En Argentina, la distopía anarcocapitalista

Argentina giró a la derecha. Lo sucedido el 19 de octubre reconfirmó lo temido por muchos: con el apoyo de más de 14’476.000 personas –55,69 por ciento de los votos escrutados–, Javier Milei será quien suceda al progresista Alberto Fernández en la presidencia de su país. La diferencia fue arrolladora, ya que Sergio Massa, candidato oficial y actual ministro de Economía, solo alcanzó 11’516.142 votos, esto es, 44,31 por ciento de la favorabilidad ciudadana.

Triunfaron las propuestas de políticas inspiradas en el extremo darvinismo social. En efecto, la elección tiene un agregado especial: el recién ungido se autodefine como anarcocapitalista (1), versión extrema de neoliberalismo, manera simple de caracterizar lo que se pudiera entender por ello pero útil para situar el tema y adentrarnos en lo que significaría e implicaría su realización plena.

Todo indica la emergencia de una nueva configuración social, institucional, presupuestal y psicosocial. En el curso de la campaña electoral, Milei enfatizó en medidas económicas y sociales por tomar, tales como recortar el gasto social y los impuestos, cerrar el banco central y, con ello, dolarizar la economía, desnacionalizar empresas estatales, llevar el sistema público de salud a soportarse en seguros privados y la educación al pago por demanda, y eliminar 10 de los 18 ministerios de hoy en el país austral.

Pero lo pretendido, de acuerdo con su soporte filosófico, implica mucho más: en el programa radicado ante las autoridades electorales, Milei proyecta para 2065 un Estado mínimo, encargado apenas de la defensa nacional, así como de dirimir los conflictos judiciales y de seguridad atinentes a la propiedad privada. Para llegar a ese pretendido, visualiza tres fases (2).

La filosofía defendida por quien se posesionará el 10 de diciembre como presidente ensalza al máximo el individualismo, la propiedad privada –expresión máxima de la soberanía individual–, el mercado como núcleo organizador de la sociedad y el funcionamiento de la organización social sin Estado.

Por ahora, y como parte del desarrollo de la primera fase de su pretendido giro “libertario capitalista”, prometido una y otra vez en campaña electoral, empieza a maniobrar en medio de la realidad de la crisis económica, financiera y social –que debe controlar si aspira a no ver disminuida en tiempo récord su aceptación en un cuerpo social que se encuentra desesperado por la multiplicación del empobrecimiento que significa una inflación de más de 140 puntos– para concretar las más radicales de sus presunciones filosófico-políticas.

Son anhelos que debe plasmar en reformas por radicar en el Legislativo, situándose, por tanto, ante la realidad de la correlación de fuerzas, ampliamente desfavorable, ya que su partido solo controla el 10 por ciento de los escaños en el Senado y el 15 por ciento en la Cámara. Esta realidad será aprovechada por la derecha tradicional para retomar, por cuerpo ajeno, el control del Ejecutivo. Negociar, transar, maniobrar, es lo que le espera a Milei, y, en ese juego de realismo político, constatar que es una simple ficha dentro del amplio espectro del poder realmente existente en su país, y con ello realizar lo posible y seguir agitando la distopía que encarna.

Aquella es una realidad en la cual, por demás, deberá medir fuerzas con otros factores del poder real, como los movimientos sociales –entre ellos el feminismo, por los derechos humanos, el propio sindicalismo y los viviendistas–, todos de amplia e histórica presencia en su país. El peronismo que él derrotó, pero que no está liquidado ni mucho menos, también estará en la escena e incidirá para que las pretensiones del elegido no se lleven a cabo tal como él lo prometió. Toda lucha de clases es política y Argentina lo pondrá una vez más de presente.

¡Tú puedes!

Según lo difundido por este tipo de anarquismo, toda persona tiene derecho sobre su cuerpo –lo que le marca sus propios límites, ya que no puede sobreponerse frente a los otros–, a realizarse mediante el trabajo y apropiarse de todo aquello que no tenga propietario, siempre que no implique el uso de la violencia –ley y orden son parte fundamental de su base conceptual– ni lo deje ocioso, como la tierra, la cual debe poner a producir. Igual cosa acontece con cualquier medio de producción, que está en libertad de gestionar y poner a rendir.

