Home Ediciones Anteriores Artículo publicado N°137 La familia en cuestión, cuestionada

La familia en cuestión, cuestionada

La familia en cuestión, cuestionada

 

La imagen es inolvidable. A la mesa está sentada la familia de don Vito y todo parece normal; sin embargo, hay algo especial en las palabras que intercambian: mientras comparten los alimentos, no hay alusión alguna a los negocios de la ‘familia’. Todo lo que él y sus hijos realizan es desconocido en sus detalles por las mujeres de la casa, empezando por la matrona, doña Carmela, que nunca pregunta ni cuestiona. Todo es obediencia. La mujer ideal.

 

Era la familia tradicional, conservadora, donde, además, el macho impone su lógica autoritaria, como en su práctica delincuencial. En El padrino, ese clásico del cine, los roles dentro del hogar son fácilmente perceptibles. En el momento del casamiento de Connie, hija y hermana, mientras la fiesta transcurre con todo lujo y efusividad, en su despacho don Vito atiende a varios invitados, protegidos y amigos. En las conversaciones, nadie más participa. Todo es manejado con total autoridad. La doña está concentrada en el festejo; los hombres reciben en la antesala de don Vito a los socios o amigos de negocios, los niños juegan.

 

Los roles se prolongan. En otra escena de la película, mientras cenan en ausencia de don Vito, Sony, el hijo mayor, empieza a hablar de negocios y de inmediato es reprendido por Tony, hermano adoptado y abogado de la familia, quien le recuerda la norma: en la mesa, y delante del resto de la familia, no se habla de negocios. En otra escena, al heredar Michel el poder de su padre y ser reconocido como el nuevo padrino, su esposa simplemente ve de soslayo cómo transcurre la ‘coronación’, pero nada puede decir, y mucho menos interferir: es asunto de hombres. Ella debe comportar paciencia, silencio y obediencia.

 

Esta era la familia típica de hace algunas décadas, muy evidente en la sociedad colombiana de los años 50-70 del siglo XX, inocultable en las zonas rurales, como lo recuerda con creces Tierra en la lengua, filme de factura nacional de reciente producción que nos muestra al terrateniente y comerciante tradicional, con mujeres e hijos por doquier, imponiendo su autoridad de cualquier manera y a cualquier precio (1).

 

Se trata de una tipicidad extendida hasta hoy en sectores sociales agrarios, entre clanes de terratenientes y algunos de políticos, en los núcleos militares, entre los mafiosos y familias de sicarios, pero que en el dominio absoluto y la autoridad del padre, en su poder vertical que imponía silencio, en la pasividad de los hijos y el sometimiento de la mujer y madre, el

 

Mayo francés de hace 46 años le puso su traje mortuorio.

 

Colaboran a su entierro, en forma general, las aceleradas transformaciones en el mundo de la producción, propiciadas por la revolución tecno-científica en curso; la ampliación-dominación absoluta de un modelo económico que cosifica todo lo que toca, la autonomía económica que gana la mujer al acceder masivamente al mercado del trabajo; la televisión, que inicia a los menores de edad en todo tipo de informaciones y conversaciones antes prohibidas o solamente autorizadas para mayores; la internet, que rompe el mito del control del conocimiento básico; la popularización de los métodos anticonceptivos; el acceso al aborto como posibilidad tangible, legal o no; la pérdida del total control que la(s) iglesia(s) ejercía(n) sobre la mayoría de la población; la pobreza, que cubre amplios grupos sociales del país y que obliga a que varios miembros por familia se vinculen al mercado laboral; la consolidación de la ciudad como espacio de concentración y vida de millones de personas en un solo territorio, con la generalización del anonimato como regla general, que permite flexibilizar las normas morales y las costumbres cotidianas; y en zonas que han sufrido de modo directo el conflicto armado la ausencia del padre, bien por muerte o por alejamiento del núcleo familiar.

