De tiempo lento y sin solución a la vista. Una crisis sistémica, global, acumulada por años, acompaña este fin de 2011. Ya en febrero de 2009, durante el Foro Económico de Davos, uno de sus fundadores, Klaus Schawb, anunció que la reducción de los empleos en decenas de millones sería inevitable, como inevitables también son las reacciones sociales, cruzadas de violencia, contra el capitalismo. Y en su centro económico y militar, Barak Obama, en plena campaña presidencial, daba aliento con su consigna “sí podemos”, aún en deuda de concreción. Dos caras de una misma medalla, que en el nuevo año que emerge poco cambiarán las expresiones de la economía, la política, las finanzas, la geopolítica, que hoy, en sus contornos grises oscuros, se destacan por doquier.
Como puede verificarlo cualquier desprevenido, las expresiones de la crisis son inocultables y de impacto cada vez mayor y más abierto, con excepción de sus inmediatas consecuencias económicas en los países productores de petróleo. Así se analizó en el reciente foro sobre “Crisis del mundo capitalista. Hegemonía y Estado”, con la participación internacional de conocidos intelectuales de Brasil, Venezuela, Uruguay y México, que desarrolló este periódico durante los días 31 de octubre y 1º de noviembre, en asocio con el mensuario desde abajo.
En el corto plazo, según los analistas internacionales y nacionales invitados, entre los componentes más impactantes del fenómeno en curso, se destacan: la crisis financiera, de la deuda y la de la representación, y con ésta la crisis de la democracia misma hasta ahora vigente en la mayoría de las sociedades pertenecientes a las Naciones Unidas. En el largo plazo, pero con un peso aquí y ahora, también tienen su manifestación las crisis ambiental, alimentaria, del modelo de consumo energético, del modelo fordista urbano –que nos obliga a revisar y definir otro modelo de organización de nuestros espacios territoriales y de las formas de producir, distribuir y consumir– y, cómo no, del modelo de control social, llamado “violencia institucional”, como parte y soporte del poder imperial y trasnacional: la guerra. De acuerdo a uno de los invitados internacionales, la situación mundial se resume así: “En la geoestrategia mundial, el orden es bipolar nuclear; en geoeconomía, multipolar; y en el orden financiero, unipolar” (1).
El fenómeno, que sucede ante nuestros ojos y nuestra razón, sacude al mundo como un sistema que domina, aunque los noticieros centren su atención en el día a día, y de este modo titulen sobre la crisis de la deuda, la quiebra de algunos Estados; la pérdida en muchos de éstos de los beneficios sociales logrados por sus sociedades y sus pueblos tras largas décadas de gestión y de lucha; y el cuestionamiento a la democracia representativa –cada vez más limitada– por parte de ingentes conglomerados sociales. Las guerras preventivas de invasión, ocupación y control, impuestas por Estados Unidos –en ocasiones como actor fundamental, en otras en llave con la OTAN y la OEA, en el caso de Haití– no son presentadas por los grandes medios de comunicación como parte sustancial de la crisis.
Los medios y las ‘noticias’ ocultan de este modo que un reordenamiento geopolítico y una reapropiación de recursos naturales están a la orden del día. Ambos con episodios en el Norte de África y con la mira en Asia (con Irán y China en el foco), que, como maniobra de poderes, puede llegar a un conflicto de incalculables consecuencias para la humanidad y la supervivencia de la especie.
En medio de la crisis, y como expresión cultural de la misma, el lenguaje público se tiñe de un cinismo sin precedentes. El bombardeo indiscriminado del pueblo libio sucedió bajo un mandato de la ONU que tenía como fin “proteger” a los civiles, mientras las últimas agresiones a Irán tienen como disfraz el informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica, redactado con retazos de documentos ad hoc elaborados por los países agresores. En una entrevista que el general estadounidense retirado Wesley Clark concedió a la periodista Amy Goodman (2), en marzo de 2007, declaró que bajo el gobierno de George Bush se decidió invadir siete países en cinco años: Iraq, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán, sin que, luego que se hayan empezado a cumplir esas metas, alguien reaccione y señale que se trata de la ejecución sistemática de un macabro y premeditado plan.
Como expresión actual de esa política del garrote y de cinismo desbocado, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, ante la información del linchamiento de Muamar Gadafi, no ocultó su satisfacción, resumiéndolo así ante las cámaras de su país: “Vine, vi, murió”. Sin duda, el poder lo puede todo, hasta perder las formas de la diplomacia y de la sensibilidad. Cambia el mundo y, como producto del bombardeo mediático, la sociedad global cae en la absoluta insensibilidad que banaliza la muerte y la tortura, y la hace aceptable para una masa que en los juegos virtuales mata por decenas y recibe premios por hacerlo. Pero otras cosas también han cambiado.
Los despidos masivos y las rebajas de salarios ya no afectan solamente a los países de la periferia sino que ahora también perturban los países del centro, donde –como producto de las presiones de los centros financieros (ver Ramonet, pág. 8)– se pierden beneficios económicos, en seguridad social, en empleo, etcétera, disfrutados por décadas, asunto que despierta un inmenso malestar entre jóvenes y adultos, inconformidad que, aunque insuficiente para contener las medidas económicas impuestas país a país, siembra el futuro de la nueva participación social, básica para el delineamiento de la convivencia en sus sociedades y modo de enfrentar el capital financiero internacional.
