Un mundo en crisis sistémica y sin salidas aparentes dominó al conjunto social global desde los años 70 del siglo pasado, pero con mayor rigor desde 1989, cuando quedó para la historia la oficializada derrota del modelo social, económico y político que fue conocido como “socialismo realmente existente” –capitalismo de Estado mal disimulado–, y el triunfo del pensamiento único reflejado en este caso en el ascenso global del neoliberalismo.
Triunfo –total– efímero. Bastaron escasas tres décadas desde aquella noche, que para algunos proyectaba una extensa penumbra de unipolaridad de por lo menos un siglo sobre el conjunto de la humanidad, para que los vientos de un renacer social y político empezaran a sentirse por doquier. Es así como el ascenso de China y Rusia impone una geopolítica multipolar. Por su parte, la ciencia, con sus vertiginosos desarrollos, desata en esas mismas tres décadas fuertes vientos renovadores, posibilitando el descubrimiento, la fabricación, la masificación y el uso de centenares de nuevos implementos, con su incorporación en el trabajo, afectándolo profundamente, y en la vida cotidiana, también alterada.
Una acumulación de capital sin par viene de su mano, al igual que la transformación de usos y consumos, trastornando las culturas hasta ahora conocidas, así como las formas de gobierno y hasta el propio Estado, acercando hasta nuestros ojos la utopía de su extinción, cada día más factible por la generalización de la educación formal, los procesos informáticos igualmente masificados –que permiten proyectar escenarios de todo tipo y con ello tomar decisiones cada vez mejor fundamentadas–, el uso de tecnologías cada vez más ‘amables’, el ejercicio de la función pública como proceso cada vez más colectivo y no individual ni de genios, la desmitificación de seudociencias como la economía; la resolución del abastecimiento alimentario y de otro conjunto de requerimientos diarios por parte de diversos conglomerados humanos como efecto del acercamiento del conjunto social al reino de la abundancia, y, como consecuencia de ello, de la inutilidad de la violencia institucionalizada, una de las primerísimas funciones de lo estatal para proteger lo privado que en un futuro será algo cada vez más extraño a los grupos sociales.
Estamos, con todo ello, ante refrescantes corrientes de aire provenientes de diferentes coordenadas, portadoras de diversidad de aromas que poco a poco envuelven, en sus remolinos arropadores, agrupamientos humanos cada vez más amplios, brindándoles pistas teóricas y confianzas sobre otro mundo necesario, con cimientos en el presente; un mundo, además de todo, posible.
Remolinos arropadores que, al mismo tiempo, golpetean con energía las ideas fuerza neoliberales que empujan a la humanidad hacia su autodestrucción: el desarrollo sin límite, la emisión sin control de gases contaminantes, la ampliación del modelo urbano y del carro hasta el paroxismo, el consumo desaforado con su máxima de “úselo y deséchelo” y la obsolescencia programada, el pensamiento único, el control y el espionaje social que hace de la privacidad algo pretérito, las sociedades disciplinadas, la concentración del poder y de la riqueza por parte de una minoría cada vez más excluyente y violenta. Ideas fuerza que rompen y polarizan a las sociedades, al tiempo que exponen al conjunto de la humanidad a una múltiple crisis civilizatoria: ambiental, política, financiera, económica, ética, moral (Ver, “El engranaje de las crisis”, p. 26).
Lucha intensa entre pasado-presente-futuro, escenificada en diferentes espacios sociales, desatada por una crisis civilizatoria que, así como proyecta la luz del desasosiego, también impulsa a un accionar social-político-colectivo para evitar su consumación. Las guerras que ahora están en marcha en puntos específicos del planeta, como concreción de la nueva Guerra Fría que toma forma (Siria, Libia; tensiones con Irán y Corea del Norte, pero también la novísima guerra con batallas diarias en el ciberespacio), expresan y tensionan esta realidad. La decisión de los Estados Unidos de no renunciar al usufructo de beneficios económicos (el dólar como moneda de referencia global, el déficit fiscal sin límite), así como a los poderes y territorios hasta ahora sostenidos y gozados sin mayores contrapesos, puede desatar el huracán de la muerte, acelerando con ello el desenlace de la crisis civilizatoria.
