Por Héctor Arenas Amorocho
Nosotros no sabemos en qué país vivimos. Gabriel García Márquez
Por décadas –tantas como la memoria colectiva ha logrado resguardar y trasmitir– el origen del conflicto que nos desangra ha sido ocultado en la espesura de una narrativa oficial aferrada a las ramas y no a las raíces. Han desdibujado sucesos, contextos, juegos de intereses, maniobras políticas y actores que dieron y siguen dando soporte a la miseria por destino que afecta a las mayoríasel país, así como al desangre fratricida que no deja de enlutarnos una y otra vez.
Impusieron nombres equívocos y lugares comunes para impedir comprender lo sucedido: “La violencia” “Guerra bipartidista”, “Bogotazo” “[…] pueblo borracho que incendió a Bogotá el 9 de abril”, “Juan Roa Sierra el asesino a Gaitán…”, solo él, un perturbado mental, sin preguntar por los autores intelectuales y por quienes le condujeron a apretar el gatillo. Narrativas impartidas y repetidas como un disco sin fin y así convertidas en parte de una memoria unísona, recortada y confusa de nuestra nación.
Narrativas oficiales y mediáticas que han ocultado por décadas el genocidio de un movimiento social y político incontenible, y la naturaleza de la conspiración que finalmente detonó el arma que el 9 de abril de 1948 segó la vida de un visionario que anticipó en su batallar sin tregua lo que significaba la democracia participativa.
Con la sangre vertida desataron los primeros vendavales de una confrontación que habían empezado a incubar en 1944. El exterminio decretado desde altas esferas gestó el conflicto. Al comenzar el año de 1948, la implacable persecución ya anegaba al país en la sangre y el espanto del pueblo gaitanista. Violencia sin cuartel de la cual dio cuenta Gaitán en el Palacio presdencial ante Ospina en abril de 1947, pero también el silencio clamoroso del pueblo enlutado que retumbó en Bogotá el 7 de febreri de 1948, y en el fondo de su enlutada manifestación la Oración por la paz entonada por quien los convocó.
Aterrorizar, intimidar, desmovilizar, ese era el propósito de la constante violencia oficial, cuyo fracaso en impedir el avance del gaitanismo hacia el triunfo electoral en 1950, y guiados en la sombra por los intereses de la potencia que ya era protagonista de la Guerra Fría, los lleva a fraguar y concretar el asesinato de quien decía de sí mismo que no era un hombre y sí un pueblo. La operación encubierta con la cual concretaron el magnicido que detona un conflicto social y armado que marca la historia nacional, fue sucedida por la imposición de un dispositivo ideológico, cultural y comunicacional: un “memoricidio”. Para ello acusaron al “comunismo internacional” del crimen y del estallido de un pueblo violentado en sus fibras más íntimas. Ocultaban así la identidad de los responsables y obtenían réditos inmediatos en su guerra contra URSS y contra las ideas que amenazaban el dominio mundial que perseguían.
Los encargados de borrar la memoria nacional impusieron silencios absolutos sobre verdades esenciales y esparcieron mitos distorsionadores y mantos de confusión. Los instauraron en la prensa, en las radios, en universidades y colegios. Las repitieron hasta la saciedad. Decretaron la penumbra sobre lo que antecedió y lo que siguió al magnicidio. Así, por ejemplo, Mariano Ospina, Berta Hernández y Alberto Lleras Camargo, inclusive, alcanzan a figurar en esos relatos como heroés “democráticos” de aquellas jornadas de horror que llenaron el Cementerio Central de Bogotá de miles de cuerpos acribillados por las armas de quienes tenían el deber sagrado de protegerlos. En otras ciudades, poblaciones y veredas, con menor escala, se produjeron los levantamientos y el asesinato de millares de personas que hicieron sentir su voz frente a lo sucedido aquel 9 de abril.
¿Esclarecer o difuminar?
La Comisión de la Verdad nos presenta un relato en el que el ataque que transgredió todos los principios y normas internacionales y nacionales de respeto a la vida, las reglas democráticas y la soberanía de las naciones, queda difuso y huérfano del esclarecimiento que la entidad; proceder que desdice del mandato recibido: construir y compartir una verdad clara, sencilla y sustentada sobre los orígenes del conflicto nacional (Ver recuadro “Obras son amores, y no buenas razones2”).
