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Industria colombiana, julio de 2016, ¿coyuntura o colapso?

Industria colombiana, julio de 2016, ¿coyuntura o colapso?

La más reciente Encuesta Mensual Manufacturera (EMM) del Dane, informa que durante el mes de julio de 2016 la producción real de la industria cayó 6,2 por ciento (-9,7%, sin refinación). Una caída que no es pasajera sino consecuencia de factores estructurales que históricamente han limitado el desarrollo de la industria colombiana. El dato, en relación con lo que viene ocurriendo en el resto de variables económicas, reafirma que el país se adentra sin pausa en una compleja recesión. El 2017 podría convertirse en un año complicado, similar o peor a los vividos durante la crisis de finales del siglo XX, la que se prolongó a lo largo de un doloroso cuatrienio.

 

Es común escuchar que la economía va bien. Voceros gubernamentales como el presidente Santos y su ministro de Hacienda, no dudan en reafirmarlo. Desde el Banco de la República anotan lo mismo. Pero pese a sus buenos deseos el país no se enruta hacia la prosperidad, como permiten afirmarlo los indicadores económicos. 2014: aparecen los primeros síntomas; 2015: se prenden las alarmas; 2016: recesión y gestión del riesgo; 2017: ¿Crisis?

Mes de espanto

 

Con la reducción del gasto social (por mandato de la regla fiscal), la devaluación del peso, el incremento de la tasa de interés, la venta de empresas públicas y otras políticas públicas en boga, el actual Gobierno trata de surfear en las turbulentas aguas de la crisis capitalista que agita con sus olas las economías de todos los países, en particular las periféricas. Sus medidas son las más ortodoxas entre las ordenadas por la banca multilateral, pero hasta ahora sólo logran poco o nada de lo pretendido; al contrario, empeoran la situación.

Lo informado por el Dane el pasado 15 de septiembre, en su Encuesta Mensual Manufacturera (EMM), donde confirma la caída de la producción real de la industria durante el mes de julio de 2016 en un 6,2 por ciento y un 9,7 sin tener un cuenta el efecto transitorio de Reficar (en comparación con igual mes de 2015), así lo certifica.

El dato del séptimo mes contrasta con el de igual período del 2015, cuando alcanzó un crecimiento de 0,9 por ciento (respecto a 2014). De las 39 actividades industriales investigadas por la EMM, sólo tres sectores de la industria se salvaron del declive manufacturero: La coquización, refinación de petróleo y mezcla de combustibles se mantuvo como el sector con mayor expansión anual (11,8%), seguido de fabricación de maquinaria y equipo (11,3%) y fabricación de productos elaborados de metal (2,3%). Los otros 36 sectores registraron desplomes en su producción real, restando 8,3 puntos porcentuales a la dinámica industrial; los 3 subsectores con variaciones positivas sumaron 2,1 puntos porcentuales a la variación total (ver gráfico 1).

 

 

Ante un mar picado. La lectura de las cifras del Dane permite determinar que siete actividades manufactureras presentan descensos superiores al 20 por ciento en julio de 2016. Estas son: trilla de café (-24,7%), curtido y recurtido de cueros; recurtido y teñido de pieles (-30,8%), transformación de la madera y sus productos (-30,5%), fabricación de aparatos y equipo eléctrico (-24,7%), fabricación de vehículos automotores y sus motores (-26,3%), fabricación de partes, piezas (autopartes) y accesorios (lujos) para vehículos (-21,6%) y fabricación de otros tipos de equipo de transporte (-36,6%). Estos fueron los rubros que más se contrajeron.

Realidad más áspera que lo observado a primera vista. Al excluir la actividad de refinación de petróleo, el colapso global de la producción industrial asciende hasta 9,7 por ciento, lo que resalta el gran peso de este subsector sobre la economía, transformándose en un reto de innovación y productividad para los demás componentes de la industria, teniendo en cuenta que el aporte positivo de la reapertura de Reficar empezará a moderarse a partir de octubre de 2016. La nueva Refinería de Cartagena triplicó el margen de refinación y duplicó la capacidad de carga (de igual manera, debido a la corrupción, se duplicó el costo de construcción de la refinería en 4.500 millones de dólares, según la Controlaría General de la República) generando un impacto macroeconómico positivo en el PIB Industrial al contribuir, temporalmente, con cerca del 6 por ciento al crecimiento del sector.

