El colapso del embrujo uribista

El colapso del embrujo uribista

 

Todo hechizo tiene su contra. El mal de ojo, por ejemplo, se repele con un huevo que, después de colocado sobre el sentido afectado, se deposita en un vaso con agua caliente, durante toda una noche, debajo de la cama del maldecido. Las contras no siempre atacan directamente el hechizo, pero sí repelen todo lo que permite al maleficio desplegar su potencia.

Así parece suceder por estos días en Colombia, donde el embrujo total del uribismo llega a su fin, neutralizado por poderosas contras colectivas. El miedo da paso a la dignidad.

En efecto, en menos de tres días el expresidente Álvaro Uribe fue abucheado, dos veces en la plaza pública, la primera de éstas en la emblemática y conservadora Tunja, la segunda en la paramilitarizada Soacha, goteras de Bogotá. Entre el 18-20 de enero ocurrieron estos hechos inusitados para la mayoría de los hijos de la generación que tuvo que aguantar la década corta uribista. ¿Es qué Uribe nunca antes fue abucheado? Esta es la sencación, pero el anterior inquilino de la casa de Nariño fue blanco frecuente de la indignación social, merecida con creces, tanto en Colombia como en otros países. Si la memoria no falla el insulto social lo increpó por lo menos en 25 ocasiones, bien con rechiflas, consignas o gritos en auditorios que van desde Londres hasta New York.

Y si la valentía para enfrentar el maleficio es tan amplia, ¿qué novedad introducen estos dos nuevos sucesos pasados por verdades, verdades que insultan e insultos que emplazan? Nunca imaginamos ver al hombre del ‘corazón grande y la mano firme’, tratando de escabullirse entre más detractores que aliados, o intentado vociferar cubriéndose con escoltas o con escudos del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios). No fueron muchos los que imaginaron a los medios de comunicación de televisión, radio y prensa escrita pasando esta serie de protestas como una situación aislada, y hasta respaldándola tácitamente. Es más, muchos reconocen que no les pasó por sus mentes que el embrujo que batiera con fuerza tan desmedida el país fuera neutralizado tan pronto.

Pero así funcionan las contras. Su potencia se acumula poco a poco, como efecto de energías múltiples reunidas para vencer a su contraria. De esta manera, el anillo de protección político de Uribe parece descomponerse aceleradamente con los tiempos electorales del 2014, lo que de fondo desprende una conclusión: este embrujo fue posible por la coyuntura de su doble periodo de gobierno, él fue el hombre de la unidad del bloque dominante, cuando los de arriba sintieron tocadas sus formas de gobierno y poder, es decir su estado y fuerza militar; al tiempo que se amparban en –y eran útiles para– el discurso antiterrorista desprendido del ataque a las Torres Gemelas en Estados Unidos. Pero, hoy candidato al senado y opositor, con un entorno internacional que gira, no es más que un mal recuerdo, un inquilino viejo que opina sobre una casa que ya no es la suya.

El hechizo de seducción uribista dejó de embelesar a la opinión pública. A la izquierda, sus contras históricos, agrega pócimas el santismo y toda su aplanadora –antes parte del mismo hechizo. Este aislamiento permite apreciar sin mucho esfuerzo que las fuerzas del poder, reconocen la inmensa dificultad de una victoria militar en el corto plazo, afanada de una paz para los negocios, abandona al otrora presidente, negándole algunas de las protecciones que lo hacían imbatible: ya no es el todo poderoso que registraban y/o ocultaban los medios de comunicación, ni el centro de atención de las conferencias de los gremios económicos, como tampoco el dinamizador de las relaciones entre las burguesías regionales; hoy por hoy, quien encabeza la lista al Senado del Centro Democrático solo le queda el apoyo de un sector cimentado en una ideología de ultraderecha, un programa del mismo talante, así como un centenar de políticos marginados por la Unidad Nacional, procurando refugio debajo de su poncho.