Así, el exterminio de la primera experiencia de autonomía popular que conoce el país, determinado por las alianzas secretas engendradas por la Guerra Fría entre integrantes de las direcciones de los dos partidos tradicionales de Colombia con la Secretaría de Estado, no es revelado en todo su significa, tendiendo con ello y desde entonces sombras sobre el desangre que por décadas continuará anegando el territorio nacional. En el relato que reconstruye la Comisión, la complejidad de aquel momento político queda reducido a la disputa entre los dos partidos del establecimiento, los mismos bajo cuyas maquinarias el pueblo era objeto y no sujeto de su destino.
Es así como, en esta memoria historiográfica oficial las fisuras y rupturas políticas suscitadas en esos años de ascenso del gaitanismo hacia el poder del gobierno, y los cambios sociales acaecidos bajo el liderazgo de Gaitán, no aparecen en su real magnitud, intensidad y alcances. Tampoco aparecen quiénes y cómo actuaron tras bambalinas para impedir el arribo del poder popular a la conducción de los destinos de la nación.
Son hechos que nos llevan a preguntar, ¿Por qué razones, aún hoy, después de 74 años, permanecen custodiados en los archivos secretos de los EE.UU. los documentos que esclarecerían lo acontecido? ¿Qué y a quiénes pretenden seguir protegiendo? ¿En qué les afectaría hoy que se conociera la verdad de lo sucedido? ¿Por qué la Comisión nos ofrece un reservorio de documentos desclasificados sobre asuntos no esenciales en el vital esclarecimiento y guarda inexplicable silencio sobre una documentación vital que nos es debida y cuya divulgación permanece siendo denegada?
Hay, sin embargo, una saga histórica de colectividades y de seres que en sus investigaciones y obras han resistido la empresa de memoricidio.
¿En lugar de verdades, operetas?
“Si los muertos no importan, entonces la felicidad no es cosa del hombre sino del superviviente. Si importa la vida de todos, entonces relacionaremos la vida frustrada de los muertos con los intereses de los vivos, negándonos a seguir un proyecto que supusiera el desprecio de los caidos. Cuando damos el paso de olvidar la muerte perpetuamos un crimen hermenéutico que se suma al crimen físico”. Manuel Reyes Mate
Con los mandatos, elevados a rango constitucional y legal, el Informe de la Comisión de la verdad era una extraordinaria posibilidad de presentar al país un relato esclarecedor y comprensivo de los orígenes del conflicto armado que lo ha asolado. Pero, al leer con detenimiento las páginas que dedicaron al “contexto histórico, los orígenes y múltiples causas del conflicto…”, se encuentran afirmaciones y determinaciones que permiten aseverar que la Comisión no cumplió con su mandato y tampoco reveló por qué el entramado de maniobras que están detrás de lo sucedido prosigue oculto tras una espesa niebla, la misma que hasta ahora ha impedido la comprensión, por parte del país nacional, de lo ocurrido.
Entre tales afirmaciones encontramos algunas, como las siguientes:
“La Comisión de la Verdad toma el año 1958, con la creación del Frente Nacional, como un partidor de aguas entre la guerra civil bipartidista y el conflicto armado interno que vivió Colombia durante más de medio siglo. Por eso inicia en ese año su proceso de esclarecimiento”.