Un brusco desplome. De igual modo, el Dane indicó que las ventas del sector manufacturero durante julio de 2016 tuvieron una contracción del 5,2 por ciento, respecto al mismo mes de 2015; un año atrás las ventas registraron un crecimiento en un porcentaje del 2,9 (respecto a 2014). En tanto que el personal ocupado en 2016 aumentó en apenas 0,2 por ciento; esto es, 0,7 puntos porcentuales por debajo de 2015.

 

 

Según la EMM del Dane, en el acumulado enero-julio de 2016, respecto al mismo período de 2015, la producción industrial registra una variación del 3,9 por ciento. En este lapso, de las 39 actividades industriales representadas en la EMM, 19 contienen variaciones positivas en su producción real, sumando 5,2 puntos porcentuales a la variación, mientras los 20 subsectores restantes con variaciones negativas restaron 1,3 puntos porcentuales a la variación total. El comportamiento de estos últimos siete meses fue superior respecto a la comparación 2015/2014 en producción y ventas; en cambio, la dinámica de la ocupación registra un ritmo menor de crecimiento.

¿Realidad estructural o coyuntural? Según las explicaciones del Gobierno, el derrumbe industrial fue ocasionado por el paro camionero que impactó el flujo de materias primas y las salidas de productos terminados. Pretexto poco convincente, teniendo en cuenta que la reducción del transporte terrestre ocurrió a partir de la segunda semana de junio y se prolongó hasta el 22 de julio. En junio, mes en el que inició dicho paro, la variación real de la producción industrial estuvo en el polo opuesto, según las cifras del Dane ésta subió 6,6 por ciento. Además, pese a la significativa caída, la ministra de Comercio, Industria y Turismo, María Claudia Lacouture, por ingenuidad o farsa, sentencia que esta caída coyuntural no debe afectar las expectativas de la industria para todo el 2016: “Confiamos en que cerraremos el año con una tendencia positiva”.

En contraste, el presidente de la Andi, Bruce Mac Master, afirmó que “dos factores influyeron en la caída de las cifras de producción industrial en el mes de julio como fueron el paro camionero y las altas tasas de interés”. La misma Andi sostiene que las alzas continuas en la tasa de interés han impactado negativamente la demanda y el crecimiento de la industria. En efecto, los siete miembros de la Junta Directiva del Banco de la República, de la cual hace parte el Ministro de Hacienda y Crédito Público, promueven desde hace meses una senda alcista de la tasa de interés de intervención: en 2014 estaba en 4,1 por ciento, en 2015 cerró en un porcentaje del 5,8, y en 2016 llevaron dicho indicador a 7,8; alza decretada como respuesta de la Junta para intentar controlar dos fenómenos económicos adversos: la escalada de la inflación muy por encima de la meta fijada por ellos y la ampliación en el déficit de cuenta corriente del país hasta niveles insostenibles.

De acuerdo con las cifras del Dane, en el período agosto de 2015 a julio de 2016 la variación en el índice de precios al consumidor fue de 9 por ciento; esto es, duplicó los resultados de inflación en el mismo período 2015/2014 que fue de 4,5. El grupo con la mayor variación en el alza de precios durante estos últimos doce meses fue alimentos con 15,8 por ciento (en agosto 2014–julio 2015 fue de 5,7). De tal manera que los sueldos y salarios de la clase trabajadora, con un incremento para el año 2016 inferior a la tasa de inflación, quedaron rápidamente pulverizados en su capacidad de compra de los bienes y servicios que componen la canasta familiar.

En consecuencia, la subida en la tasa de interés fue inconsistente e irracional; sólo benefició a la oligarquía financiera. Ha quedado claro que el remedio fondomonetarista de asfixiar la demanda arroja resultados contrarios, sin servir para remediar la enfermedad, una inflación desbordada y un déficit en el comercio exterior creciente, sin que sirviera de mucho, cosa que el Banco de la República comienza a reconocer a deshoras al detener su incremento. En agosto de 2016, el índice de precios al consumidor se redujo en -0,32 por ciento (en agosto de 2015 fue positivo en 0,48); finalmente, la política monetaria del Banco de la República condujo al país, de manera perversa e indolente, a una situación deflacionaria, que como es conocido se presenta cuando, dentro de una economía, los ingresos se deprimen, aumenta el desempleo y los niveles de pobreza, caen los precios y la demanda se debilita y tiende a deteriorarse.

