Home Ediciones Anteriores Artículos publicados Nº151 Huella indeleble. Cuarenta años sin Pasolini, ni luciérnagas

Huella indeleble. Cuarenta años sin Pasolini, ni luciérnagas

Huella indeleble. Cuarenta años sin Pasolini, ni luciérnagas

“Que todo esto sea banal ni siquiera se le pasa por la cabeza: en efecto, que sea así o que no sea así, él nada se mete en el bolsillo.”

Pier Paolo Pasolini (fragmento de Versos sutiles como rayas de lluvia)

 

En Ostia, balneario del mar Tirreno, en la madrugada del 2 de noviembre de 1975, hace cuarenta años, fue asesinado el pensador y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini. Su cuerpo totalmente destrozado, pues le pasaron su carro por encima varias veces, luego de haberlo matado a golpes, quedó como un símbolo macabro de que los seres humanos verdaderamente libres, son un mal ejemplo en este sistema de mistificaciones y engaños consentidos mutuamente.

Más que su desaparición física, es el olvido del significado de su herencia intelectual lo que buscaban y aún buscan los poderes desnudados por sus palabras o por las imágenes de sus pinturas y sus filmes. Su obra mira al rostro sin máscara de una sociedad deforme que confunde maquillaje con realidad, y entiende por su bien-estar la satisfacción compulsiva del usar y desechar en un ritmo creciente de maniacos, y en la que el tiempo que media entre estar ahíto y vacío es cada vez más estrecho. Mirar de esa manera, aún hoy no es de buen recibo en los espíritus que abogan por una sociedad de anestesiados.

Son sus creaciones, que denunciaron tempranamente que el nazi-fascismo no murió con Hitler y Mussolini, acabada la segunda guerra mundial, sino que como la oruga cambió de forma y nos envuelve a todos en las alas de mariposa del espectáculo y el consumo, lo que quieren enviar al desván del olvido o de lo anecdótico, los que más le temen. Por eso es preocupante que los movimientos alternativos, a los cuarenta años de la muerte del poeta, apenas hayan susurrado algo y no gritaran con fuerza que el reino de los fascistas de nuevo cuño no durará mil años.

 

Fascismo y consumismo

 

Que el consumismo es la forma más sutil y acabada del fascismo fue una idea que Pasolini defendió con fuerza los últimos años de su vida, y que muy pocos comprendieron en su momento. En una entrevista que Massimo Fini le hizo en 1974 afirma: “Creo, y lo creo profundamente, que el verdadero fascismo es el que los sociólogos han llamado demasiado benévolamente «la sociedad de consumo». […]. Este nuevo fascismo, esta sociedad de consumo, ha transformado profundamente a los jóvenes los ha afectado en lo más íntimo, les ha dado otros sentimientos, otras formas de pensar, de vivir, otros modelos culturales. Ya no se trata, como en la época musoliniana, de un reclutamiento superficial, escenográfico sino de un reclutamiento real que les ha robado y les ha cambiado su espíritu. Lo que en definitiva significa que esta «civilización del consumo» es una civilización dictatorial. O sea que si la palabra fascismo significa la prepotencia del poder «la sociedad de consumo» ha realizado muy bien el fascismo” (1).

La distinción entre “fascismo adjetivo” y “fascismo sustantivo”, es decir entre aquellos comportamientos meramente formales y los asumidos como valores introyectados en la psique de los individuos como parte de su forma de ser, surgió de la discusión acerca de si el capitalismo de la segunda postguerra debía considerarse o no como algo totalmente distinto, y si el corporativismo nazi y la relación entre el Estado y la sociedad civil (en el sentido definido por Gramsci), no había sufrido en realidad una transformación radical que el nazismo inauguró y Occidente heredó y adaptó luego de finalizada la guerra.

La política espectáculo y la racionalización instrumentalizada de sus técnicas, apuntaladas en su difusión masiva a través de los modernos medios de comunicación, tuvo sin duda su modelo augural en las estrategias del Ministerio para la Instrucción Pública y Propaganda, diseñadas y dirigidas por Joseph Goebbels. Hoy, ningún Estado funciona sin un gran aparato de información y comunicación encargado de masificar directrices, acciones o intenciones de los gobiernos en búsqueda de su legitimación. Leni Riefenstahl, cineasta y fotógrafa de indiscutible talento inauguró, con lo que ha llegado a conocerse como la Trilogía de Núremberg, la propaganda política de gran escala. Entre los años 1933 y 1935 fueron grabadas y divulgadas masivamente La victoria de la fe (1933), El triunfo de la voluntad (1934) y El día de la libertad (1934) −que paradójicamente versaba sobre el ejército−, con el fin de exaltar la obediencia, la acción ciega en defensa de la fe institucionalizada y la fuerza como garantía de un orden impuesto que en su arista de la seguridad es otra de las herencias de la Alemania nazi.

