Home Ediciones Anteriores Artículos publicado N°167 Düsseldorf, 15 de marzo de 1922, Niedernhausen, 15 de mayo de 2017. Karl-Otto Apel, o la palabra como responsabilidad

Düsseldorf, 15 de marzo de 1922, Niedernhausen, 15 de mayo de 2017. Karl-Otto Apel, o la palabra como responsabilidad

Düsseldorf, 15 de marzo de 1922, Niedernhausen, 15 de mayo de 2017.  Karl-Otto Apel, o la palabra como responsabilidad

 

El pasado 15 de mayo falleció este connotado filósofo alemán, considerado exponente  de la segunda generación de la Escuela de Francfurt. Aquí una condensada síntesis de su pensamiento, con lectura de sus tesis en el mundo hispano a través de la española Adela Cortina y del argentino-mexicano Enrique Dussel. Sus enseñanzas dialógicas son retomadas también para nuestro aún sangrante conflicto.

 

“El principio básico de la ética discursiva se puede comprender como idea regulativa para la institucionalización política del discurso práctico y, por lo tanto, como principio básico formal de una ética democrática” 

K.-O. Apel

 

Dos décadas atrás, participé en un volumen en homenaje al filósofo alemán Karl-Otto Apel, fallecido el pasado 15 de mayo. En aquel texto (1), reflexionábamos a contracorriente sobre las virtudes del diálogo argumentativo promovido por el pensador europeo, con ocasión del fallido proceso de paz que entonces se adelantaba entre el gobierno colombiano y la guerrilla. Cuando tras medio siglo largo de guerra interna y 220.000 muertos después, por fin se suscribió la cesación del conflicto entre el Estado y la insurgencia armada, admitamos que a regañadientes de los sectores que objetaron el acuerdo original de La Habana, el deceso del filósofo que inspiró aquellos planteamientos entonces contrafácticos, bien puede ser la ocasión para pensar –quizás ahora de manera afirmativa– lo que en clave apeliana podría describirse como que los colombianos hemos empezado a darle auto-alcance histórico al ideal normativo de la paz. 

 

Pero si en los noventa la esperanza racional del discurso nos auxiliaba a no claudicar en el pesimismo de cien años de guerra y soledad, Apel en esta nueva etapa nos puede ayudar a tampoco sucumbir en el espejismo del final de la violencia, cuando descubrimos lo que siempre hemos sabido, que los más letales enemigos de la paz se han agazapado en nuestras mismas trincheras. La responsabilidad del diálogo que en medio de todas sus vicisitudes e imperfecciones llevó al acuerdo, implica ahora la responsabilidad dialógica de realizar las condiciones institucionales, económicas y culturales para la pacificación pacífica (no es redundancia) y no belicista del país, más allá incluso del armisticio con las Farc.

 

La responsabilidad del discurso

 

Individuos y comunidades, los seres humanos tenemos la ineludible responsabilidad de realizar en la historia las condiciones éticas inherentes a la vocación comunicativa del lenguaje. En apretadísima síntesis, tal es el legado filosófico de K.-O. Apel, creador de la ética discursiva o dialógica en compañía de su socio y a la vez contradictor filosófico Jürgen Habermas. Heredero con iguales credenciales de Kant y de Heidegger, Apel corrige el sujeto-centrismo del primero revelando con el segundo que la comprensión humana sólo acontece en el horizonte inter-subjetivo del lenguaje, pero en contrapartida enmienda los riesgos irracionalistas de la ontología heideggeriana al reivindicar con el filósofo de la Ilustración las pretensiones universalistas de la racionalidad como presupuesto irrebasable de la verdad cognoscitiva y la corrección moral. 

 

El resultado apunta a una concepción dialógica de la razón, en que no se trata de establecer que los hablantes deben concordar sobre la alternativa que de antemano se plantee como la más racional. como en ocasiones se lo ha malinterpretado acusándolo de una suerte de fundamentalismo racionalista. Más bien, se sostiene que lo racional no es más pero tampoco menos que lo acordado discursivamente en el intercambio de argumentos dentro de las comunidades reales de comunicación, modeladas según los presupuestos críticos normativos de una comunidad ideal de comunicación guiada por la voluntad de darle alcance a los presupuestos racionales de la comunicación en las comunicaciones históricas efectivas. A diferencia de posmodernos, contextualistas y demás continuadores de Nietzsche y Wittgenstein, Apel no considera que el sentido se agota en la circunstancialidad de cada comprensión, en tanto la misma posibilidad de diálogo entre diferentes comprensiones del mundo, reposa sobre la admisión del “a-priori comunicativo” consustancial a todo uso del lenguaje. 

