Las posibilidades de un candidato a la Casa Blanca que hizo fortuna con la especulación financiera deberían ser nulas, cuatro años después de una crisis provocada por bancos privados que los contribuyentes salvaron del desastre. Pero la incertidumbre de las elecciones estadounidenses hasta los últimos días se explica sin duda por la creciente desconfianza hacia las intervenciones del Estado, desconfianza que se debe a varias razones.
En primer lugar, el aumento del déficit presupuestario, fomentado por los gastos de dos guerras simultáneas (Afganistán e Irak), el rescate de los bancos y las reducciones impositivas tan colosales como desiguales, colocó la cuestión de la deuda pública en el corazón de la vida política (1). Pero, actualmente, a quienes suspiran “nos gustaría mucho, pero ya no tenemos los medios”, se suman los que piensan en las relaciones incestuosas entre gobiernos y empresas privadas, en el carácter provocador de la reconversión de ex jefes del Ejecutivo en lobbistas o conferencistas de lujo. La antigua aprensión al despilfarro burocrático, los intermediarios parasitarios, los grandes proyectos inútiles, es superada ampliamente por la sospecha de venalidad (2).
El “cuesta demasiado caro y no funciona” ya constituía un arma de disuasión temible contra toda acción social del Estado. ¿Qué decir entonces cuando a ello se suma la convicción de que los representantes electos se han vuelto demasiado distantes, corruptos, ligados a los intereses de una oligarquía, como para servir al bien común? Mostrándose como liberal, la derecha saca partido de este descrédito. Y lleva a pensar que para gobernar un país, es mejor haber dado muestras de eficiencia al frente de una empresa o de un fondo especulativo.
Avanzar a tientas
Sin embargo, en el sector privado, los fraudes y el despilfarro también abundan. ¿Se menciona acaso a los ingenieros, contadores, sociólogos formados a costa de la comunidad quienes, cada día, malgastan su talento perfeccionando la forma del capó de un automóvil, el adorno de un envase, el filtro de un cigarrillo, o que inventan contratos de seguro exóticos e inversiones fuera del alcance del fisco? El éxito financiero de las empresas es casi siempre más importante que la utilidad social de lo que producen.
A veces un escándalo salpica a un directivo, a veces remueve a otro, pero sin cuestionar las estructuras que crearon su actividad y de las cuales obtuvieron su poder. En cambio, la prevaricación de un alcalde o un ministro, la capitulación ostensible de un gobierno frente a un lobby, el financiamiento dudoso de una campaña electoral repercuten inmediatamente en el Estado en su conjunto, socavando su legitimidad para recaudar impuestos, organizar un territorio, movilizar una nación.
En todas partes, los pueblos se inclinan en el sentido del cambio. Pero a falta de instrumentos, viejos o nuevos, para cumplir sus propósitos, avanzan a tientas, se atascan y a veces dan marcha atrás, contradiciendo así todas sus expectativas.
1 Véase “Una deuda providencial”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, diciembre de 2009.
2 Véase Alain Devalpo, “L’art des grands projets inutiles”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2012.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Gustavo Recalde