 

Confrontada la familia, así como el conjunto social, por el formidable levantamiento francés que aún extiende sus efectos por doquier, en la familia ya no hay silencio ni obediencia ciega de parte de la cónyuge, quien ahora pregunta, cuestiona y en muchos casos determina, y una de sus decisiones es cuándo ser madre, cuándo habitar bajo un mismo techo, hasta cuándo soportar al marido violento, etcétera. El indiscutible que el debilitamiento de la forma patriarcal tiene además una historia de luchas femeninas, que a principios del siglo XX floreció alrededor de la reivindicación del derecho al sufragio. Nombres como el de Emma Goldman, Alexandra Kollontai o Clara Zetkin son tan solo una pequeña muestra de mujeres brillantes y valientes que en forma temprana promulgaron que las conquistas de los derechos para las mujeres eran un aspecto fundamental y obligado en el logro de unas relaciones humanas verdaderamente libres.

 

Esto es importante retomarlo porque es olvido común que las formas patriarcales no se limitan al reducido ámbito de la familia. Las mismas se ‘sublimizan’ en las formas políticas e incluso en los imaginarios sobre el “más allá”. La separación clásica de los griegos entre lo privado y lo público, entre el oikos y la polis, definía de hecho la reclusión de la mujer en el hogar, es decir, su negación como ser político. La conquista de lo público por ellas, que va más allá del derecho al trabajo remunerado, es entonces parte esencial de la derrota del patriarcado, proceso que todavía no termina pero sí está en curso de terminar.

 

Sin embargo, las sutilezas de una organización social opuesta a su muerte son observables no sólo en la mujer objeto, conquistable, transmitida por la publicidad, sino también en hechos como que la presencia misma de las mujeres en el mercado de trabajo sigue llevando el sello de las labores domésticas: El 90 por ciento de las personas que en los países del centro capitalista trabajan en hogares privados corresponde a mujeres. En el llamado ‘trabajo social’, representan el 80 por ciento, y en los restaurantes el 60, es decir, que el espacio público moderno es la extensión velada de la familia tradicional. La violencia sobre la mujer continúa, tanto en forma velada como en su expresión abierta.

 

Las cifras lo corroboran. En Colombia la violencia intrafamiliar, en la cual la mujer sufre en mayor grado las agresiones (2), y el suceso mismo, inocultable, del feminicidio (3), también con asiento en el país, explican en parte la reacción y la oposición del macho al cambio de roles en el tema que nos ocupa. Los salarios inferiores que percibe la mujer, por igual trabajo que el de los hombres, ejemplifican la reacción del establecimiento y el empresariado, extendido en este caso a comportamientos confesionales como los del procurador Alejandro Ordóñez, opuesto rabiosamente al derecho al aborto y al matrimonio entre parejas del mismo sexo, y fiel impulsor de la familia tradicional, católica y reaccionaria.

 

Estas supervivencias añejas, además de la práctica de violentar a los niños por parte de los adultos, indican a todas luces el camino que aún falta recorrer para lograr que la familia tradicional, la nuclear, y la misma sociedad como un todo, dejen a un lado sus formas y prácticas más nefastas.

 

Hay reacción al cambio, con proyección de prácticas totalitarias, pero también son evidentes las rupturas y los cambios. Una foto de la lucha enconada que brindan las mujeres en Colombia: las solteras con hijos representan el 24 por ciento, en un 74 por ciento las que trabajan son separadas, y el 33 por ciento vive en unión libre.

 

Pese a estas transformaciones, es evidente que el cambio en la familia no ha sido inmediato ni total sino que sucede poco a poco, en medio de arduas luchas en el conjunto social, y en cada una de las familias y los hogares. Su efecto fue evidente, primero, allí donde sus integrantes gozaban del acceso a la universidad y a un trabajo mejor remunerado, para extenderse con el paso de los años por todas las fibras de la sociedad. En estos sectores, las mujeres quebraron la historia heredada de abuelas y madres, y decidieron pensar y actuar por cuenta propia. Y con el paso de los años, este viraje quedó sellado en otros segmentos de la sociedad.

