Para encontrar un precedente al actual eclipse diplomático de Francia, hay que remontarse a la expedición de Suez de 1956 y a la guerra de Argelia. En efecto, ni la organización por parte de París de una conferencia internacional sobre medioambiente, ni las proclamaciones marciales del Presidente de la República, ni la incorregible autocomplacencia de su ministro de Relaciones Exteriores (1) pueden ocultar ya la caída en picada de Francia.
En materia europea, la alineación con Alemania se hizo evidente en el episodio griego. El Quai d’Orsay (cancillería) parecía ausente; el ministro de Hacienda se mostraba locuaz pero inexistente, y François Hollande limitaba su papel al de emisario de Berlín, encargado de hacer que el primer ministro Alexis Tsipras aceptara los ucases de Angela Merkel. Incluso en Washington sorprendió la dureza de la Unión Europea con Atenas.
Pero París volvió a alinearse con Estados Unidos cuando se supo que los servicios de inteligencia estadounidenses habían espiado a tres presidentes de la República sucesivos, incluido Hollande… De inmediato, el portavoz del gobierno francés trató de restarle importancia al ultraje –”Hay que mantener la perspectiva. No estamos aquí para desencadenar rupturas diplomáticas”–, antes de precipitarse a Washington para discutir el Tratado Transatlántico. “La respuesta de Francia roza el ridículo”, se ofuscó Henri Guaino, diputado de la derecha. “Desde hace un tiempo –añadió el ex ministro Pierre Lellouche, sin embargo conocido por su atlantismo–, lo único que hacemos es seguir la política estadounidense.”
Por un puñado de armas
Pero lo que se vuelve más aterrador es la alineación entre París y Arabia Saudita, al punto de llegar a irritar al soberano estadounidense. Si bien Francia no llegó a hacer fracasar el acuerdo de julio pasado entre las cinco grandes potencias e Irán, como lo habrían deseado Riad, Tel Aviv y los neoconservadores estadounidenses que detestan a Barack Obama, se sumó [a dicho acuerdo] con una notoria mala gana (Zajec, pág. 30). Y, en el caso de Siria, su deseo de “castigar” a Bashar al-Assad se debe menos a la ferocidad del régimen de Damasco que a la voluntad francesa de complacer a las monarquías del Golfo, que juraron derrocarlo. En particular Arabia Saudita. Ahora bien, este Reino, cuna y banquero del integrismo sunnita en el mundo (2), punta de lanza de la sangrienta represión de los chiitas en Bahrein y Yemen, combate la mayoría de los derechos humanos a los que en otras partes Francia afirma adherir fuertemente (3).
La elección saudita de París no resulta en principio de un error de análisis estratégico. Se trata más bien de atizar la paranoia de monarcas que temen ser acorralados por Irán y sus aliados, con el fin de venderles algunas armas adicionales. Misión realizada el pasado 13 de octubre cuando, de regreso de Riad, el primer ministro Manuel Valls tuiteó: “Francia-Arabia Saudita: contratos por 10.000 millones de euros! Gobierno movilizado por nuestras empresas y el empleo”.
1 Laurent Fabius, BFM-RMC, 2 de marzo de 2015: “Lo que oigo, y por supuesto sin querer ser arrogante, es que la política exterior de Francia es apreciada en casi todo el mundo –y por los franceses–”.
2 Véase Nabil Mouline, “Islamizar desde abajo”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, marzo de 2015.
3 Véase “Impunidad saudita”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, marzo de 2012.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Teresa Garufi