Además, en los últimos 12 meses las exportaciones acumulan una caída de 32 por ciento, siendo los combustibles y las manufacturas los principales obstáculos para su recuperación, las que para julio de 2016 disminuyeron 27,3 por ciento con relación al mismo mes del año anterior. Un desglose de esta caída no deja dudas de su magnitud: las ventas al exterior de productos manufacturados cayeron en 38,3 por ciento, superior al descenso de las exportaciones de productos agropecuarios (-34,5%) y combustibles (-20,2%). Las exportaciones del grupo de manufacturas pasaron de US$745,3 millones en el mes de julio de 2015 a US$460 millones en el mismo mes de 2016; este comportamiento se explicó principalmente por la caída en las ventas externas de ferroníquel (-69,6%), productos químicos (-34,2%) y papel y cartón (-57,7%).

Hasta el año 2013, la balanza comercial de Colombia arrojó cifras positivas. En 2014, el déficit comercial (el valor exportado es menor al importado) fue de 2.203 millones de dólares FOB (valor de mercado en las fronteras aduaneras); en 2015 el déficit del comercio exterior se elevó en 153 por ciento al mostrar cifras en rojo por 15.907 millones de dólares FOB. En 2016, el acumulado del déficit al mes de julio suma 7.243 millones de dólares FOB.

De otra parte, según el Dane, en julio de 2016 las ventas del comercio minorista cayeron un 3,3 por ciento, en contraste con el alza de 4,5 por ciento en igual mes de 2015. Las principales contribuciones negativas a la variación total estuvieron a cargo de las líneas asociadas a la industria automotriz que perdieron, en conjunto, más del 20 por ciento del mercado.

Como puede deducirse, las aguas donde surfea el gobierno no son calmas y los riesgos que corre son varios y están encadenados. Adicionalmente, porque la tasa de desempleo vuelve a aumentar por culpa de la pérdida de velocidad en el desempeño económico. En efecto, según el Dane, la tasa de desempleo (porcentaje entre el número de desempleados y la PEA), para el mes de julio de 2016, fue 9,8 por ciento, aumentando 1,0 puntos porcentuales respecto al mismo mes del año anterior (8,8%). Para el mes de julio de 2016, la tasa de ocupación (relación porcentual entre la población ocupada y el número de personas que integran la población en edad de trabajar) fue 57,3 por ciento, disminuyendo 1,1 puntos porcentuales respecto al mismo mes del año anterior (58,4%). Producto de esta situación, entre junio y julio de 2016, se perdieron 160.000 puestos de trabajo; esto es, de 22.144.000 personas ocupadas se pasó a 21.984.000; el 72,4% de esta merma ocurrió en la industria manufacturera (-116.000).

Déficit fiscal

 

En 2015, todas las alertas se encendieron, ya que los ingresos petroleros se fueron al piso, la inflación volvió a trepar y el dólar se convirtió en un elemento de carestía y preocupación para ciudadanos, empresarios y gobierno.

Los vientos cambian de rumbo. El déficit fiscal del Estado es creciente (los gastos son mayores a los ingresos públicos), como consecuencia, de una parte, del desplome de la renta petrolera, debido a: i) debido a la disminución de los precios del petróleo en los mercados internacionales: terminó 2014 en US$ 101 dólares promedio el barril y actualmente se cotiza en US$ 45; ii) la caída en la producción nacional, de un promedio de un millón de barriles diarios en 2015 a 827.000 en agosto de 2016 y, de otra parte, debido al bajón exportador, la fatiga de la demanda y la inestable oferta productiva, el mayor desempleo y los menores ingresos de los trabajadores y la reducción de los ingresos tributarios.

Para el año 2016 el déficit fiscal está calculado en 3,9 por ciento del PIB y para 2017, por presión de la regla fiscal debe bajar a 3,3 por ciento. Para así garantizarlo, en el Presupuesto General de la Nación de 2017 (aprobado en el Congreso por un monto de $ 224,4 billones) redujeron el presupuesto de inversión en más del 10 por ciento (le asignaron para 2017 el 14,8% de la cifra aprobada), golpeando aún más las ya de por sí endebles demanda y actividades productivas (el 85,2% del PGN se destina al pago de deuda pública, gastos de funcionamiento y pensiones). Además de continuar creciendo el endeudamiento público, está cantada una nueva reforma tributaria, orientada principalmente a restar una vez más los ya de por sí ingresos famélicos de la clase trabajadora.

