad y constante que tiene sus efectos en la cultura política dominante y en el conjunto de imaginarios sociales. Es así como durante las últimas dos décadas, tres de cada cuatro personas mayores de 18 años consideran a la democracia como el sistema político preferible a cualquier otro y valoran la soberanía del pueblo como algo muy importante (gráfico 1). Esta evaluación registra un mínimo en el año 2017 (63,6%) y un máximo en 2011 (81,1%); en 2023 registró una cifra porcentual de 76,2 por ciento. En este año, Bogotá es la región del país que da más importancia a la democracia (80,6%) y la Pacífica la que menos (70,4%).
Sin embargo, son muy pocos los que piensan o creen que Colombia es un país verdaderamente democrático. Durante el período 2007-2023, el promedio de los que estiman que en el país funciona el sistema político democrático es de 31,6 por ciento; quienes afirman que es “medianamente democrático” suman un 55,8 por ciento; y, quienes son radicales al señalar que no existe la democracia es de 12,6 por ciento (gráfico 2).
Durante los 23 años analizados, los que consideran que la nuestra es una sociedad democrática cae de 35,7 por ciento a 33,8; los que afirman que es medianamente democrática aumentan de 52,9 por ciento a 58,1; quienes niegan que exista la democracia disminuyen de 11,4 por ciento a 8,1. En 2023, son más la proporción de mujeres que consideran que el país no es democrático (8,2%) en relación con los hombres (7,7%).
Al preguntar, a los mayores de 18 años, sobre la “Satisfacción con la forma en que la democracia funciona en Colombia” la respuesta es más crítica y negativa (gráfico 3). El promedio, durante 2007-2023, de quienes expresan estar satisfechos es de tan sólo 13,7 por ciento, con un valor mínimo de 4,1 por ciento en 2008 y un máximo de 19,2 en 2013. En 2023, quienes afirman estar muy insatisfechos es de 37,7 por ciento; en 2021 alcanzó un nivel de 53,2 por ciento, año del estallido social y de despliegue del terrorismo estatal comandado por la administración Duque (2018-2022). Las personas que más se muestran insatisfechas con el funcionamiento de la democracia en Colombia son aquellas que se encuentran en el intervalo de edad entre los 26 y los 64 años (34,4%).
La única democracia real y operante es la popular, plena y radical. En ella, como su guardiana y sustento, la participación directa, con capacidad decisiva real y no formal, deberá garantizarse, además de radicalizarse, superando la simple delegación de poderes en el Ejecutivo y el Legislativo (las otras ramas tradicionales del poder –judicial y de control- nunca han sido democráticas), tornándose directa, radical, plebiscitaria, en un hervir de participación cotidiana, en deliberación abierta con potestad para decidir sobre todo aquello que implique lo común y los intereses de las clases populares, a la par de reflexionar sobre el presente que vivimos, la valoración abierta del pasado y la proyección de luces sobre el futuro que soñamos.
La democracia palpitante y radical impediría la concentración de poderes, trascendiendo lo político y la economía hacia la sociedad, rotar sus responsabilidades, estimulando liderazgos colectivos, quebrando estructuras de poder ajenas a los intereses y necesidades de las mayorías, abriendo canales para la permanente corrección de errores y la potenciación de aciertos (1).
Dinámica de las preferencias políticas
El filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek expresa que ésta es una época en que las masas están totalmente inmersas en el letargo ideológico capitalista, de manera que ya no es operativa la crítica estándar de la ideología. No obstante, advierte que la actual «mayoría silenciosa» pos-política no es estúpida, pero sí cínica y resignada. Aquí hay algo que funciona muy mal; no es que la gente «no sepa lo que quiere», sino más bien que la resignación cínica evita que actué sobre ello, con el resultado de que se abre una extraña grieta entre lo que la gente piensa y como actúa o vota. Concluye señalando que en la organización y legitimación del poder, el sistema electoral está cada vez más concebido sobre el modelo de competencia de mercado: las elecciones son como un intercambio comercial en el que los votantes «compran» el producto que posibilita de la forma más eficaz el trabajo de mantener el orden social y garantizar la seguridad. En el actual sistema mundo capitalista, la misma economía (la lógica del mercado, la competencia, la propiedad privada de los medios de producción y la mercantilización de todo) se impone progresivamente a sí misma como la ideología hegemónica (2).