Los anarcocapitalistas buscan, por tanto, una especie de acumulación original que es imposible en tiempos como los que vivimos, en los cuales nada está ‘virgen’ ni a la vera del camino, esperando quien se lo apropie. En todo esto, Milei realza que, para ellos, el derecho de propiedad es el único que puede realizar materialmente el derecho individual, en lo cual la existencia del Estado es contradictoria con la prevalencia de ambos derechos. Esto es así en tanto que el Estado es una entidad agresiva que roba la propiedad a través de los impuestos, coacciona con el monopolio de la fuerza –defensiva o agresiva– y el poder de expropiación, crea monopolios y restringe el mercado en beneficio de algunos individuos, a la vez que es fuente de corrupción, como de privilegios.

El trabajo es un esfuerzo constante que fundamenta una especie de meritocracia, mucho más evidente cuando cada quien debe valerse de sus capacidades para realizarse, sin esperar nada de un Estado en extinción. Por consiguiente, quien cuente con mejores condiciones de origen podrá acumular más o realizarse a plenitud. Los ricos serán más ricos y los pobres prolongarán su existencia en medio de la miseria, así se esfuercen por superarla, como permite afirmarlo la dura realidad de siglos de capitalismo. Como es refrendado por la historia de la humanidad, las palabras pueden con todo pero la realidad les marca límites.

En esta exacerbación del libre mercado, más allá de lo postulado por el liberalismo clásico, el mercado lo es todo, y el intercambio es libre, voluntario y pacífico, todo lo cual es distorsionado cuando interviene el Estado, que, como está dicho, crea privilegios y abre espacios para los monopolios, con lo cual el individuo queda sometido, impedido para toda realización.

En su reflexión, la no intervención del Estado desestimularía la existencia o la prevalencia de los monopolios, como de las grandes empresas, toda vez que no podrían acceder a los privilegios que el mismo les brinda, quedando el espacio abierto para la libre competencia, en la cual quien más se esfuerce lograría más.

En su defensa del mercado y de la propiedad individual, no se opone a la propiedad colectiva, pero la misma no es lo esencial y llega más como resultado natural de la vida que por buscarse que tome forma. Es el caso de los ríos, los mares y similares, que llegan a ser colectivos por efecto de que muchas personas pueden usarlos y nadie en particular asumirlos como propios e imponer restricciones sobre ella para que otros las usen o usufructúen.

Llega la humanidad a este tipo de exaltación del individualismo y del mercado con sorprendente aceptación entre población joven o de mediana edad, por décadas propensa a luchar por causas comunes, en medio de la desazón que extiende por doquier la crisis sistémica del capitalismo, sin rumbo claro ni opositores que le interpongan opciones viables.

Es así como, a pesar de su pretendido utópico, referentes históricos como el anarcocomunismo y el propio socialismo quedan opacados, como evidencia de la despolitización, escepticismo y nihilismo en que han entrado nuestras sociedades. De ahí que la anhelada emancipación de la humanidad, la liberación y la realización plena del individuo en común quedan en el olvido, como también ocurre con la superación del Estado como efecto del rebasamiento de la lucha de clases y no como efecto del “sálvese quien pueda”. Es este un proceso en el cual la sociedad como un todo, organizada seguramente en círculos virtuosos, interrelacionados en espacios territoriales específicos, pasa a controlar, administrar y poner al servicio de toda la humanidad lo que debe ser propiedad colectiva y no particular.

Asumidos y manejados así los bienes comunes de la humanidad, ello permitirá que la igualdad sea una constante en el futuro, no porque todos los seres humanos accedan a lo mismo sino porque la vida en precariedad les será ajena. Atrás quedarán los subsidios, como prótesis que limitan y no potencian la creatividad, autonomía y realización de cada quien, y entrará en juego el estimulo estatal para facilitar la realización colectiva, no solo de las personas sino también de los colectivos, como energía suprema que llevará a las sociedades a realizaciones plenas, sin opresión ni opresores, algo hasta ahora apenas soñado. En ese proceso, el Estado se irá haciendo innecesario, por inoperante y por ser una tranca para la emancipación de todos.