En paralelo, la caída en los precios de las materias primas, entre otros, no deja levantar cabeza a la inversión extranjera directa (IED), la que entre enero y agosto de 2016 sumó 6.178 millones de dólares, según indica la Balanza Cambiaria. Comparando con el mismo período de 2015, la disminución de la IED fue de 25 por ciento; esto es, la cifra registrada en ese año alcanzó los 8.234 millones de dólares.

Estos y otros datos arrojados por la economía en lo que va del 2016 indican que este año tendrá peores resultados que los registrados durante el 2015, pero sin que la crisis económica haya desatado aún todo su impacto, el que golpeará con peores efectos en 2017. Las cifras para este 2016 no son muy alentadoras. Las dificultades por las que atraviesa la economía mundial y regional, finalmente percutieron en el país. Hay que reconocer, también, que buena parte de los resultados adversos anotados corresponden a la factura de cobro ocasionada por un modelo de “desarrollo” espoliador y rentista, especulador e inequitativo, y por las equivocaciones en los diagnósticos y estrategias, las deficientes políticas públicas, la corrupción y la equivocada gestión macroeconómica. Con lo anotado hasta acá es creíble asegurar que la economía colombiana no crecerá más allá de un 2 por ciento en 2016; 1,1 puntos porcentuales por debajo del 3,1 por ciento logrado en 2015 (gráfico 3).

 

Revolcado por el mar. Es decir, el año próximo podría convertirse en uno de los más complicados luego de la crisis de finales de los años 1990 (en 1999 la economía nacional colapsó y declinó en 4,3 por ciento), cuando el país entró en una recesión que sólo logró superar a partir del año 2003. Tendencia que desdice lo proyectado por el Ministro Mauricio Cárdenas que veía para este año un crecimiento de entre el 4 y 4,5 por ciento (1), a la vez que cuestiona el conformismo del Presidente, que en la más reciente Asamblea de la Andi confirmaba que “Seguimos siendo uno de los países que más está creciendo dentro de esta coyuntura tan difícil, regional e internacional”. Reafirmando, fiel a los mandatos de la banca multilateral: “Y vamos a mantener ese enfoque, responsabilidad fiscal, ajustes que nos mantengan dentro de la Regla Fiscal, pero al mismo tiempo defendiendo la inversión social […]” (2).

Ante un mar bravío. En estas circunstancias complejas, con el colapso ya registrado de la industria en julio de 2016, todo indica que estos resultados no son el producto de un evento coyuntural sino que, más bien, son el reflejo de factores estructurales, determinantes sistémicos y deficiencias institucionales.

 

Industria, el desplome

 

La divisa estadounidense arrancó el 2015 en $2.393 y alcanzó un máximo de $3.435 a principios de 2016. Con una devaluación del 43,5 por ciento, la clase dirigente colombiana pensó, de manera ilusa, mecánica y sin realizar esfuerzo alguno, que la industria criolla elevaría su competitividad en los mercados internacionales como consecuencia de la depreciación de la moneda nacional y no producto explícito y concreto de mejorar la productividad y fomentar las actividades de ciencia, tecnología e innovación.

Con respecto al indicador de utilización de la capacidad instalada de la industria, en julio de 2016 se situó en 74.5 por ciento, nivel superior al observado hace un año (72.8%); sin embargo, continúa por debajo del promedio histórico de las cifras reveladas por la Encuesta de Opinión Industrial Conjunta de la Andi (76.2%).

Además de la abrupta caída en la producción real de la industria, en julio de 2016 las ventas industriales totales cayeron 5,2 por ciento anual, respecto al mes de julio de 2015; al separar las actividades de refinería, las ventas manufactureras caen en –8,9 por ciento. Las máximas ventas corresponden al sector de “Coquización, refinación de petróleo, y mezcla de combustibles”, que registraron un aumento de 14,1 por ciento. Las caídas más pronunciadas en ventas están relacionadas con el conjunto de actividades que componen el sector automotriz (superiores al 20%).

Adicionalmente, en julio de 2016, el personal ocupado por la industria manufacturera presentó una variación de 0,2 por ciento frente a igual mes de 2015. De acuerdo con el tipo de vinculación, el personal a término indefinido aumentó 0,8 por ciento y el contratado a término fijo disminuyó 0,6. Según el área funcional, el personal vinculado con los procesos de producción en la industria disminuyó 0,1 por ciento y el vinculado a labores administrativas aumentó 0,9.