En Colombia, los partidos de derecha ya se preparan para presentarse en las elecciones de 2026 como los únicos que le pueden garantizar seguridad a los ciudadanos, poner orden a las instituciones públicas y superar la multicrisis que afecta a la sociedad en su expresión multidimensional. Los medios de comunicación de su propiedad y a su servicio amplifican este mensaje. Ocultan o niegan que son las clases oligárquicas, desde el nacimiento de la República, las que inducen la violencia, impiden cualquier modernización de nuestra sociedad y provocan la desigualdad, la injusticia y el caos institucional.
En paralelo al estudio del Dane, en la más reciente entrega de la encuesta Invamer se evidenciaron las percepciones de los colombianos en cuanto a los principales problemas que consideran atraviesa el país. En su listado están “el orden público y la seguridad” con 29 por ciento, este campo suele estar entre las principales y permanentes preocupaciones de los colombianos. Le sigue la categoría “otros” con 25 por ciento, la cual encierra mala función del gobierno, sistema político, partidos políticos y Congreso, Senado, salud, narcotráfico, educación, oposición del gobierno, polarización, drogadicción, transporte, servicios públicos, falta de justicia, falta de información y falta de comunicación. Y en tercer lugar “el desempleo”, con 25 por ciento de los encuestados. Otros factores que están en el radar de los encuestados son “la mala función del gobierno” (13%), y “la corrupción” (12%).
Esta percepción, real o inducida, influye en las preferencias y tendencias políticas de las personas mayores de 18 años de edad (gráfico 4). El análisis de los último 16 años muestra dos comportamientos estructurales: i) a partir del año 2015 la sociedad colombiana muestra una mayor conciencia de su identidad política, la apoliticidad cae significativamente; ii) la preferencia por la ideología de derecha es más estable que las demás opciones (izquierda, centro y apolíticos). En efecto, el coeficiente de variación (% desviación estándar/media) más alto corresponde a las opciones de centro (65%); en segundo lugar a las preferencias por la izquierda y por quienes expresan ser apolíticos presentan una dispersión de 40,4 por ciento; en tercer lugar, las preferencias por la derecha tienen una variación baja (35,6%), lo que refleja una militancia más fiel y dogmática. Además, el centro, caracterizado por su dispersión e inestabilidad, es el botín codiciado por la derecha y por la izquierda; la cultura política colombiana, tan polarizada, antagonista y extrema, castiga a los “tibios”.
Hasta el año 2014, tres de cada cuatro connacionales mayores de 18 años, no manifestaban ninguna preferencia política. A partir de 2015, los apolíticos son sólo uno de cada cuatro. Durante el período 2008-2023 la media de la apoliticidad es de 43,1 por ciento; el rango de variación es de 59,5 puntos porcentuales, con un valor mínimo de 21,1 por ciento en el año 2019 y un máximo de 80,6 por ciento en 2013. En 2023, los mayores de 18 años sin preferencias políticas representan el 22,1 por ciento.
La preferencia por la izquierda tiene un valor medio de 10,2 por ciento en el período 2008-2023; el rango de variación es de 10,6 puntos porcentuales, con un valor mínimo de 4,2 por ciento en el año 2013 y un máximo de 14,8 por ciento en 2021. La izquierda aumenta su caudal electoral por transferencias del centro, los apolíticos y los abstencionistas. La preferencia por las ideologías de centro tiene un valor medio de 28,3 por ciento; el rango de variación es de 39,7 puntos porcentuales, con un valor mínimo de 5,2 por ciento en el año 2013 y un máximo de 44,9 por ciento en 2021. La preferencia por las opciones de derecha tiene un valor medio de 18,4 por ciento; el rango de variación es de 15,8 puntos porcentuales, con un valor mínimo de 9,8 por ciento en el año 2011 y un máximo de 25,6 por ciento en 2019.
Por sexo, de acuerdo con la Encuesta de Cultura Política de 2023, los hombres tienden a tener una mayor preferencia por las ideologías de izquierda (14,5%) respecto a las mujeres (12,2%). Igual sucede en relación con la identidad de las creencias derechistas (hombres 24,1%, mujeres (23,8%). En las preferencias por las posiciones políticas de centro, no existen diferencias significativas entre hombres y mujeres (40,7%). Entre quienes no tienen preferencias políticas o no saben, sobresalen las mujeres (23,4%) en relación con los hombres (20,6%).
Por grupos de edad, el porcentaje de personas de 18 años y más, según su posición ideológica tiende a ser más de izquierda a menor edad; al contrario, a edades más avanzadas las preferencias cambian en favor de la ideología de derecha (gráfico 5). La posición ideológica de centro se concentra en el rango de edad de 18 a 40 años. En todos los rangos de edad, uno de cada cinco es apolítico o no se identifica con ninguna ideología. Actualmente, la población con edades entre 18 y 25 años concentran el 14,5 por ciento de los mayores de edad en Colombia; en el rango de 26 a 40 años de edad se encuentra el 31,4 por ciento; entre 41 y 64 años están el 39,8 por ciento; de 65 y más años aporta el 14,3 por ciento de los mayores de 18 años de edad en el país.