Demarcación que provoca nuevos interrogantes: ¿Qué significan estas aseveraciones? ¿Qué los orígenes de conflicto armado en Colombia datan de 1958? Y si no es así, y si los orígenes del conflicto armado interno se remontan a 1945, como se demuestra en el documento sustentado “Informe orígenes del conflicto” entregado a la misma Comisión de la Verdad por Gloria Gaitán, María Gaitán y Julio Forero, surgen las preguntas: ¿Qué razones o circunstancias condujeron a qué la Comisión de la Verdad no abordará el esclarecimiento de los orígenes del conflicto armado interno? ¿Por qué soslayó lo decisivo que fue el genocidio del movimiento gaitanista y la persecución de los comunistas iniciados entre 1945 y 1946, y recrudecido a partir de los meses de marzo-junio de 1947, cuando el gaitanismo se impuso sobre el liberalismo oficial y Gaitán fue nombrado jefe único del partido liberal? ¿Por qué razones se evitó mostrar con claridad, sin ambages, lo determinante que fue el genocidio y el magnicidio de Gaitán en la conformación de las autodefensas armadas del liberalismo, por una parte, y de las comunistas, por otra? ¿Por qué no se realizó un esfuerzo esclarecedor del magnicidio de Gaitán? ¿Fue acaso por la existencia de altísimos responsables con nombres propios en la elite bipartidista y en el gobierno de los Estados Unidos que aún no es prudente visibilizar, a pesar de la importancia que entrañan para comprender el origen del conflicto político y armado? (1).
No mentirás
“Los proyectos frustrados de los que quedaron aplastados por la historia están vivos en su fracaso como posibilidad o como exigencia de justicia”. Manuel Reyes Mate
¿Por qué en el volumen No mataras, dedicado al tema histórico, se califica como “interno” el conflicto armado que aún hoy registra el país, si un actor determinante en el origen y sostenimiento del mismo no fue “interno”, sino externo? (2) ¿Por qué llama “guerra bipartidista” a lo sucedido antes del Frente Nacional, ignorando la “guerra de clases” que se desató con el genocidio del movimiento gaitanista a partir de 1945 y el momento culmen del exterminio en 1948? ¿Por qué se ignora que la “guerra bipartista” fue desatada entre 1948-1950 cuando se comenzaron a alterar los pactos secretos entre Laureano Gómez, Mariano Ospina, Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras Camargo (3), y fue impuesta la persecución con las armas oficiales, con la Popol –la policía política–, y con la impunidad estatal de los escuadrones de jóvenes fanatizados reclutados en las hordas de chulavitas y de pájaros, sobre el partido liberal que ya no era el instrumento de la elite liberal sino que había sido convertido en el partido del pueblo como resultado del liderazgo que lo encabezaba? ¿Por qué se nombra a los vencidos como “víctimas”, ocultando así la heroica resistencia interpuesta por miles de miles ante el exterminio decretado por altos responsables políticos? ¿Por qué no se abordó el esclarecimiento del papel jugado por las jerarquías católicas que justificaron el genocidio en la mentalidad de un pueblo creyente, en contravía de los principios de amor y verdad consagrados en los evangelios?
Interrogantes que vienen al caso toda vez que, como lo señala el profesor Daniel Feierstein: “Las prácticas sociales genocidas son conceptualizadas como aquella tecnología de poder cuyo objetivo radica en la destrucción de las relaciones sociales de autonomía y cooperación y de la identidad de una sociedad, por medio del aniquilamiento de una fracción relevante (sea por su número o por los efectos de sus prácticas) de dicha sociedad, y del uso del terror producto del aniquilamiento para el establecimiento de nuevas relaciones sociales y modelos identitarios”. Descripción exacta de lo que se efectuó contra el pueblo gaitanista y su legado” (4).
Gaitán lo comprendió y en el periódico Jornada del 13 de abril de 1947 publica su intervención del día anterior en la que señaló: “Pueblo de todos los partidos: ¡os están engañando las oligarquías! Ellas crean deliberadamente el odio y el rencor a través de sus agentes, asesinando y persiguiendo a los humildes, mientras la sangre del pueblo les facilita la repartición de los beneficios económicos y políticos que genera tan monstruosa política”.
Retomar y no dejar pasar estas realidades es esencial para comprender los orígenes del conflicto político y armado que se amplía y profundiza en los años sesenta (5).Los liderazgos en la conformación de las Farc (6) y del Eln (7) provinieron de esa violencia a la que fue arrojada la población humilde. De un exterminio metódico que contó con técnicos asesores en la represión enviados por Francisco Franco con el visto bueno del gobierno de los Estados Unidos que ya libraba la Guerra Fría, y había pactado en secreto, en su guerra contra el comunismo y las variables geopolíticas que podía significar su avance, la alianza con jerarcas nazis y la permanencia de Franco en el poder del Estado español, pese a haber servido a la Alemania nazi y la Italia fascista.
