A pesar de que los roles entre hombres y mujeres han cambiado en Colombia, producto de los inocultables avances logrados por éstas en el curso de las últimas décadas en campos como la educación, las inequidades entre ambos géneros continúan en el mercado laboral.
Tres brechas permiten comprenderlo: las brechas en la tasa de ocupación, la que pervive en los ingresos y, la existente en el uso del tiempo.
Nunca antes en la historia de Colombia las mujeres habíamos llegado a tener más años de educación que los hombres. De hecho, en promedio, las connacionales entre los 25 y los 65 años tenemos nueve de educación, y los hombres 8.3 Además, se estima que ya tenemos una mayor probabilidad que los hombres de terminar el bachillerato, la universidad o un posgrado. En promedio, 19 por ciento de las mujeres entre los 24 y los 65 años en Colombia tienen un diploma universitario o de posgrado. Sólo un 16 por ciento de los hombres alcanzan estos niveles educativos (1).
Transformación social de gran significado que debería reflejarse en la igualdad en el mercado laboral, pero que no llega a tal. ¿Por qué?
Las brechas laborales: tasa de ocupación
En Colombia, los hombres presentan mayores tasas de ocupación que las mujeres. Mientras que en promedio, la tasa de actividad en las zonas urbanas es de 70 por ciento entre los hombres, ésta es sólo el 46 por ciento para las mujeres (2). La tasa de actividad es aún menor para aquellas en situación de pobreza extrema en zonas urbanas (31,9%) y en zonas rurales (20,3%). Existen además diferencias entre las mujeres. Las que viven en situación de pobreza extrema y moderada (con Sisbén) en zonas urbanas también tienen una mejor tasa de ocupación que aquellas sin Sisbén a lo largo del ciclo de vida, hasta los 54 años.
Diferentes estudios sugieren que aumentar la tasa de actividad en labores remuneradas entre mujeres rurales es particularmente complejo, debido a la estructura de la economía agropecuaria que domina en Colombia, en la cual las oportunidades de “jornaleo” (es decir trabajo diario en parcelas de terceros) se dan casi exclusivamente para los hombres (3).Una realidad excluyente y negadora de derechos fundamentales. A pesar de las importantes mejoras en la educación de las mujeres rurales más jóvenes, éstas carecen de oportunidades laborales. Su trabajo en el hogar, que incluye en muchos casos labores productivas para el autoconsumo, está vista como una fuente marginal, apenas complementaria de la del hombre. Las actividades domésticas se han subvalorado tradicionalmente, al no ser consideradas realmente productivas, puesto que no reciben un ingreso (4) (5) (6). Además, es importante resaltar que sobre todo en zonas urbanas, un gran número de mujeres puede salir a trabajar, gracias a la disponibilidad de empleadas del servicio doméstico que legalmente reciben un salario mínimo.
Las brechas de ingresos
Al tener el mismo nivel educativo de un hombre, y al realizar el mismo trabajo en el área, horas y responsabilidad, se supone que las mujeres deberíamos ganar igual a un hombre. Sin embargo, y pese a que han transcurrido más de 40 años desde la entrada en masa de la mujer al mercado laboral, esto es aun una fantasía.
Los estudios indican que el 2,34 por ciento de las mujeres de 18 a 64 años en las zonas urbanas, y el 10 por ciento en las rurales, si bien trabajan, lo hacen sin ningún tipo de remuneración (7). Así mismo, los hombres obtienen ingresos más altos que las mujeres, sobre todo en zonas rurales. Por su parte, y en promedio, una mujer rural gana menos de la mitad del ingreso de una mujer urbana (8). Lo mismo se observa cuando desagregamos por nivel educativo. Las mujeres ganamos menos en todos los niveles educativos, y las diferencias entre hombres y mujeres son mayores entre los que no tienen educación y aquellos que solo tienen básica primaria. En estos niveles, los hombres ganan más del doble.
Estamos ante una realidad deplorable. Existen y persisten fuertes diferencias en términos de ingresos, y las más perjudicadas son las mujeres con un bajo nivel educativo, y sobre todo en zonas rurales. Las que viven en condición de pobreza extrema y moderada, especialmente las residentes en zonas rurales, están excluidas de los mercados laborales formales dinámicos de las 13 principales ciudades, y de la infraestructura necesaria para llegar a los centros poblados en donde se encuentran los trabajos. Las zonas fuera del Sistema de Ciudades carecen de la infraestructura (vías primarias y secundarias), los recursos y el capital humano adecuado para promover su desarrollo económico, agropecuario e integral, fuera de la Unidad Productiva Agrícola (UPA), usada principalmente para la subsistencia de las familias campesinas.