De esta manera, sin la abundancia para el derroche que ostentan los ricos en el capitalismo y clase media alta, pero sí con la necesario para vivir en dignidad, cada quien podrá gozar de lo necesario para realizarse, en lo cual lo material pierde la prevalencia que tiene hoy, y ese espacio es copado por todo aquello que se pueda entender como cultural, de lo cual podrá desprenderse la libre y vibrante creación en los diversos planos de la sociedad. Todo será posible para bien de la totalidad que somos, y no para el enriquecimiento de un individuo o para la explotación de la humanidad por una multinacional que explota con total desvergüenza una patente –un monopolio. Tras esa utopía camina la humanidad hace cerca de dos siglos.

Con seguridad, la sociedad argentina no alcanzará a ver realizada la distopía ofrecida por quien fue elegido como presidente, y sí padecerá sus políticas privatizadoras, carta abierta para una mayor acumulación por parte del capital privado, así como de la banca nacional e internacional, beneficiada del privilegio que le dará al pago de la deuda contraída por los gobiernos que le antecedieron. Tal distopía será confrontada desde su primer día de mandato por amplias colectividades –barriales, cooperativas, organizaciones de mujeres, empresas recuperadas, comedores comunitarios– que vienen tejiendo las bases de una sociedad otra, así la misma por ahora no tenga claras sus formas ni mecanismos exactos de realización. g

1. En estricto se define como minarquista. La diferencia entre este tipo de anarquismo capitalista es que uno propende por la eliminación plena del Estado, mientras la otra pretende minimizarlo al máximo. Lema, Marcos, “Los 10 mandamientos de Javier Milei, el gurú anarcocapitalista del mundo hispano”, https://www.elconfidencial.com/economia/2023-08-14/anticapitalistas-poder-programa-economico-milei_3718031/

Las fases las proyecta así:

2. Reducción del gasto del Estado y eliminación de las obras públicas. Romper acuerdos de comercio que limiten el Estado y lo sometan a restricciones impuestas por las agendas internacionales, y emprender una apertura unilateral de la economía del país austral. Aperturista sin límites en lo económico, pero constreñido ante la migración de cualquier extranjero que registre antecedentes penales. Flexibilización del mercado laboral, a la par de una reforma en este sector eliminado lo conocido como indemnización sin causa (despidos sin justa causa). Reducción de impuestos “para los creadores de la riqueza”, como en ciertos círculos les gusta decirles a los empresarios y a los más ricos, pese a lo cual pretende incrementar los ingresos del Estado vía fiscal –es decir, ampliación de los impuestos al consumo o IVA como conocemos en nuestro país–, además de privatizar playas y todo aquello que genera ingresos por su explotación económica.

Reforma al sistema de pensiones, pasando a su privatización. Reducción de los gastos de administración del Estado, eliminando la mayoría de los ministerios, hasta solo dejar siete: Seguridad y defensa nacional, Economía, Interior, Justicia, Relaciones exteriores, infraestructura y Capital Humano (que incluiría los actuales de Salud, Desarrollo Social, Trabajo y Educación). En su visión, buscará concentrar todos los ministerios que tengan que ver con asuntos sociales, en uno que lleve por nombre el de productivista, lo que marca claramente su ideología y sus pretensiones: eliminar subsidios, quebrar el clientelismo y potenciar el esfuerzo particular, y, con ello, el ascenso social por méritos. El trabajo de todos deberá garantizar los ingresos familiares, puestos que deberán ser ofertados por la empres privada –de ahí su pretensión de recuperar el liderazgo de Argentina en la economía mundial.

La tercera y última de las etapas de su plan comprende: privatizar los servicios públicos, además de todo aquello que aún permanezca en manos del Estado y pueda ser explotado vía libre competencia, incluido el Banco Central, renunciando a la soberanía monetaria.

Aunque el programa presente las fases en esta secuencia, ello no significa que se apliquen en estricto orden, ya que ello dependerá claramente del diagnóstico de la economía nacional que tenga el nuevo Primer Mandatario, en discusión con los gremios económicos que, como en todo país, son los reales detentadores de las riendas del poder. Pero, además, las restricciones que surgen de la economía real, que con una inflación superior a los 125 puntos y una deuda externa que asfixia, así como los acuerdos con el FMI y China –ahora uno de sus mayores prestamistas–, le delimitarán su margen de acción, así él diga que “no hay lugar para gradualismos”, como enfatizó en su discurso el pasado domingo 19. Lema, Marcos, id.

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Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez Márquez
País: Argentina
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 239 diciembre 2023
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