Pero, como su contrario, esta tensión entre muerte y vida, entre pasado que pasa y presente que llega con un nuevo futuro, proyecta igualmente luces de un porvenir que ya está ante nosotros; que impone lógicas, formas organizativas, procedimientos, comprensiones, etcétera, que confirman que la puerta del poscapitalismo se está abriendo ante el conjunto de la humanidad.
Parece irreal pero así es: los más importantes proyectos en ciencia e investigación de punta son ahora inocultables procesos colectivos que en ocasiones involucran hasta diez mil y más científicos, muchas veces procedentes de diversos países, y representantes de diferentes intereses económicos y políticos cuyos resultados, a pesar de la financiación pública de los mismos, son apropiados por intereses particulares.
Igual cosa sucede con las más grandes empresas que hoy copan el planeta, con decenas de miles de trabajadores en nómina, factorías localizadas en todos los continentes, con procesos creativos abiertos a la intervención de un número creciente de especialistas de variados saberes, con libertad de creación como compendio de su desarrollo; evidentes centros de producción y/o mercadeo que funcionan como síntesis socializada pero con apropiación individual de dividendos. Pero igualmente megaempresas con parte de sus procesos productivos ya automatizados, lo que permite pensar en la venidera ampliación y la concreción de estos sistemas productivos como antesala de verdaderas empresas comunes donde no sólo la producción será colectiva sino asimismo sus rendimientos económicos.
Empresas que traslucen en sus actividades la crisis de la forma de trabajo hasta ahora conocida, con eficiencia creciente que tiende a un costo marginal cero en el proceso productivo, lo que no solamente abre las puertas para reducir la jornada de trabajo sino incluso para su abolición, haciendo del mismo algo voluntario –el goce pleno de la creación individual y colectiva, sin la presión del patrón ni el afán de resultados para ya, bajo la conciencia de que todo el quehacer creativo es por y para beneficio de la humanidad. Esa posible abolición demanda garantías de una renta universal sin distinción de clase, edad o sexo, como abonamiento de una justicia global que dará paso, al mismo tiempo, al disfrute sin costo de los servicios públicos y la cobertura de las necesidades humanas de índole fundamental: salud, educación y vivienda, entre ellas.
La abolición del trabajo obligatorio estará soportada sobre la reducción al mínimo del costo de producción de infinidad de elementos sustanciales para sobrellevar la vida, permitido ello por el desarrollo sin cuartel de la inteligencia artificial, cuyos resultados que llegarán en pocas décadas serán bienes de la humanidad, concretando así la máxima de que toda invención lograda con dinero púbico queda para el común, y con ello que la propiedad intelectual podrá generar beneficios particulares pero por poco tiempo, prevaliendo siempre el uso comunal. Otra máxima comunitaria que ganará espacio, como valoración y fortalecimiento de lo público, será el estímulo a la creación y el uso de licencias conocidas como creative commons.
El reto de cero emisiones de carbono, para neutralizar o detener la crisis climática que agobia al mundo, la cimentación de un sistema energético que haga del que está basado en la gasolina y el carbón un mal recuerdo del pasado, son otros tantos retos por encarar y concretar, y sobre cuya base la humanidad podrá reconstruir una relación armónica y complementaria con la naturaleza y con todos los seres que la habitan. Un consumo responsable aportará a ello, así como la optimización de un sistema financiero que facilite los procesos y las articulaciones sociales sin apropiarse de sus rendimientos de todo orden. El aliento a formas de ahorro e inversión cooperativa complementará tal sistema.
