Federalismo con fórceps

Federalismo con fórceps

Con redoblada devoción, los federalistas europeos afirman que las políticas de integración que llevaron a la actual crisis deben ser profundizadas. Todo fracaso se debe a “la falta de Europa”, sostienen. Pero el fortalecimiento de autoridades sin sustento democrático implica jugar con fuego.


Las catástrofes más dramáticas animan a los creyentes más fervorosos a redoblar de inmediato su devoción. De este modo, los federalistas europeos, lejos de concebir que algún día se pueda dar la espalda a las políticas de integración –monetaria, presupuestaria, comercial– que profundizaron la crisis económica al mismo tiempo que la extendían, desean, por el contrario, reforzar la autoridad de quienes las implementaron. ¿No solucionaron nada las cumbres europeas, los pactos de estabilidad, los mecanismos disciplinarios? Esto es así –responden invariablemente nuestros devotos– porque estas acciones no llegaron lo suficientemente lejos: todo logro se debe a Europa y todo fracaso, a la falta de Europa (1). Esta fe ciega les permite dormir como angelitos y tener dulces sueños.

 

Y también pesadillas, porque los federalistas no odian las tormentas. Anunciarlas incluso les permite quebrar a gusto toda forma de resistencia, con la excusa de la urgencia. En medio del río y bajo fuego, nadie debe dar marcha atrás. Hay que cruzar el río o ahogarse, precipitar el “sobresalto federal” o aceptar la catástrofe. “Si la confederación actual no avanza hacia una federación política con un poder central –consideraba en noviembre pasado el ex ministro de Relaciones Exteriores alemán, Joschka Fischer–, la zona euro (y el conjunto de la Unión Europea) se desintegrará” (2). En Francia, las tres grandes radios nacionales y dos de los diarios más importantes predican todos los días este rezo.

 

Negación de la democracia

 

Si escuchamos a los federalistas, es fácil imaginar que las autoridades europeas carecen de poder y recursos, mientras que los Estados dispondrían de autoridad y medios ilimitados. Pero el Banco Central Europeo (BCE), que manejó la crisis con la eficiencia que ya todos conocemos, destinando en los últimos tiempos la suma de un billón de euros a refinanciar a los bancos, no depende de los gobiernos ni de los votantes de la Unión Europea. Por lo demás, lejos de estar demasiado limitada por la falta de integración (presupuesto común, ministro único), la armonización de las políticas europeas con los criterios de la austeridad alemana ha dado resultados, puesto que logró ahondar la deuda de los Estados e incrementar la miseria de los pueblos…

 

Pero las Casandras de hoy son los beatos de ayer. Instigadores de políticas comunitarias impuestas con fórceps desde hace treinta años, celebraron a su vez el mayor mercado del mundo, la moneda única, la “política de civilización”; ignoraron el veredicto popular tan pronto como les fue contrario; destruyeron todo proyecto de integración europea que se hubiera basado en progresos sociales, servicios públicos, aperturas de fronteras. Suenan las doce campanadas, la carroza se convierte en calabaza: de pronto olvidan su júbilo de antaño y juran que siempre nos advirtieron que nunca iba a funcionar.

 

La dramatización financiera, ¿servirá como pretexto para imponer un nuevo salto al vacío federal sin aferrarlo a la soga de seguridad del sufragio universal? Una Europa que ya está en dificultades, ¿realmente puede permitirse esta nueva negación de la democracia?

 

1 Véase Pierre Rimbert, “Le théorème de Guetta”, Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2008.

2 Le Figaro, París, 7-11-12.

 

*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Gabriela Villalba

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