Por: Cristopher Ferreira Escobar*
En los tiempos postmodernos reside una complejidad permanente y mucho más visible que otros paradigmas, formas de gobiernos y regímenes democráticos diferenciados en la historia reciente, y es que si la experiencia postmoderna nos da la posibilidad de lo múltiple a nivel inter subjetivo como reconocimiento del mismo y la otredad, y por otro lado, como efecto correlativo de lo anterior, la borradura de los marcadores de certidumbre de una comunidad en su plano simbólico, entonces la acción gubernativa se encuentra permeada de manera directa, compleja y en permanencia conflictividad para ordenar el cúmulo de subjetividades de las personas y así generar procesos.
En dicho escenario, se nos presenta una serie de puntos cardinales a considerar si de gobierno o conducir conductas se trata, ya que las diferenciadas relaciones en el campo de la comunidad asumen básicamente el carácter de deliberación pública. Y es entonces donde el economista estadounidense, Kenneth Arrow, adquiere densidad capital para esta reflexión al consignar dos problemáticas vigentes referidas a este punto: la primera es que no existe la posibilidad de formular comparaciones interpersonales de utilidad para efectos de saber cuál es la lógica de las preferencias individuales agregadas, vale decir, qué quiere la mayoría, y en segundo lugar, que la inscripción de la deliberación pública en el campo de la comunidad se encuentra capturada permanentemente a la interpretación de esas subjetividades, lo que nos lleva al problema de la exteriorización, donde la tarea para cualquier gobernante o gobernado es asumir precisamente que mi acto se inscribe en el imaginario simbólico del Otro, y que por lo tanto, debo asumir el riesgo que soy solo lo que soy para los demás. Y así, por la vía de la analogía y generalización de lo que son las comunidades, sujetos, yo, empresas y gobierno, la imagen queda presa en lo público.
Si a este escenario de problemáticas se le agrega una coyuntura figurada desde la politización, es decir, la ampliación de los márgenes de lo qué puedo y debo discutir, debido a la deliberación dada por el proceso constituyente, elecciones presidenciales, las luchas de las ideas con su respectiva figuración ideológica y rutinización, fenómeno todavía social y no político, y por otro lado, la correlación de fuerzas en el sistema partidario, por nombrar una, entonces ya no hablamos de hechos, sino de un mundo no evidente, por lo que el habitarlo y significarlo está en extravío e interrogación.
Las implicancias de este cuadro, en donde hay muchos escenarios de conflictos, tiene una salida relevante con la figura del líder, para efectos de esta columna, el presidente, en donde debe responder una exigencia prima, medular: ¿Cómo es posible producir un bien colectivo de esas preferencias individuales agregadas, con intereses distintos y muchas veces disimiles, para generar procesos de unión? Bueno, la respuesta no reside, bajo ningún término, en querer buscar comparaciones interpersonales de utilidad desde instancias formales, sino precisamente lo contrario, dar cavidad a lo informal en procesos formales, esto significa institucionalizar sentimientos de pertenencia en este escenario complejo, o lo que es lo mismo, garantizar la repetición de determinados comportamientos valóricos y marcos referenciales. En otras palabras, la necesidad es formalizar lógicas de reconocimientos materiales y no simbólicas. Solo así quizás, en esta situación de disputa permanente de los sentidos que adquiere este gobierno joven, sea posible sortear la dificultad que atraviesa; el problema no son los conflictos, sino la incapacidad de decidir cuáles postergar y cuáles adelantar, para así no hacer del conflicto con la comunidad un conflicto socialmente influyente, y punto débil del gobierno.
*Cristopher Ferreira Escobar. Politólogo, doctorante en Estudios Transdisciplinares Latinoamericanos.
Le Monde Diplomatique, Chile.