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Las economías de portafolio en alza; la economía real sin recuperación

Las economías de portafolio en alza; la economía real sin recuperación

 

Los “fondos buitre” acechan la economía argentina. La especulación financiera no da tregua, pese a la debacle desatada hace seis años con la bancarota del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers, cuya quiebra fue el inicio de la crisis de la economía financieria y el punto de inflexión de la onda expansiva que aún hoy afecta al empleo en el ámbito mundial, la misma que requiere de la aprobación de reformas más profundas para prevenir futuras crisis, cuyas amenazas están latentes.

 

Argentina sufre el acecho de buitres. La rondan, la demandan, la colocan en aprietos económicos, la llevan ante los tribunales. Las “aves” de rapiña son fondos especulativos, surgidos en los años noventa durante la presidencia de Carlos Menem, a raíz de la implosión de la deuda externa argentina que pasó de 60.000 a casi 120.000 millones de dólares.

Años de tensión y maniobras. A fines de 2001, durante la administración de Fernando de la Rúa, Argentina declaró su moratoria de pagos. Reconoció que no era capaz de cumplir a los acreedores y que debía entrar en una reconversión de la deuda. Su propuesta: pagar un poco menos de la mitad de los montos. Según cifras oficiales del gobierno sureño, cerca de un 60 por ciento de los acreedores estuvo de acuerdo.

Para quienes siguieron en el pleito, la pugna se prolongó. Juego de tahúres. Pero ya para 2010, según la administración Kirchner, un 94 por ciento de los acreedores había aceptado las reestructuraciones de la deuda externa. Es de advertir que estos “papeles de deuda” fueron pasando de mano en mano en los mercados secundarios y terciarios, llegándose a comprar por algo así como un 20 por ciento de su valor inicial.

¡Sorpresa! Últimamente, con el fallo del juez federal de Nueva York, Thomas Griesa, Argentina quedó sometida a pagarle a los tenedores de los papeles del mercado secundario de su deuda, los reconocidos “fondos buitre”, la cantidad de 1,330 millones de dólares. El requerimiento ocurre en una coyuntura desfavorable para la economía del gobierno liderado por Cristina Kirchner, en donde a la debilitada aceptación de su gestión, en especial por los sectores más conservadores, debe agregarse la amenaza no menos notoria del desempleo.

De la economía real a la financiera

 

Tanto la coacción de los “fondos buitre” como la quiebra de Lehman Brothers, y su derivación en la última crisis financiera mundial, debe comprenderse en función de que en la economía mundial co-existen dos grandes esferas de actividad. Por una parte la economía real, la que produce bienes y servicios, y está vinculada a la generación de empleo. Y por otro lado la economía financiaria, o de portafolio, a la que Paul Krugman (1) denominó como “economía de casino”, del dinero y ganancias especulativas.

Una crisis, como la generada el 15 de septiembre de 2008 con la bancarrota del banco Lehman Brothers afectó inicialmente la economía financiaria para luego incidir en la economía real de todo el mundo. El temor, a partir de entonces, es que los efectos de la crisis continúen y extiendan, en particular hacia los países menos desarrollados. Sabemos que las repercusiones más importantes en las naciones en desarrollo, evidentes cuando los países centrales cargan problemas económicos, están centrados en tres aspectos fundamentales: (i) menor compra de los productos del Sur; (ii) compra a precios más bajos, es decir, empeoran los términos de intercambio; y (iii) las remesas familiares tienden a disminuir, afectando las balanzas de pagos de los países más vulnerables (2).

El temor de que sigan los efectos de la crisis no son infundados. Luego de seis años de presentarse lo que algunos economistas referenciaron como el “lunes negro de 2008”, la crisis financiera mantiene sus efectos, evidenciados en los niveles rezagados del empleo y del ritmo productivo. Y todo puede reeditarse, y más fuerte. Es indispensable tener presente, que en el mundo actual la economía real asciende a un total de 60 trillones –millones de millones de dólares–, que es el monto del producto interno bruto del planeta, mientras que la economía de los mercados bursátiles mueve entre 600 a 700 trillones, es decir entre 10 y 12 veces la economía real.

No sorprende, por tanto, lo ocurrido luego de los momentos más álgidos de la crisis. En contraste con el aletargamiento o no recuperación plena de la economía real, los datos de la economía de portafolio o financiarista son alentadores. En efecto, recientes cifras de los mercados bursátiles tienden a la recuperación. Con ello muchos analistas estiman y confirman el notable grado de confianza regenerado en los circuitos financieros. En otras palabras, la esfera de las especulaciones de títulos tiende a incrementarse.