Tasa de ocupación por sexo en zonas urbanas y rurales (18 a 64 años)
Fuente: Elaboración de la autora con base en datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2013.
Tasa de ocupación por ciclo de vida, y nivel socioeconómico en zonas urbanas
Las características del sector agropecuario colombiano excluyen a las mujeres del trabajo remunerado y formal, que es casi exclusivamente realizado por los hombres. Todos estos factores son causas que desincentivan igualmente el empleo formal de las mujeres en situación de pobreza, quienes viven en las zonas periféricas de las principales ciudades del país. Según Haussman (9), debido al alto costo en tiempo y dinero de traslado de zonas periféricas urbanas a los centros de trabajo, un turno de ocho horas de trabajo puede convertirse en un turno de 11 horas, pero el pago neto es de tan sólo seis. Así, el costo de oportunidad de las mujeres es mayor, debido al costo del cuidado de sus hijos.
Las brechas en el uso del tiempo
La tercer brecha por resaltar es la del uso del tiempo. Parte de las diferencias laborales entre hombres y mujeres se explican de hecho por el tiempo que dedican estas al cuidado y a las labores del hogar. Diversos estudios evidencian que un mayor número de horas dedicado al cuidado y a las tareas domésticas restringe su participación en el mercado laboral remunerado (10). En promedio, las mujeres rurales son quienes más dedican su tiempo a las labores del cuidado y del hogar, con 10,36 horas por día, casi dos horas por encima de las mujeres urbanas. Los hombres de zonas urbanas y rurales, por su parte, sólo dedican 3,27 y 3,13 horas al día a las mismas labores.
La Tabla 2, muestra que si consideramos las labores del hogar y del cuidado como “trabajo”, su carga total por parte de las mujeres excede el que realizan los hombres; en la población con Sisbén las mujeres dedican tres horas más al trabajo que los hombres, mientras que en los que no tienen Sisbén la diferencia es de dos horas.
Ingresos laborales promedio, entre los 18 y los 64 años, por sexo en áreas urbanas y rurales
Fuente: Elaboración propia de la autora con base en datos de la ENCV 2013. Nota: TyT se refiera a técnico y tecnológico.
Ingresos laborales promedio por nivel educativo y sexo
La economía del cuidado busca reconocer el aporte económico de todas las formas de trabajo, incluidas las no remuneradas del cuidado. Por esta razón, más allá de estudiar la situación de desventaja de las mujeres con respecto a las labores del cuidado, es importante analizar para cada sexo el contraste entre esfuerzos y compensaciones (11). Para resaltar el rol del cuidado en la economía nacional Fraser (2003) (12) sugiere crear un modelo llamado de doble proveedor/a y cuidador/a (es decir, de paridad de roles) que reemplaza nuestro modelo actual del hombre como “Proveedor Universal”, y que busca generar equidad de género mediante el reconocimiento del rol del cuidador, y la división equilibrada de los roles del cuidado entre hombres y mujeres. Esa estrategia ayudaría a una redistribución del tiempo (incluyendo el considerado libre), del descanso (incluyendo las horas de sueño) entre hombres y mujeres, y a una mayor valoración del trabajo del cuidado.
Estas son algunas de las inequidades de género reinantes en el mercado laboral colombiano, enfrentadas y denunciadas por las mujeres, las cuales han logrado transformaciones de todo tipo a través de infinidad de mecanismos y resistencias que han levando. Los logros son evidentes, pero aún falta mucho para que la igualdad de género en el mundo laboral sea plena.
** Artículo basado en el Working Paper de mi autoría, desarrollado para el Informe de Desarrollo Humano, Programa de las Naciones Unidas por el Desarrollo (PNUD) Oficina Regional para América Latina y el Caribe.
1 Encuesta Nacional de Calidad de Vida (Enero de 2013). Departamento Nacional de Estadísticas.
2 Ibídem.
3 Ramírez, J.M; Martínez-Restrepo, S.; Sabogal, A.; Enríquez, E.; Ramírez, V., “Barreras de acceso de la mujer rural a crédito, programas asociativos y la formalización de la tierra en el Norte del Cauca y el Sur del Tolima”. USDAID, Fedesarrollo, 2015.
4 Kabeer, N., Mahmud, S., & Tasneem, S. “Does paid work provide a pathway to women’s empowerment? Empirical findings from Bangladesh”. IDS working paper, 2011 (375), pp. 1-42.
5 Benería, L. The enduring debate over unpaid labour. In M. Loutfi, Women, gender and work: What is equality and how do we get there?, pp. 85-110, Geneva, ILO, 2001.
