por Alfredo Motato*
“Padre nuestro que estás en Silicon Valley, danos hoy nuestro algoritmo de cada día. No nos dejes caer en la desconexión…”.
Jesal Boesnio
“Where do you want to go?”
Microsoft.
El espíritu de la religión tradicional languidece y se difumina en la nueva realidad tecnológica del siglo XXI. Este proceso se inició con el positivismo de Augusto Comte al proponer un ente superior y ubicuo: la ciencia concebida como la guía de la civilización y lejos de todo misticismo dogmático fundado en la fe divina. Los feligreses no se reunirían en las iglesias, ante el púlpito con cánticos gregorianos, sino en los laboratorios entonando la tabla periódica de Dimitri Mendeléyev y sus elementos organizados en las 18 columnas. Se pasó del milagro de transubstanciación al profundo misterio del átomo y sus partículas subatómicas. Ya no se requería el cáliz pues para ello estaban los tubos de ensayo. Los sacerdotes reemplazados por los científicos y las sotanas por las batas de laboratorio. Un nuevo modelo de vida encontró, en las ciencias de la naturaleza, las respuestas a la existencia y acercarse a las verdades de la física cuántica; mientras la verdad de Dios es una ficción más.
EL siglo XX y el mundo científico se llenó de rituales con una indiscutible y necesaria desacralización de todo lo que durante siglos fue imposición y dogma por parte de la iglesia católica. Lo mismo que hizo el catolicismo con los pensamientos paganos y foráneos; se asemeja a lo que se vive hoy desde la nueva versión teologal. O sea, que asistimos a una nueva e imperativa religión: la tecnología. La tecnologización de la vida cotidiana es un imperativo moderno que tiene camino de ida y sin regreso. Ella está en nosotros desde el control y nosotros en ella de manera voluntaria hacia la esclavitud. La tecnología es la nueva naturaleza de productividad, individualismo, jovenismo, consumismo, bunkerización, atomización, etcétera. Una naturaleza que resulta ser la conjunción entre una réplica moderna del panteísmo de Baruch Spinoza, complementada con la vigilancia disciplinaria de Jeremías Bentham.
La tecnología elimina el pensamiento, al generar un individualismo con la combinación de un narcisismo, cual si fuera una constante transformación de una selfie. Ella manda, controla y gobierna la vida pública, privada y secreta. No hay espacios de la vida humana donde no haya una información captada, seriada, organizada, algorítmica y más allá filtrada. Por ello, no podemos olvidar a P. J. Proudhon, en “Idea general de la revolución en el siglo XIX”:
“Ser gobernado es ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, encasillado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado, estimado, apreciado, censurado, mandado por seres que no tienen ni título, ni ciencia, ni virtud. Ser gobernado significa, en cada operación, en cada transacción, ser anotado, registrado, censado, tarifado, timbrado, tallado, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, apostillado, amonestado, contenido, reformado, enmendado, corregido. Es, bajo pretexto de utilidad pública y en nombre del interés general, ser expuesto a contribución, ejercido, desollado, explotado, monopolizado, depredado, mistificado, robado; luego, a la menor resistencia, a la primera palabra de queja, reprimido, multado, vilipendiado, vejado, acosado, maltratado, aporreado, desarmado, agarrotado, encarcelado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado y, para colmo, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado”.
He aquí el nuevo dios y su respectiva creencia: Internet. He aquí su moralidad e “inocencia” al registrar los datos de los súbditos. He aquí la justicia que se avecina. He aquí el camino ya recorrido y he aquí la nueva realidad.
El dios internet es ubicuo, omnipotente y Todopoderoso porque sabe nuestra vida pública, privada y secreta. Los pecados ya no son íntimos o secretos, nuestra vida está expuesta y bajo la vigilancia líquida no existe privacidad. No tenemos que esperar el juicio final para el balance de estos; hoy en día todo está grabado y guardado para que se instaure en cualquier momento el juicio. Las iglesias y catedrales se transformaron en redes sociales donde de forma voluntaria asistimos, con una profunda fe, para encontrar la conexión y la felicidad, la razón y/o sentido de nuestra existencia. Depositamos las esperanzas en ellas y cada día nos convocamos para asistir con un fervor inimaginado para ver y que nos vean. Iglesias de puertas abiertas, que funcionan 24/7 y donde todos, absolutamente todos tienen entrada en el reino de la red. Los papas tienen nombre propio: William Henry Gates III, Steven Paul Jobs, Elon Reeve Musk, Mark Elliot Zuckerberg, etc. Los sacerdotes, sujetos del pasado, son reemplazados por los influencer que llenan sus redes (Twitter, Instagram, Youtubers, Tik Tok, Facebook, etc) con millones de seguidores/feligreses que en su misma lógica de los rituales religiosos tienen sus monaguillos que los remedan con unos cientos de suscripciones. Los nuevos profetas son representados por los ingenieros de sistemas con su lenguaje cifrado, algorítmico y etéreo. Las plegarias y alabanzas se dimensionan por la cantidad de likes, #Hashtag hasta convertirse en la tendencia de un día o por la dinámica de postear, googlear, facebookear, instagramear, wasapear, twittear hasta el punto de generar una nueva realidad lingüística delimitada a unas cuantas palabras con emoticones que solo conducirán al fin de la acción comunicativa. Un neohumano deshumanizado crece a pasos agigantados con la correspondiente anulación de las relaciones con el otro.
