Para ellos, la tormenta ya pasó, la elección de Donald Trump y el “Brexit” han sido casi conjurados. La amplia victoria de Emmanuel Macron entusiasmó a los medios dirigentes de la Unión Europea, y uno de sus comentaristas adeptos hasta ronroneó que se trataba del “primer golpe decisivo para frenar la ola populista”*. Aprovechar el momento para hacer pasar a la fuerza la agenda neoliberal de la Comisión Europea tienta entonces a los nuevos gobernantes franceses, que tienen en la mira al Código del Trabajo. Una orientación idéntica será encarnada a partir de ahora en París por un hombre más joven, más cultivado y menos totalmente desprovisto de imaginación y de carisma que su predecesor; los milagros de la comunicación y del “voto útil” permiten transformar este ligero cambio en un giro histórico que les abre el camino a todas las audacias. En cuanto a la eliminación de las diferencias entre los dos campos que canta una pasmada prensa occidental, es también producto de la fantasía: la izquierda y la derecha francesas aplican en efecto cada cual a su turno la misma política desde 1983. De acá en más, partes enteras de una y otra se encuentran en un mismo gobierno, mañana en una misma mayoría parlamentaria. Ahí se gana en claridad, pero nada más.
Una tregua precaria
La incrustación en el poder de una derecha española corrompida, la victoria de los liberales en los Países Bajos, el nuevo contrato acordado, quizás de manera imprudente, a los conservadores británicos y alemanes, sugieren que la época de rebeldías que marcó el año pasado se podría haber agotado a falta de salidas políticas. La elección de Macron sobre fondo de bandera azul y dorado, su visita inmediata a Berlín señalan en todo caso que las grandes orientaciones europeas defendidas por la canciller Angela Merkel van a ser acompañadas con vigor. Para los griegos, acaban de desembocar en un recorte del 9 por ciento de sus jubilaciones; los expertos sólo debaten acerca de si es el décimo tercero o el décimo cuarto en su género. En cuanto a Trump, cuyos caprichos y fanfarronadas inquietaron por un instante a los cancilleres occidentales, la normalización de su presidencia está bien avanzada; su obstaculización organizada en caso de necesidad. Lo único que faltaría para garantizar la total serenidad de los timoneles del viejo mundo es el regreso al poder de Matteo Renzi en Italia en los próximos meses.
Durante los años 1920, al constatar que después de una era de huelgas y de revoluciones la mayor parte de los Estados europeos –en particular el Reino Unido y Alemania– habían retomado su régimen de crucero, la Internacional Comunista tuvo que conceder la “estabilización del capitalismo”. Atenta en todo caso a no desarmarse, anunció en septiembre de 1928 que la tregua sería “parcial, temporaria y precaria”. De su parte, la advertencia pareció mecánica, logomáquica incluso; tenía lugar en ese entonces la euforia de los pudientes, eran “Los años locos”. El “jueves negro” de Wall Street estalló un año más tarde.
* Alain Duhamel, “Macron : première victoire contre le populisme”, Libération, París, 10-5-17.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Aldo Giacometti