En cuanto a la economía real, la recuperación general de Europa y de los Estados Unidos –regiones responsables de casi un 60 por ciento del total de producción del planeta– ronda niveles entre 2 y 3 por ciento de crecimiento para este año. Al menos hay cierto nivel de aumento, pero no con el vigor suficiente como para establecer un papel de locomotora en el crecimiento mundial y con ello, que impacte positiva y notablemente en otras naciones.

Por su parte, los países que contienen casi al 30 por ciento de la población mundial, China e India, tienden a descender en sus aumentos productivos. El crecimiento previsto para estas economías, en los siguientes tres años, rondaría el 7 por ciento anual. Algo importante para los estándares mundiales, pero con un nivel bajo para lo que tradicionalmente había llegado a ser el incremento de producción de estos dos países (en los pasados 25 años el aumento promedio anual de su producto interno bruno (PIB) llegó a ser entre 9 y 11 por ciento). Es de insistir que, mientras en China un crecimiento de “tan sólo” un 7 por ciento causa estragos en la opinión pública, percibiéndose la prevalencia de una crisis de producción; en América Latina y el Caribe (ALC) en los últimos años el mayor crecimiento fue del 4 por ciento, como sucedió en el 2008, durante el cual los efectos de la última crisis mundial aún no eran tan fuertes.

Por otro lado, mientras que en los países asiáticos las políticas están más diseñadas en función de crecimiento económico –así sacrifiquen hasta cierto punto la inflación–, en los países en desarrollo, en especial en Latinoamérica, la obsesión de los bancos centrales está enfocada en el control inflacionario, más que el crecimiento de producción. Es cierto. Nadie desea una elevación generalizada de precios. Nadie desea la presencia de inflación, pero en nombre de evitarla se deteriora el crecimiento económico y con ello la posibilidad de ampliación de oportunidades para las personas, vía el empleo. La inflación es quizá el peor impuesto para los sectores vulnerables, el que más afecta a los pobres.

Este enfoque de control inflacionario utilizado en América Latina busca generar condiciones de estabilidad más que de crecimiento económico. Con ello controlan, es cierto, la inflación –cuyos nefastos recuerdos de los años ochenta aún están frescos– pero a costa del aumento del PIB, con lo cual no logran ampliarse los niveles de empleo en las diferentes sociedades. Y sin esa ampliación difícilmente habrá oportunidades para amplios sectores: ni para los jóvenes que por primera vez entran a participar en el mercado laboral, ni para otros sectores que tengan poca preparación formal o competencias para desempeñar un puesto de trabajo.

Esto puede ser cierto para muchas bolsas de valores, pero no es menos verdad que los fondos que están apalancando los mercados de derivados financieros son los que faltan para generar mayores oportunidades de empleo. Según datos recientes del Financial Times, es necesario proveer de ocupación productiva a cerca de 14 millones de desocupados que aún quedan como víctimas persistentes de la última crisis financiera.

 

El escenario actual y sus perspectivas

 

Una crisis que no llega solucioanrse. Hace poco, presentaron –con motivo de la reforma al sistema monetario europeo y la revisión de las funciones de su Banco Central– una actualización de los mecanismos operativos del régimen que orienta las finanzas mundiales. El resultado no tuvo la contundencia deseada.

En la actualidad se mantiene el requerimiento de reformas más profundas, a efecto de evitar las externalidades negativas de esos mercados financieros, los daños graves a la perdurabilidad de las empresas y catástrofes sociales que den pié a nuevas crisis financieras cuyas amenazas ya están latentes.

Si bien es cierto que con las primeras medidas tomadas luego de la crisis se lograron establecer procesos de control más eficientes –y los avances de los acuerdos internacionales conocidos como Basilea I y II–, también es necesario indicar que tales controles aún no llegan a los mecanismos estructurales que mueven los ámbitos bursátiles en el mundo. Es cierto que ahora establecieron ciertos límites en los llamados mercados de derivados, pero los mismos siguen sin límites significativos, y sus efectos sociales sin ser cuestionados.

Aún con las actuales reformas, es posible fortalecer y consolidar entidades financieras sumamente grandes, cuya caída, de nuevo, puede repercutir negativamente en el empleo en el ámbito mundial. Es decir, al no establecerse regulaciones precisas, los casi 3 trillones –millones de millones– de dólares que le costaron a los ciudadanos de Estados Unidos los “rescates” a raíz de la presencia de los “activos tóxicos”, pueden muy bien constituirse en el combustible del que beben nuevas burbujas. De allí que no esté neutralizado, ni mucho menos conjurado, el peligro y el acecho con que la inmensa economía de portafolio puede de nuevo atacar a la economía real.