Una parte del poder y de la dominación
En esta disputa entre luz y sombra, muerte y vida, una parte del poder realmente existente, la iglesia católica, que manifiesta en sus prácticas cotidianas la explícita contradicción entre el decir y el hacer, a través de sectores afines a ella visualiza que la crisis civilizatoria que vive la humanidad es la tercera. Partiendo de su experiencia, ve la necesidad de evitar un desenlace violento en la resolución de la misma, como sucedió en otras épocas –muerte de imperios, nacimiento de otros (1). Esta Iglesia pretende superar al mismo tiempo su viviente contradicción, apostando al unísono por una ‘humanización’ del capitalismo a partir de conseguir una armonía entre Estado-mercado-sociedad. Se trata de un programa levantado en otra época por la social-democracia europea, ahora también en crisis.
Desde esta perspectiva y con diagnósticos muy parecidos a los construidos por los movimientos sociales, centros de investigación y Ong, Francisco (2), su nuevo pontífice elegido el 13 de marzo de 2013, establece la urgente necesidad de que amplios conglomerados sociales del mundo entero se movilicen en defensa de la “Casa común” para evitar con ello el colapso del calentamiento global y la crisis ambiental que el mismo significa, propósito que explicita en su encíclica Laudato si.
Una redistribución de la riqueza producida en cada país, a través de garantizar el acceso de todo ser humano en dignidad a techo, tierra y trabajo, también constituye parte de su ideario de nuevo aliento, objetivos que resume en encuentros realizados con voceros de variados movimientos sociales (3). Son objetivos que resume también con otras palabras: “[…] ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez” (4).
Como expresión de su afán de aunar fuerzas en pro de una causa común, Francisco no ha dejado de explicitar críticas y hacer llamados a otra sociedad posible: un capitalismo con rostro humano, se pudiera decir. Una paradoja en sí misma.
Frecuentes llamados a los movimientos sociales para que no dejen de luchar son parte de su reconocimiento al valor de los esfuerzos y la resistencia que levantan los excluidos y negados de siempre, a quienes en el encuentro sostenido en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) les resumió los retos y propósitos por encarar: “Nuestras tres banderas: las tres T; ninguna persona sin techo, ningún campesino sin tierra y ningún trabajador sin trabajo […] Nuestras tres tareas: poner la economía al servicio de los pueblos, unir nuestros pueblos en el camino de la paz y la justicia, y defender la Madre Tierra. […] Nuestros 10 mandamientos: 1) impulsar y profundizar el proceso de cambio, 2) ‘vivir bien’ en armonía con la Madre Tierra, 3) defender el trabajo digno, 4) mejorar nuestros barrios y construir viviendas dignas, 5) defender la tierra y la soberanía alimentaria, 6) construir la paz y la cultura del encuentro, 7) combatir la discriminación, 8) promover la libertad de expresión, 9) poner la ciencia y la tecnología al servicio de los pueblos, y 10) rechazar el consumismo y defender la solidaridad como proyecto de vida” (5).
Es este papa el que arribará a Colombia el próximo 6 de septiembre, para encontrarse con un país donde la disputa entre una paz formal y una de hondo calado está a la orden del día; un país donde la guerra, a pesar de lo que dicen todos los días los medios oficiosos, continúa abierta, muestra de lo cual es la negociación instalada en Quito con el Eln, y la persistencia y la ampliación de los grupos paramilitares, con el asesinato aleve de decenas de líderes sociales, así como las presiones y reglamentaciones de diverso tipo desde el alto gobierno con el propósito de intimidar a quienes fomentan la protesta social.
En nuestro país, más allá de las ofertas que renacen en cada campaña electoral a la presidencia de la república, quienes rigen su destino no están dispuestos a quebrar el modelo económico causante de las penalidades que sobrellevan la mayoría de quienes lo habitan, ni a procurar una redistribución de la riqueza, lo que garantiza que las desigualdades sociales de todo orden se mantendrán en el tiempo, atomizando el tejido social de tal manera que la disputa abierta, continúa, directa, entre empobrecidos-excluidos y amasadores de riqueza y poder, queda como única opción para construir justicia social.