Miles de personas moviéndose al unísono, casi hasta la perfección, en un claro simbolismo que los individuos acompasados deben pensar y sentir igual, fue otro de los recursos “comunicativos” que sigue utilizándose en la actualidad. La cultura del músculo y de un cuerpo “sano” asociado a patrones de belleza marcados por un ideal en el que la fuerza física es un determinante central fue otro de los mensajes que Riefenstahl exaltó hasta el paroxismo, y que plasmó en las grabaciones de los juegos olímpicos de 1938, cuya segunda parte, Festival de la belleza, tiene un claro tinte racista, asumido integralmente por Occidente, y que hasta hoy mantiene como fenotipo patrón al europeo anglosajón.

Del otro lado de la ecuación, el del pensamiento, la universidad fue convertida en un apéndice directo del cambio tecnológico dando lugar a la emergencia de la tecno-ciencia como una forma instrumental del conocer al servicio exclusivo de la acumulación de capital y del militarismo estatal. El informe de Vannevar Bush Ciencia: la frontera sin fin −elaborado por encargo del gobierno de Franklin D. Roosevelt cuando acababa la segunda guerra mundial−, propone el llamado modelo de innovación lineal, que será aplicado a los fines de la enseñanza en las instituciones universitarias y tiene cuatro objetivos principales: seguridad militar, sanidad, innovación para la administración y los procesos de la empresa privada e innovación para la administración pública, que no por mera coincidencia fueron también las estrategias del rápido rearme alemán y de la aceptación popular del régimen. La operación “Paper Click”, a través de la cual fueron reclutados científicos nazis por parte de EE.UU, luego de la victoria de los aliados, reforzó esa reforma de la educación superior que hoy sigue siendo modelo y que está llegando a su cima instrumental con la eliminación que comienzan a hacer de las disciplinas sociales las instituciones universitarias occidentales u occidentalizadas. ¿Puede decirse, entonces, que el nazismo y el fascismo murieron con Hitler y Mussolini? Es contra ese “fascismo sustantivo”, percibido por Pasolini, contra el que éste luchó los últimos años de su vida y que provocaron su sacrificio. Contra el “cuerpo sano en mente obediente”, parábola fácilmente deducible de sus obras, y denunciada como una de esas constantes que son veladas o negadas, pero que en realidad constituyen una verdad inmanente del mundo posmoderno fascistizado.

Pier Paolo Pasolini aborda de forma explícita el fascismo en sus filmes Pocilga (1969) y Saló: 120 días de Sodoma (1975). En el primero trata lo definido arriba como “fascismo sustantivo” y en el segundo el “viejo fascismo” o “fascismo adjetivo”, mostrando que el hilo conductor que los une es el del exceso, lo que hace explícito en la frase que abre la primera escena de Saló: “todo es bueno cuando es excesivo”. Poder y exceso son prácticamente sinónimos y en las relaciones sociales los excesos están orientados, en últimas, a la afectación de los cuerpos. La compulsión devoradora de mercancías embota los sentidos y voltea al ser humano sobre sí mismo, en un proceso reductivo de la experiencia que ya no sólo lo lleva a creer que las relaciones con sus congéneres son relaciones mediadas por cosas, sino que significa borrarlos y creer que su mundo relacional tiene su límite en los objetos. “El consumismo representa todo un auténtico cataclismo antropológico, y yo vivo, existencialmente, dicho cataclismo que, al menos por ahora, es pura degradación; lo vivo a lo largo de mis días, en las formas de mi existencia, en mi cuerpo” (2), escribe Pasolini, al percibir que el interés por el Otro se troca en interés por la “cosa” y que, en el mejor de los casos, es el cuerpo cosificado de ese Otro el único tipo de contacto interpersonal posible. En su respuesta a Ítalo Calvino, cuando éste lo acusa de ser nostálgico y de creer en una “edad de oro” primigenia, Pasolini responde que los seres de los que el habla vivían en una “era del pan”, “es decir que eran consumidores de bienes estrictamente necesarios”, y argumenta a favor de esa forma de vida afirmando: “porque está claro que los bienes superfluos hacen superflua la vida” (3).