 

Quien ignora los compromisos éticos implícitos en toda comunicación humana, pronto se ve como el pastorcillo de la fábula sobrepasado por sus pretensiones epistemológicamente insensatas y moralmente abusivas de poner las palabras al servicio exclusivo de sus intereses egoístas, sucumbiendo él mismo en el vórtice de su renuncia a la voluntad de racionalidad dialógica. Y los pensadores que inconsistente y a lo mejor inconscientemente avalan dicha posición al negar cualquier primado racional objetivo en el diálogo argumentativo, estima Apel que inconsecuente e irresponsablemente jalan de los pies el piso de sentido sobre el que se sostienen sus propias pretensiones críticas.

 

Desde los ensayos de los sesenta reunidos por él en su seminal “Transformación de la filosofía” (original alemán 1975, traducido por Adela Cortina y otros en 1985) hasta los que en 1988 conformaron el volumen “Discurso y responsabilidad”, por solo mencionar dos muestras de su extensa y significativa bibliografía, y los concebidos de ahí en adelante, para Apel en el fondo la defensa solidaria de la racionalidad del discurso y la discursividad de la razón, antes que una exigencia interna de coherencia filosófica, se imponía como deber histórico de consistencia ética ante la necesidad de responder “responsablemente” (valga la redundancia) a los desafíos planetarios, antaño de la guerra fría y luego de la globalización capitalista. Si los problemas del medio ambiente, de la pobreza y la injusticia social, del terrorismo y la dominación mundiales, tienen repercusiones que abarcan toda la tierra sin restringirse a fronteras nacionales, mal podrían explorarse las salidas éticas en doctrinas filosóficas auto-reducidas al análisis lógico de la ciencia como el neopositivismo, o a la expresión de la autenticidad personal como el existencialismo, o más recientemente en cualquier variante contextualista de acento comunitarista, posmodernista o incluso marxista. Formulado por la afirmativa, la responsabilidad discursiva se despliega en la creación de las condiciones dialógicas entre los ciudadanos que soportan la vida democrática y en el fomento del diálogo entre pueblos y culturas que posibilita la paz tanto internacional como en cada país.

 

Entre democracia y justicia: lecturas hispano-americanas

 

Mencionemos para comenzar dos aportes colombianos a la recepción de Apel, si bien en el primer caso no impactó el escenario latino. Nos referimos al producido por el investigador estadounidense de origen nacional Eduardo Mendieta, cuya labor divulgativa ha sido de suma importancia para la todavía en proceso aclimatación de la obra apeliana en el mundo anglo-sajón (v. gr. APEL, K.-O. “Selected essays”, 1994). Y sin menospreciar a otros estudiosos locales que han disertado sobre su filosofía, debemos destacar al recordado Guillermo Hoyos Vásquez, quien analizó la “controversia entre hermanos” de Apel y Habermas en torno a la fundamentación de la ética discursiva (2). Desde la opción asumida por el intérprete colombiano, se prefiere el fundamento pragmático “blando” habermasiano al “duro” planteado por la apeliana pragmática trascendental.

 

Mirando ya en conjunto la región, considero que la primera expresión de conjunto significativa se halla en el libro colectivo Ética comunicativa y democracia (3), editado por el propio Apel en compañía de Adela Cortina y los filósofos argentinos Julio de Zan y Dorando Michelini. Suscrito por los cuatro editores, el prólogo presenta la obra como fruto de “un diálogo hispano-argentino-alemán”, atravesado por la idea de que los mínimos normativos dialógicos le dan sostén ético a la organización política democrática. Dando por descontada la cuota alemana del volumen (Apel, Habermas, Honneth y otros), cabe destacar la recepción negativa de Javier Muguerza y Victoria Camps, quienes cuestionan tanto la fundamentación teórica como la aplicación política de la ética comunicativa.

