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Desafíos cruciales. Paz en Colombia, democracia

Desafíos cruciales. Paz en Colombia, democracia

A pesar de que enfrentan dilemas nacionales diferentes, el futuro de la paz en Colombia y el de la democracia en Venezuela están crecientemente entrelazados. Lo que allí ocurra en los próximos meses es de vital importancia para toda América Latina.

 

Después de años de tensiones entre Caracas y Bogotá debido a las acusaciones por parte de Colombia de que su vecino albergaba a guerrilleros colombianos, en la última parte de su tercera presidencia Hugo Chávez jugó un papel clave al persuadir a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) a aceptar una solución negociada al conflicto armado que se prolongó por cinco décadas.

Previo a esto, varias y complejas tensiones diplomáticas caracterizaron los vínculos entre los dos países del arco andino. Por ejemplo, la fricción de 2002 a raíz del fallido golpe de Estado en Venezuela, cuando Colombia respaldó el breve interludio de Pedro Carmona. Otro incidente se produjo en 2005 cuando “desapareció” de Venezuela el llamado “Canciller” de las Farc Rodrigo Granda y “apareció” posteriormente en Colombia*. Cabe recordar que Granda es hoy uno de los negociadores de las Farc en las conversaciones de paz que se llevan a cabo en Cuba.

Un roce adicional se produjo en 2008 cuando el líder de las Farc, Raúl Reyes, fue dado de baja en Ecuador mediante una operación militar desplegada por Colombia. En 2009 Colombia selló un acuerdo con Estados Unidos para el uso por parte del Pentágono de siete bases militares, lo cual reavivó las fricciones colombo-venezolanas pues Caracas interpretó que Colombia estaba dispuesta a convertirse en una plataforma militar pro-estadounidense y anti-venezolana. Finalmente, el acuerdo fue declarado inconstitucional por la Corte Constitucional colombiana en 2010. En ese mismo año se dio la ruptura de relaciones bilaterales decretada por Hugo Chávez después de que el gobierno de Álvaro Uribe llevara a la Organización de los Estados Americanos (OEA) una denuncia sobre el presunto amparo venezolano de guerrilleros de las Farc y el Ejército de Liberación Nacional (Eln). Todo lo anterior fue creando una relación bilateral muy tirante y poco saludable que, sin embargo, tuvo un momento de distensión después de que Néstor Kirchner, como Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), mediara para que los dos países reanudaran sus lazos diplomáticos.

Esa relativa distensión entre Colombia y Venezuela se tornó evidente en el período previo a la muerte de Chávez. Así, Venezuela, junto a Chile, se convirtieron en los países que “acompañan” el diálogo entre las Farc y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos que se viene celebrando en La Habana desde noviembre de 2012 (Lemoine, pág. 4), mientras que Cuba y Noruega han sido los “garantes” de la negociación. En 2013, Colombia, en el marco de la Unasur, se sumó a la resolución del organismo que legitimó el triunfo presidencial del candidato Nicolás Maduro frente a las denuncias de fraude del opositor Henrique Capriles. A su vez, en 2014 y en medio del estallido de movilizaciones pro y anti-gubernamentales en el país, Caracas aceptó que Colombia, junto a Ecuador y Brasil y en nombre de la Unasur, procuraran establecer puentes entre la oposición y el gobierno; algo que ha resultado hasta ahora infructuoso. Asimismo, en mayo de 2015, el enviado especial de Estados Unidos para el proceso de paz en Colombia, Bernard Aronson, se reunió con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, con el propósito, entre otros, de apoyar “una solución mutuamente aceptable” al dilatado conflicto armado colombiano. Finalmente, este año, Venezuela fue sede ocasional de acercamientos exploratorios para que el Eln también abriera un proceso de paz con el gobierno de Colombia.

 

Estabilidad y prosperidad

 

En ese contexto de menor pugnacidad y cierta convivencia entre ambos países se produjo, sin embargo, un nuevo incidente en agosto pasado. El gobierno de Maduro decidió el cierre de la frontera, deportó a varios cientos de colombianos y acusó a Colombia de casi todos los males que padecen los venezolanos: aumento de la violencia, contrabando floreciente, escasez de alimentos y maniobras financieras especulativas. Ni la OEA ni la Unasur lograron resolver la tensa situación bilateral. En medio de una situación grave de los derechos humanos en la frontera y después de días de un intenso altercado diplomático, ambos gobiernos bajaron el tono de la disputa. Sin embargo, la tensión persiste y puede resurgir en cualquier momento, mientras los colombianos aumentan sus percepciones negativas del presidente Maduro y de Venezuela, y los venezolanos están cansados, con una crisis interna que no parece ceder.