En ese contexto, nuestra nación fue dividida y enfrentada con pérfida premeditación para evitar un cambio en su conducción, el mismo que no estaban seguros de poder controlar o neutralizar.
Ausencias que son muchas más, y que también abren interroganes como: ¿Por qué el Informe sobre los orígenes del conflicto (8) no cupo en las decenas de miles de páginas del Informe de la Comisión de la verdad? ¿Por qué se seleccionaron apenas algunos fragmentos y se colocaron en un rincón de la transmedia anulando la potencia esclarecedora de un relato sustentado e indispensable?
El Informe de la Comisión de la verdad, al desechar el esclarecimiento de los años en los que se originó el conflicto político y armado que irrumpió en los años sesenta, justificó su decisión formulando un jesuítico (9) esguince que evita relevar la centralidad cardinal del lustro decisivo: la segunda mitad de los años cuarenta y el surgimiento de la Guerra Fría: “Sin embargo –la Comisión de la verdad–, considera que también es necesario abordar un periodo de contexto, que permita explicar cómo se imbricaron los hechos que desataron la guerra. Por eso se remonta a los años veinte, cuando comenzaron a expresarse problemas sociales y de clase. Con esto no se pretende mostrar una continuidad absoluta, pero sí enmarcar un proceso de larga duración.
Por tanto, los antecedentes (1920-1958) presentados en este tomo serán considerados como parte del contexto, pero no serán objeto de esclarecimiento. Dentro de estos antecedentes, se observará de manera especial lo acontecido en la década anterior a 1958, cuando Colombia se vio sumida en una guerra civil bipartidista, cuyo final se dio con un pacto de élites excluyente que dejó heridas abiertas, así mismo se explorarán otros factores que explican de cierto modo el origen y la persistencia de la guerra insurgente-contrainsurgente.” (s.m.)
De esta manera el Informe, para decirlo con los términos del credo religioso que se trasluce en el tono de un Informe que tenía que estar presidido por una rigurosa investigación esclarecedora, “prende una vela a Dios y otra al Diablo”. Menciona algunas verdades decisivas, pero, al mismo tiempo, las esconde sutilmente en la maraña informativa y en formas de nombrar que ocultan en lugar de aclarar. En lugar de nombres propios coloca las responsabilidades en “la clase política”, esconde el genocidio en una denominación equivoca: “guerra bipartidista”, llama “decepción” el estallido de un pueblo que enfrenta el exterminio y sufre el magnicidio e, incluso, se atreve a señalar que todos fuimos responsables: “Ante nosotros está la posibilidad de hacer propia, como cuerpo de nación responsable, la herida de los más de 9 millones de víctimas” (10).
Además, hay que decir que esta denegación de verdad y esclarecimiento sobre los orígenes del conflicto político y armado, en el resultado final del trabajo de la Comisión, significa denegar también un aporte de vital importancia a los pueblos de América Latina en un momento decisivo de la construcción de una unidad largo tiempo buscada. Lo acontecido en Colombia tiene extraordinaria importancia para comprender el significado de la Guerra Fría en la región.
Así, la tarea principal que tenía la Comisión de la Verdad naufragó en las censuras (11), las autocensuras y los “lugares comunes” instaurados sobre realidades complejas que han marcado con sangre, horror y degradación el devenir de la nación. La valoración crítica que aquí llevamos a cabo –usando la palabra crítica en el sentido original, krinein: separar, distinguir, en absoluto desconoce los invaluables aportes realizados por varios comisionados encargados de participar en la elaboración del recuento histórico, pero sí apunta a desenmascarar el incumplimiento de la principal obligación ética y legal que tenía la Comisión (12), y en especial su presidencia. Una obligación para la que le fueron asignados miles de millones de pesos y un tiempo más que prudencial.