Respecto a los sueldos y salarios reales, en el conjunto de la industria manufacturera se registra una disminución de 3,9 por ciento. La pérdida de ingresos es mayor en el empleo permanente comparado con el empleo temporal: en los primeros el menoscabo en las remuneraciones es de 4,0 por ciento y en los segundos 3,4.

Lo más grave de los resultados de la industria manufacturera colombiana es la destrucción de puestos de trabajo fabriles en los último tres años. En el período 2001-2013, este tipo de empleo aumentó de 2.057.000 a 2.625.000 trabajadores; esto es, un crecimiento promedio anual de 2,3 por ciento. Durante los años 2014-2016, se presentó un descenso fuerte llegando a 2.455.000 trabajadores fabriles, esto es, una pérdida neta de 169.000 puestos de trabajo, equivalente a una caída de -2,2 promedio anual, al comparar con el máximo de ocupación fabril alcanzado en 2013.

Además, el número de ocupados en la industria manufacturera viene perdiendo participación relativa respecto al número de personas ocupadas en el total nacional (se pierden más puestos de trabajo fabriles comparado con el resto de ramas de la economía). El empleo generado por la industria alcanzó un máximo de participación en el total de personas ocupadas a nivel nacional de 14,5 por ciento en 2005; en 2016 esta participación cae a 11,2 por ciento, de acuerdo con los indicadores del mercado laboral publicados por el Dane (gráfico 3).

La mayoría de estos indicadores permiten afirmar que el Gobierno está surfeando en el mar que no es. Buscar que el viento sople en otra dirección es indispensable, para lo cual es necesario que no atienda ni pregunte más a la banca multilateral sobre el qué hacer. Sus ‘recomendaciones’ han llevado al hundimiento hasta de transatlánticos, ¿qué decir de un simple nadador?

 

1 “Colombia crecería 4 por ciento en 2016: Minhacienda”, http://www.elcolombiano.com/negocios/economia/
2 Santos, Juan Manuel, palabras en la clausura de la LXXII Asamblea Nacional de la Andi, 12 de agosto de 2016, http://es.presidencia.gov.co/

 

 


 

 

Industria colombiana, historia breve

 

