Escrito por Benoît Bréville

Fabio Manosalva, “Para esta estrechez, ninguna dosis de instrucción técnica proporcionará un antídoto”, 30 x 30 cm. (Cortesía del autor)

Vladimir Putin ha urdido un plan tan sofisticado que la radio France Inter le ofreció dos columnas sucesivas a su editorialista estrella para que desenrede sus hilos (1). Según Thomas Legrand, la crisis que enfrenta actualmente a Minsk y Varsovia ¡es el presidente ruso! En realidad, se trataría de “una operación montada desde cero por el dictador Alexander Lukashenko […] con la complicidad de Damasco y bajo el evidente auspicio de Moscú” –algunos agregan a veces a Ankara a la lista de conspiradores–. En efecto, los cuatro cómplices habrían organizado el traslado de 4.000 refugiados entre Turquía y la frontera polaca para “alimentar los rescoldos de un acalorado debate en la Unión” y “favorecer a los partidos nacionalistas y xenófobos del continente, generalmente aliados de Moscú”. Al mismo tiempo, se descubre que Putin habría orquestado la guerra civil en Siria para “supervisar este tráfico de seres humanos” y crear una ola de migraciones que será “terreno fértil para sus amigos de la extrema derecha francesa”. “Se cierra el círculo”, concluye el sabueso de la radio pública.

Que un país limítrofe de la Unión Europea organice el paso de migrantes no es una novedad. El pasado mes de mayo, Marruecos dejó escapar a 8.000 personas hacia los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, para vengarse luego de que un hospital español recibiera a un líder del Frente Polisario, que reclama la independencia del Sahara Occidental. Nadie habló de un “ataque híbrido” ni pidió la intervención de la Otan, como hicieron la presidenta de la Comisión Europea y el primer ministro polaco ante la crisis bielorrusa.

Efecto boomerang

No cabe duda de que Minsk ha utilizado a los migrantes para saldar sus cuentas con Bruselas, que le impone una panoplia de sanciones desde 2020. Y Rusia deja que esto ocurra, no sin cierta satisfacción ante los inconvenientes de la Unión Europea, pronta a darle lecciones de derechos humanos mientras que uno de sus principales miembros, Polonia, hace retroceder a los refugiados con cañones de agua antidisturbios en medio de un frío glacial. Lejos de la gran conspiración imaginada por France Inter, la crisis bielorrusa se explica por la ley más elemental del efecto boomerang. En materia de inmigración, la Unión Europea no deja de practicar el chantaje y el regateo. Condiciona su “ayuda al desarrollo” a la firma de acuerdos de “readmisión”, que facilitarán la expulsión de los inmigrantes ilegales. Amenaza con dejar de conceder visas a los Estados que se nieguen. Paga a Turquía para retener a los 4 millones de refugiados de Medio Oriente, a Marruecos para proteger Ceuta y Melilla, a Libia para bloquear las salidas al Mediterráneo, a Níger para clausurar la ruta sahariana (2).

“Lo que hace el régimen bielorruso es sencillamente tráfico de seres humanos”, declaró el portavoz del gobierno francés, el 10 de noviembre. Unos días después, su colega, el ministro del Interior, Gérald Darmanin, enviaba a la policía a desmantelar el campo de refugiados en Calais, destrozando las carpas de los refugiados. El 24 de noviembre, veintisiete migrantes se ahogaban al intentar cruzar el Canal de la Mancha.

1. Columnas “Édito politique”, France Inter, 12 y 17 de noviembre de 2021, de las que se extraen las siguientes citas.
2. Véase Rémi Carayol, “Agadez, muralla de Europa”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, julio de 2019.

*Jefe de redacción de Le Monde diplomatique, París. 
Traducción: Emilia Fernández Tasende

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