Hasta ahora, la movilización ciudadana deja en claro la lucidez en la comprensión de los sucesos en marcha. Dos consignas dicientes y preciosas así lo reflejan: “Democracia Real Ya” y “Somos el 99 por ciento”. La primera sintetiza la inconformidad con el sistema político y económico en su conjunto, y su paradigma para el cual la democracia es de forma, un simple voto delegativo, y de la cual se concluye que el sistema representativo hasta ahora conocido llegó a su límite. Tal vez esta es la principal novedad de 2011. De igual manera, la segunda consigna se puede entender como un señalamiento, una denuncia, del sistema financiero imperante y de su real dictadura, todo lo cual revela que la democracia formal es una mera apariencia.
Como extensión de lo anterior, los congresos o parlamentos de cada país son un simple escenario que reafirma –en lo económico– el contenido decidido de antemano por la minoría que concentra en sus manos la riqueza de cada país. Sorprende, sin embargo, que el tamaño y la proporción de la crisis, así como las crecientes protestas, no llamen a quienes detentan los hilos del poder globalizado, así como el local, a replantear sus políticas de todo orden. Por su prevalencia militar no extraña esta actitud. La ausencia de autocrítica es una constante de los imperios y los poderosos en el curso de la historia. Por tanto, es dable concluir que nadie se autodepura, es decir, nadie cambia por iniciativa propia.
Así sucedió en los eclipses del Imperio Romano, el Inglés y el Francés. En su cenit, en vez de girar a favor de la humanidad, optaron por apretar el puño del poder y tratar de controlar más y más duro con su avance militar: es la opción última que les queda ante su creciente ilegitimidad: más y mayor control, más y mayor violencia. El riesgo de un regreso del autoritarismo en Europa y otras latitudes es una realidad cada vez más palpable (3).
Todo lo anterior es más dramático en la coyuntura presente, con Afganistán, Iraq, Libia y el blanco que ahora tiene foco con Irán y escalón en Siria –cuyo gobierno hereditario reprime–, cuando se configura un escenario militar y de guerra en amplia escala que reafirma la experiencia de los imperios durante siglos. Pero ahora, con mayor tamaño, más víctimas y las inmensas consecuencias de que estas maniobras lleven a un conflicto regional de consecuencia mundial, con el uso por primera vez de proyectiles atómicos tierra-tierra, ante la vista y las contramedidas de prevención de poderes con inmensa capacidad bélica, como China y Rusia, que en línea son los verdaderos objetivos estratégicos del despliegue militar de Estados Unidos y la OTAN, con Inglaterra como voz cantante. Esta alianza, con su hegemonía mundial en riesgo y la economía con quiebres de burbuja financiera, sin iniciativa, y un dólar de papel sin respaldo, para no dejarse replegar como principal actor del sistema mundo capitalista, cuenta con las armas como último recurso.
De este modo, la crisis sistémica en curso, con alzamientos de pueblos –mundo árabe, manifestaciones y crisis políticas en Europa– y con protestas de conglomerados sociales en creciente, al tiempo que asume una fuerte expresión política y cultural puede estallar en una guerra de colosales dimensiones y consecuencias. Ya encima, en 2012 veremos si los intereses y el desespero del conglomerado industrial-militar de los Estados Unidos y de sus aliados por la hegemonía del dólar conducen a episodios demenciales, y si sus pretensiones de control geopolítico global se concretan. Pero también seremos testigos de la capacidad de resistencia, creatividad y propuesta de infinidad de sociedades, que ahora se encuentran –con nuestro continente en pasos de integración– ante el reto de interrelacionarse; de sumar para enfrentar al mismo tiempo y como un solo cuerpo a su enemigo hoy común: el sistema financiero mundial y su aparato militar.
A la par, como en Islandia, presenciaremos el surgimiento de –aunque tal vez parciales– propuestas alternas al sistema político y económico dominante durante los dos últimos siglos; de nuevas formas de organización, participación y decisión ciudadana; nuevos modos de relación con la naturaleza, y de producción y distribución de los bienes primarios que requiere cada conglomerado social para vivir con dignidad (ver “Una constitución de los bienes comunes”, pág. 10).
Este es sin duda el panorama para 2012, como un año de grandes resistencias y movilizaciones de ciudadanía. Asimismo, y si los poderes globales no se contienen, de la amarga apertura de un conflicto armado por lo menos regional –África-Asia–, con posibilidad de extenderse en territorio, tiempo y riesgo para la humanidad de su propia extinción.
En otra época, crisis de menor impacto les dieron paso a dos guerras mundiales y su secuela de la Guerra Fría.
1 Arellano Ortiz, Fernando, entrevista con el científico social mexicano Alfredo Jalife-Rahme, periódico desde abajo, edición 175, noviembre-diciembre, p. 22.
2 http://www.youtube.com/watch?v=RKo2kRQ2tOI.
3 Zibechi, Raúl, “Con la crisis sistémica, ‘vamos hacia regímenes cada vez más autoritarios’”, periódico desde abajo, edición 175, noviembre-diciembre, p. 20.