La nueva geopolítica del capital

En un período en el que la especulación se ha disparado, los flujos de capital están remodelando las economías regionales, huyendo de algunos países e hincando sus dientes en otros. Sin embargo, la experiencia regional muestra que esos flujos no son imprescindibles para el crecimiento y pueden ser regulados para beneficio del país cuando existe voluntad política.

Seguir el rastro de los flujos de Inversión Extranjera Directa (IED), o sea, la inversión productiva, no la especulativa, puede ser un buen ejercicio para comprender los drásticos cambios que se están produciendo en América Latina y de modo muy particular en la región sudamericana. El ejercicio, se puede anticipar, confirma que las inversiones se focalizan en bienes comunes, en particular minería e hidrocarburos, pero despuntan algunos elementos novedosos que muestran la capacidad del capital de diseñar su propia geopolítica, de imponerla a los más diversos Estados y asimismo a los gobiernos de todos los colores.

¿Por qué enfatizar en los flujos de capital y no en la evolución de la producción, del empleo o las exportaciones? La respuesta viene de la mano del geógrafo David Harvey, quien en una reciente entrevista comparó al capitalismo con el cuerpo humano, y los movimientos del capital con el sistema sanguíneo: “El capitalismo depende de la continuidad de los flujos de capital y cualquier interrupción, por cualquier motivo, puede tener costos muy altos” (1). Aunque esos flujos están sufriendo bloqueos, constata que “ese cuerpo está creciendo y hay una expansión infinita de las arterias del flujo de capital y del flujo de mercancías”.

América Latina es una de las regiones del mundo donde esa expansión es más visible. En 2011, la IED mostró un crecimiento del 34,6 por ciento, muy por encima de Asia donde creció un 6,7 (2). En números absolutos, las inversiones directas en la región superaron por primera vez las que se dirigieron a Estados Unidos, y sólo fueron superadas por Europa y Asia. Por su parte, la suma de los ingresos registrados por China y Hong Kong iguala la cifra recibida por Estados Unidos, conjunto de datos que no dejan lugar a dudas sobre las opciones que está haciendo el capital.

Los cambios registrados forman parte de modificaciones de largo plazo en la realidad global. La crisis desatada en 2007 ofició en este sentido como parteaguas, pero el proceso se remonta a comienzos de la década de 2000. En 2010, por primera vez desde que la UNCTAD tiene registros, o sea, desde 1970, los países desarrollados recibieron menos de la mitad de los flujos globales de IED. Hasta fines de la década de 1980, las economías desarrolladas atraían el 97 por ciento de las inversiones. En 2005, las economías en desarrollo y emergentes ya atraían un porcentaje del 12 de los flujos globales; pero en 2010, en un panorama de fuerte descenso de los flujos de capital en el mundo, esas economías superaron la barrera del 50 por ciento (3).

Esa tendencia se mantuvo estable incluso en 2011, cuando las inversiones en Europa registraron un crecimiento de casi el 23 por ciento y las inversiones globales comenzaron una lenta recuperación. Todo indica que la crisis es el momento en el cual las grandes tendencias geopolíticas muestran bifurcaciones y virajes. De ese modo, se puede asegurar que el mundo en desarrollo pasó a jugar un papel decisivo y de algún modo ‘central’ en el nuevo mundo que se avizora.

Hacia una nueva región

América Latina pasó de ocupar un lugar marginal en los flujos de capital (alrededor del 5 por ciento) a convertirse en un destino importante y dinámico. Entre 2000 y 2005 recibió un promedio anual de 66.000 millones de dólares que crecieron de modo exponencial hasta los 216.000 millones en 2011, lo que significa que ha sido capaz de atraer un 15 por ciento de los flujos de capital productivo mundial (4). Lo más importante es registrar si el aumento que delatan las cifras está acompañado por cambios en la dirección de las inversiones, o sea, qué países están pasando a ocupar un destacado lugar y en cuáles el capital se está retirando, y las razones por las cuales esto sucede.

El dato principal es el crecimiento continuo del flujo de inversiones a la región, que en el caso sudamericano puede haber llegado a 150.000 millones de dólares en 2011, unas 15 veces más en cifras absolutas que a comienzos de la década de 1990. Hay tres países que están siendo castigados por el capital: Venezuela, Argentina y México. Además, habría que agregar a Ecuador, país que prácticamente no está recibiendo inversiones extranjeras.