El personaje caníbal de Pocilga devora, literalmente, cuerpos humanos pero les corta la cabeza que es lanzada a un volcán, en una clara parábola que indica que la cosificación del otro pasa por dejar su cuerpo acéfalo. La alienación total en el consumo exige la parálisis de la crítica y la exaltación exclusiva de los sentidos, pero, esta condición asume su carácter de fenómeno social tan sólo cuando el capital logra desvalorizar los bienes y servicios a través del desarrollo de la fuerzas productivas y extiende el consumo masivo a un porcentaje importante de la población, introduciendo a los trabajadores en lo que Marx denominó el proceso de subsunción real del trabajo en el capital que: “Es una producción que no está ligada a limitaciones predeterminadas y predeterminantes de las necesidades. […]. El productor real como simple medio de producción; la riqueza material como fin en sí mismo. Y, por tanto, el desarrollo de esta riqueza material en contradicción con y a expensas del individuo humano. […] no son las necesidades existentes las que determinan la escala de la producción, sino que por el contrario es la escala de la producción −siempre creciente o impuesta a su vez por el mismo modo de producción− la que determina la masa del producto” (4). La producción por la producción que conduce al consumo por el consumo en una dinámica compulsiva creciente que sólo puede ser enfermedad, y que hoy ya nos pasa factura con el agotamiento y la contaminación progresiva de los ecosistemas y de espacios vitales como la atmósfera.

La banalidad del mal y la ambigüedad del bien

 

Nadie niega actualmente que los grandes industriales, no sólo alemanes sino de este lado del Atlántico, fueron apoyo definitivo en la instauración del régimen nazi. Henry Ford, por ejemplo, fue condecorado por Hitler en 1938 con la Gran Cruz del Águila Alemana, y las últimas investigaciones lo sitúan, incluso, como uno de los inspiradores del régimen nazi. Su libro El judío internacional, el mayor problema mundial, antecedió los textos alemanes antisemitas y fue una de las fuentes de inspiración de Hitler. La Ford y la General Motors, a la par de Krupp, Siemens, IG Farbenindustrie, Bayerische Motoren-Werke (BMW), Volkswagen y Daimler Benz, entre otras, usufructuaron mano de obra esclava en los campos de concentración, usando la división de la clase trabajadora entre un grupo de incluidos en el sistema y otro absolutamente marginal −donde la exacerbación del racismo fue la estrategia central− como mecanismo de neutralización de la solidaridad social y legitimación de mecanismos atroces de explotación. Este aspecto de segmentar la clase trabajadora en grupos antagónicos continúa aún en los países del centro capitalista, como es el caso de la segregación de la población afroamericana y los migrantes latinoamericanos en EE.UU o de los turcos en Alemania, para citar tan sólo dos ejemplos. A nivel internacional, la separación entre trabajadores de países “desarrollados” y “subdesarrollados” es otra forma de segmentación que le ha sido útil al capital, y en la que el racismo no es una premisa menor.

Pero quizá lo que más muestra el régimen nazi como un anticipo del capitalismo de postguerra es su estrategia de acumulación. Hjalmar Schacht, el arquitecto del proceso de reactivación y rearme alemán (exonerado en el juicio de Núremberg) utilizó estrategias keynesianas antes que Keynes publicara su Teoría general del empleo el interés y el dinero. Schacht impulsó la construcción de grandes obras de infraestructura −con la emisión de cuasi-monedas (bonos MEFO)−, entre las que deben destacarse las Autobahn, autopistas de doble sentido y cuatro carriles, que fueron construidas pese al escaso parque automotor alemán de la época. Lo que fue solucionado con la producción en serie del Wolkswagen que imitaba la meta de Ford de venderle a cada norteamericano uno de sus carros. El fordismo es así implementado sistemáticamente por el régimen nazi y el keynesianismo es anticipado en una simbiosis que dará lugar, posteriormente, al llamado Estado del Bienestar.