Aquellos que tienen propiedades y aquellos que no la tienen siempre han constituido diferentes intereses y necesidades en la sociedad. En síntesis, es el reflejo del problema histórico de la lucha de clases. Cuando la frustración es grande entre la clase trabajadora y popular se fomentan peligrosas explosiones extraparlamentarias que favorecen la politización de la población, la participación y los partidos o movimientos de izquierda (gráfico 6). Históricamente, el promedio de abstención de la población habilitada para ejercer el voto es de 52,1 por ciento, en el período 1924-2022. Únicamente hasta 2022 ganó en Colombia la elección presidencial un candidato externo al establecimiento o las fuerzas hegemónicas. En la primera vuelta de la elección presidencial (la que permite observar y contar en realidad y objetivamente las identidades ideológicas; en la segunda vuelta se enturbia el ambiente electoral por la complejidad de las alianzas) de 2022, el candidato del progresismo obtuvo el 36,4 por ciento del caudal electoral.
Las principales razones que expresan las personas mayores de 18 años de edad de porque no votaron en las elecciones presidenciales de 2022 son: desinterés (40,1%), los candidatos prometen y no cumplen (32,8%), los políticos son corruptos (28,4%), falta de credibilidad en el proceso electoral (23%), partidos o movimientos políticos no representan a los ciudadanos (21,2%).
En efecto, cada vez la gente cree menos en los partidos políticos, cuya tendencia es a convertirse en innecesarios e inoficiosos. Además, la mayoría de los partidos y movimientos políticos con personería jurídica (esta es una especie de estatus o de aval que concede el Consejo Nacional Electoral y que permite “fundar, organizar y desarrollar partidos y movimientos” para que participen en los ámbitos políticos y electorales), suman 36 en Colombia, se han transformado en empresas u organizaciones electorales mafiosas y buscadoras de rentas cuyo objetivo principal es tomarse el Estado para capturar el presupuesto público, adueñarse de la burocracia y legislar a favor de sus intereses. La estructura y formas de proceder de los partidos políticos los limitan, encasillan por doctrinarios y dogmáticos, utilitaristas y des-conocedores de las necesidades y carencias de los pueblos. El reto para los actores sociales alternativas es abolirlos –empezando por los que detentan el poder– al darle vida a formas organizativas consecuentes con nuestra formación social popular y comunitaria y con un proyecto de democracia participativa radical. Se trata de la plena y radical emancipación y no de una mera cuestión de distribución.
Como es conocido, los partidos son una invención eurocéntrica, de la época del Terror de la Revolución Francesa. Por su estructura y forma de proceder, matan en cada uno de sus afiliados la pasión por la verdad y la justicia, así como la imaginación y creatividad, al limitar y condicionar la reflexión y los debates teóricos. Al igual que las religiones, adoctrinan y condicionan el pensamiento de las mayorías. Como lo expresó Jorge Eliécer Gaitán, los partidos dividen a las clases trabajadoras y populares, estimulando sectarismo y enemistad entre quienes deben identificarse y actuar como un solo cuerpo (3).
Pese a estas consideraciones, el sistema electoral ha ganado confianza en la sociedad colombiana (gráfico 7). En el período 2007-2021, dos de cada tres personas de 18 años consideraban que había fraude durante las elecciones en su municipio; con relación a la desconfianza en el proceso electoral a nivel nacional, el escepticismo aumenta a cuatro de cada cinco. En 2023, quienes consideran que en su municipio el conteo de votos no es transparente baja a 40,1 por ciento y en la evaluación nacional la visión negativa disminuye a 48,8.
La crisis del Estado social y democrático de derecho
En la vida es mejor ser sorprendido que decepcionado. Para las dos terceras partes de los connacionales, su condición anímica tiende a ser de anomia, desesperanza y escepticismo. Los constituyentes de 1991 hicieron creer a la población que la nueva Constitución garantizaría el disfrute y praxis universal e integral inmediato de los derechos humanos en todas sus dimensiones: civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales (ilusionismo constitucionalista). La decepción sigue normalmente a estas utópicas expectativas. Las reformas surgidas del poder constituyente padecen el trastorno de la esquizofrenia al intentar construir una realidad de manera anormal: contradictoria, antagónica, insostenible e ilógica. A la vez, la Asamblea Constituyente dejó como herencia en la Carta Magna las políticas del extremo darwinismo social que se conocen como neoliberalismo. La crisis de los sistemas sociales que padece el país es el resultado de este desorden, trastorno y ambigüedad constitucional.