En el caso de Venezuela, la explicación es muy simple: la política de nacionalizaciones del gobierno de Hugo Chávez está en la base de la masiva emigración del capital que no se compensa siquiera por las cuantiosas inversiones de China y las mucho menores de Brasil. En Argentina, el capital pasó de la euforia a una sustancial prudencia. Al comienzo de la fase neoliberal, recibía el doble de inversiones que Brasil y en la segunda parte de la década de los 90 igualó a México, aunque sus economías son mucho mayores que la argentina. Luego de la crisis de 2001, comenzó la retracción, aunque no huida como en Venezuela. Sin embargo, las cifras revelan un cambio de fondo: los principales inversionistas ya no son las empresas europeas y estadounidenses sino las brasileñas, y en menor medida las chinas.

El caso de México es tremendo. Pasó de recibir el 60 por ciento de la IED de toda la región en el período en el que se creó el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) a ingresar un modesto 8 en 2011. El retraimiento del capital se agudizó a partir de 2008, cuando la guerra sucia del Estado contra el narcotráfico evidenció que podría no haber vencedores y que el país puede despeñarse en un infierno de violencia. El caso muestra que el capital es reacio ante situaciones de inestabilidad.

Entre los países que hoy resultan más atractivos para el capital, se destacan tres: Colombia, Brasil y Chile, en ese orden. Desde el año 2000, el flujo de capitales comienza a tomar en cuenta a Colombia, que desplaza a Argentina y se acerca a Chile y México, pese a que esta economía es tres veces mayor que la colombiana. Sólo una mirada más detallada permitirá comprender las razones del interés exponencial del capital en este país, que, observando la serie histórica, arranca con el uribismo y da un salto bajo la actual administración de Juan Manuel Santos.

El caso de Brasil revela el éxito de su proyecto de convertirse en potencia global y el interés que tiene una economía que ha sido capaz de incorporar en apenas una década a 40 millones de personas en el consumo, al aumentar sus ingresos. De recibir la mitad de las inversiones que llegaban a México hace dos décadas, pasó a multiplicarlas por 4, pese a que ambos tienen economías comparables.

Lo más destacado del caso brasileño no es, sin embargo, el crecimiento de la IED, que lo ubica como el cuarto destino mundial, sólo detrás de Estados Unidos, China-Hong Kong y el Reino Unido, sino la calidad de esas inversiones. Hasta 2005, los ingresos de capital tenían tres destinos básicos: la industria, que oscilaba entre el 30 y el 50 por ciento; los servicios, que representaban entre el 50 y el 60; y la minería y la agropecuaria, que eran menos del 10 por ciento del total (5). Con la crisis y la especulación desenfrenada en alimentos y minerales, hubo cambios drásticos: la IED en servicios cayó al 30 por ciento, la minería y el agronegocio se llevan ya más del 30 de las inversiones, y la industria sólo el 35.

Este dato se puede leer de varias maneras. Pese a la fase exponencialmente especulativa de la economía mundial, la industria sigue absorbiendo una parte sustancial de las inversiones, en gran medida porque los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff se empeñan en defender la competitividad de ese sector, al que consideran estratégico para el futuro del país.

En rigor, Chile no presenta mayores sorpresas, ya que, desde el retorno de la democracia en 1990, es uno de los países que ha estado en el campo de mira de los inversionistas, no sólo por contar con una legislación favorable a sus intereses sino también por la estabilidad que le garantizó el gobierno de la Concertación.

Países regionalmente emergentes

Si alguien pensara que la geopolítica es asunto exclusivo de los Estados, los datos anteriores debieran convencerlo de lo contrario. Nadie tan perspicaz como los think tanks del sistema para observar las tendencias de fondo y trasladarlas a los despachos de quienes toman decisiones.

A la hora de realizar inversiones de largo plazo, los capitalistas tienen sus prioridades. Las más destacadas, según un estudio de la UNCTAD, consisten en el tamaño del mercado (17 por ciento de respuestas) y las expectativas de crecimiento de ese mercado (16); muy lejos se sitúan el acceso al mercado regional y la presencia de proveedores (10 por ciento cada una), seguidos por el ambiente de negocios, y la calidad de la mano de obra y de la infraestructura (6). En buen romance, el capital productivo tiene una lógica muy diferente del especulativo, que busca lucros rápidos esquilmando al país receptor.

Un informe difundido por la Sociedad Brasileña de Estudios de Empresas Transnacionales y de Globalización Económica destaca que por cada 100 empleos creados por la inversión extranjera entre 2003 y julio de 2011, 74 fueron en la industria, 23 en los servicios, y sólo 3 en la agropecuaria y minería (7). Teniendo en cuenta que el monto de las inversiones en los tres sectores fue relativamente parejo en Brasil en ese lapso, resulta evidente que ciertas inversiones son negativas para quien las recibe.