 

Otras transformaciones en este campo son notables. En la Colombia de los años 60 del siglo XX, por cada 60 bodas estaba registrado un divorcio; cincuenta años después, por cada 2,8 bodas tiene lugar una separación (4). Sin duda, la valoración de su ser social, la autonomía económica, y la apropiación de sus derechos individuales y colectivos, le brindan la seguridad para romper con su pareja. Y con esta capacidad, de su mano, viene la caída de la familia nuclear: “Si en 1981 (esta) familia constituía el 56,6 por ciento de los hogares, el estimado para el 2005 alcanza a un 20 por ciento” (5). El matrimonio entre los sectores populares cae (38 por ciento), aunque entre los sectores más pudientes, donde pesan con mayor fuerza la tradición y el conservadurismo, y donde además el matrimonio es negocio, su descenso es poco notorio (86 por ciento) (6).

 

Existen otros signos del fenómeno en curso. En la Colombia de 1960, las mujeres casadas que vivían con sus esposos y trabajaban a cambio de un salario constituían un 14 por ciento; en la década del 90 representan algo más de la mitad. No hay duda: viró el papel desempeñado por las mujeres en la sociedad y las expectativas convencionales acerca de cuál debía ser ese papel; también cambió lo que las mujeres esperan de sí mismas y lo esperado de ellas por la sociedad. También sufrió transformación el rol de los hijos, que rompieron el silencio y levantaron la cabeza. Pese a esto, el trabajo oculto y no remunerado de la mujer, soporte del actual sistema socio-económico, es práctica dominante en el conjunto social.

 

Pero no sólo la transformación ocurrió entre las mujeres y en los aspectos aludidos; también abarca la reivindicación de otra opción sexual entre ellas, y entre hombres que no aceptan su género de nacimiento, en algunos casos asumiendo como transgénero. En muchos de estos y otros casos, las opciones son vividas y gozadas de manera abierta, y no en encierro o bajo sufrimiento, como sucedía hasta hace pocas décadas. Las uniones entre parejas del mismo sexo ya no sorprenden: también se astilló el concepto de pareja.

 

Los cambios en la familia y las rupturas lideradas por las mujeres quedan asimismo registradas en aspectos como el número de hijos: en el caso colombiano, “el tamaño promedio de los hogares en el total nacional pasó de 5,9 personas por hogar, en el año 1973, a 3,9 en el 2005 […] el nivel de la fecundidad en Bogotá D.C. está muy por debajo del promedio nacional, 1,92 hijos por mujer” (7).

 

Y otro cambio importante tiene que ver con el aumento de las mujeres jefas solteras, que “[…] pasaron de ser el 19,9 por ciento, al 31,7”. Estas transformaciones también abarcan la opción por vivir solos(as). El cálculo de quienes optan por esta posibilidad en Colombia ya alcanza al millón de personas, es decir, constituye casi un 20 por ciento de todos los hogares.

 

Esto no debe llevarnos a olvidar que la condición social castiga la independencia de las mujeres de forma asimétrica. Según la Cepal, en América Latina la comparación de los hogares con jefatura femenina de estratos pobres con sus homólogos no pobres revela que los primeros presentan, en promedio, 1,2 personas más en su conformación, es decir, que tienen que sostener un número mayor de personas con un monto significativamente menor de ingresos.

 

Además, según la misma institución, el 86 por ciento de los hogares monoparentales está compuesto por la madre y sus hijos, y tan solo el 14 restante por el padre y los hijos, en una muestra adicional de que la crianza sigue siendo considerada, en buena medida, como responsabilidad casi que exclusiva de la mujer.

 

Los cambios y las transformaciones, en todo caso, son insuficientes para darle paso a una sociedad más de iguales, con posibilidades para la plena realización personal y colectiva, para el goce de la sexualidad sin reparos ni moralismos, ya que lo sucedido hasta ahora no rompe con la esencia de la familia como núcleo soporte del actual modelo socioeconómico, que reproduce la fuerza de trabajo sin costo para el capital y perpetúa el status quo. La familia, pese a su actual pluralidad, continúa como base y soporte inicial para la reproducción de los mecanismos más sutiles de control y sometimiento social.