Una nueva sociedad medieval digitalizada bajo «el régimen de la información», en términos de Byung Chul Han, con verdad oscurantista nace y crece a velocidades sorprendentes. Cada individuo en su parcela computarizada cultiva su imaginaria libertad al surfear por la red; cuando en realidad es una caterva de ciegos y obedientes esclavos voluntarios que gritan, desde su bunker: «La única ventana del mundo es Windows» y en el rebaño gritando su lema de vida: «A dónde quieres ir hoy?» mientras vibran en su éxtasis digital. El neodios/internet todo lo concede con un click y el milagro aparece; en otras palabras «clickea y se te concederá». Por ello, hay un menú diverso que va desde el videojuego, cibersexo, citas online, cibertrabajo, ciberestudio hasta lo que desees en los laberintos de Surface web para los puritanos y/o la Deep web para los pecadores.
Desde tal perspectiva, podemos afirmar que el ser humano moderno es un Homo Nodo que comulga, según la cantidad de bits, en la conexión del Wifi. Un pensamiento homonódico se instaura en la realidad, ya no desde el pensamiento crítico y argumentativo sino desde el escándalo, los instantes de tontería en los retos que cada hora surgen o la ramplonería absoluta en 280 caracteres. Un individuo homónodo, que desde el sentido es homo o igual en sus configuraciones culturales y más allá, un individuo vinculado en nodos virtuales y unido con su dios las 24 horas del día. En el sueño y la vigilia conectado a la red. De hecho, todo puede faltar, pero que no se pierda la conexión con el mundo virtual. Así mismo, como los tocados por el misterio de dios y que sienten su presencia en estigmas. Los homonódicos imaginan que su dios está enviándoles mensajes y sienten que vibra su celular en la noche, que un sonido anuncia que el buzón acaba de recibir un email. Los apóstatas no existen. Aquellos que no quieran conectarse a la red se tratan de forma violenta y desde la intolerancia se les obliga a dar sus datos de forma que si o si los tienen que proporcionar.
Finalmente, lo que era el cuerpo y su unidad de correspondencia, ya sea el alma, espíritu, mente, inconsciente, hoy el nuevo dios propone el Yo en el cuerpo y el cuerpo en el Yo. Somos una sociedad del “Egobody” al estilo de lo que plantea Robert Redeker. Un culto al cuerpo que ya no es de la religión o la política, como en el siglo XX, sino un cuerpo anclado y definido por el consumo, que se vende y se impone a través de las redes. Un individualismo a ultranza donde no se castigan los pecados capitales ni veniales pues todo es relativo, interpretativo y psicologizado desde el pensamiento positivo. Por el contrario, actualmente se excomulga al que no consuma, al que no viva un jovenismo o el que no sea adultescente. Al que no quiera ser homogéneo y exitista está condenado a estar en un limbo entre la realidad y la virtualidad. Se sirve o no sirve, pero no se repara, se compra y/o se vende, pero no se alquila; funciona o no funciona, pero ya no se arregla. Una cultura del next en cada una de las acciones tradicionales está definida por el desmonte de lo antiguo. Pasamos del erotismo a la deserotización de las relaciones humanas, de los rituales a la desritualización de lo que se consideraba sagrado o de respeto, del humano a la deshumanización digital.
En síntesis, estamos ante una religión que pasó del más allá, para ser el más aquí, el ahora, el ya, el inmediatamente, al instante y el presente sin procrastinar…porque si pasan unos minutos ya hay que desecharlo porque la ley de la obsolescencia define y es imperativa. Este dios ya no tiene el complejo de Abraham de obedecer e intentar sacrificar a Isaac; al contrario, lo sacrifica en silencio para el beneficio propio. Hay un filicidio lento y consensuado entre las partes. Ya no es Medea, esposa de Jason, matando a sus hijos, es Internet esclavizándonos y vendiéndonos al mejor postor para que los devoren los monstruos de la economía. Al fin de cuentas el camino es una disyuntiva entre “Tuiteo, luego existo” o pensar que “Más allá, resuenan imágenes anheladas”.
- Profesor Universidad Icesi. Cali, alfmotatto@gmail.com