País donde, además, la jerarquía de la iglesia que encabeza el ilustre visitante es parte y soporte del status quo que sufre la nación desde su nacimiento en el siglo XIX, factor nodal y determinante del conjunto de guerras internas padecidas –locales, regionales y nacionales– a lo largo de los dos últimos siglos. Esta iglesia es la misma que instigó y fue baluarte fundamental para la guerra interna que se desató luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Es ella una institución propietaria de importantes extensiones de tierra en el campo y la ciudad, de numerosos bienes inmuebles urbanos; de numerosas universidades, colegios, clínicas, centros recreativos, un banco, empresas que, reunidas como grupo económico, las convertirían en una de los principales del país, lo cual termina explicando el porqué de su apoyo incondicional al poder tradicional en Colombia.
Al llegar a Colombia, el papa Francisco se encontrará con una mayoría de obispos ligados a lo más retardatario del país, los mismos que sueñan con una paz sin sustanciales cambios sociales, y con una memoria distorsionada del papel jugado por personajes como el padre Pedro María Ramírez Ramos, quien, a pesar de su instigación al odio y la violencia contra los liberales en los años 40 del siglo XX –los ‘comunistas’ de entonces–, ahora pasará a ser canonizado como mártir.
Esta realidad llevará al Papa a caminar en la delicada franja entre saludar y estimular el proceso de paz en marcha pero sin cuestionar la concentración de la riqueza ni llamar a cambiar las estructuras sociales que han llevado a que Colombia sea uno de los países donde la tierra y la riqueza en general están distribuidas de manera más asimétrica. En sus declaraciones pesará, por tanto, más la diplomacia que la realidad que sobrellevan las mayorías nacionales, lo que tal vez conduzca a que una expresión como la que cierra este editorial quede para los libros:
La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos, mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética (6).
1. “Nos encontramos en la transición entre un civilización que ha cumplido su ciclo histórico y otra que aún se encuentra en proceso de formación. (Un cambio con precedentes ya que) nos encontramos ante la tercera Transición civilizatoria generada por ese proceso de desarrollo a su vez continuo y cambiante, que abarca ya más de dos mil años. La Primera Transición, de la que nació el proceso mismo, fue la que llevó a nuestra especie en Occidente de la Antigüedad a la Edad Media; la Segunda, la que condujo de la Edad Media a la Moderna, como la Tercera es la que nos lleva hoy a una Edad nueva a través de un período de caos incremental […]”. “Doce tesis para un diálogo en torno a la relación entre el Estado, el mercado y la sociedad en el marco del respeto a nuestra Casa Común” (sfna).
2. Antes de ser nombrado papa, Francisco, cuyo nombre es Jorge Mario Bergoglio, era arzobispo de Buenos Aires, Argentina. Como papa, también recibe otras distinciones que revelan otro de los signos contradictorios que carga esta iglesia, hermanada por siglos con reyes, imperios y monarcas: obispo de Roma y monarca del Vaticano.
3. El primer Encuentro con los movimientos populares tuvo lugar entre el 27 y el 29 de octubre de 2014 en Roma, Italia. El segundo fue entre el 7 y el 9 de julio de 2015 en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Y el Tercero sesionó entre el 2 y el 5 de noviembre de 2016, nuevamente en Roma, Italia.
4. Discurso del papa Francisco en el Encuentro realizado con movimientos sociales en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 7-9 de julio de 2015. http://movimientospopulares.org/wp-content/uploads/2016/10/Documents_castellano_web.pdf.
5. León, Osvaldo, “Francisco y los movimientos populares”, en: Laudato si’. Reflexiones ecuménicas para una nueva civilización, p. 110, Ediciones Desde Abajo, Colombia, agosto de 2017.
6. Exhortación apostólica, EvangelIIGaudium, noviembre de 2013, p. 160, www.vatican.va.