María José, alto y desgarbado llanero, se perdía tras el uniforme militar. Había cambiado sus sueños de beisbolista por la infantería, las comunicaciones y los blindados. De manera obstinada, el hijo de Helena se afirmaba como campesino y pobre de origen, en vez de rechazar su origen social como lo hacían decenas de sus compañeros de armas que sucumbieron ante el punto fijismo (1).
Esta identidad de clase la permitía la particular constitución del ejército venezolano. Opuesto a los modelos prusianos y chilenos instalados desde los años 20 y 30 del siglo XX en la mayoría de países de América Latina, las fuerzas armadas del país andino confeccionaron como base de composición de su oficialidad a las clases más subalternas de la sociedad. Siete años después de su ingreso al cuerpo en armas, María José, junto a sus compañeros Francisco, Yoel y Jesús, se cruzaban con la vieja idea del Partido de la Revolución Venezolana –PRV– de preparar un movimiento cívico militar que destruyera la Cuarta República, creación consumada del Pacto de Punto Fijo.
Idea de renovación y cambio que encontró oídos. Entre 1982 y 1983, pasando juramentos, nombramientos de dirección de la compañía José Antonio Páez e integración con ex guerrilleros y aun rebeldes –del talante de Douglas Bravo, Ali Rodríguez Araque y Klever Ramírez– fraguaron el camino que pondría en marcha una vez más la triada: caudillo, ejército y muchedumbre, columna vertebral de las revoluciones nacionalistas militares que inauguraron personajes como Getulio Vargas para la historia de nuestro continente.
De esta manera, llegó el día en que Hugo Chávez fue María José para el PRV y la Causa R, porque la clandestinidad no le permitía pronunciar su nombre de pila a quien llegaría a ser el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías.
Fue una clandestinidad efectiva. Desde que en 1983 se creara al interior del ejército venezolano el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), reafirmado con el juramento debajo del Samán de Guere en 1985, tomó cuerpo un proceso de acumulación conspirativa que resultaría confirmado por el caracazo como primera insurrección social en contra del modelo económico, social y político neoliberal. Proceso de integración de oficiales y construcción de potencia social y política que tomaría forma pública el 4 de febrero de 1992 (4F), con una intentona de golpe de Estado que sintetizó dos coordenadas básicas: 1) la reconstrucción de un ejército bajo inspiración bolivariana, que a su vez se reivindicara anti oligárquico –adhiriéndose a la figura del caudillo Ezequiel Zamora- y reclamara las ideas de gobierno, educación y ley que edificara Simón Rodríguez y, 2) expresar la unidad de los factores históricos que habían luchado contra la dictadura de Pérez Jiménez, que además continuaron enfrentándose con los gobiernos del Pacto de Punto Fijo y contra el rentismo petrolero dirigido hacia intereses norteamericanos, denotando la conformación de una alianza cívico militar, donde estos últimos serian la fuerza dirigente.
Diez años de construcción interna, de conspiración, de clandestinidad y vínculos no bastaron para que el golpe de 1992 resultara exitoso. Como es bien sabido, el golpe triunfó en Zulia, pero fracasó en Caracas, pese a lo cual Chávez, con su famoso “por ahora”, se instaló en la opinión pública venezolana y continental, convertido a su vez en profeta derrotado. Vendrá la prisión.
El 27 de marzo de1994, despojado de sus charreteras, derrotado en sus aspiraciones, Hugo Chavez sale de la prisión de San Francisco del Yaré. El Teniente Coronel de la debacle, que convirtió la cárcel en su Haití bolivariano, celda tras celda nunca dejó de conspirar, y a pesar de su pobreza material no declinó en la búsqueda del camino para ascender a la victoria. El estudio a profundidad, la relectura de diversidad de textos clásicos, y la reflexión constante, le permitieron asumir una gran autocrítica, explicación del viraje político que significó cambiar el golpe de Estado cívico militar por las elecciones, tratando de ganar el apoyo del ejército.
El encuentro con el oriente de La Gran Colombia
De la nación creada en el Congreso de Cúcuta en 1821 solo quedaban vanos recuerdos. Los militares derrotados durante el 4F iniciaron un periplo en el cual se encontrarían con las viejas tierras sobre las que llaneros y campesinos consumaron su libertad: al oriente de Venezuela, Colombia. Mientras se desenvolvía el plan liderado por el comandante Chávez en Caracas, en Bogotá se consumaba la Asamblea Nacional Constituyente –ANC– que diera nacimiento a la Carta Magna de 1991, en cuya redacción participaron guerrilleros desmovilizados del M-19, el Epl y el Prt.