 

Desde luego, el mayor interés reside en la recepción afirmativa de Cortina, De Zan y Michelini, complementados por Ricardo Maliandi. En su colaboración, la filósofa española se enfrenta al prejuicio de fundamentalismo espetado contra la ética dialógica, con el fin de mostrar las virtudes de una fundamentación ética que capacite a los ciudadanos tanto para el diálogo inter-subjetivo (solidaridad) como para la competencia intrasubjetiva (autonomía). A su turno, Maliandi sostiene que “lo democrático apunta a la realización de la comunicación consensual” (p. 276), por lo que la ética comunicativa se configuraría como la ética consustancial a la democracia, sin ignorar por ello el carácter conflictivo del funcionamiento democrático. Por la misma línea, De Zan afirma que el principio consensual del discurso sirve como criterio de legitimación democrática, de donde para él “una teoría de la democracia en América Latina no puede ser sino una teoría normativa” (p. 305). 

 

Coincidiendo en general con este enfoque, Michelini advierte no obstante que la aplicación de la ética comunicativa a la política democrática requiere responsabilizarse de las mediaciones históricas entre la teoría discursiva y la praxis política. En una conclusión que podrían haber suscrito los cuatro, este autor se opone a la sustitución del principio discursivo-consensual por el del disenso, ya que justamente ante la multiforme realidad latinoamericana, “la acentuación de las diferencias y del disenso equivaldría a institucionalizar la anarquía y el caos, y no conduciría […] a una interacción racional, responsable y solidaria…” (p. 340).

 

No es este el lugar para analizar hasta qué punto estos pensadores con los años han matizado su radicalismo discursivo acercándose a posiciones más moderadas sobre el alcance de la ética comunicativa como paradigma democrático, siguiendo quizás la auto-revisión iusfilosófica de Habermas en su ya aludida separación conceptual de Apel. Por lo pronto, pasaremos revista a la recepción ya no afirmativa pero tampoco negativa, diremos mejor que crítica, de la filosofía apeliana por parte de Enrique Dussel, reflejada en el debate que por iniciativa de Raúl Fornet Betancourt entablaron el pensador alemán y el filósofo argentino-mexicano durante la última década del siglo XX, tal como ha sido recogido en el volumen conjunto Ética del discurso. Ética de la liberación (4). 

 

En una reconstrucción muy esquemática, Apel corrobora que la transformación discursiva de la ética kantiana se configura como una idónea ética de la responsabilidad histórica, capaz de hacer frente a los retos planetarios de la justicia social y de las exigencias de los pueblos del Sur. Por el contrario, Dussel estima que la ética discursiva se ubica en el espectro ideológico de la dominación occidental, por lo que se hace necesario abrirse a una ética liberadora que interpele desde “el Otro” (personas y pueblos oprimidos) las pretensiones hegemónicas de la globalización capitalista. Para su contradictor germano, este llamado dusseliano puede ser válido como énfasis de profundizar en la parte B de aplicación de la ética del discurso, frente a los problemas de la injusticia social. Sin embargo, para él en ningún momento los reclamos liberacionistas desafían el núcleo de la fundamentación ética discursiva, ya que su insistencia en los aspectos contextuales de la justicia material, desemboca en un inaceptable particularismo de izquierda que le hace el juego a los particularismos conservadores del comunitarismo y a los particularismos nihilistas de los posmodernos. Frente a los riesgos del dogmatismo conservador y el escepticismo posmoderno para una sólida cimentación de su propuesta liberadora, Dussel admite la importancia de la fundamentación discursiva, pero subordinándola a una fundamentación material desde el primado de la vida. Como había anticipado en 1990 en el IV Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana de la Universidad Santo Tomás en Bogotá frente a Guillermo Hoyos y Adela Cortina, no vivimos para comunicarnos sino que nos comunicamos para vivir.

 

Con todo, la huella de su diálogo con Apel permeó la apuesta filosófica de Enrique Dussel, pues como ha recordado el filósofo latinoamericano en su nota necrológica a la muerte de su interlocutor alemán, pudo advertir que “los argumentos apelianos eran convincentes, pero parciales, y podían servirme para ampliar la fundamentación de la ética de la liberación” (5). La influencia queda patente en su capital “Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión” de 1998, pues la obra adquiere una estructura deontológica de clara inspiración kantiano-apeliana, al armarse mediante un sistema de principios normativos regido por el supremo principio-liberación, alternativo al principio-discursivo de la ética dialógica. Sin embargo, se preserva un sitio para la justificación discursiva, en tanto criterio de legitimación formal que conecta las prioritarias exigencias de justicia material con su efectiva realización política. Contra cualquier voluntarismo vanguardista, Dussel defiende con Apel la necesidad de que las políticas públicas en efecto sean avaladas mediante procedimientos políticos-discursivos por los ciudadanos. 