Publicidad para el consumo masivo, keynesianismo y fordismo, en una combinación que exigía a los países del centro capitalista la ampliación de los mercados y la garantía de los suministros de materia prima, que en el caso del nazismo conduce a la tesis del espacio vital (lebensraum), y en el capitalismo de la postguerra al neocolonialismo económico. No puede pensarse seriamente que los ataques militares a Vietnam, Granada, Panamá, y más recientemente Afganistán, Irak, Libia y Siria tienen un fin diferente al que buscaba Alemania en la segunda guerra mundial, cuando invadió, inicialmente, Polonia y Checoeslovaquia.

En el famoso “circulo de mierda” de la película Saló, ya no es siquiera el cuerpo del otro el que importa sino sus excrementos, y en el “círculo de sangre” la tortura física no tiene un sentido último, pues no es castigo, ni existe la búsqueda utilitaria de extraer algo del torturado, tampoco es terror pues no tiene el propósito de disciplinar a algún observador, ni siquiera es sadismo en el sentido que el sufrimiento provoque excitación sexual, es simplemente el ejercicio del poder vaciado en espectáculo. La escena es observada con catalejo y sin el ruido de los gritos de la víctima, en un anticipo crítico de los videos gore que ya en nuestros días son mercancía de consumo rutinario. Sin embargo, Saló sigue prohibida en algunos países, mientras la Red no escatima en estimular la reproducción de videos como el del asesinato del piloto jordano Maaz al Kasasbeh, quemado vivo por el llamado estado islámico, y cuya ejecución es difundida con el título de “la sanación de los creyentes”; el del ahogamiento de cinco supuestos espías que encerrados en una jaula son sumergidos y su agonía y muerte es filmada con cámaras subacuáticas, o, más recientemente, el fusilamiento de doscientos niños por negarse a ser reclutados. Estos hechos, que apenas ameritaron reseñas marginales en los medios de comunicación convencionales −contrariamente a lo que sucedió con el despliegue de los sucesos de la masacre de París del 13 de noviembre−, denotan una búsqueda consciente del exotismo de la crueldad, que así nos resistamos a aceptarlo, está enmarcado en la más pura lógica del espectáculo y persigue ser muestra desnuda y abstracta del poder. El asesinato desde drones, utilizado regularmente por Estados Unidos, en el que un operador, sin el más mínimo riesgo, observa desde un monitor y lanza una carga de explosivos, en un ejercicio que no tiene ninguna diferencia con un juego de video, es otro macabro caso de crueldad teatralizada. No tener límites, estar más allá de cualquier condicionamiento es el sumun del dominio.

Cuando el señor Herdhitze, personaje de la película Pocilga, habla de la «ambigüedad del bien», surge la necesidad de contraponer ese concepto con el sentido que da Hanna Arendt a la «banalidad del mal», pues ¿cuál es la diferencia entre Adolf Eichmann, obedeciendo órdenes en un campo de concentración nazi y el Coronel norteamericano Paul Tibbets, piloto y comandante del ‘Enola Gay’, bombardeando Hiroshima y Nagasaki, si ambos consideran que hicieron lo correcto y obedecían órdenes? ¿El supuesto bien, que en este caso es una hipotética y rebuscada anticipación de la rendición japonesa, justifica el asesinato de un cuarto de millón de civiles inocentes? La torcida lógica que llama bien a esto último es la que sitúa a Hitler y Mussolini en el salón de la infamia de la historia y excluye a Harry Truman, responsable del genocidio japonés.

 

El poder del significado y el significado del poder

 

Occidente allana el campo de las homologías, y de las diferencias cuando estas deben establecerse, en un lenguaje y una lógica que responde a las conocidas “palabras maletas” de Lewis Carroll y que ilustra inequívocamente el diálogo que sostienen Humpty Dumpty y Alicia −en Alicia a través del espejo− cuando Humpty afirma que “Cuando yo empleo una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos.”, y ante las dudas de Alicia acerca de que una palabra pueda significar tantas cosas diferentes, Humpty Dumpty cierra el asunto diciendo “la cuestión es saber quién es el que manda…, y punto” (5). El poder define, entonces, no sólo lo que es bueno o malo, sino cuándo lo “bueno”, pese a ser del mismo tenor que lo “malo” puede exculparse en aras de lo conveniente, es decir, por efecto del pragmatismo. Pasolini ve en ese aspecto más peligroso al “nuevo” fascismo que al “viejo”: “El viejo fascismo, aunque fuera a través de la degeneración retórica, distinguía; el nuevo fascismo −que es toda otra cosa− ya no distingue: no es humanísticamente retórico, es americanamente pragmático. Su fin es la reorganización totalitaria del mundo” (6).

