Escrito por Philip Potdevin*
Germán Ardila, La anunciación, óleo sobre tela (Cortesía del autor)
Dos de los más agudos críticos y lectores de literatura coinciden en que la Divina Comedia, escrita entre 1307 y 1317, es una de las más altas cumbres de la literatura universal. Harold Bloom estimaba que solo la obra de Shakespeare –naturalmente Bloom era inglés–, superaba la del florentino Dante Alighieri. Por su lado, Borges afirmaba que la Comedia era el mejor libro que la literatura ha alcanzado. Es notable que ambos coincidan con un libro de la época medieval, llamada esta por muchos la del Oscurantismo, en virtud a que el conocimiento humano, que venía en continuo ascenso durante las civilizaciones griega y romana, ingresó, a la par del triunfo del cristianismo sobre las religiones paganas, en un estancamiento y más aún, en franco retroceso. El saber quedó confinado a los monasterios; allí se producía exclusivamente pensamiento cristiano sobre graves y diversos temas teológicos. El ser humano, como centro de conocimiento y desarrollo personal, quedó en suspenso por cerca de mil años.
Existe, empero, la Divina Comedia, una obra que se destaca no solo por su belleza lírica, por sus formas exactas numéricas en torno al número tres, sino además, por ser el más grande y amplio compendio del saber medieval. Más allá de la historia de amor, profunda e idealizada entre el poeta y su musa Beatriz, y de la división del más allá entre Infierno, Purgatorio y Paraíso, la Comedia es un tratado de teología, de las costumbres y las pasiones humanas, de política, de ciencias naturales, de astronomía, de óptica, de física y de cuanto saber se tenía en la época. Por supuesto todo lo anterior dentro de las limitaciones y sesgos que había desde la perspectiva teocéntrica, filtrada por el apretado tamiz de la teología cristiana. Dante era ante todo, un cristiano convencido que no toleraba religiones diferentes a la suya. Su obra marca el fin de una época en donde el ser humano, la sociedad, y el mundo no son más que elementos y esferas sujetas o alejadas de la voluntad divina.
Aparecerá otro florentino, un siglo más tarde, para dar apertura al Renacimiento y así situar de nuevo al ser humano en un lugar privilegiado del Universo: Giovanni Pico, conde de la Mirandola y príncipe de Concordia, nacido en 1496 en la convulsionada y polarizada entre güelfos y gibelinos ciudad de Dante, dominada ya para entonces por los Medici. Pico es un precoz genio de la filosofía. A él se le atribuye ser el adelantado del humanismo, una escuela de pensamiento que marcará hasta nuestra época la cultura y filosofía de Occidente. Pico era noble, joven, atrevido, enamorado, iconoclasta y ante todo, sabio, A los veinte años llegó a dominar más de veinte lenguas, entre ellas el arameo, el caldeo, el sánscrito, el árabe y el griego antiguo, además, por supuesto del toscano vernáculo, el mismo que hablaba Dante y en el que está escrita la Comedia y que se convertiría en el italiano moderno; además, por supuesto, dominaba el latín, lengua culta de la época, en la que escribió Pico toda su obra.
Fruto de su impetuosa arrogancia juvenil, a los 23 años, en 1486, emplazó públicamente a quien se atreviera a debatir con él las 900 tesis que compendiaban, a su juicio, el saber universal. Nadie, por supuesto compareció a riesgo de quedar en el ridículo; eso no impidió que Pico publicara meses más tarde sus 900 tesis que constituyen una enciclopedia del saber adquirido por el joven protegido de los Medici. Lo notable es que las tesis no se producen dentro del estrecho cerco impuesto por el cristianismo sino incorporando saberes antiguos olvidados o relegados durante los pasados mil años: allí revive Platón, Aristóteles y los conocimientos más ocultos de los árabes, los hebreos, y los antiguos caldeos. Por supuesto, también da espacio para discutir las tesis de Tomás de Aquino, Duns Escoto, Alberto Magno, y otros filósofos medievales cristianos.
Hoy día esta obra es poco estudiada salvo en círculos académicos muy específicos. Sin embargo, el prólogo que escribió para las 900 Tesis es un anuncio magistral de lo que se llamará el Humanismo. Esa breve introducción a las formidables tesis no tenía un título particular, solo años más tarde un editor le puso el bello nombre Oración por la dignidad humana, como se conoce hoy. Pico murió joven, a los 31 años, muy probablemente envenenado por algunos de sus muchos enemigos, quizás los Medici con quienes cayó en desgracia por cuestiones de sus amoríos ilícitos, o incluso, el Papa, quien no toleraba sus escritos que desafiaban la supremacía divina.
La Oración por dignidad humana es la carta de presentación que el pensamiento renacentista usa para irrumpir en Occidente. Giovanni Pico della Mirandola manifiesta que, entre todas las criaturas del universo, nadie como el ser humano tiene el privilegio y la posibilidad de elegir dignamente y ser dueña de su destino, de querer ser o no ser o ser como se quiere ser. Esta conclusión es el resultado de un pensamiento sincrético en el que logra conciliar filosofías hasta entonces contradictorias como el cristianismo, la cábala, el pitagorismo y el zoroastrismo. De esa acumulación de saberes emerge la luminosa claridad del humanismo, la conciencia que se tiene de sí, del entorno, del lugar del ser en el cosmos; emergerá de allí, más tarde, como consecuencia natural, el racionalismo cartesiano y el desarrollo del pensamiento científico. Descartes, Spinoza y Leibniz deben gran parte de su pensamiento a la puerta abierta por Pico. Todo el avance científico posterior de Copérnico, Galileo, Newton y demás será la evolución natural de esa confianza que el ser humano adquirió en su capacidad de observar, analizar y deducir sobre su entorno natural y social, sobre el orden, causa, sentido y efecto de las cosas y de las fuerzas de la naturaleza. La Ilustración, el enciclopedismo, la revolución industrial parecían encontrar sus más remotos anclajes en el umbral que traspasó Pico al cerrar la Edad Media, con su compatriota Dante y todo lo demás, para darle la bienvenida a una época inédita en la historia de la humanidad.
Cierre de una era y apertura de otra
Ese gran período de la historia iniciado en el siglo XV, la era del ser humano que se honra a sí mismo en su dignidad última, parecería asomarse a su ocaso, en medio de la crisis civilizatoria que vivimos y específicamente en la encrucijada actual pero, no a causa de la pandemia misma –esta no es la primera que atraviesa la humanidad– con su funesta capacidad letal, sino por lo desatado por esta; por una parte en las fuerzas de poder: empresas privadas, gobiernos y organismos internacionales luchan por el control de grandes mercados y por el dominio de vastas zonas geográficas y, por la otra, en la respuesta colectiva y atemorizada de miles de millones de personas que quieren huir del enemigo invisible, movidas por el miedo a un posible contagio y al riego a la salud y la vida.
En estas circunstancias, el ser humano se está viendo doblegado en su dignidad más preciada, despojado de su capacidad de decidir sobre su cuerpo, sobre su autonomía, sobre su entorno; ya no es libre para desplazarse, congregarse o protestar. Los dispositivos de vigilancia, monitoreo y limitación a las libertades individuales y colectivas desatados y exacerbados desde los inicios de la pandemia dejan a la humanidad en una frágil y vulnerable situación de la que no se tienen antecedentes en la historia. La gran paradoja, como la mítica serpiente ourobouros que se devora a sí misma por la cola, es que la puerta abierta que franqueó el avance en todas las disciplinas humanas, desde las artísticas hasta las científicas, se cierra en la cara del individuo del siglo XXI para limitar hasta en lo más mínimo sus libertades y derechos.
El individuo frente a la geopolítica de la pandemia
Desde el mismo momento en que la OMS declaró pandemia a la enfermedad del covid-19, ocasionada por el virus Sars-CoV-2, en los primeros días de marzo de 2020, la salud pública global se convirtió en la primera y principal estrategia de seguridad del mundo. Se inició así la carrera para encontrar una vacuna o su equivalente como posible y única forma de controlar el virus y doblegarlo. La futura vacuna emergió como poderosa arma geopolítica en la lucha de las grandes potencias y de los grupos económicos para incrementar su dominio sobre regiones, países, mercados y poblaciones del planeta. Ante la parada en seco de casi todos los desplazamientos domésticos e internacionales y de la desaceleración de la economía global hasta alcanzar cifras inimaginables de recesión, la atención se centró en una esperanza casi quimérica: saber qué tan rápido podría desarrollarse y distribuirse una vacuna como principal forma de contención, control y reversión de los efectos de la pandemia.
Comenzó así la carrerilla de las grandes potencias para posicionarse a través de maniobras diplomáticas y económicas; se estableció una nueva macro-estrategia de las relaciones globales. De la noche a la mañana parecieron cambiar todas las reglas de juego y acuerdos que habían regido el precario equilibrio de la treintena de 1989 al 2019. Los conceptos de soberanía nacional, fronteras, globalización, libre comercio, libre tránsito de bienes y personas parecieron quedar sujetos a una profunda resignificación ante el escenario provocado por la pandemia. Surgió rápidamente, entre otras cosas, un nuevo multilateralismo que va en contravía de muchos acuerdos bilaterales y de principios que eran parte del entendimiento de un mundo sin barreras, sin fronteras duras y de acuerdos en mayor o menor grado equitativos.
A la par de una geopolítica en torno a las armas, los recursos naturales, los mercados y el cambio climático, surge ahora la geopolítica de las vacunas que busca lograr la primacía de quién las produce y decide a quiénes se entrega y en qué condiciones. Ante el riesgo de la salud global en peligro, las vacunas contra el virus Sars-CoV-2 se convierten hoy en una poderosa arma para la seguridad global. Los efectos se vieron de inmediato: las vacunas tuvieron como su primer destino los países que las producen o financian, en sus distintas versiones y modalidades, bien sea por manipulaciones genéticas experimentales (como las de Pfizer y Moderna) o las tradicionales de inocular versiones debilitadas del virus como la Sinovac china o Sputnik rusa. Canadá e Israel, por ejemplo, aseguraron el doble de dosis necesarias para proteger la totalidad de su población mientras que la mayoría de los países del mundo, incluso algunos de los más ricos como España y Francia, aún hoy desconocen la fecha en que recibirán las dosis necesarias por contener la propagación del virus.
A esto se añade una situación que parece tomar visos caóticos: el virus avanza en oleadas sucesivas, en muchos casos más letales que las anteriores, y aparecen nuevas cepas, variantes y mutaciones del original detectado en Wuhan a fines del 2019. Por ello, ante la percepción de impotencia que genera el avance de la pandemia incluso en estamentos científicos y médicos, en pueblos y gobernantes, todos han volcado sus expectativas en torno a la aparente panacea en forma de vacuna que, de ser aplicada de manera rápida y extensa a la mayor parte de la población global, permitiría alcanzar la deseada inmunidad colectiva o de rebaño para con ello restablecer de alguna manera un nuevo equilibrio o una nueva normalidad.
La tensiones geopolíticas en torno a la vacuna abundan: por un lado, los países de la comunidad europea intentan bloquear, desacelerar o desacreditar la producida por AstraZeneca, una farmacéutica parcialmente británica, en parte en represalia al Reino Unido por haberse retirado de la Unión Europea; por otra parte, Estados Unidos y China libran, además de la batalla comercial desatada durante la administración Trump, la de las vacunas; los laboratorios norteamericanos de Pfizer, Moderna y Johnson y Johnson, intentan desacreditar, con toda la influencia que generan en los medios, la baja efectividad de la vacuna china. La desinformación abunda, de lado y lado, en cuanto a los consecuencias, efectos colaterales y secundarios y la efectividad de todas las vacunas. En otro sentido, Rusia utiliza la vacuna Sputnik como arma política, ofreciéndola para ampliar o fortalecer alianzas, por ejemplo, con Venezuela y Argentina, o negándola para castigar y aislar a adversarios como Ucrania donde Rusia tiene intereses de apoderarse de las provincias orientales donde hay mayoría de población rusa.
En cada caso, quien en últimas queda expuesto y padece las consecuencias de estas acciones geopolíticas son los ciudadanos de los países menos desarrollados. El derecho a la dignidad humana está contemplado en el artículo primero de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”; el derecho a la salud se establece en el artículo 25 de la misma Declaración: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial […] la asistencia médica y los servicios sociales necesarios…” (1); prácticamente todas las constituciones hacen eco de estos derechos fundamentales del ser humano.
Por el contrario, su distribución y comercialización se convierte en discrecionalidad de las grandes potencias con sus respectivas farmacéuticas. Países como Perú, que han objetado las cláusulas confidenciales sobre exención de responsabilidad por los posibles efectos colaterales o por revelar el valor de los contratos para el suministro de las vacunas han sido castigados por posponer los acuerdos con demoras en las entregas necesarias. De lo anterior, se desprende la supeditación de los gobiernos de naciones más pobres a los intereses de farmacéuticas y de los gobiernos que las financias. En otras palabras, las grandes potencias ponen a los ciudadanos de la mayoría más vulnerable del planeta en el peor lugar posible, sin la menor posibilidad de tomar decisiones sobre su salud y su existencia, como por ejemplo la decisión íntima y profunda de ser vacunado o no y a poblaciones enteras cada vez más lejos de alcanzar la inmunidad de rebaño. Por ello la pregunta: ¿dónde está entonces el derecho a la dignidad humana?
Queda claro que el virus lo convirtieron en un elemento de seguridad nacional; así como las armas son garantía para la defensa de una nación ante amenazas extranjeras, así las vacunas pasan a ser elementos que dejan a un país expuesto o protegido a las vicisitudes de virus como el que hoy conmueve a la sociedad global. La paradoja está en que en el mundo de hoy de nada sirve que un país o un grupo de países vacune a su población si en el resto del planeta son miles de millones los que no pueden acceder a ella con la misma rapidez: el virus no tiene fronteras ni se detiene en las aduanas. En pocas palabras, lo que las grandes naciones no logran asimilar es que no es posible estar seguras a menos de que haya seguridad para la salud de la totalidad de la humanidad.
Para agravar las cosas, las permanentes mutaciones y las nuevas variantes o cepas que aparecen en uno u otro territorio hacen menos efectivas o inocuas la primera generación de inmunológicos anti covid-19 producidos, de allí que una persona vacunada puede aun así desarrollar la enfermedad. A pesar de todo lo anterior, el impulso y la reacción de los gobernantes ha sido cerrar fronteras, aislar a sus países y volver a esquemas superados hace más de treinta años, buscan retornar a prácticas de aislamiento, repeler intromisiones foráneas de personas, bienes o tráfico de cualquier especie. En ese sentido los fundamentos que dieron origen a la Comunidad Europea saltan en pedazos cuando naciones como Alemania, Francia y España cierran fronteras y dificultan y entorpecen el tránsito de los ciudadanos entre la misma comunidad. Si bien se espera que estas restricciones se levanten gradualmente allí y en el resto del mundo a medida que se alcancen cubrimientos generalizados con la vacuna. De esta manera, tener la vacuna o aún no tenerla, entrega a los gobernantes argumentos para imponer decisiones políticas, territoriales y de limitación a las libertades individuales o colectivas. Con ambas caras de la moneda quien pierde es el individuo y se desvanece cada vez más su dignidad más preciada.
Muchos de los países del mundo, casi en estilo de mera supervivencia, ignoran el hecho que de nada sirven las medidas aislacionistas si reaccionan individualmente en lugar de enfrentar colectivamente la amenaza global. A la par que cierran fronteras, se quejan de ser discriminados por otros países como diseminadores del virus. En su miopía, los países, en lugar de buscar la cooperación y asistencia internacional, se repliegan en el afán de aislar el virus de sus poblaciones. Pero la pandemia ha dejado expuesto el mito de las naciones soberanas; es imposible sostener que cada país goza del control exclusivo sobre sus territorios nacionales.
Lo cierto es que los costos de la pandemia han dejado a muchas naciones con cuantiosas deudas internas y externas que ponen en peligro los planes de largo plazo para sostenibilidad, desarrollo de infraestructura y de, por ejemplo, las inversiones necesarias para las mitigaciones del cambio climático, cuando no de solventar necesidades urgentes del gasto público. Por ello comienzan a aparecer, por acá y por allá proyectos de reformas tributaria para intentar cerrar el hueco fiscal dejado por el gasto extraordinario a que obligó la pandemia. De nuevo, en países gobernados por intereses del capital y en manos de la derecha política, los sacrificados con dichas reformas son los ciudadanos más vulnerables y la clase media, mientras que el gran capital sigue gozando de exenciones y tratamientos favorables.
El problema es similar al que existe con el cambio climático global. Se trata de un fenómeno que no se circunscribe a las fronteras de los países, por ello, cualquier propuesta aislada que buque frenar el cambio climático está destinada al fracaso. No hay otra opción; la solución que muchos claman es asumir un enfoque colectivo, global y solidario. Ojalá un enfoque que parte de cuestionar los factores estructurales de la actual pandemia, con propuestas sobre cómo avanzar hacia la superación de las mismas.
En otro aspecto no menos relevante, según un estudio de la Universidad John Hopkins, el retorno sobre la inversión de las vacunas tradicionales es de 16 veces sobre cada dólar invertido. Aplicando la misma metodología para el covid 19 el retorno en este caso puede ser de cientos o miles de dólares por dólar de inversión. Por ello, estas vacunas, percibidas como la única forma de alcanzar inmunidades colectivas, son oro líquido para quienes las producen y comercializan (2). De allí la carrera por desarrollar, producir y controlar la distribución del inmunológico de que se trata, así como también la razón para los miles de millones de dólares invertidos. No es secreto que las grandes potencias están apostando también al efecto rebote de la postpandemia. Tras la recesión global de más del 5 por ciento en el PIB; la más grave desde la Segunda Guerra Mundial y tres veces más grave que la del 2008. El Foro Económico Global, con sede en Davos, está fincando las esperanzas del gran capital en lo que ha llamado el Gran Reinicio (3): “La pandemia representa una oportunidad, inusual y reducida para reflexionar, reimaginar y reiniciar nuestro mundo y forjar un futuro más sano, más equitativo y próspero”, afirma Schwob, el presidente del Foro. Se trata, en últimas, de un negocio económico donde la utilidad es la que mueve, en últimas, cualquier decisión, y en donde los más poderosos se valen de la geopolítica para ganar vastas zonas de influencia en detrimento, al final de la cadena, de la dignidad, salud y supervivencia de los más débiles.
Como se mencionó líneas arriba, un ejemplo del uso geopolítico de la vacuna se dio recientemente en Ucrania, país castigado por la administración Trump al prohibir la exportación de vacunas producidas en su país, y además inhabilitado por Rusia de recibir la vacuna Sputnik debido a las tensiones políticas en torno al respaldo de esa nación a separatistas rusos en Ucrania. El gobierno de Kiev debió recurrir a la vacuna china de Sinovac para no quedar a la zaga de los países de la región en su afán de alcanzar la anhelada inmunidad. La historia se repite, en diferentes formas en África, Latinoamérica, y pequeños países asiáticos, que quedan al vaivén de los intereses geopolíticos de las farmacéuticas y de los países que las respaldan.
Como un intento de contrarrestar las supremacías, intereses y caprichos de las farmacéuticas y sus países patrocinadores, se informó de la aprobación del mecanismo Covax, una iniciativa desarrollada por la Alianza Global para Vacunas e Inmunización (Agvi) y que, contrario a lo difundido masivamente hoy es claro que su diseño y estructura lo que propicia es el control de las patentes y el predominio de las farmaceúticas en su negociación para surtir de los biológicos a los países que las requieran (4). Predomina el negocio y el control de los derechos de propiedad sobre la vida. La geopolítica triunfa de nuevo a costa de los países más frágiles y de sus respectivas poblaciones.
A la par, se ha visto en muchos lugares, cómo los más pudientes son los primeros en “saltarse la fila” y obtener, a base de influencias, la vacuna mientras millones más aguardan pacientemente su dosis; ni qué decir del denominado turismo covid que se ha desarrollado hacia los Estados Unidos, miles de latinoamericanos de las clases más pudientes viajan a ese país, por un mes o más, para aplicarse, a un alto costo, pero asequible a ellos, las dos dosis requeridas. En la misma línea, ya en Colombia también se comienza a regular la posibilidad de que empresas particulares puedan aplicar la vacuna, a un costo aún por revelar, lo cual quiere decir que se convierte en un elemento más de discriminación hacia los que dependen del sistema público de salud.
La salud global, en general, y de miles de millones de personas que no viven en los países desarrollados, depende entonces de unos pocos de éstos y de farmacéuticas con claros intereses geopolíticos. La fragilidad del individuo de esas poblaciones menos favorecidas es evidente. Su derecho a la salud y a la vida no depende de él sino de los intereses de los más poderosos. Su dignidad humana ha dejado de existir.
El individuo frente a la biopolítica
Capítulo aparte merece la biopolítica de la pandemia y sus consecuencias, más allá de la salud, para la dignidad humana. El mundo en el 2020 dio un giro inesperado, abriendo espacio a lo que Foucault hace medio siglo describió como una nueva forma de dominación: la biopolítica, la práctica de las naciones modernas para ejercer «una explosión de numerosas y diversas técnicas para alcanzar la subyugación de los cuerpos y el control de las poblaciones» (5). Se trata de una anatomía política del cuerpo humano, una biopolítica de la población a través de instituciones sociales de disciplina. Foucault, en Territorio y Población, sostiene que una manera de aplicar la biopolítica es a través de la masificación que se vale de aparatos científicos. Las democracias liberales han encontrado que la vida misma se convierte en deliberada estrategia política, a la vez de ser un problema económico, político y científico en que el Estado nación tiene un claro interés. Foucault afirma que si bien el propósito explícito de la biopolítica es la maximización de la vida, del otro lado aparece que, cuando la vida está en juego cualquier medida puede ser justificada por el Estado, y de esa manera llega hasta eliminar grupos identificados como amenazas para la nación o la humanidad.
A medida que las naciones comenzaron a desplegar iniciativas para enfrentar la pandemia apareció un catálogo de medidas que encajan en el lado oscuro de la biopolítica. De la noche a la mañana, el individuo perdió hasta lo más básico de su dignidad: su libertad, su intimidad, su autonomía. La salud personal se convirtió en un asunto de interés del Estado, pero más allá del afán de proteger al individuo, se abrió una nueva forma de dominación social y colectiva.
Las medidas de excepción emitidas inicialmente se convirtieron pronto en la nueva normalidad. Nadie ni nada queda hoy por fuera del ojo vigilante del Estado, no solo en sus desplazamientos sino en sus comunicaciones, lecturas, búsquedas de información y conversaciones íntimas y privadas. Si bien esto ya existía desde antes, la pandemia llevó la biopolítica a un nivel no visto jamás. Una vez superada la pandemia, lo más probable es que estos mecanismos de vigilancia no serán retirados sino que continuarán existiendo. El terreno ganado por la biopolítica es demasiado grande para cederlo fácilmente.
Lo insólito es que el individuo, presionado por el miedo que ha desatado la pandemia, y por el constante bombardeo de mensajes que recibe por distintos medios como “cuídate”, “quédate en casa”, “aíslate”, “no toques a nadie”, “no toques tu cara”, “no visites a tus seres queridos, protégelos”, “usa siempre mascarilla” ha reconocido que esto es deseable y correcto en aras de preservar su salud y la de los demás. Es decir, el individuo entregó su dignidad última, la de su autonomía para actuar, pensar y decidir, a unos dispositivos de subyugación que el Estado impuso, de manera coercitiva inicialmente, pero que pronto la gran masa aceptó como necesarios para salvar sus vidas. Ya, en muchos casos no son necesarias las medidas represivas sino que se observan individuos que han introyectado esta disciplina como necesaria, conveniente y deseable.
Es el triunfo de la biopolítica, aquel momento en que el individuo acepta ser subyugado, en donde aun retirada la presión o la fuerza del mecanismo coercitivo, este busca y autoimpone la medida. Los demás, los que rehusan caer dentro del esquema, los que gritan por su dignidad y su autonomía, son señalados, estigmatizados y aislados; personas potencialmente peligrosas para una gran comunidad que ve en el Estado su protector y salvador. Por ejemplo, las personas que rechazan la vacuna, por desconfiar de sus virtudes dado que está en fase experimental y se desconoce sus posibles consecuencias adversas o que tienen objeciones de conciencia con cualquier tipo de inoculación en su cuerpo, están siendo discriminadas y señaladas. Pronto será casi imposible para cualquier persona viajar al exterior si no demuestra que ha sido vacunada; el llamado pasaporte covid será la nueva visa de entrada a muchos países.
Mucho se había escrito con anterioridad a la pandemia del retroceso de la soberanía de las naciones ante el empuje de las fuerzas supranacionales: empresas, laboratorios, grupos financieros y demás. Parecía que el Estado soberano perdía su fuerza ante la prevalencia de la globalización, por la porosidad de las fronteras, por los tratados de libre comercio y por los procesos de aculturación que comenzaron a vivir grupos nacionales y étnicos, antes orgullosos de sus tradiciones. Ahora, todo parece ir en dirección opuesta, y si bien al mismo tiempo se está ante la ominosa presencia de la geopolítica en las naciones más vulnerables, la biopolítica irrumpe, de manera paradójica en el nuevo rostro del Estado para imponer sobre sus ciudadanos un control absoluto de sus cuerpos, de sus vidas.
De nuevo, ¿quién está al final de la cadena?
Al final, luz opaca
La pandemia, con sus efectos y las repercusiones en todos los niveles de la sociedad global, y la forma como los jugadores más poderosos están aprovechando las circunstancias, está llevando a que el ser humano arriesgue, pierda, se le arrebate o abdique lo que desde el siglo XV había alcanzado con la introducción del humanismo y que Giovanni Pico della Mirandol, había posibilitado con la Oración por la Dignidad Humana. Estamos acaso ad portas de un nuevo Oscurantismo. n
1. https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights. El énfasis es mío.
2. Vilasanjuan, R. (2021)Covid.19: the geoopolitics of the vaccine, a weapon for global security, en http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano_en/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/elcano/elcano_in/zonas_in/ari32-2021-vilasanjuan-covid-19-the-geopolitics-of-the-vaccine-a-weapon-for-global-security
3. https://es.weforum.org/focus/el-gran-reinicio
4. https://www.desdeabajo.info/ciencia-y-tecnologia/item/42235-covax-la-trampa.html
5. Para una ampliación de este concepto es importante referenciar el artículo de Nicolae Stetcu, Biopolitics in the COVID-19 pandemic sobre el cual esta nota toma los elementos esenciales: https://philarchive.org/rec/NICBIT-3
*Escritor y miembro del consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.