El final del siglo XX representó la derrota no solo del socialismo de Estado, sino también de la socialdemocracia occidental. La miseria de la izquierda actual no es más palpable en ningún otro lugar que en su defensa de «principios» del Estado de bienestar democrático-social: en ausencia de un proyecto radical factible, todo lo que la izquierda está haciendo –olvidando su esencia– es bombardear al Estado con reclamos para la expansión del Estado de bienestar, sabiendo muy bien que este no será capaz de atenderlos. No hace falta decir que semejante política de «pedagogía» cínica está destinada a fracasar, ya que está librando una batalla perdida: en la actual constelación político-ideológica la reacción más probable al fracaso del Estado del bienestar será el populismo de derechas. Para adelantarse a ello, la izquierda tendrá que avanzar con su propio proyecto positivo más allá de un simple apuntalamiento del asistencialismo o Estado de Bienestar (4).
El inevitable desencanto y decepción que todo ello genera servirá entonces como recordatorio de la impotencia básica de la socialdemocracia, abriendo un vacío político que deberá ser llenado por una izquierda imaginativa, con la vista puesta en el presente y el futuro que ya estamos abordando, una alternativa política para la humanidad a la altura de los retos abiertos por la crisis sistémica que conmueve al sistema mundo capitalista, a la par que a la civilización occidental, con la irrenunciable comprensión de la revolución industrial y del conocimiento en marcha sin lo cual es imposible anticiparse al ejercicio del poder bajo el control de elites, multinacionales, emporios militares y militaristas, fascistas, entre otros.
Durante el período 2007-2023, en promedio, cuatro de cada diez personas de 18 años y más años de edad considera que en Colombia no se les garantiza los Derechos Humanos. En los años recientes aumenta el descontento; en los años 2019-2021 alcanzó a afectar la disposición de dos terceras partes de la población; en 2023, aunque mejora un poco la percepción positiva, aún la mitad de los connacionales afirma que no existen garantías para el ejercicio y disfrute de los derechos humanos (gráfico 8).
En particular, el porcentaje de personas de 18 años y más, según percepción sobre si en Colombia se protegen y garantizan los derechos humanos, afirma que se irrespetan los derechos a la vida, la libertad, la integridad y la seguridad (49,7%), los derechos a la educación, la salud, la seguridad social, el trabajo y la vivienda (47,3%), los derechos a la libertad de expresión, conciencia, difusión y divulgación de información (51,5%), los derechos a la recreación y la cultura (36%), los derechos de las minorías étnicas y sociales (57,2%), los derechos del campesinado (62,5%), los derechos de las mujeres (54,9%).
La decepción y apoliticidad inducida por la política, la economía y la cultura neoliberal nos ha llevado a considerar la crisis que padece la clase trabajadora y popular como algo natural. Sin embargo, el actual estado de cosas inconstitucional se define como un juicio empírico de la realidad, que determina un incumplimiento reiterado y sistemático de la norma constitucional, de tal magnitud, que hace que la Carta Política quede sin efecto en la praxis. Lo que venimos experimentando en el mundo en general, y en Colombia en particular, es una dolorosa refutación de las fantasías esperanzadoras en un Estado sabio y benevolente que supuestamente controla el dinero y las finanzas para el bien común. Además, el mito del Estado benefactor y el desarrollo capitalista que acabarán con la pobreza y la desigualdad se derrumbó. La sociedad humana requiere encontrar formas nuevas de acción colectiva que difieran radicalmente tanto del mercado como de la administración del Estado, y las transformaciones de todo tipo que están en marcha, así como la misma crisis sistémica que hoy pone en cuestión todo el orden económico, político, social, militar, imperial, brindan pistas suficientes para deconstruir sobre lo derrumbado.
- Periódico desdeabajo, Nº312 (abril, 2024).
“Las 99 tesis. El manifiesto desde abajo”. Colombia. - Žižek, Slavoj. (2015). “El infinito juicio de la democracia”; en: Viviendo en el final de los tiempos. Ediciones Akal, S. A. España, pp. 397-405.
- “Las 99 tesis. El manifiesto desde abajo”…, op. cit.
- Žižek, Slavoj. (2015). Viviendo en el final…, op. cit., pp. 468-469.
- Economista y filósofo. Integrante del comité editorial de los periódicos Le Monde diplomatique edición Colombia y desdeabajo.
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