El encuentro de María José con Colombia sólo puede explicarse en el cruce de la derrota admitida, de la rectificación procesada en medio de la soledad y el silencio del presidio, y del nuevo camino –para proseguir tras su objetivo por una patria diferente- en configuración en su cerebro.
El camino toma forma, extendiéndose, por una de las fronteras de su país, más allá de San Cristóbal. En 1994, poco después de su salida de prisión, el Teniente Coronel llega a Bogotá con dos de sus más cercanos colaboradores. Venia de ser abucheado en Managua en un evento de organizaciones sociales gracias a que su figura aun recordaba a los militares golpistas que instituyeron dictaduras genocidas en todo el continente. Lo traía la fundación Simón Rodríguez, donde se alineaban Gustavo Petro, José Cuesta y algunas decenas de desmovilizados del M-19. Petro, en particular, se encontraba de salida de la Cámara de Representantes, tras la derrota sufrida en las urnas por la Alianza Democrática M-19 que de 23 congresistas pasaba a 0. Este encuentro de dos vencidos, y de dos procesos en decaída, tendría especial significado en la correría que Chávez concretaría por gran parte de América Latina tras la búsqueda de nuevas perspectivas políticas.
Su sitio de reposo y acción en Bogotá no podía ser más sencillo. Calle 13 con carrera cuarta, a mitad de la cuadra, una inmensa casona, sede de la Juventud Trabajadora de Colombia –JTC. Allí, en su segundo piso, sostenida por grandes paredes pintadas de blanco, en un gran cuarto se extienden en fila 18 camas, y al fondo un solo baño para compartir. Para entonces, tal vez habría que cancelar 1.000 pesos por el descanso nocturno –en la actualidad la suma se multiplicó por diez. Allí, en aquella casa donde se congregan jóvenes motivados por un cristianismo social, instaló, en Bogotá, su ‘cuartel general’ quien pasados unos pocos años marcaría con su audacia toda la región. Cuentan quienes compartieron aquellos días y noches con el aguerrido hijo de Bolívar, que alegraba el final de cada día con cantos llaneros y tertulias de amplía erudición sobre el pensamiento bolivariano, a la par que devoraba, con repetición, los platos cocinados por doña Ruth, la dueña del restaurante aledaño a la sede donde pernoctaba. Para entonces, la pobreza que rompía los bolsillos de Chávez era tan épica como su terquedad.
Tras la noche las luces del nuevo día proyectan sus destellos. No habían trascurrido las primeras horas de la llegada de los tres militares bolivarianos a la capital colombiana cuando se enteraron de los resultados de la primera encuesta electoral realizada en Venezuela, en la que figuraba el Teniente Coronel recién salido de prisión como triunfador en caso de presentarse a la consulta presidencial. La tarea por encarar era inmediata: había que realizar una rueda de prensa para comentar esta noticia. En su mente el camino ya parecía delineado: las elecciones serían el vehículo y la democracia la bandera. Aquel mismo día, en la noche, concretaría el primer encuentro con la izquierda local, en un homenaje efectuado en el teatro La Mama, donde fue presentada una obra con la semblanza de Bolívar, allí cruzó sus primeras palabras con miembros de la Unión Patriótica y con personalidades de la oposición colombiana.
Encontrado el vehículo electoral, y denotada la bandera de la democracia, era necesario perfeccionar su mirada frente a la trasformación del Estado venezolano, para poder ponerle fin a la IV República. Su cuestionamiento de la realidad de su país era fuerte, y los caminos para superarla requerían alternativas, el aprendizaje constituyente colombiano seria una de ellas. La nueva Constitución sellada en 1991 aún estaba fresca en la memoria política nacional, así que los anfitriones de Chávez pactaron reuniones con los tres copresidentes de la ANC.
Navarro, Serpa y Álvaro Gómez Hurtado aceptaron la entrevista, a la cual además acudiría Gustavo Petro y algunos otros amigos. Con excepción de Serpa, Gómez Hurtado y Navarro sostuvieron largas conversaciones con quien algunos años después rompería el dominio bipartidista en su país. De tales conversaciones rescataría algunos aspectos sustanciales que pocos años después tomarían cuerpo en la política de la República Bolivariana:
Primero: la necesidad de que una nueva constitución inaugure un novísimo pacto político que inhabilite a las clases y castas políticas tradicionales. La enseñanza estaba fresca. Antonio Navarro reconoce por primera vez, a oídos de Chávez y de Petro, tras la debacle electoral de 1994, el error cometido al secundar al principal dirigente de la derecha y las castas políticas tradicionales criollas, Alfonso López Michelsen, de inhabilitar como candidatos al Congreso a los miembros de la ANC, luego que la Cámara y el Senado fueran cerrados y remplazados por los constituyentes. Tal decisión implicó la destrucción del caudal electoral temporal que movilizaron los candidatos de la izquierda, y habilitó la readaptación de los políticos profesionales de la derecha que coparon de nuevo el legislativo, instalando una batalla contra los virajes progresistas logrados con la Carta del 91. Quedó destruida así, por varios años, la posibilidad de acumular fuerzas, de manera sostenida en las urnas, por parte de un proyecto nacional y popular bajo liderazgo de la izquierda.