Si bien durante el siglo XIX, el país contaba con una producción artesanal de textiles, hilado y tejido de algodones y lanas, elaboración de sombreros de paja y calzado, producción de velas, artículos y muebles de madera, jabones y perfumes, fue hasta las postrimerías de la centuria que los esfuerzos por ingresar a la era de la industrialización moderna (con siglo y medio de atraso frente a los países desarrollados) empezaron a notarse, enfrentando un mercado estrecho, escaso interés de inversionistas, competencia extranjera, atraso y dificultades tecnológicas, inexperiencia técnica y empresarial, pobreza generalizada, falta de educación y baja capacitación de la fuerza de trabajo.
De estos años quedaron las fundiciones de hierro, las industrias de alimentos y bebidas, fábricas de envases, vidrieras, producción de cigarrillos y fósforos. En general, se trataba de actividades manufactureras transformadoras de materias primas de origen agropecuario, de amplio consumo masivo, destinadas a satisfacer las necesidades básicas de la población popular (presos de una cultura que desprecia lo nacional, la oligarquía tendía a importar todo lo que consumía).
Las industrias productoras de bienes intermedios, de consumo durable y de bienes de capital, por su mayor complejidad tecnológica, sus escalas mínimas de producción y altos requerimientos de capital, tienden a desarrollarse más tardíamente y de manera limitada en Colombia. Producto de la participación del Estado y de las empresas extranjeras en el fomento y financiamiento de la industria manufacturera, entre 1945 y 1974 las actividades industriales se multiplicaron por 7,7, creciendo a un ritmo anual promedio de 7,3 por ciento; durante este período, el empleo fabril creció de 135.400 a 447.900 trabajadores, esto es, una dinámica promedio anual de 4,2 por ciento.
Entre 1975 y 1983, por el contrario, la industria colombiana comenzó a experimentar una crisis creciente. Durante los años 1975-79, la actividad manufacturera se expandió a un ritmo más lento que la economía en su conjunto; entre 1980-83 el país presenció el desplome de la industria. Aunque hasta 1979 el empleo fabril aumentó hasta llegar a 516.700 trabajadores, en los años siguientes se presentó un descenso fuerte (el primero experimentado por la industria en medio siglo) cayendo a 472.000 trabajadores en 1983.
Cinco factores explican lo sucedido: i) el impacto de mayores importaciones legales e ilegales; ii) caída en las ventas al exterior de productos manufactureros, debido al desmonte de los subsidios a las exportaciones en 1975 y a la recesión internacional iniciada en 1979; iii) menor dinamismo de la demanda interna, potenciada por el efecto de los bajos ingresos de los trabajadores, los altos índices de pobreza y la severa recesión que comenzó a afectar a la economía colombiana a comienzos de la década de 1980; iv) problemas estructurales relacionados con el rezago respecto a aquellos sectores que en el mundo incorporaron más rápidamente las revoluciones industriales de segunda y tercera generación (actualmente la economía global hace el tránsito a la cuarta revolución industrial) y que generan mayores demandas de manufacturas; por el contrario, la industria nacional se concentra en actividades industriales tradicionales con débil dinamismo; v) el impacto de la financiarización de la economía y las exageradas altas tasas de interés que se registraron a partir del año 1980, ocasionando que las empresas enfrentaran severas dificultades financieras (en muchos casos las llevaron a la declaratoria de concordato o de quiebra).
La crisis de la industria estuvo acompañada por una involución en su estructura. Los sectores de sustitución temprana aumentaron su participación en el valor agregado industrial; en cambio, las industrias de sustitución intermedia y tardía sufrieron el mayor peso de la crisis. En general, el desarrollo de estas dos últimas ha sido lenta e incompleta, por ello a la industria manufacturera colombiana la caracteriza una matriz productiva primaria, poco integrada, disminuida en su capacidad exportadora y dependiente de la importación de materias primas y bienes de capital. Pese a un contexto adverso, durante el período 1945-1989, la producción de la industria manufacturera de “desarrollo temprano” (industrias de alimentos, bebidas, tabaco, textiles, confecciones, cuero y productos de madera y muebles, imprentas y diversos) pasó de participar en la composición del valor agregado de la industria manufacturera del 76,4 por ciento al 51,9; las empresas que hacen parte del “desarrollo medio” (industrias químicas, derivados del petróleo, caucho y minerales no metálicos) participaron con el 16,6 por ciento del valor agregado sectorial en 1945 y con el 26,4 en 1989; finalmente, los establecimientos del “desarrollo tardío” (industrias metálicas básicas, productos metálicos, maquinaria y equipo de transporte y papel) contribuyeron con el 7,0 por ciento del valor agregado manufacturero en 1945 y el 21,7 en 1989.
En los siguientes 26 años, la estructura industrial registra un crecimiento y una partipación más importante en el valor agregado del sector de desarrollo medio. En el año 2015, el sector de desarrollo temprano participa en el valor agregado industrial con 40,4 por ciento; desarrollo medio con 40,7 y desarrollo tardío con 18,9.
Finalmente, durante el período 1925-2016, el grado de industrialización (participación porcentual de la producción industrial en el PIB) registra tres momentos: i) entre 1924-1966 el valor agregado de la industria manufacturera contribuye con menos del 20 por ciento del PIB, con un mínimo de 8,6 por ciento registrado en 1930 y un máximo de 19,6 en 1962; ii) de 1967 a 1993 la industria representa más del 20 por ciento del valor agregado nacional, alcanzando un valor porcentual máximo de 24,2 en 1974; iii) a partir de 1994 la industria manufacturera colombiana acelera su andar cuesta abajo dentro de la economía nacional; declive que viene desde la crisis afrontada en 1975.
Conservando y agudizando la constante, la causa del descalabro industrial de los últimos 23 años responde principalmente, de una parte, al conjunto de medidas impulsadas desde los gobiernos de Virgilio Barco (1986-1990) y César Gaviria (1990-1994), profundizadas por los gobiernos que les siguieron, que desvanecieron una larga tradición de fomento y protección a la producción nacional y, de otra, al proceso de financiarización de la economía criolla que la condujo a la desregulación del mercado de capitales y a convivir con altas tasas de interés. El resultado no podía ser más lánguido: en 2016, el valor agregado de la industria manufacturera sólo aporta el 11,0 por ciento al total del PIB nacional (gráfico 3).
Pese a todo, el destino de la economía criolla, las finanzas públicas, el empleo nacional y el bienestar de las familias está atado a la dinámica de la economía real, en particular de la industria manufacturera: de 1925 a 2016 se registra una alta correlación entre los ciclos de la actividad industrial y la dinámica del PIB colombiano (gráfico 3).

 

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