La víctima y su instrumentalización de la culpa

Leo en Clásicos para la vida de Nuncio Ordine, esta bella cita de Si esto es un hombre de Primo Levi: “Cada uno se despidió de la vida del modo que le era más propio […] Pero las madres velaron por preparar con amoroso cuidado la comida para el viaje, lavaron a los niños, e hicieron el equipaje, y al amanecer las alambradas espinosas estaban llenas de ropa interior infantil puesta a secar […] ¿No haríais igual vosotras? Si fuesen a mataros mañana con vuestro hijo, ¿no le daríais de comer hoy?”.

Comenta Ordine: “Las páginas iniciales del dramático testimonio de Levi bastan para darnos a entender la brutal inhumanidad de quien programa el exterminio de millones de inocentes. … Levi nos recuerda que cuando la intolerancia hacia el «otro»» o el «diferente» se transforma en un «objetivo político», el peligro es inminente. Por eso, no conviene bajar la guardia, no deben subestimarse palabras y gestos que contribuyen a fomentar el odio y la violencia”.

La anterior referencia la podemos aplicar, a contrariu sensu, paradoja de paradojas, con lo que sucede hoy en Medio Oriente, donde el Estado de Israel –escudado en el horror del Holocausto– se ha convertido en victimario del pueblo palestino. Además, esgrime el epíteto de antisemita y apoyador de terrorismo a quien se atreva a denunciar su agresión brutal contra el pueblo palestino.

Occidente ha presenciado, desde hace casi ochenta años, de qué manera el pueblo judío ha convertido el dolor y el sufrimiento inenarrable del Holocausto en su principal arma para materializar su cólera, cayendo en la hybris de la tragedia griega donde es imposible hacerle ver al héroe que, con su ciega conducta, va a su propia catástrofe.

En la dinámica de la víctima hay dos caminos. El primero comienza por vivir lo que nadie puede experimentar por ella, el dolor, la ofensa, el daño irreparable, el saber que tendrá que convivir con el recuerdo y las cicatrices; acto seguido y tras una profunda toma de consciencia, emerge resuelta de su desventura y confronta a su agresor para reclamar responsabilidades debidas. Cuando el agresor reconoce, de frente, el daño hecho, se abre el camino para el perdón y la reconciliación. Un ejemplo de esto ocurre hoy en la JEP en nuestro país. En este caso la victima surge empoderada, con una reparación si no material, al menos simbólica, que puede ser más potente que la material, y asume su potestad para continuar la vida con dignidad. Incluso si el reconocimiento de responsabilidad no existe, hay victimas que logran recomponer sus vidas valientemente.

El otro camino es el de la víctima que escoge no salir nunca de su condición pues esta le reporta rendimientos continuos en el tiempo. Es una actitud infantil y utilitaria, opuesta a la anterior, en esta no se asume la potestad por el presente y el futuro; la víctima sigue persiguiendo, ad infinitum, a su victimario –si bien esta haya asumido su responsabilidad– pues de esa persecución saca provecho una y otra vez. Ninguna reparación le basta. No le interesa perdonar porque eso sería salir de su condición y dejar de usufructuar la culpa, la lástima y conmiseración de todos. Así, la víctima perpetúa su condición para exigir reiteradas reparaciones más allá de lo que es dable en cualquier justicia universal. Y, además, se legitima para hacer daño pues ella ha sufrido también daño, de esa manera eterniza el ciclo víctima/victimario.

Esta segunda opción –por alguna razón el axis mundi del judeocristianismo es la culpa– es la escogida por el pueblo judío cuando instrumentaliza el horror del Holocausto para hacer, por ejemplo, lo que perpetra desde 1948, desde la segregación y discriminación –apartheid– hasta el exterminio del pueblo palestino. Alemania, Europa Occidental y sus aliados han asumido con claridad y valentía la culpa colectiva del genocidio judío. Por ello abundan, entre múltiples expresiones, los centros de memoria histórica en Europa que dan fe de los errores cometidos. Al pueblo judío se le ha reparado de todas las formas posibles: política, filosófica, ética, material, territorial, artística y emocionalmente. ¿Hasta cuándo el pueblo judío seguirá explotando su rol de víctima para perseguir hasta aniquilar a los que desplazó desde su llegada a Palestina a partir de la Declaración del Balfour en 1917 y luego cuando las Naciones Unidas le concedió en 1946 el estatus de Estado (pero desconociendo al mismo tiempo igual derecho al pueblo palestino)? ¿Hasta cuándo se usará el fantasma del Holocausto para justificar sus agresiones y generar otro Holocausto, el del genocidio del pueblo palestino?

Criticar lo realizado por Israel cosecha de inmediato la acusación de apoyar el terrorismo y de ser antisemita. Por supuesto, nadie quiere ser acusado de lo uno ni de lo otro. Es así como muchos caen en la autocensura y callan. Pero por todas partes la marea de denuncias contra la asimétrica y desproporcionada respuesta israelí a los inaceptables hechos ocurridos el 7 de octubre están poniendo las cosas en su lugar. Cada vez más hay voces firmes para no dejarse instrumentalizar por la culpa.

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Información adicional

Autor/a: Philip Potdevin
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 238 noviembre 2023
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