El proceso bolivariano demostró su capacidad de materializar el aprendizaje al imponerse sobre los partidos tradicionales -Acción Democrática (AD) y Comité de organización política electoral independiente (COPEI)-, lo que le permitiría ganar las mayorías en la Asamblea Nacional que daría parto a la Constitución de 1999. Cambiaba así, de manera radical, la arquitectura del Estado venezolano, conformando un legislativo unicameral y reestructurando el poder electoral. Tales decisiones implicaron la creación de un nuevo protagonismo político que inhabilitó a las castas políticas que usaban el Estado para la dominación, y lo concebían como botín del rentismo petrolero. La primera lección estaba aprendida y desarrollada.
Segundo: la renovación de la política implica la ruptura con los partidos tradicionales. Álvaro Gómez Hurtado mencionó que un renovado impulso de la política debía ser guiado por nuevas fuerzas instaladas en el panorama político; renovar implicaba ganar la batalla por depurar y establecer una agenda transgresora del orden imperante. Era incluso paradójico cómo Gómez Hurtado, que venía de una ruptura con el Partido Conservador, era “el más radical en términos de la ruptura con el régimen, a través de la posición del Movimiento de Salvación Nacional, mucho más que las posiciones un poco blandengues de algunos constituyentes del M-19” (2).
La lección implicó, en los primeros años del proceso bolivariano, la conformación de nuevas fuerzas políticas y su apalancamiento colectivo, fuerzas como el Movimiento Quinta República –MVR- del comandante Chávez, el partido Patria Para Todos, e incluso la renovación del Partido Comunista Venezolano, que lograron fracturar el bloque social de poder dominante, y atraer para sus filas figuras de las fuerzas militares y de los partidos transicionales al ejercicio de una política transgresora desde el mismo aparato de gobierno. Aprendizaje que tras unos pocos años -2006-, fue olvidado y/o negado ante el impulso del partido único de la revolución, con la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela y su incapacidad para depurar tanto las tradiciones clientelistas como personajes reproductores de tales prácticas en las filas del chavismo.
El liderazgo militar y el renacimiento bolivariano
Junto a sus amigos colombianos, Chávez insistió en las ideas de Bolívar. En un pacto firmado en el Puente de Boyacá reiteraron la necesidad de reconstruir el ideal del Congreso Anfictiónico donde encontrara asiento toda América Latina, iniciando un proceso de construcción de redes políticas y militares que tendría como fin la reestructuración de la política, desde el sur del río Bravo hasta el Cabo de Hornos.
Para tal fin organizaron en 1996 en Santa Marta el Primer Congreso de Pensamiento Bolivariano, que logró reunir representantes procedentes de Argentina, Cuba, Venezuela, Ecuador, no menos de 150 personas según indican personas que estuvieron presentes; concurrencia integrada por ex coroneles, capitanes y tenientes colombianos y ecuatorianos, intelectuales del talante de Norberto Ceresole, y representantes de partidos políticos de izquierda. La idea fuerza que en 1997 tomaría forma en el Congreso Anfictiónico de Panamá, sería la integración de movimientos cívico militares que a través de las urnas reinstalarían el pensamiento bolivariano, virando hacia la izquierda, ganando la inserción entre la muchedumbre y en los organismos de poder, entre ellos el aparato militar y los legislativos.
A un año de la muerte del Teniente Coronel y Presidente Hugo Chávez, es indispensable reflexionar sobre el evidente fin de un ciclo de militares nacionalistas que convertidos en caudillos giraron hacia la izquierda, instalándose en la pugna por la democratización del continente. Los asomos de cambio en la correlación de fuerzas en Venezuela obligan, además, a debatir sobre los logros y esperanzas del esquema caudillo-ejército-muchedumbre que caracterizó estos procesos a lo largo de la historia mediata y reciente de la región.
1 Acuerdo bipartidista para sucederse en el gobierno, o Frente Nacional a la venezolana.
2 José Cuesta, entrevista del 11 de febrero de 2014.
* Integrante del Consejo de Redacci