Los grandes grupos financieros saben que las utilidades son privadas, mientras que a la hora de los derrumbes no hay fundamentalismo de mercado que valga: son los gobiernos y las sociedades las que pagarán por los “rescates”.
Esto no deja de ser paradójico. Desde inicios de los años ochenta, con la embestida del neoliberalismo, pedían, exigían, a fin de cumplir con los pagos de la deuda, incorporar en los planes de ajuste macroeconómico la reducción de las instituciones del Estado, disminuyendo las capacidades de los gobiernos. Luego de la crisis de 2008, los mismos agentes que clamaban por esa reducción de lo público, clamaban por su “rescate”.

Y su músculo para el lobby en los parlamentos de todo el mundo es inmenso, por lo que no es casual su notable influencia en las decisiones políticas que allí toman. Es conocida, además, la tendencia de la “puerta giratoria”: altos funcionarios de gobierno, generosos y leales con los grupos de poder o de presión, una vez salen de sus responsabilidades en el sector público, optan a cargos de importancia en las altas gerencias de corporaciones privadas. Como es sabido, la rotación en los conglomerados de recursos humanos de entidades del Estado padece por cambios de gobierno o de grupos de personas que tienen la confianza de altos funcionarios electos. En otros casos, con mayor crudeza, lo impuesto abiertamente por parte de las agrupaciones que toman el poder es el clientelismo.

Por ejemplo, la última reforma aprobada en Estados Unidos respecto a los mercados de derivados financieros, eliminó una nueva agencia supervisora, la que se hubiese encargado de que el control del sistema bursátil fuera independiente. Con los textos actuales, esta función queda supeditada al Federal Reserve.

Poder real favorecido por cambios tecnológicos. Como era de esperarse, debido a las nuevas tecnología comunicativas e informáticas, los sectores financieros son los más globalizados, esto es más interconectados, más integrados. En los mercados de bienes y servicios la situación permanece ambigua. Algo se avanza formalmente producto de las rondas de negociación del antiguo GATT (Tratado General de Aranceles y Comercio), hoy substituido por la actual Organización Mundial del Comercio (OMC).

Al lado opuesto están los mercados laborales, los menos integrados o globalizados, excepto en los casos en los cuales los técnicos o científicos tienen altas calificaciones de trabajo, un alto grado de especialización. Piénsese en este último sentido, en la situación de doctores, por ejemplo, que son especialistas competentes en trasplantes. A estos profesionales prácticamente los pueden arrebatar los hospitales de los diferentes países, así no tengan toda la fluidez en los idiomas de las naciones que los demandan.

 

De dilema a reto

 

Si el reto de la economía es el ser humano, la especulación debe llegar a su fin. Los “fondos buitres” deben ser cosa del pasado. De hecho, en una perspectiva de mejorar la calidad de vida de millones de personas, es prioritario fortalecer los circuitos de la economía real. De esa manera no sólo se garantiza la producción de bienes y servicios, sino que ante todo, como está dicho, la población encontrará mejores oportunidades para su cotidianidad vía empleo productivo. Estamos ante un medio que puede ir mejorando los niveles de inequidad, los que son particularmente graves en Latinoamérica.

Nadie duda sobre la necesidad que tienen todas las sociedades de un vigoroso sistema financiero, hoy interconectado, globalizado. El que es, junto con el mercado de bienes y servicios, y el mercado de factores de producción, una instancia imprescindible en cualquier sistema económico actual. Sin embargo, el sistema encargado de las finanzas debe constituirse en un medio que permita asignar recursos competitivamente, que promueva la ampliación de oportunidades para las personas vía el empleo, que genere el incremento de las capacidades especialmente por medio de capacitación y educación, y que posibilite mecanismos sostenibles de mejora en la calidad de vida de la sociedad.

Son retos para encarar sin dilación. Sin estos ajustes, muy probablemente la sociedad-mundo estará condenada a repetir crisis financieras. Existen poderosos sectores que aunque minoritarios pueden beneficiarse de ellas. Queda evidente la renuencia de los poderes globales para aprender de las lecciones pasadas. Lamentablemente existen pocas dudas: tendremos historia para rato. 

 

1 Premio Nobel de Economía 2008.
2 Se entiende por términos de intercambio, la relación o proporción entre el precio de las exportaciones que tiene un país, en relación con el precio de las importaciones. A este indicador también se le conoce como “relación real de intercambio”.

Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard.
Profesor Titular, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario.

 

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