 

Los amigos que ya no lo son

 

Al recordar a quienes integraron el circulo político que rodeó al otrora hechicero mayor, se ingresa en un terreno pantanoso. Fue él, y su estilo de gobierno, un intervalo para el surgimiento de una especie de bonapartismo sui generis (1), que marcó la decadencia de los partidos políticos tradicionales al entregar su control social e influencia política al rasgo autoritario del gobierno. Poder total. No registraba en las elites ni decisión ni estructura política ni personalidad alguna que lograra sobreponerse al mandamás paisa para encarar la reconstrucción de la hegemonía, el monopolio de la violencia estatal y la reconstrucción de los lazos de integración del régimen de acumulación capitalista. En pocas palabras, el expresidente fue para el bloque dominante una bandera de unidad en tiempos en los que su dispersión y la iniciativa militar guerrillera llegaron a cuestionar la capacidad del Estado para agenciar el poder social.

Los conservadores, junto con las escisiones liberales creadas: el Partido de la U, Cambio Radical, Primero Colombia y el Partido de Integración Nacional (PIN), se convirtieron en la columna vertebral de la reorganización de la política legislativa entre 2002 y 2010. Las tradicionales toldas del bipartidismo quedaron emplazadas por un nuevo abanico que aunque no llevó a su desaparición menoscabó su condición. En el 2006 el Partido Conservador sumó 16 senadores, pero su poder era minúsculo ante las apretadas correrías de la Cámara alta y baja; el liberalismo quedó en una condición obligada de oposición, conformando un extraño dejo de contradicción burocrática con el uribismo.

En estos años corrió mucha agua debajo del puente. Forcejeos de diversa índole desgastaron su poder y propiciaron el recambio dentro de los factores de poder. Vale la pena recordar: la disputa con Venezuela y Ecuador, con la perdida de esos mercados para la industria y el comercio nacional; el pleno sometimiento a los Estados Unidos y el aislamiento del entorno regional, en momentos en que el monroísmo llegaba a su punto más bajo, y el intento por legalizar de manera impune a los jefes paramilitares, previa audiencia en el Senado.

En este ir y venir, el Partido de la U, que electoralmente manejó la inicial del apellido del expresidente, depuró a los uribistas pura sangre, y aquellos que figuran entre la pila y el agua bendita –los indecisos– dejándolos por fuera de los comicios del 9 de marzo. De sus listas al Senado salieron personajes relevantes como Juan Carlos Vélez y Juan Lozano, con la penumbra de no poder participar en elecciones pues la reforma política del 2009 les obligaba a renunciar a su partido 12 meses atrás.

Cambio Radical, liderado por Germán Vargas Lleras, había salido de los afectos del uribismo desde 2006. En este partido quedaron importantes caciques electorales y burgueses regionales como los Char que controlan por completo el departamento del Atlántico, y parcialmente otros como Bolívar y Magdalena. El partido azul y rojo decidió supeditarse al santismo, sin perder la posibilidad de conservar peso político propio y, por ende, capacidad de negociación dentro de la llamada ‘Unidad Nacional’.

El liberalismo pasó, de la oposición burocrática bajo los lustros de Uribe, a convertirse en el partido con mayor relación con el presidente Santos, insistiendo en la reunificación de la tolda roja, integrando a la U y Cambio Radical. Dentro de los referentes que hoy gobiernan la política macroeconómica neoliberal criolla, su lista al Senado –la que cuenta con más proyección de voto– será determinante al interior de la ‘Unidad Nacional’. Jugarán como alfiles del posconflicto.

Este partido cuenta en la actualidad con 17 senadores de 102, después de marzo de 2014 podría sobrepasar los 20. Además de conducir una agenda legislativa capaz de cooptar importantes sectores sociales: la presencia del excandidato presidencial Horacio Serpa significa el liderazgo de la llamada fracción socialdemócrata del partido, con el cual pretenden legitimar una agenda social para las víctimas, la reconciliación y el posconflicto que desarme de reivindicaciones y liderazgos a los movimientos sociales. Los conservadores, próximos a su convención nacional, tensionan fuerzas entre su independencia como condición para desplegar una campaña propia que pudiera sorprender con un liderazgo pastranista por la paz (con posible alianza con el Centro Democrático), y el apego a la mermelada –untada con la condición del apoyo a la campaña reeleccionista del actual mandatario.

