Descripción:
El arte que pone en cuestión la feminidad como construcción social, erige la libertad de las mujeres artistas que no quieren obedecerla, subvirtiendo los valores estéticos tradicionales. Un arte que no responde a la reproducción de los géneros desde la imagen gráfico-literaria de los mismos y que se autorrepresenta desmantelando las identidades sexuales forzosas. No es espacio de musas ni artistas en abstracto.
La historia del arte visual que nos propone Julia Antivilo en Entre lo sagrado y lo profano se tejen rebeldías. Arte feminista latinoamericano es el de artivistas que ponen en práctica sus políticas estéticas.
La primera de estas políticas es seguramente la que se levanta contra la violencia hacia las mujeres en los aspectos no cuestionados de la vida común, implícita en todos los dogmatismos y las opresiones (por edad, por status social y académico, por lugar de producción, por sexualidad, por identidad, etcétera). Ahora bien, la confrontación de la violencia contra las mujeres implica necesariamente un careo con los patrones de exclusión de las productoras y las producciones estéticas que no son masculinas, heteroconstructoras y eurocéntricas.
Como historiadora, Julia Antivilo sabe que la omisión de la vida y las producciones de las mujeres es una manera recurrente de cuestionar la presencia de las artistas en el horizonte del “Arte”, y en particular del mercado en que éste se cotiza. La historia feminista es un campo intelectual en formación constante que plantea lo político de los registros de las artistas y recompone la memoria para fortalecer una construcción social de identidades más seguras de sí y abiertas al mundo. Julia Antivilo se pregunta qué significados produce la práctica feminista. Una pregunta de historiadora que responde en dúplice forma, como archivista que recupera las acciones de las mujeres en el arte. Y, al mismo tiempo, como artivista que se ve en el tiempo con otras y hace memoria de cuándo y cómo las mujeres visualizaron su cuerpo como herramienta y soporte de obras muy diversas. Por ello, recata de dúplice forma décadas de trabajo de las pintoras Nunik Sauret y Susana Campos, la fotógrafa Yolanda Andrade, la escultora Feliza Bursztyn, y las performanceras-constructoras de comunidades Mónica Mayer y Maris Bustamente, entre otras. En su análisis de qué rebeldías teje el arte de las mujeres, además, Julia Antivilo no separa lo visual de las palabras y urde sutiles relaciones entre teatro, arte visual y literatura.
El arte de las mujeres tiende a cambiar, transformar el cuerpo como lugar crucial de su política estética. Por ello mismo, asume el cuerpo como un lugar histórico, con su determinación, tiempo y dimensiones sociales. El disenso con el lugar de las mujeres en el patriarcado es, por lo tanto, el arranque del quehacer de las artistas. La eficacia de su arte es pedagógica tanto como comunicativa y performativa, se apropia de mensajes éticos y estéticos, sin separarlos políticamente.
La parodia feminista del mundo organizado para la supremacía masculina (mezcla de misoginia y androfilia, que todas las instituciones afirman y refuerzan) implica ironía y sarcasmo. El disenso de las mujeres ante una historia del arte sujeta al modelo patriarcal se expresa en mensajes que permiten visualizar lo absurdo de lo que se dice, con acciones retóricas de burla, con mordaces manifestaciones de desagrado. Junto con historiadores del arte latinoamericanistas como el peruano Juan Acha, Antivilo nos muestra que la dictadura de lo bello es normativa y profundamente antiestética; por lo tanto, las situaciones de existencia provocan emociones de liberación estéticas que no son necesariamente “bellas”. La ironía, por ejemplo, es un mecanismo que sirve para orientar el pensamiento y la conducta de modo contrario a lo establecido como claro, distinto, organizado y modélico.