Con su proceder, la Comisión no solo faltó a su deber sino que sumó su voluminoso trabajo a la pérfida obra de décadas de los emprendedores del ocultamiento y la confusión. Como, con dura claridad señala Bernat Castany en su obra Pensamiento crítico ilustrado: “Los engaños organizados se diseñan y ejecutan de forma consciente, sistemática y masiva. Suelen utilizar como medio la propaganda, que puede adoptar formas muy sutiles. No se trata tan solo de que nos lancen volantes desde un zepelín, o de que nos repitan una y mil veces las mismas consignas […] también hay expertos, congresos, observatorios, revistas y programas que buscan profundizar y sutilizar las mentiras que quieren que nos creamos”.
Una vez consumado el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y truncado así el proceso de democratización que, represado durante décadas, había logrado poner en marcha con el meditado método de acudir al constituyente primario, al pueblo, para despertar su consciencia, el prestigioso general George Marshall que, vencedor en la Segunda Guerra Mundia, entonces lideraba la nueva guerra estadounidense: la Guerra Fría, lideró el juego mediático sobre lo sucedido en Bogotá, sindicando de ello a su enemigo principal, el “comunismo internacional”.
Como parlantes activados por manos expertas, el corifeo de vasallos criollos –Gómez Castro, Ospina Pérez Lleras Camargo y López Pumarejo– repitió al unisonó las declaraciones del vocero de la hiper potencia triunfante de la Segunda Guerra Mundial, palabras que eran parte principal de la primera covert operation (13)realizada en la región,zonaestratégica en el marco de la nueva confrontación en que había entrado el mundo. Al genocidio y el magnicidio le siguió, entonces, el memoricidio: “la acción premeditada dirigida a desaparecer los recuerdos, la identidad cultural, mediante la destrucción de valores materiales e inmateriales de un pueblo con el propósito de hacer desaparecer de la memoria de una nación un legado identitario y cultural” (14).
Es así como tenemos, por lo tanto, el resultado de un amplio trabajo que deja la insatisfacción, además, de la incomprensión colectiva de un pasado que es indispensable procesar y aprehender para dejar atrás el legado de confrontación violenta en medio del cual han ganado cuerpo las generaciones que se relevan desde los años cuarenta del siglo pasado. Hasta ahora, como pueblo raso y llano, no hemos tenido la oportunidad de conocer ese pasado, deliberarlo, interrogarlo, comprenderlo.
No es extraño que ello suceda. La memoria esclarecedora fue convertida en un territorio en disputa. A los genocidios les sucedieron los memoricidios: los atentados letales contra la memoria comprensiva de lo sucedido. Memoria compartida sin la cual las posibilidades de transformaciones reales de las condiciones de vida heredadas se tornan muy limitadas, en tanto carecerán del factor decisivo: la energía conjunta de un pueblo que sabe de dónde viene y está dispuesto y determinado a cambiar de verdad el pasado de miseria, estigmas, confusión y odios que ha recibido como legado funesto.
1. Revista Archivo de Bogotá Nº 6. Informe especial: una visión sobre Jorge Eliécer Gaitán. Diciembre de 2013- Febrero de 2014.
2.Pareja , Carlos H., El Monstruo, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2022.
3. La Comisión de la verdad omitió señalar la amistad cómplice que desde 1916 reunió a López Pumarejo con Laureano Gómez; el papel de Lleras Camargo, discípulo dilecto de López, en la habilidosa maniobra con la que fue dividido el partido liberal en 1945 para entregar el poder al partido conservador dirigido por un Laureano discípulo protegido de Francisco Franco en España después del 9 de abril de 1948. Las concesiones a las petroleras estadounidenses que realizó Laureano Gómez al arribar al poder en 1950.
4. Gaitán, Gloria ; Gloria, María; Forero Julio, Informe Orígenes del conflicto en Colombia, p. 17.
5. Considerar en el plano internacional de la revolución cubana y en el plano nacional la imposición de la doctrina del enemigo interno y la guerra contrainsurgente. Examinar las consecuencias del asesinato de Jacobo Prías Alape el 9 de enero de 1960. Ver Claver Téllez, Pedro, Punto de quiebre, Meridiano 74 editores, Bogotá, 2018.
