El destierro de la memoria

El destierro de la memoria

Hoy por hoy ha cambiado nuestra noción de historia y de memoria. “Antes, nos dice Umberto Eco, nos interesaba mucho el pasado porque las noticias sobre el presente no abundaban […]. Con los medios de información de masas se ha difundido una inmensa información sobre el presente” (1). Esto, junto a la fatal reducción de horas en la enseñanza de la historia como área disciplinar en el bachillerato colombiano, ha dejado a la  memoria  refundida en el cuarto de San Alejo. Lo paradójico es que el joven ha llegado a confundir los hechos reales, sucedidos en un tiempo relativamente cercano, con hechos de fantasía o de ficción. Es en realidad la influencia de la pantallización de los hechos históricos, su mediatización efusiva, que los falsea y espectaculariza. Tal es la historia aprendida sólo en el cine Hollywoodesco. 

 

Cierto, la disminución de horas en la enseñanza de la historia es un proyecto mordaz y perverso, pensado para desmontar la memoria como poderoso motor de conciencia cultural y social. En torno a ello, está el gigantesco sistema del mercado, junto a los medios tradicionales y los digitales. La vida de lo fugaz y lo inmediato impone sus reglas de juego. La memoria asume las lógicas del sistema operativo on line; es instantánea y efímera; traza una borrable línea sobre la pizarra del tiempo; no tiene importancia que nos propongamos guardarla en  nuestro archivo como algo necesario. A ritmo acelerado se usa, desecha y reemplaza. La memoria, tanto colectiva como personal, se esfuma y pierde toda posibilidad de que con ella podamos tener un polo a tierra, algo de conocimiento sobre nuestro presente y pasado, una posibilidad gravitacional para, al menos, sospechar en lo que fugazmente nos espera. 

 

La memoria que se encuentra almacenada en Google, en Wikipedia y en las redes sociales, es rápida, urgente, superficial, y su consulta se vuelve volátil. La memoria RAM es compulsiva, descentrada, transitoria, vídeo-clip, de prisa, es decir, casi imperceptible, diríamos etérea y gaseosa. A la memoria creativa y crítica se le ha cambiado por conceptos como competencia, eficacia, eficiencia, habilidad, destreza; todos ellos baluartes de las lógicas ecónomas de exclusión y eliminación del otro. Se trata de vencer y destruir al semejante, a través de una educación que lleve a buen término una meritocracia competente, un “saber hacer” y “saber obedecer”. Con ello se empobrece cualquier proyecto educativo que ponga su énfasis en las ciencias sociales y humanas, lo que lleva al gradual desprestigio y aniquilamiento de las mismas, imponiéndose las ciencias económicas como disciplinas supremas, administrativas, al servicio del sistema global financiero. Pensamiento individualista, utilitarista, contra memoria creadora y solidaria. Es el Demiurgo actual que conjuga mercado y competitividad, desterrando todo concepto de ética ciudadana que lucha por sus derechos colectivos, e imponiendo el concepto de sujeto consumidor, que busca sólo privilegios individuales.

 

Bajo dichas condiciones, la memoria creadora y cuestionadora es liquidada por la inmediatez mercantil. La memoria propositiva, sensible, re-existente, se cambia por una actitud de olvido e indiferencia. Todo pasa tan rápido, y de forma tan violenta, que indigesta y no tenemos tiempo para digerirlo. El cinismo, aceptado como adictivo y normal, es su consecuencia. Tal es el sistema de una perversidad agresiva y activa, la instalación de un canibalismo atroz y masificado, de individuos despolitizados, donde la destrucción es legitimada por un aparataje de astucia, viveza y avaricia. El modelo económico neoliberal autoritario aniquila la actitud ética, democrática, participativa, y el estudio político de la historia es reducido por una racionalidad instrumental a datos estadísticos.

 

Algunos preguntarán ¿en realidad sirve para algo conocer hechos y datos históricos? Podemos adelantar una afirmación positiva. La historia sirve no sólo para informarnos y llenarnos de datos, cual coleccionistas compulsivos, sino para formarnos y fortalecer nuestro sentido analítico a través de la confrontación, la selección, las comparaciones, el diálogo entre opiniones respecto a dichos datos e informaciones. Es posible que así se asimile la importancia que la memoria crítico creativa tiene para nuestras vidas. Y aunque muchas veces la educación tradicional enfatiza en la historia oficial de los vencedores, olvidándose de la historia de los excluidos, creemos que es supremamente necesario el conocimiento no sólo cronológico, sino político y social de los acontecimientos, factores que lentamente se han ido desterrando de los proyectos pedagógicos. De hecho, ignorar algunos acontecimientos importantes y fundamentales de nuestra historia ya no mortifica a casi nadie, se le acepta como algo habitual, sin ninguna vergüenza ni pudor. La ignorancia se ha convertido en un asunto de elogio, es la corona del cinismo, donde la conocida frase “me importa un pepino y ¿qué?” no afecta nuestra imagen, más bien da reputación. 

 

Ante el síndrome de la paranoia mentirosa mediática, la memoria crítica propone el análisis como defensa en medio de la ignominia de falsos montajes y de siniestras patrañas. Ella sirve para desmontar las falacias que la fábrica de mentiras dice sobre la historia, a la vez que da suficientes fuentes conceptuales para desconfiar de los montajes y conspiraciones que circulan en el mundo global. Por tanto, el conocimiento de la historia se vuelve en esta época cada vez más urgente, día a día más visceral. Su desconocimiento nos aleja de la posibilidad de participación consciente y activa en los asuntos políticos. En los regímenes totalitarios el destierro de la memoria crítico-creativa ha dado grandes y terribles resultados. En ellos se enseña a odiar la historia de los opositores, a difamar de los enemigos, a desconocer las verdaderas causas de la injusticia. Ahora, en esta globalización totalitaria o globalitaria, se enseña a desconocer la fuerza de la  historia, relajando su eficaz peligro, su contundente y flagrante llama. 

 

Vuelta espectáculo y escenografía banal, la memoria creativa –que no es simple nostalgización– resiste, construye, inventa otras posibilidades, amplía los horizontes en medio de un mundo imbuido en una mentalidad de mercaderes. Es innegable: el capitalismo con sus tecnologías desea vivir sólo en el presente consumidor. Pero, volviendo de nuevo a Umberto Eco, “olvida cada vez más la dimensión histórica. Lo que nos cuenta Tucídides sobre los Atenienses y los Melios aún sirve para entender muchas vicisitudes de la política contemporánea” (2).   

 

1. Eco, Umberto, De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera, Bogotá, Lumen, 2016, pp. 57-58.

2. Ibíd., p. 336.

 

* Poeta y escritor colombiano. 

 

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