Las fronteras del ‘arte’ se han expandido hasta el punto
de poder incluir casi cualquier cosa,
lo que es lo mismo que decir ninguna.
Mario Perniola
El arte se expande, se mezcla en todos los ámbitos; todo se considera artístico: el arte de los esquizofrénicos y los psicóticos, el esotérico y paranormal, el diseño en todas sus formas, los exvotos religiosos, los médiums, objetos antropológicos, las técnicas de restauración de banalidades, las artesanías –el llamado arte bruto; las escenas de transgresión y violencia; las video conferencias, los syborgs, las técnicas de la artesanía, la caligrafía, los desechos industriales, la decoración del hogar, las antigüedades recién envejecidas, la basura reciclada…(1). En fin, el arte se diluye en creaciones que cuestionan el concepto tradicional de obra. De por sí, la idea moderna de obra de arte se difumina, expandiendo sus fronteras a diversos y disímiles campos nunca antes contemplados como elementos artísticos.
Ya no hay obras, sólo prácticas y acciones artísticas. Desde esta perspectiva todo puede ser arte, todos somos artistas. Esta idea, proveniente del Dadaísmo, y más específicamente de los Ready Made de Marcel Duchamd, pasando por el Pop Art, proyecta una cierta “democratización del arte”, asumido más como una acción y no tanto como una obra. Arte de lo procesual en beneficio de realizar acciones, procesos y pragmatismos temporales, instantáneos, volátiles, que se esfuman.
Por tanto, en esta estética expandida desaparece el concepto de creador “único”, y entran en escena “creativos” que realizan acciones y “prácticas artísticas”, mas no “obras de arte”. El artista como chamán, mago, payé, bohemio y romántico, con aureola, y la obra como tótem supremo se desvanecen. ¿Estamos, quizás, llegando a considerar un “arte sin obras”, como lo definió Jeam Galard? O ¿Estamos en una cultura que disuelve la memoria artística, convirtiéndola en procesos, acciones que se evaporan?
¿Rúptura? ¿Transformación? Estas “prácticas artísticas” han cambiado las nociones esencialistas, subjetivistas e identitarias estéticas. Se masifica un arte del acontecimiento, objetos destinados a la disolución y a la desaparición. Procesos de comunicabilidad manifestados en acciones inmediatas, veloces. Todo tiene posibilidad de ser considerado arte, basta que un crítico, una revista especializada, un museo, una galería, la academia, los medios de comunicación, una subasta, un marchand o curador de arte lo legitime. Así le dan peso ontológico a las fusiones y a la dilatación de las fronteras artísticas en todas las esferas y manifestaciones culturales.
En palabras de Mario Perniola “el arte expandido es una gran oportunidad para quienes quiéranlo o no, han quedado fuera del ‘mundo del arte’ institucional, pero también supone un gran peligro porque en el crecimiento bulímico de muestras bienales, exposiciones, libros de arte, stage, seminarios, fundaciones…acaban siendo asimilados y confundidos precisamente con aquello que han combatido y de lo que han querido distinguirse, pagando frecuentemente su aislamiento con pobreza, inoperancia, depresión y enfermedad […]. Han caído las fronteras que separaban lo que estaba legitimado como ‘arte’ de lo que no era reconocido como tal” (2).
Tanto el arte de los marginales, de los solitarios, excluidos, rebeldes, llamado por Dubuffe Art Brut, como el arte contracultural y fuera de la norma; tanto el outsider Art, como el arte convencional; tanto el arte de lo trascendental, como el transitorio; tanto el arte de los diletantes y de los delirantes, como el de los “artistas profesionales”; el arte de los irónicos y cínicos, de los restauradores y el de los críticos, ahora convertidos en comentaristas; tanto el business art, el publicista y el decorador, como las acciones artísticas espontáneas realizadas por niños, todos se concentran y se combinan, diluyen sus distancias.
