La derecha se transforma

por Libio Pérez*


La derecha chilena vive hoy su propio proceso de transformaciones. En el pasado quedó aquella derecha patronal, representante de la fronda aristocrática, que a ratos abrazaba los fundamentos republicanos pero que finalmente terminó cediendo a la rápida modernización del capitalismo representado en el maridaje de militares y empresarios especuladores que desarmaron la infraestructura industrial para abrir paso a la hegemonía del capital financiero. En el periodo dictatorial la derecha se hizo cómplice de crímenes y protagonista de la corrupción.


En su proceso por separarse de los delitos de la dictadura, la derecha adoptó el lenguaje de la naciente transición, la defensa de “la obra”, la protección de la institucionalidad heredada e incluso se hizo guardia pretoriana del dictador cuando éste se refugió en sus cargos de jefe militar primero, y senador vitalicio después. A ratos “democrática”, casi siempre autoritaria y conservadora, la derecha chilena parecía haberle arrancado una nueva oportunidad a su propia historia.


Esa nueva oportunidad para reinventarse la tuvo en los dos periodos presidenciales que ejerció el empresario especulador Sebastián Piñera, en dos mandatos que resultaron frustrados por la movilización social que se expresó desde el 2011 en adelante, y luego por la revuelta popular de 2019. La derecha que gobernó con Piñera no tenía proyecto, su empuje “modernizador” solo favorecía a los grandes grupos económicos mientras el modelo insuficientemente “chorreaba” hacia las capas medias y el mundo popular. Tampoco ya quedaba espacio para nuevas privatizaciones o “modernizaciones” por realizar que no fueran profundizar la flexibilización laboral, traspasar recursos del Estado a las empresas privadas en ámbitos como la salud y la educación.


Los gobiernos de la derecha piñerista no resolvieron los problemas estructurales de una economía dependiente, ni pudo controlar los flujos migratorios precarizando más el empleo, las grandes ciudades entraron en una crisis de seguridad y una sensación de desprotección se adueñó de la población. Al fracaso político de ese sector de la derecha es que un segmento populista, conservador y violento, expresado en una nueva ultraderecha, le está pasando la cuenta.


En 2015, José Antonio Kast anunció su intención de competir en la carrera presidencial y dio curso a una estrategia de posicionamiento basada en la visita a universidades públicas del norte y sur del país, en las que invariablemente encontró la resistencia -a veces violenta- del estudiantado. Era el efecto buscado, provocar la violencia y luego victimizarse, que lo puso en lugares destacados de los medios de prensa. Desde entonces Kast, como lo ha mostrado en sus campañas, el uso de cuotas de violencia (la mentira también lo es) ha sido parte de su accionar político, a veces directamente, otras a través de sus partidarios y simpatizantes, algunos de ellos poseedores de significativos prontuarios.


Una corriente de ultraderecha en la que se reconocen parlamentarios como Gonzalo de la Carrera y Johannes Kaiser, tiene como activista al exconvicto Francisco Muñoz (“Pacho Malo”), quien reiteradamente ha encabezado manifestaciones (“aprietes” le llaman) en contra de los líderes de RN y la UDI, Francisco Chahuán y Javier Macaya, respectivamente, a quienes acusan de “cocinar” un nuevo proceso constituyente junto a fuerzas de gobierno. Para este segmente de la extrema derecha, los partidos RN y UDI -los pilares de la derecha de la transición- no solo entregaron la Constitución de Pinochet sino además han “traicionado” el ideario más conservador de la derecha al ceder ante leyes que facilitan el aborto, que regula el control de armas o amenaza la propiedad privada y la libertad de las familias.


Se trata de una extrema derecha que disputa territorios sociales, busca sintonizar con discursos populistas y nacionalistas, que ha ganado terreno en las competencias electorales recientes y que tampoco tiene reservas a la hora de sumar a sus fuerzas a la derecha tradicional que cuestiona, como ya lo hizo en la última carrera presidencial en segunda vuelta. Abocada ahora a capitalizar la votación obtenida por el rechazo en el plebiscito de septiembre, esta extrema derecha unida a la tradicional se ha puesto en una posición de extorsión ante el gobierno, amenaza con negar sus votos a la reforma tributaria y a todas aquellas medidas comprometidas en el programa del Presidente Gabriel Boric, a cambio de restaurar el conservadurismo a nivel constitucional. La derecha sigue mutando, se transforma e incluso se fagocita.

*Editor general de la edición chilena de Le Monde Diplomatique

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