El pragmatismo, que ha devenido en cinismo, es una de esas consecuencias aparentemente inocuas que caracterizan nuestra subsunción real en las relaciones sociales capitalistas. La búsqueda de la ventaja material a cualquier costo, espejo del principio de la producción por la producción y el consumo por el consumo, dio lugar a la configuración del homo economicus, ese ser definido como un calculador frío en la toma de decisiones, maximalista en sus fines y egoísta en su conducta, que ha devenido como modelo al que deben ajustarse todos los comportamientos aceptados y por tanto la ética. Lo crítico del asunto, es que no pocos movimientos alternativos asumen también la indistinción y la ambigüedad como principio y en nombre del ventajismo inmediato terminan aceptando los pilares más sutiles de la subsunción real.

El poder para Pasolini funciona como una pirámide, en la que aquellos ubicados en la base soportan más peso que cualquiera de los demás miembros. Esto lo llevó a asumir la defensa de ese grupo social cada vez más numeroso que atado a la informalidad debe sobrellevar todas las cargas de la humillación y la desesperanza. El subproletariado, menospreciado en aquellos momentos cuando el obrerismo puro era un dogma de la izquierda, le generó no pocos problemas con sus camaradas políticos que plasmó en unas cuantas quejas en su poema Versos sutiles como rayas de lluvia: “Naturalmente, quien condenaba/ no se dio cuenta de todo eso:/ él continúa riéndose de la inocencia,/ desinteresándose del subproletariado”; hoy, cuando la clase trabajadora empieza a transformarse mayoritariamente en precariado, los reclamos del poeta suenan proféticos.

En el artículo del Corriere della sera del 1 de febrero de 1975 (7), no mucho antes de su muerte, cuando discute sobre la nueva cara del fascismo, radicalmente distinta a la de antes de la guerra, describe la desaparición de las luciérnagas por efecto de la polución del aire y la contaminación de las aguas y dice que el “fenómeno fue fulminante y fulgurante” y convierte esa «desaparición de las luciérnagas» en el hito que le permite identificar, para Italia, el punto de difracción del fascismo. El fascismo formal de antes de la desaparición de las luciérnagas, apuntalado en unas masas introducidas al consumismo a costa de otra gran masa visiblemente excluida de éste; y el fascismo sustantivo, sin luciérnagas, fruto de la destrucción ecológica provocado por un consumismo generalizado. El artículo lo remata Pasolini diciendo: “En cuanto a mí que este claro, yo daría toda la Montedison [El consorcio más grande de Italia en esa época], con todo lo multinacional que es, por una luciérnaga”. Pues bien, pese a los avances en el conocimiento de la amenaza ambiental ¿cuántos intelectuales en la actualidad estarían realmente dispuestos a suscribir una frase como esa?

Pasolini fue un pensador demasiado incómodo para todos, incluidos ciertos progresismos. Fue expulsado del colegio, del Partido comunista italiano y también de esta vida con la saña y el odio de aquellos que fueron obligados a mirarse al espejo sin máscara y vieron reflejado un rostro de seres deformados por los excesos de lo superfluo. Pese a los múltiples intentos, no lo han podido sepultar, porque de sus obras emergen verdades, que pese a su crudeza, más tarde o más temprano tendremos que enfrentar. 

 

1 Pasolini, Pier Paolo, Escritos corsarios, editorial Planeta, Barcelona, España, 1983, P. 224.
2 Ibid., p. 113
3 Ibid., p. 65
4 Marx Karl, El Capital, libro I, capítulo 6 (inédito), Siglo XXI editores, Decimosexta reimpresión, 2009; México, D.F, p. 76
5 El diálogo se encuentra en el capítulo VI de Alicia a través del espejo, el famoso libro de Lewis Carroll, en que el huevo humanizado, Humpty Dumpty, en un soberbia lección de semántica “postmoderna” dice que con los adjetivos puede uno hacer lo que le dé la gana, pero no con los verbos…Sin embargo, ¡yo los voy a meter en cintura!”, anticipando lo que será la manipulación de los medios de comunicación convencionales de los siglos XX y XXI.
6 Pasolini, op.cit., p. 63.
7 Pasolini, Ibid., pp. 132-137

*Integrante del Consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.

 

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