El discurso del exsecretario de Estado de Barack Obama, John Kerry, a finales de 2016, sorprendió por la claridad y crudeza de sus críticas a la política israelí de continuar estableciendo colonias en los territorios palestinos que ocupa desde 1967.
El 23 de diciembre de 2016, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptaba por catorce votos y una abstención la Resolución 2.334 que condena “la construcción y la expansión de las colonias de asentamiento” en los “territorios palestinos ocupados”. Cinco días más tarde, en un discurso muy crítico respecto de la política israelí, el entonces secretario de Estado John Kerry justificaba que Estados Unidos no hubiera recurrido a su derecho de veto para bloquear ese texto [extractos].
Seamos claros acerca de la situación en Cisjordania. En público, el primer ministro israelí apoya una solución a dos Estados; pero la coalición de la que actualmente forma parte es la coalición más de derecha de la historia de Israel, y su programa lo dictan sus elementos más extremos. La acción de este gobierno, descripto por el mismo primer ministro como “más abocado a sus colonias que todos sus predecesores”, se mueve en la dirección de la solución a un Estado. Israel efectivamente reforzó su influencia en una gran parte de Cisjordania para servir a sus propios intereses, invirtiendo así la transición hacia el fortalecimiento de la autoridad civil palestina que reclaman los Acuerdos de Oslo.
Yo pienso que la mayoría de las personas, en Israel y a fortiori en el resto del mundo, ignoran hasta qué punto este proceso se amplificó y se generalizó. Pero los hechos hablan por sí mismos. La población de las más o menos 130 colonias al este de las fronteras de 1967 no paró de crecer. Desde la firma de los Acuerdos de Oslo [en 1993], la cantidad de colonos aumentó en unas 270.000 personas sólo en Cisjordania –sin contar Jerusalén Este–, 100.000 de ellas desde el inicio del mandato de Barack Obama en 2009.
Es inútil hacer de cuenta que eso sólo concierne a las grandes colonias. Cerca de 90.000 colonos viven al este del muro de separación construido por Israel justo en el medio de lo que, según cualquier definición razonable, constituiría el futuro Estado palestino. Y la población de estas pequeñas colonias lejanas aumentó en 20.000 personas desde 2009. Además, el gobierno acaba de aprobar una nueva instalación todavía más al este del muro, más cerca de Jordania que de Israel. ¿Qué es lo que eso les dice a los palestinos, pero también a Estados Unidos y al resto del mundo, de las intenciones de Israel?
Quiero aclarar que no se trata de afirmar que las colonias son la única o la principal causa del conflicto. Evidentemente ese no es el caso. Tampoco podemos decir que la eliminación de las colonias alcanzaría para establecer la paz. No se llegaría a eso sin un acuerdo más amplio. Por supuesto, un acuerdo acerca de la situación final deberá integrar ciertas colonias a Israel de manera tal que queden reflejados los cambios que se produjeron en el transcurso de estos últimos cuarenta y nueve años; eso lo entendemos. Del mismo modo, las nuevas realidades democráticas y demográficas que existen en el terreno deberán ser tenidas en cuenta. Pero si cada vez más colonos llegan para instalarse en territorios palestinos, va a ser tan difícil separar a los dos territorios como imaginar un traspaso de soberanía, y ese es exactamente el fin que persiguen algunos.
Seamos claros: la expansión de las colonias no tiene nada que ver con la seguridad de Israel. Al contrario, muchas de ellas vuelven más pesada la carga de seguridad de las fuerzas de defensa israelíes. Y los líderes del movimiento de colonización están motivados por imperativos ideológicos que ignoran completamente las aspiraciones legítimas de los palestinos.
La ilustración más inquietante la vemos en la proliferación de los puestos de avanzada de colonos, ilegales incluso para la ley israelí. Con frecuencia instalados en terrenos privados palestinos, ocupan posiciones estratégicas que vuelven imposible la solución a dos Estados. Existen más de cien puestos de avanzada de este tipo, y, desde 2011, cerca de un tercio de los mismos fueron legalizados –o están en vías de serlo–, a pesar de las promesas de los gobiernos anteriores de desmantelar la mayor parte.
Ahora bien, algunos representantes del movimiento de colonización propusieron una nueva legislación que legalizaría todos los puestos de avanzada. Por primera vez, eso significaría aplicar en Cisjordania la ley nacional de Israel en lugar de la ley militar, lo que sería una etapa mayor hacia el proceso de anexión. Cuando la ley superó la etapa de la primera lectura en la Knesset (el Parlamento israelí), uno de sus principales promotores declaró orgullosamente: “Hoy la Knesset abandonó la idea de crear un Estado palestino para ir hacia la soberanía israelí en Judea y en Samaria”. Incluso el ministro de Justicia israelí afirmó que este proyecto de ley era inconstitucional y que infringía el derecho internacional.
Quizás escuchen a los defensores de las colonias diciendo que las colonias no son un obstáculo para la paz, so pretexto de que los colonos que se negarían a partir [en caso de partición] podrían sin problema quedarse en Palestina, como los árabes que viven en Israel. Pero eso sería olvidar un elemento crucial. En tanto que ciudadanos de Israel, los árabes israelíes viven bajo el derecho israelí. ¿Quién puede de verdad creer que los colonos aceptarían plegarse al derecho palestino en Palestina?
Del mismo modo, algunos partidarios de las colonias dicen que los colonos podrían simplemente quedarse en sus colonias sin dejar de ser ciudadanos israelíes en enclaves separados en el medio de Palestina, bajo la protección del ejército israelí. Y bien, hay más de ochenta colonias al este del muro de separación, de las cuales muchas en emplazamientos que volverían imposible la creación de un Estado palestino continuo. ¿Se puede de verdad pensar que, si los colonos se quedan ahí donde están, sería posible instaurar un Estado palestino viable?
Algunos se preguntan por qué no construir en las zonas en las que todo el mundo sabe que van a terminar siendo de Israel. Si la instalación de nuevas colonias en esas zonas o en otras partes de Cisjordania despierta semejante oposición, es porque la decisión de lo que constituye un conjunto de colonias se toma de manera unilateral por parte del gobierno israelí, sin consultar, sin el consentimiento de los palestinos, que no cuentan con el derecho equivalente de construir en el territorio de lo que probablemente vaya a ser parte de Palestina. En pocas palabras, sin acuerdo y sin reciprocidad, las elecciones unilaterales se vuelven temas de litigio, y eso en parte explica cómo llegamos hasta acá.
Quizás oigan decir que esas colonias lejanas no plantean un problema porque sólo representan una ínfima porción del territorio. Pero nunca dejamos de repetirlo: la cuestión no trata tanto de la cantidad de terreno disponible en Cisjordania como de su continuidad. Si está conformada por pequeñas parcelas esparcidas, como un gruyere, no va a poder constituir un verdadero Estado. Mientras más puestos de avanzada se construyen, más se aleja la posibilidad de crear un Estado de un solo partidario. Más allá de la superficie que ocupan las colonias, su emplazamiento tiene consecuencias en los movimientos de la población, en la capacidad de las rutas para unir entre sí a las personas y las comunidades y en la noción de Estado, que cada nueva construcción debilita. Quien quiera que encare seriamente la paz no puede ignorar la realidad de las dificultades que plantean las colonias para llegar a esta paz.
*Exsecretario de Estado de Estados Unidos.
Traducción: Aldo Giacometti