 

¿Apelar a Apel?

 

Más allá del obvio juego de palabras en castellano, ¿podemos apelar a Apel en Colombia? Como anticipamos en la introducción, parecería obvio también concluir que el acuerdo que tras cinco años de negociaciones se alcanzó entre la insurgencia y el gobierno, revelaría que en la comunidad real de comunicación, es posible lograr los consensos discursivos presupuestos en la comunidad ideal de comunicación. Sin embargo, así como fracasos como el de El Caguán y los previos y posteriores, no debían como filósofos llevarnos a renunciar al ideal regulativo del diálogo argumentativo para resolver pacíficamente los conflictos, éxitos relativos como la firma de la paz no son motivo para declarar el triunfo de la ética discursiva entre nosotros. Sobre todo, porque a diferencia de la situación idealizada de la apeliana comunidad ideal y sus interlocutores sensatos y generosos a plenitud, los efectivos participantes de las comunidades históricas estamos sometidos a la irracionalidad de nuestras pasiones, a la parcialidad de nuestros intereses y al vaivén de las circunstancias. 

 

A propósito precisamente del deber de la paz, Kant sentenciaba que “si debes, puedes”, con el fin de evitar que el presunto argumento sobre la impracticabilidad de las decisiones prácticas llevase a renunciar a la realización histórica de los ideales éticos, pero la apuesta por la responsabilidad asumida por la ética del discurso, exige también que consideremos las condiciones fácticas de realización moral. Coincide en ello con el criterio de factibilidad de la ética de la liberación, pero la diferencia estriba en que en Apel los criterios de aplicación no son externos a los criterios de validación. El consenso argumentativo es ciertamente un ideal normativo que sirve de horizonte de resolución a los conflictos reales, pero desde dentro la argumentación moldea los desacuerdos, no necesariamente para forzar coincidencias, sino para hacer más razonables y creativas las mismas diferencias.

 

La cátedra de paz y otras mediaciones educativas para fomentar dicha cultura de paz, ciertamente pueden y deben reivindicar la variedad política, cultural e incluso moral de una sociedad democrática y pluralista como esta, y como en su momento reclamó Estanislao Zuleta, propiciar que seamos una nación madura para el conflicto. Pero con ese mismo propósito, los educadores y comunicadores no podemos menos que cultivar en la ciudadanía las virtudes de la seriedad, la transparencia y la honestidad del discurso argumentativo, de manera que creamos lo que decimos, digamos lo que creemos y aceptemos las razones del otro. 

 

Apel insistió en que el poder de la argumentación implica hacerse responsable por las consecuencias de la palabra dada, pero con él y más allá de él, en la actual coyuntura colombiana quizás debamos trasladar el énfasis, y señalar que nuestra primaria responsabilidad consiste en preservar las condiciones a la vez normativas e históricas del diálogo. Pues aunque no vivimos para hablar, una vida individual o colectiva sin habla (es decir, sin intercambio honesto de argumentos) no estaría a la altura de nuestra humana condición. 

 

 

1.  Leonardo Tovar González, “Ética discursiva y conflicto. Aproximaciones a Apel desde Colombia”, en: Fornet-Betancourt, Raúl (ed.) Diskurs und Leidenschaft. Homenaje a Karl-Otto Apel en su cumpleaños 75 Aachen, Concordia, 1996, pp. 305- 316.

2. “Habermas vs Apel: afinando la ética discursiva”, en: Varios, Una ética del discurso o dialógica, Anthropos, Barcelona, 1999.

3. Apel, Karl Otto, Cortina, Adela, De Zan, J., Ética comunicativa y democracia , Crítica, Barcelona, 1991.

4. Karl-Otto Apel; Enrique Dussel, Ética del discurso. Ética de la liberación , Trotta, Madrid, 2004. 

5. http://www.jornada.unam.mx/2017/05/23/opinion/020a2pol

 

 

*Universidad Santo Tomás. Sociedad Colombiana de Filosofía.

Bogotá, jueves 25 de mayo de 2017.

 

 

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