6. Ver las obras de Alfredo Molano: “Trochas y fusiles”, “Así empezó el tropel” y el ensayo “Fragmentos de la historia del conflicto armado (1920-2010)” en: Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, Comisión Histórica del Conflicto y sus víctimas, Ediciones Desde abajo, agosto de 2015, Bogotá.
7. Rodríguez Bautista, Nicolás; García, Antonio, Papá, son los muchachos, Editorial La fogata, Bogotá, 2018.
8. Gaitán, Gloria; Gaitán, María; Forero, Julio, op. cit.
9. El diccionario de la Real academia de la lengua española señala en su tercera acepción de la palabra jesuita, en sentido coloquial, lo siguiente:1 adj. coloq. Hipócrita, disimulado. U. potencialmente como ofensivo. Apl. a pers., u. t. c. s.
10.Convocatoria a la paz grande. Informe de la Comisión de la verdad.
11. Ver documental Jorge Eliécer Gaitán, dirigido por Pablo Bohorquez. www.youtube.com/watch?v=bcDOcVng7Oc
12. Es necesario señalar que el volumen No matarás fue dirigido por la comisionada Martha Ruiz, proveniente en su labor de la Fundación Ideas para la paz, un tanque de pensamiento criollo financiado por las más poderosas corporaciones nacionales y fundaciones aliadas a la red corporativa estadounidense. www. ideaspaz.org
13.Presentación de El monstruo. Gaitán: ¿Cómo se fraguó la operación encubierta para su asesinato?, Ediciones Desde Abajo, “Colección Cesto de llamas”, Bogotá, 2022.
14.Ver ensayo de Gloria Gaitán: “Planteamientos para la inclusión en la ONU del “Memoricidio Histórico” como delito de lesa humanidad y el reconocimiento de pleno derecho en la Unesco de su par, la Memoria Histórica en su legítima condición de patrimonio cultural inmaterial de los pueblos”≠, Maestría en DDHH y DIH, Universidad de Medellín.
Obras son amores, y no buenas razones
“Hay quienes imaginan el olvido
como un depósito desierto, una cosecha de la nada
y sin embargo el olvido está repleto de memoria”.
Benedetti
La Comisión, en el volumen dedicado a los orígenes del conflicto: No matarás, entregó un producto esperado con enorme expectativa por amplios segmentos sociales y, que para sorpresa de no pocos, no logra dar cuenta del mandato recibido.
Recordemos que esta Comisión surge de El ACUERDO FINAL PARA LA TERMINACIÓN DEL CONFLICTO Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA PAZ ESTABLE Y DURADERA, suscrito el 12.11.16, entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc,que contempló en el punto 5 sobre Verdad, lo siguiente:
5.1.1. Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición y Unidad para la Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en el contexto y en razón del conflicto.
5.1.1.1. Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición
El fin del conflicto constituye una oportunidad única para satisfacer uno de los mayores deseos de la sociedad colombiana y de las víctimas en particular: que se esclarezca y conozca la verdad sobre lo ocurrido en el conflicto. Colombia necesita saber qué pasó y qué no debe volver a suceder nunca más, para forjar un futuro de dignificación y de bienestar general y así contribuir a romper definitivamente los ciclos de violencia que han caracterizado la historia de Colombia. En este nuevo escenario será posible aportar a la construcción y preservación de la memoria histórica y lograr un entendimiento amplio de las múltiples dimensiones de la verdad del conflicto, incluyendo la dimensión histórica, de tal forma que no sólo se satisfaga el derecho a la verdad sino que también se contribuya a sentar las bases de la convivencia, la reconciliación, y la no repetición” (S.M.)
Como desarrollo de ese mandato, el decreto 588 del 5 de abril de 2017 organizó la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no repetición. En su artículo 1 se consagraron legamente sus 13 mandatos, el número 6 de los caules reza: “Artículo 11. Mandato. La CEV tendrá como mandato esclarecer y promover el reconocimiento de: …
6. El contexto histórico, los orígenes y múltiples causas del conflicto, teniendo en cuenta como insumo los informes de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, entre otros”