En esta coyuntura hay dos hechos que deben evaluarse con detenimiento. Por un lado, el presidente Santos y el líder de las Farc, (alias) Timoshenko, firmaron en septiembre un compromiso de avance en materia de justicia transicional y para alcanzar un acuerdo de paz en los siguientes seis meses. Aunque ésta es una gran noticia, el acuerdo definitivo aún no se ha escrito: la mayoría de los colombianos quieren una solución pacífica pero dudan sobre cuán genuina es la guerrilla; las Farc adoptaron una decisión histórica pero no aceptarán ser el único actor que comparezca ante la justicia y menos aun mientras persista intocado el paramilitarismo. Vale la pena recordar que el acuerdo final se someterá a un referéndum.

Por su parte, Venezuela vive una exacerbación de las disputas políticas, las dificultades económicas y el deterioro social en el marco de una elección legislativa decisiva (Oliva, pág. 8). Esa combinación de problemas puede derivar en una crisis mayor: una intentona golpista por parte de unas fuerzas armadas divididas, una radicalización de la oposición dirigida a forzar la salida de Maduro, un “golpe político” desde el seno del chavismo, un conflicto civil abierto entre fuerzas pro y anti-gubernamentales son alternativas potenciales que no se pueden descartar. En el fondo, la supervivencia de Maduro y la probabilidad de una gradual transición política están en juego.

Por lo tanto, en las próximas semanas y meses dos cuestiones importantes serán cruciales: el logro de la paz en Colombia y la preservación de la democracia en Venezuela. Una profundización de la crisis venezolana puede estimular un nuevo incidente entre Caracas y Bogotá. Una pugna diplomática incontrolada puede tener consecuencias imprevisibles para ambos Estados y sus respectivas sociedades y afectar incluso las conversaciones de paz en Cuba. Un hipotético estancamiento de la negociación entre el gobierno colombiano y las Farc puede, a su vez, alimentar una opinión pública desfavorable contra la guerrilla entre los colombianos y reforzar el sentimiento anti-Maduro en el país. La frustración en los dos países, debido a las difíciles realidades nacionales, puede fomentar dos tipos de reacción: las fuerzas anti-paz en Colombia y actores recalcitrantes en Venezuela podrían ganar impulso en ambos países o tentar a los gobiernos a buscar chivos expiatorios en el exterior.

Así entonces, la pregunta esencial es: ¿pueden Colombia y Venezuela, individual e independientemente, resolver sus dilemas prioritarios? Es evidente que el proceso de paz en Colombia ha estado, y seguirá estando, internacionalizado. La inestabilidad doméstica en Venezuela, así como las repetidas tensiones entre Caracas y Bogotá, son datos ya usuales de la política interamericana. A esta altura, ni la OEA ni la Unasur ni la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) son capaces de tratar satisfactoriamente con ambos fenómenos.

Probablemente, en los dos casos sea preferible una diplomacia concertada más informal, acotada y prudente: en clave anglosajona, una suerte de “concert diplomacy” entre pocos para el manejo de asuntos puntuales. Países como Cuba, México, Uruguay, Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos puedan mancomunar esfuerzos e intereses y diseñar una combinación de incentivos (positivos y negativos) y propuestas (no maximalistas ni unilaterales) para afrontar los retos de estabilidad sostenible en Venezuela y de distensión efectiva entre Caracas y Bogotá. Consultas genuinas, pragmatismo y bajo perfil entre los siete países mencionados serían deseables. La preocupación central para todos los actores externos involucrados debiera ser clara: la paz en Colombia y la democracia en Venezuela y cómo contribuir mejor a esos fines. La estabilidad es crucial para la paz y la democracia. La paz y la democracia son fundamentales para la prosperidad.

El factor tiempo es primordial: lo que ocurra en la esquina norte del arco andino será de vital importancia para el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. No sólo existe la posibilidad de dejar atrás la vieja Guerra Fría, sino también la necesidad de evitar una nueva en el comienzo del siglo XXI.

 

* Véase Omar Rodríguez, “Una entrevista que no concluyó…”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, febrero de 2005.

*Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

 

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