6 CEPAL, Entender la pobreza desde la perspectiva de género. Santiago, 2004.
7 Ibíd. Encuesta de Calidad…
8 Aunque estos análisis descriptivos no controlan por factores como el nivel educativo, la experiencia laboral o la edad, como se hace en una regresión Mincer, sí dan una idea de las brechas de género dentro de las zonas, y más aún entre las zonas urbanas y las rurales.
9 Hausmann, R. “The Logic of the Informal Economy”. Recuperado de http://www.project-syndicate.org/commentary/the-logic-of-the-informal-economy-by-ricardo-hausmann, junio 19, 2013.
10 Kabeer, N. “Gender equality and women’s empowerment: a critical analysis of the third millennium development goal”. Gender & Development, 13 (1), 2005.
11 Anand, S., & Sen, A. “Gender Inequality in Human Development: Theories and Measurement”. Center for Population and Development Studies, Harvard University, mayo, 1995.
12 Fraser, Nancy, “Redistribución, reconocimiento y exclusión social”. En: Inclusión social y nuevas ciudadanías. Departamento Administrativo de Bienestar Social DABS & Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2003.
* PhD. Investigadora de Fedesarrollo y Co-fundadora de CoreWoman.org
Recuadro
Desplegar alternativas
Lograr que el mundo del trabajo cambie, pero también que igual suceso ocurra en la vida cotidiana de la sociedad y la familia, es un reto por encarar en Colombia. Es importante tener en cuenta que son principalmente las mujeres en condición de pobreza extrema, moderada, en desplazamiento forzado y, aquellas que viven en zonas rurales, quienes más sufren de esta exclusión.
Es crucial crear políticas para reducir estas brechas, no sólo porque afectan los derechos sociales de las mujeres, sino porque son costosos para la economía. Un estudio dirigido por Cuberes y Teigner (1) indica que Colombia está perdiendo el 16 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) debido a los bajos niveles de participación laboral de la mujer, y un 4 por ciento debido al bajo nivel de emprendimiento por parte de las mujeres.
Entonces, ¿qué hacer? Existe una infinidad de posibilidades para reducir estas brechas de género en el mercado laboral. Algunas de ellas podrían ser:
Políticas del cuidado
Es importante fortalecer los programas estatales de cuidado como los Hogares Comunitarios de Bienestar para los niños, que se caracterizan por bajas coberturas y poca infraestructura en las zonas rurales (2). En programas de cuidado a adultos mayores, los Centros de Bienestar del Adulto Mayor y los Centros diurnos en las zonas rurales dispersas, también requieren fortalecerse. Una forma es por medio de la garantía del transporte a cabeceras municipales donde existan las instituciones y así disminuir las cargas del cuidado. El gran cambio en el uso del tiempo entre hombres y mujeres se dará solamente cuando se consigan cambios profundos en las definiciones culturales de masculinidad y cultura patriarcal. Es decir que los hombres se involucren igual que las mujeres en el cuidado de los hijos y en las labores del hogar.
Políticas para reducir el aislamiento
geográfico de la mujer
Es crucial desarrollar políticas de infraestructura y de transporte, pensando en facilitar la movilidad de las personas. Se necesitan sistemas que corten el tiempo y que subsidien la oferta de transporte, tanto en zonas urbanas como en las rurales, para que más hombres y mujeres puedan movilizarse hacia los centros urbanos o cabeceras municipales que ofrecen oportunidades labores remuneradas y formales. En las áreas rurales esto es indispensable para las mujeres, ya que cuentan con mayores oportunidades laborales en el sector servicios de los centros poblados.
Políticas para la inclusión económica
de la mujer rural
Aunque es crucial reconocer el valor económico de estas actividades en la agricultura familiar y la subsistencia, también es importante entender que la falta de remuneración afecta de manera negativa el empoderamiento económico de las mujeres, su poder de decisión y de negociación dentro de sus hogares, así como el acceso a microcréditos para aquellas que quieran emprender negocios, todo lo cual las vuelve más vulnerables a la violencia doméstica. Así mismo, las mujeres con remuneración invierten más en la educación y en la salud de sus hijos lo que puede ayudar a reducir la reproducción de la pobreza intergeneracional. ν
1 Cuberes, D., & Teignier, M. “Aggregate Effects of Gender Gaps in the Labor Market: A Quantitative Estimate”, Working Paper Nº 308, UB Economics, Universitat de Barcelona, 2014.
2 Peña, X., & Uribe, C. “Economía del cuidado: valoración y visibilización del trabajo no remunerado”. Instituto de Estudios peruanos, Documento de Trabajo, 191. Serie Programa Nuevas Trenzas, 15, 2013.