 

Romper con aquellos implica abrirse hacia un concepto ampliado de familia(s), donde la sangre no sea el único criterio de afinidad e identidad inicial, y donde el territorio la acoja de manera ampliada. Es decir, el barrio o lugar de vivienda, luego de la sangre, así como la solidaridad, pueden constituirse en su referencia inmediata, y el soporte para la misma sería la planeación de la vida colectiva, donde el Estado podría intervenir pero no determinar.

 

Por esta vía, el barrio daría paso a la comuna, donde economía, educación, salud, seguridad, serían responsabilidad de todos, comprendidos en esta ocasión como familia extendida, más allá de la nuclear, ahora en crisis y refundación.

 

Estamos ante un tema tabú. La relación entre lo que pudiéramos llamar los vínculos entre lo microsocial y lo macrosocial son escasos si se comparan con propuestas sobre la distribución del ingreso, por ejemplo, o incluso con las proposiciones acerca de los tiempos y los criterios de asignación del trabajo. Obras pioneras como El nuevo mundo amoroso, de Charles Fourier, en la que el pensador francés reclamaba la conformación de familias ampliadas, no han tenido ni la atención ni la continuidad sistemática que un tema de tanta importancia requiere. Los llamados “valores” siguen estando fuertemente permeados por los principios que llevaron a la instauración de la familia mononuclear y patriarcal, por lo que urge reflexionar mayormente alrededor de un tema tan importante.

 

Esta realidad, estos y otros retos, con seguridad, serán abordados en el foro-taller internacional que entre el 11 y el 13 de septiembre se efectuará en Bogotá, animado por connotadas y conocidas investigadoras sociales y activistas feministas del continente, algunas de ellas con larga trayectoria y valiosa producción intelectual, como Silvia Federici, Francesca Gargallo, Norma Mogrovejo, Julia Antivilo, Claudia Korol, Raquel Gutiérrez, Ochy Curiel, Melissa Cardoza y Gladys Tzul Tzul.

 

El debate por encarar es un reto para toda la sociedad, y debiéramos abordarlo con toda conciencia y sin dilaciones. El conocimiento –siempre compartido y abierto a cuestionamientos y nuevos desarrollos–, la consecuencia y la satisfacción con todo lo que abordemos en el largo o el inmediato plazo, sin utilitarismos, el amor sin promesas eternas, la solidaridad y la justicia, son algunos de los principios que siempre deben regir nuestras vidas. La sociedad y la familia actual no permiten que así sea; también por ello merecen ser confrontadas y transformadas.

 

  1. Escrita y dirigida por Rubén Mendoza, https://www.youtube. com/watch?v=LjFe9eq0Beg.
  2. “El 72,5 por ciento de las mujeres sufre algún tipo de control por parte de su esposo o compañero, y el 26 por ciento es víctima de violencia verbal. El 37 por ciento de las mujeres de Colombia sufre algún tipo de violencia física por parte de su pareja […]. Las agresiones más comunes son: empujones, golpes con la mano, patadas y violación. Entre quienes sufren violencia física por parte de su esposo o compañero, un 10 por ciento señala haber sido violada por él. Un 6 por ciento de las mujeres ha sido víctima de violencia sexual. “Encuesta nacional de demografía y salud, Colombia 2010”, http://www. profamilia.org.co/encuestas/Profamilia/Profamilia/images/ stories/documentos/Principales_indicadores.pdf.
  3. “Colombia registró 514 feminicidios en el primer semestre de 2013, mientras que 15.640 mujeres fueron víctimas de la violencia intrafamiliar y otras 5.545 denunciaron abusos sexuales, según cifras del Instituto Forense de Medicina Legal”, El Espectador, http://www.elespectador.com/noticias/nacional/mas-de-500-feminicidios-se-cometieronprimer-semestre-d-articulo-460394.
  4. http://palabrasalmargen.com/index.php/articulos/category/fernando-forero-pineda
  5. ídem.
  6. http://www.revistacredencial.com/credencial/content/cmo-es-la-nueva-familia-colombiana.
  7. https://www.dane.gov.co/revista_ib/html_r8/articulo4.html

 

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