¿Qué pasó con las nociones de obra, artista, autonomía y creación debido a estas mutaciones en el corazón mismo del concepto de arte? Si los conceptos básicos de las magnas estéticas están diluidos, ¿se habrá desembocado en lo que Alessandro Baricco llama “los síntomas de la barbarie”? Síntomas manifestados, según este autor, en el sentido de la espectacularidad “que no requiere esfuerzo”, pues, al bárbaro “el esfuerzo le importa un comino. No porque sea estúpido, sino porque para él este no es un valor. O mejor dicho: al no tratarse ya de un placer el bárbaro ha dejado de creer que el camino para el sentido pasa por el esfuerzo […]. El bárbaro va donde encuentra la espectacularidad porque sabe que allí disminuye el riesgo de detenerse. Porque allí disminuye el riesgo de pensar” (3).
Llegado a este punto, el concepto de arte cambia de sentido y de rumbo; pasa a constituirse en una actividad tan común y cotidiana como cualquiera, puesto que todos podemos realizar acciones artísticas. Queda en entredicho la tan teorizada y proclamada “función emancipadora del arte”, la “autonomía crítica de la obra y del artista”, ahora subordinadas a la institucionalidad del “mundo del arte”, dominado, principalmente, por los curadores, los comentaristas, las galerías, los museos, las editoriales, el mercado y los medios. La transversalidad temática y técnica, la inter y transdisciplinariedad, la multilocalización conceptual y pragmática, la multi e hipermediación se manifiestan en las propuestas de una estética expandida.
Un ejemplo de todo esto lo encontramos en la ornamentación doméstica y en la espacialidad del hogar, donde apreciamos ciertas acciones decorativas que la ubican en las múltiples posibilidades generadas por esta expansión de las prácticas artísticas. A los espacios hogareños ahora les dan sentido y presencialidad a través del uso de los objetos, de su distribución y de su accionar como productos que cumplen una función específica, no solo decorativa, sino simbólica y existencial.
De tal manera que la casa se vuelve territorio de expresividad estética, gracias a la multilocalización de los objetos y los gustos artísticos. Tanto su interior como exterior son espacios donde se expresan las sensibilidades, ideas e imaginarios, los sentimientos personales o colectivos, la memoria, los recuerdos y mentalidades socioculturales. Objetos de consumo comercial, junto a los que contienen una carga sentimental fuerte: retratos de familiares muertos, la fotografía de paseos, bodas, bautizos, primeras comuniones; altares con biblias y santos elevados como fetiches ornamentales; jardines artificiales, reliquias y adornos de tradición familiar y electrodomésticos –como la nevera que sirven de soporte para postales y recuerdos de viaje–, recetas, domicilios, direcciones, mensajes, fotos, regalos, etcétera. Por consiguiente, se pasa de lo monumental estético al ornamento doméstico; a las estéticas del consumo, con objetos desechados, pero perpetuados –efímeramente– gracias a su presencia temporal ante un espectador usuario (4).
Estas estéticas construyen un “sistema ornamental” y una iconografía material, simbólica, política, imaginaria y estética. Unir la acción artística con las acciones domésticas, nos da la idea de que en casa todos podemos ser artistas, todos podemos ser creadores.
1 También se considera artístico el bricolaje, la gastronomía, los libros de artista, vídeos y fotografías de enfermos terminales, de violaciones, atentados terroristas, torturas, asesinatos, las vitrinas comerciales, variedad de instalaciones, artes corporales, artes del acontecimiento, arte en la red…
2 Perniola, Mario, El arte expandido, Casimiro, Buenos Aires, pp. 52, 53, 57, 2015.
3 Baricco, Alessandro, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, Anagrama, Barcelona, pp. 158, 159, 2013.
4 Véase en este aspecto el artículo de Juan Diego Sanín “Paisajes domésticos. Prácticas decorativas y ornamentos caseros y mortuorios” en: Pluralismo artístico, Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 2009.
*Poeta, ensayista. Docente Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá.