Agosto de 1914: la unión sagrada. Tanto en Francia como en Alemania, el movimiento obrero se tambalea; los dirigentes de la izquierda política y sindical se suman a la “defensa nacional”; se ponen entre paréntesis los combates progresistas. Resulta difícil reaccionar de otra forma ya que, desde los primeros días del sangriento cruce, los muertos se cuentan por decenas de miles. ¿Quién habría escuchado un discurso de paz en medio del fragor de las armas y de las exaltaciones nacionalistas? En junio, quizás en julio, era posible frenar el golpe.
Un siglo más tarde, el “choque de civilizaciones” no deja de ser más que una hipótesis entre otras. La batalla que podría tener lugar en Europa, en Grecia y luego en España, quizás permita conjurarla. Pero los atentados yihadistas favorecen el escenario del desastre; una estrategia de “guerra contra el terrorismo” y de restricción de las libertades públicas, también. Podrían liquidar todos los combates preferibles a ese y exacerbar todas las crisis que es importante resolver. Esa es la amenaza. Responder va a ser el desafío de los próximos meses.
¿Tiene un dibujante la libertad de hacer una caricatura de Mahoma? ¿Una musulmana, de usar burka? Y los judíos franceses, ¿van a emigrar en mayor cantidad a Israel? Bienvenido al 2015… Francia se debate en una crisis social y democrática agravada por las decisiones económicas de sus gobiernos y de la Unión Europea. Sin embargo, las cuestiones relacionadas con la religión resurgen a intervalos regulares. Desde hace más de veinte años, los temas del “islam de los suburbios”, las “inseguridades culturales”, el “comunitarismo” inquietan a los medios de comunicación y a una parte de la opinión pública. Ciertos demagogos se alimentan de eso, impacientes de meter el dedo en las llagas que les permiten dominar la escena. Mientras lo puedan hacer, no se va a debatir seriamente ningún problema de fondo, ni siquiera teniendo en cuenta que todo lo demás se desprende de su solución (1).
El asesinato de doce personas, en su mayoría periodistas y dibujantes, el 7 de enero pasado en las oficinas del Charlie Hebdo, y después de otras cuatro, todas judías, en un local kosher, suscitó un sentimiento de horror. Aunque todos fueron cometidos invocando el islam, por el momento estos crímenes espectaculares no desencadenaron el ciclo de odios y represalias con el que contaban sus inspiradores. Los asesinos tuvieron éxito: hay ataques a mezquitas; sinagogas custodiadas por policías; jóvenes musulmanes –radicalizados, en algunos casos recientemente convertidos, por lo general mediocremente instruidos acerca de las reglas de su fe, en todo caso poco representativos de sus correligionarios (Conesa, página 18)– tentados por la yihad, el nihilismo, la lucha armada. Pero los asesinos también fracasaron: le garantizaron vida eterna al semanario que pretendían liquidar. Convengamos sin embargo que, en su intimidad, esa batalla era secundaria. El resultado de las otras va a depender del temple de la sociedad francesa y del renacimiento en Europa de una esperanza colectiva.
Pero seamos modestos. Nuestras enormes llaves no abren todas las puertas. No siempre se puede analizar un acontecimiento inmediatamente después de ocurrido. Tampoco estamos obligados a responder a las conminaciones incesantes de la máquina de comentarios. Detenerse, reflexionar, es correr el riesgo de entender, de sorprender y de ser sorprendido. Ahora bien, el acontecimiento nos sorprendió. La reacción que suscitó, también. Hasta ahora, Francia aguantó el golpe, como España después de los atentados de Madrid en marzo de 2004, como el Reino Unido después de los de Londres un año después. Manifestándose en masa, en calma, sin ceder demasiado a los discursos guerreros de su primer ministro Manuel Valls. Sin tampoco embarcarse en una regresión democrática como la que vivió Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 –aun cuando sea tan inepto como peligroso mandar adolescentes a la cárcel por hacer declaraciones provocativas–.
Nadie puede imaginar sin embargo las eventuales consecuencias de otra sacudida semejante, aun más de varias. ¿Lograrían establecer una línea de ruptura que oponga entre sí a fracciones de la población que políticamente se determinarían en función de su origen, de su cultura, de su religión? Es la apuesta de los yihadistas y de la extrema derecha, incluida la israelí, el inmenso peligro del “choque de las civilizaciones”. Rechazar esta perspectiva no requiere imaginar una sociedad sosegada milagrosamente –¿cómo sería eso posible con sus guetos, sus fracturas territoriales, sus violencias sociales?–, sino elegir los combates que más posibilidades tengan de remediar los males que la aquejan. Lo que impone, urgentemente, una nueva política europea. En Grecia, en España, el combate comienza…
¡Definitivamente, Europa existe! En todo caso, el primer ministro griego Antonis Samaras no esperó mucho antes de utilizar con una consumada delicadeza el asesinato colectivo en las oficinas del Charlie Hebdo: “Hoy en París tuvo lugar una masacre. Y acá, algunos alientan aun más la inmigración ilegal y prometen la naturalización”.
En Atenas, un día después, Nikos Filis, director de Avgi, diario del que Syriza, coalición de la izquierda radical, es el principal accionista (2), presenta una lectura muy distinta del crimen cometido por dos ciudadanos franceses: “El atentado podría orientar el futuro europeo. Ya sea hacia Le Pen y la extrema derecha, ya sea hacia un enfoque más razonado, por lo tanto más a la izquierda, del problema. Porque el pedido de seguridad no puede ser resuelto sólo por la policía”. En el plano electoral, este tipo de análisis no es para nada más convincente en Grecia que en los demás Estados europeos. Vassilis Moulopouilos lo sabe, sin embargo a este asesor en comunicación de Alexis Tsipras no le importa: “Si Syriza hubiese sido menos intransigente en la cuestión de la inmigración, ya habríamos obtenido el 50% de los votos. ¡Pero esta decisión es uno de los pocos puntos en el que todos estamos de acuerdo!”.
“Incertidumbres”
Desde hace años, las políticas económicas aplicadas en el Viejo Continente fracasan; en Grecia y en España más cruelmente que en otros países. Pero mientras que en los demás países de la Unión Europea los partidos que gobiernan parecen resignarse al ascenso de la extrema derecha, e incluso apostar a que les va a asegurar su lugar en el poder al permitirles manifestar en su contra, tanto Syriza como Podemos abrieron otra perspectiva (ver página 8). Ningún partido de izquierda progresó tan rápido como ellos en Europa. Inexistentes o casi hace cinco años, a la vera de la crisis financiera, lograron desde entonces dos proezas al mismo tiempo. Por un lado, ya aparecen como candidatos creíbles en el ejercicio del poder. Por otro lado, están quizás en vías de relegar a los partidos socialistas de su país, co-responsables de la derrota general, al rol de fuerza complementaria. Así como en el siglo pasado el Partido Laborista británico reemplazó al Partido Liberal, y el Partido Socialista francés, al Partido Radical (3). Un cambio de división que se reveló definitivo en ambos casos.
Planteado el desafío, y alcanzado en parte –el desclasamiento de los partidos socialdemócratas–, ¿qué chances hay de que la victoria de otra izquierda, en Grecia o en España, desemboque en la reorientación general de las políticas europeas? Visto desde Atenas, los obstáculos son inmensos. En su país, Syriza está solo contra todos; en Europa no lo va a apoyar ningún gobierno. El desafío griego va a ser por lo tanto mucho más importante que aquel ante el cual Francia se detuvo en 2012. En ese momento, François Hollande, recientemente elegido, podía en efecto valerse tanto del mandato de los electores franceses como del 19,3% del Producto Interior Bruto europeo de su país (2,3% en el caso de Grecia; 12,1% en el de España (4)) para “renegociar”, como se había comprometido a hacer, el pacto de estabilidad europeo. Sin embargo, sabemos lo que pasó.
En Syriza, la situación se analiza con más optimismo, esperando que, a partir de este año, el triunfo de un partido de izquierda en Grecia o en España sea la chispa proverbial que encienda todo el territorio. “La opinión pública europea nos es más favorable –estima Filis–. Y las elites europeas también constatan el impasse de las estrategias que se siguieron hasta el momento. En su propio interés, consideran otras políticas, porque ven que la zona euro tal como está construida le impide a Europa ocupar un rol a nivel mundial.”
Una golondrina suele anunciar la primavera a quien sufrió durante demasiado tiempo el invierno. ¿Será por eso que el estado mayor de Syriza percibe una divergencia prometedora entre la canciller alemana y Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo? La recompra de la deudas soberanas que este acaba de decidir (“flexibilidad cuantitativa”) demostraría además que finalmente comprendió que la austeridad desembocaba en un impasse.
En Atenas, esta evidencia salta a la vista. Pero la crueldad de una política cuyas consecuencias sociales y sanitarias incluyeron la falta de calefacción en invierno, el avance de enfermedades infecciosas y el disparo de la cantidad de suicidios no siempre constituye un factor indicado para desviar su curso (5). En todo caso no para sus arquitectos, bien pagados por tener nervios de acero. Lamentablemente, los indicadores macroeconómicos son apenas más relucientes. Después de cinco años de terapia de shock, Grecia tiene tres veces más desempleados que antes (25,7% de la población activa); su crecimiento es nulo (0,6% en 2014) después de una pérdida acumulada del 26% entre 2009 y 2013; y por último, y lo más importante para un programa que se había fijado como objetivo prioritario reducir una deuda que entonces representaba el 113% del PIB, ésta se estableció ahora en 174%… Algo que era previsible, dado que su nivel está calculado en base a una riqueza nacional que se derrumbó. Se entiende que Mariano Rajoy, cuya performance en España es casi igual de fantasiosa, haya ido a Atenas para brindarle su apoyo a Samaras: “Los países necesitan estabilidad –declaró–, no bandazos, ni tampoco incertidumbres”. Esto sí que es brillante y razonable.
Pero, traducido al griego común y corriente, “incertidumbres” se volvería casi un sinónimo de esperanza. Porque continuar la política de Samaras significaría a la vez más bajas de impuestos tanto para los ingresos medios y altos como para las empresas, más privatizaciones, más “reformas” del mercado de trabajo. Sin olvidarse de más excedentes presupuestarios para reembolsar la deuda, incluso cuando eso requiere recortes de créditos públicos en todos los sectores.
Académico y responsable del sector económico de Syriza, Yiannis Milios cree que Samaras (apoyado por los socialistas) se fijó como objetivo excedentes presupuestarios superiores al 3% del PIB por año durante un plazo indeterminado (3,5% en 2015; 4,5% en 2017; después 4,2%). “Es completamente irracional –estima–, a menos que se haya decidido una política de austeridad perpetua.” La verdad obliga a decir que Samaras no decide gran cosa: aplica los términos del acuerdo que la “troika” (Fondo Monetario Internacional [FMI], Unión Europea, BCE) le impuso a su gobierno.
Medidas no negociables
¿Qué prevé Syriza para salir de ahí? En primer lugar, un programa “destinado a enfrentar la crisis humanitaria” que reafectaría los gastos y las prioridades en el interior de un desarrollo presupuestario global sin cambios. Calculado con mucha precisión, la gratuidad de la electricidad, de los transportes públicos, de una alimentación de urgencia para los más pobres, vacunas para los niños y los desempleados estarían financiados por una lucha más activa contra la corrupción o el fraude. El mismo gobierno conservador admite que éstos amputan las recaudaciones del Estado en al menos 10.000 millones de euros por año.
“Las obras públicas cuestan entre cuatro y cinco veces más caras que en cualquier otro lado de Europa”, subraya por ejemplo Filis, y no sólo porque Grecia tenga muchísimas islas y un relieve más accidentado que el de Bélgica. Milios destaca por su parte que “cincuenta y cinco mil griegos transfirieron al exterior más de 100.000 euros cada uno, cuando el ingreso declarado por veinticuatro mil de esas personas era incompatible con semejantes depósitos. Sin embargo, después de dos años, sólo cuatrocientos siete de esos infractores, señalados por el FMI a las autoridades griegas, fueron investigados por el fisco”.
Al programa de urgencia humanitaria de Syriza, de un monto estimado en 1.882 millones de euros, se le suman medidas sociales destinadas a relanzar la actividad: creación de trescientos mil empleos públicos bajo forma de contratos por un año renovables, restablecimiento del salario mínimo a su nivel de 2011 (751 euros, contra los actuales 580 euros), aumento, pero de menor amplitud (8,3%), de las jubilaciones más básicas. El conjunto de este dispositivo, que también incluye alivios fiscales y perdón de deudas para familias y empresas sobreendeudadas, se detalla en el “Programa de Salónica” (6). Su costo también: 11.382 millones de euros, financiados en la misma medida por nuevas recaudaciones.
Estas medidas, insiste Milios, no son negociables. Ni con otros partidos ni con los acreedores del país: “Son una cuestión de soberanía nacional, no le agregan nada a nuestro déficit. Contamos además con poner en marcha esta política pase lo que pase en el terreno de la renegociación de la deuda”.
En lo que respecta a los 320.000 millones de euros de la deuda griega, Syriza en cambio está dispuesto a negociar. Pero, también en este caso, apostando a que varios Estados no esperan más que una ocasión para seguir sus pasos. “El problema de la deuda –insiste Milios– no es un problema griego, sino un problema europeo. En este momento, Francia y otros países pueden pagarles a sus acreedores, pero sólo porque las tasas de interés son extremadamente bajas. Esto no va a durar. Ahora bien, sólo entre 2015 y 2020, la mitad de la deuda soberana española, por ejemplo, deberá ser reembolsada.”
En estas condiciones, la “Conferencia europea acerca de la deuda” que hace dos años Tsipras reclamó en estas columnas se habría vuelto una hipótesis realista (7). Apoyada ahora por el ministro de Finanzas irlandés, tiene como ventaja pedagógica el hecho de que remite a un precedente, el de 1953, que vio a Alemania beneficiarse de la eliminación de sus deudas de guerra, entre las que se contaban las que tenía con Grecia. Una vez efectuado este sabroso recuerdo histórico, Syriza hace la relación esperando que esta conferencia se convierte en la “solución alternativa que entierre la austeridad de una vez por todas”.
¿Cómo? Aceptando el abandono de una parte de la deuda de los Estados, renegociando lo que quede y transfiriéndolo al BCE, que lo refinanciaría. La institución presidida por Draghi ya se mostró muy complaciente para ayudar a los bancos privados. Al punto tal además de que estos se desprendieron de sus créditos griegos, de los que la casi totalidad está ahora en manos de los Estados miembro de la zona euro…
Lo que les confiere a estos últimos un poder singular, en particular a Alemania y Francia. Ahora bien, Angela Merkel ya sugiere que el contribuyente alemán sería la principal víctima de una renegociación de la deuda griega, ya que su país detenta más del 20% de la misma. Ella no la consentiría, como acaba de recordar su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. La posición francesa es más imprecisa, como sucede a menudo, mezcla de exigencias para que Atenas “cumpla con los compromisos que fueron tomados” (Hollande) o “siga llevando a cabo las reformas económicas y políticas necesarias” (Emmanuel Macron, ministro de Economía), y de aparente disposición a encarar una reestructuración o una renegociación de la deuda griega (Michel Sapin, ministro de Finanzas).
Audacia o extremismos
Pero la derecha europea ya hace sonar la alarma más allá de Alemania. El primer ministro finlandés Alexander Stubb opuso un “no rotundo” a cualquier pedido de anulación de la deuda, mientras que en París el diario conservador Le Figaro se pregunta con elegancia: “¿Una vez más Grecia va a envenenar a Europa?”. Dos días más tarde, el mismo diario hizo sus cuentas: “Cada francés pagaría 735 euros por la cancelación de la deuda griega” (8). Un cálculo no tan común en sus columnas cuando se trata de apreciar el costo de los escudos fiscales de los que se benefician los propietarios de diarios, las subvenciones a los industriales del armamento que poseen Le Figaro o… las ayudas a la prensa.
Merkel ya amenazó a Atenas con una expulsión del euro en caso de que su gobierno infrinja las disciplinas presupuestarias y financieras a las que Berlín es muy apegado. Por su parte, los griegos desean tanto aflojar la presión de las políticas de austeridad como conservar la moneda única. Es también la decisión de Syriza (9). En parte porque un pequeño país exangüe duda en pelear todas las batallas al mismo tiempo. “Fuimos los cobayos de la ‘troika’, no queremos ser los cobayos de la salida del euro –resume ante nosotros un periodista cercano al partido de Tsipras–. Que empiece un país más grande, como España o Francia.”
“Sin apoyo europeo –estima Moulopouilos–, no se va a poder hacer nada.” De donde se desprende la importancia que Syriza le otorga al que podrían aportarle otras fuerzas más allá de las de la izquierda radical y los ecologistas. En particular los socialistas, a pesar de que los griegos tienen la experiencia de las capitulaciones de la socialdemocracia desde que hace treinta años el primer ministro Andreas Papandreu hizo que su partido diera el gran giro liberal. “Si se hubiese quedado en la izquierda, no habría habido Syriza”, hace notar Moulopouilos, antes de recordar que en Alemania “cuando Oskar Lafontaine dimitió del gobierno [en 1999], se lamentó de que la socialdemocracia se hubiera vuelta incapaz de llevar a cabo incluso las reformas más anodinas. La globalización y el neoliberalismo de rostro humano la destruyeron por completo”.
¿No es problemático entonces esperar que su benevolencia para con las exigencias de la izquierda griega pudiera ayudar a esta última a oponerse a la intransigencia de Merkel? Un eventual triunfo de Syriza –o de Podemos– demostraría en efecto que, contrariamente a lo que en repetidas ocasiones afirmaron Hollande en Francia o Matteo Renzi en Italia, una política europea que le dé la espalda a una austeridad sin salida es posible. Pero una demostración semejante no amenazaría sólo a la derecha alemana…
Los meses que vienen podrían determinar el futuro de la Unión Europea. Hace tres años, antes de la elección de Hollande, los dos términos de la alternativa eran la audacia o el declinación (10). De ahora en más, la amenaza ya no es la de la declinación, sino algo mucho peor. “Si no cambiamos Europa, la extrema derecha lo hará por nosotros”, previno Tsipras. La audacia se vuelve aun más urgente. La tarea de las izquierdas griega y española, de la que mucho va a depender, es bastante pesada como para que además dudemos de cargarlas con una responsabilidad tan aplastante como la de defender el destino democrático del Viejo Continente, de eludir el “choque de las civilizaciones”. Sin embargo es exactamente de eso de lo que se trata.
“Grecia, eslabón débil de Europa, podría convertirse en el eslabón fuerte de la izquierda europea”, ya imagina Moulopouilos. Y, si no es Grecia, España… Los dos países además no van a estar de más para combatir un temor y una desesperanza que alimentan tanto la propaganda de extrema derecha como el nihilismo de los salafistas yihadistas. “Es un sueño modesto y loco”, habría dicho el poeta. La esperanza de que la política europea no nos condene más a esta eterna calesita al término de la cual los mismos se suceden en el poder para llevar a cabo la misma política y exhibir la misma impotencia. Su balance se convirtió en nuestra amenaza. ¿En Atenas o en Madrid se encuentra por fin el relevo? ν
1 Véase Serge Halimi, “El bla bla bla de la Burka”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, abril de 2010.
2 Avgi, que cada mes publica la edición griega de Le Monde diplomatique, se publicó el 8 de enero con una tapa con el eslogan “Yo soy Charlie”. El atentado contra el semanario satírico fue ampliamente comentado en Grecia, sobre todo por la izquierda, cuya experiencia histórica (dictadura militar entre 1967 y 1974) vuelve muy sensible a la libertad de expresión.
3 En 1922 en el Reino Unido, en 1936 en Francia.
4 Cifras de 2013.
5 Véase Sanjay Basu y David Stuckler, “Quand l’austérité tue”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 2014; y Noëlle Burgi, “Cataclismo, político, económico y social en Grecia”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, diciembre de 2011.
6 Hay una versión en inglés: http://left.gr/news/syriza-thessaloniki-programme
7 Véase Alexis Tsipras, “Contra la oligarquía financiera”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, febrero de 2013.
8 Editorial “Le vent du boulet”, Le Figaro, París, 6-1-15; y Le Figaro, 8-1-15.
9 Para una crítica de esta posición, véase Frédéric Lordon, “L’alternative de Syriza : passer sous la table ou la renverser”, 19-1-15, http://blog.mondediplo.net
10 Véase Serge Halimi, “Audacia o declinación”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, abril de 2012.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Aldo Giacometti