Los casos de Colombia y Perú, opuestos al de Brasil, son el mejor ejemplo para ilustrar esa afirmación. El 80 por ciento de la IED que llega a Colombia se dirige a la minería y los hidrocarburos. El mundo empresarial la visualiza como una estrella petrolera ascendente, ya que fue capaz de duplicar la producción entre enero de 2007 y diciembre de 2011, al alcanzar un millón de barriles diarios e igualar la performance de Petrobras (8). La capacidad de Colombia de atraer capitales se afianza en dos hechos ocurridos en 2011: la recuperación del grado de inversión por parte de las tres calificadoras de riesgo más importantes y la entrada en vigor de acuerdos de libre comercio con varios países, sobre todo con Estados Unidos.

Perú es un caso muy similar, con el añadido de que muestra los límites sociales y políticos del modelo extractivo. El 60 por ciento de sus exportaciones proviene de la minería. El congresista Javier Diez Canseco aporta algunos datos para entender por qué la minería es un cáncer que crece sin cesar. En 2011, un 75 por ciento de las exportaciones mineras de Perú se concentran en oro y cobre. El 52 de las de oro las realizaron sólo dos empresas, y el 48 de las de cobre las hicieron tres empresas. El sector minero tiene un margen de ganancias netas del 42,4 por ciento en promedio. Minas Buenaventura, socia de Yanacocha, involucrada en el polémico proyecto Conga, tiene un margen del 84,1 por ciento. Eso quiere decir que las grandes mineras “ganan el equivalente a todo su patrimonio en cuatro años y algunas mineras lo logran en dos. ¿Quién no quisiera invertir ahí?”, se pregunta el congresista (9).

Toda la minería deja en Perú por impuestos 4.500 millones de dólares, apenas el 17 por ciento de lo que exporta. Es muy, muy poco. Pero es casi tanto como el presupuesto anual del Estado en educación (5.600 millones de dólares) y muy superior al presupuesto de salud (3.200 millones) (10). Por eso, los gobiernos se rinden a las grandes empresas.

Pero Perú es también el espejo en el que se pueden mirar los países que le apostaron al extractivismo. Hay 200 conflictos ambientales en 21 de las 25 regiones administrativas y la resistencia social, que en Cajamarca llevó al gobierno a decretar el estado de excepción, consiguió paralizar seis grandes proyectos mineros con inversiones de 11.000 millones de dólares y cuatro represas hidroeléctricas en el sur del país (11). La crisis política y social que afecta al país puede estar anticipando la que mañana padezcan otros países andinos como Ecuador, Bolivia y Colombia.

Como señala Harvey, no hay una relación automática entre el aumento exponencial de los flujos de capital y un colapso posterior. Todo depende, en su opinión, de la fuerza del resto de la economía: “Algunos países están bien posicionados para convertirlos en un gran beneficio (por ejemplo, China en los años 1990), en tanto que otros pueden ser victimados por ellos (por ejemplo, Indonesia y Argentina en la década de 1990)”.

La llegada de capitales extranjeros, que naturalmente buscan ganancias que retornarán a sus casas matrices en los países desarrollados, puede jugar un papel positivo si el país receptor tiene la voluntad política de ponerles condiciones, y, de modo muy particular, de forzarlos a transferir tecnología y conocimientos, que es la carencia principal de los países no desarrollados. Pero pueden destruir al país, literalmente, si se les permite hacer su juego de extraer recursos ilimitadamente, como sucedió en Argentina durante el gobierno de Carlos Menem.

1 “O dinheiro é vermelho”, entrevista con David Harvey, Valor, Sâo Paulo, 9 de marzo de 2012.

2 UNCTAD; “Global Investment Trend Monitor” Nº 8, Nueva York, 24 de enero de 2012.

3 Cepal, “La inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe”, 2010, Nueva York, Naciones Unidas.

4 ibíd. p. 45.

5 Boletim SOBEET Nº 77, Sociedade Brasileira de Estudos de Empresas Transnacionais e da Globalização Econômica, Sâo Paulo, 25 de enero de 2011.

6 Boletim SOBEET Nº 79, Sociedade Brasileira…, 26 de abril de 2011.

7 Boletim SOBEET Nº 81, Sociedade Brasileira…, 5 de setiembre de 2011.

8 “Colômbia é estreia em ascensâo no setor de petróleo”, Valor, Sâo Paulo, 9 de marzo de 2012.

9 Javier Diez Canseco, “La oligarquía minera”, La República, Lima, 27 de febrero de 2012.

10 ídem

11 “Tensâo social no Peru inibe US$ 11 bi em investimentos”, Valor, Sâo Paulo, 20 de marzo de 2012.

*Periodista e investigador social.

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