 

La transformación de la alianza de poder

 

A lo largo del siglo XX el poder en Colombia estuvo sostenido en un cuerpo de suma 0, en donde nadie pierde todo y nadie gana todo, disputa afrontada entre los terratenientes, los cafeteros, la burguesía industrial y la burguesía financiera y bancaria. Esto quedó expresado incluso en factores aparentemente técnicos como el manejo de la tasa de cambio.

Desde luego, cuando el movimiento guerrillero a finales de los 90 e inicios de la década pasada intervino como factor subjetivo para erosionar el poder social del bloque dominante, que apenas superaba la crisis económica de aquellos años, el conjunto de éste reaccionó con unidad estratégica y con táctica de fuerza: Pastrana y la reingeniería militar, Uribe y la seguridad democrática resumen los golpes de la intervención directa de los de arriba.

Pero el presente es otro. Hoy la unidad del bloque dominante no es necesaria, hoy es plausible la expulsión de terratenientes y burgueses regionales que impiden la recuperación de tierra en gran extensión para ser apropiada por parte de activos financieros nacionales e internacionales, proyectadas para la mega minería, los cultivos de palma, caña y los llamados sembrados promisorios. La desavenencia en lo económico se extiende a lo político. Álvaro Uribe se convierte en el Caín del capital internacional y de las fracciones financieras de la burguesía criolla.

 

Las cuentas electorales del uribismo para Senado y Cámara: la mala campaña

 

 

 

Las elecciones de 2010 al Senado arrojaron 10.683.890 votos para los partidos que ocuparon curules, el umbral era del 2%, hoy el censo electoral indica –pese a su depuración– un aumento aproximado del 5%, y el umbral será del 3%, lo que alimenta algunas de las angustias de los partidos de oposición, como el Polo Democrático Alternativo y la Alianza Verde.

Desde luego, los partidos de la llamada ‘Unidad Nacional’ y el Centro Democrático aspiran a superar con creces este umbral, aunque levanten dudas toldas como Cambio Radical. El camino a partir de allí es más difícil, no importa si la lista vaya abierta o cerrada, pues las cifras para instalar candidatos en el legislativo serán más altas.

En medio de esta disputa, el país heredará para el periodo 2014-2018 un Congreso en condición dual: por un lado el Senado de la República, transformado en el escenario del control político y de los aireados discursos, que tendrán como protagonistas, entre otros, a Uribe, Serpa y Navarro; por el otro, con agenda diferenciada, la Cámara de Representantes, que disminuirá su control político pero aumentará su importancia en la decisión política y en la discusión de proyectos de ley.

El país también recibe, como novedad, unas listas al Senado y Cámara donde resalta que tanto los burgueses regionales como los de talla nacional están contra Uribe, Tampoco el próximo escenario legislativo parece representar la posibilidad de transitar la paz por los cauces autorizados por la Constitución. Tendremos así un Senado de parlanchines y una Cámara de clientela con poder decisorio en sus manos. Este escenario solo podrá ser transformado por actuaciones sociales y políticas que superen el ordenamiento del poder político realmente existente.

Con la imposición de los negocios sobre la política, de la economía sobre la ideología, se refrendó en Colombia lo ya sucedido en otras coordenadas: que la política es la hermana retrasada de la economía. El embrujo uribista se acerca a su final, el hechicero mayor, pese a su desesperación ya no controla las fuerzas que lo cercan, Adiós uribe, adiós viejo Bonaparte. 

 

Por: Miguel Suárez*

* Integrante del Consejo de Redacción, Le Monde diplomatique, edición Colombia.

 

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