La multiplicación de incendios forestales en diversas partes del territorio colombiano obliga a reflexionar sobre la precariedad logística y presupuestal con que operan los bomberos en Colombia. Un tema que no es nuevo y que se reproduce en otras coordenadas del mundo por su vigencia retomamos un artículo de Le Monde diplomatique, edición Colombia (marzo 2017).
Los bomberos –en su mayoría jóvenes hombres blancos y sin mucha preparación escolar– están en contacto permanente con los más desfavorecidos. Asisten desde hace más de veinte años a la degradación simultánea tanto de sus condiciones de trabajo, bajo el efecto de las políticas de ajuste, como de las condiciones de vida de aquellos a quienes deben ayudar. Con una serie de consecuencias políticas cuya magnitud.
“No, pero con franqueza, no entiendo para nada lo que quieren: queman los autos de sus padres, las escuelas de sus hermanitos, sus malditas barriadas… ¡No tiene sentido! ¿Adónde quieren llegar? ¿Creen que van a obtener algo ocasionando el caos? ¡De todas formas no vas a disculparlos! ¡En algún momento, esto tiene que acabar!”.
Conversación usual en un camión de bomberos, una noche de disturbios de noviembre de 2007, tras la muerte de dos adolescentes cuya moto fue atropellada por un coche de la policía en Villiers-le-Bel (Val d’Oise). Las barriadas estallaron: durante varias noches se multiplicaron pedradas, emboscadas, enfrentamientos, incendios. Era la segunda vez que enfrentábamos ese tipo de sucesos en tales proporciones. En 2005, había sido necesario resistir por un tiempo; aquí, el estallido fue violento, pero más breve. En cada ocasión, imperaron la incomprensión y la ira –más que el miedo-. También un cierto fatalismo se apoderó de nuestro cuartel, ubicado en un extenso suburbio parisino que, aun sin estar sobreexpuesto a las violencias urbanas, tiene que enfrentarlas con regularidad.
Durante quince años frecuentamos este cuartel, en guardia rotativa, al lado de bomberos que, en su gran mayoría, son jóvenes hombres blancos. Relativamente con escasos estudios, siguen muchos cursos profesionales y técnicos cortos y pertenecen a esta Francia de las clases populares que rozan las clases medias o aspiran a pertenecer a ellas.
“Malestares no especificados”
Es decir que un intelectual parisino como yo, que hice estudios superiores, de verdad no entra en la norma: como cada uno tiene respecto del otro un conjunto de prejuicios, mi perfil remite evidentemente a la figura del “zurdo” laxista, siempre dispuesto a disculpar todo, “como todos los burgueses bohemios de izquierda”. No siempre es fácil explicar que la sociología no es una cultura de la excusa: los bomberos de terreno apenas lo creen, pero el ex primer ministro Manuel Valls mostraba la misma fineza de análisis para esta disciplina…
Así, con regularidad, a menudo de manera gentil –a veces de manera sarcástica–, estoy obligado a dar sentido a lo que viven y ven todos los días aquellos que, por su oficio, son grandes comentadores de la comedia (y las tragedias) humana. Por supuesto, los disturbios, las pedradas, agresiones o tensiones en ciertos barrios populares, con los “adolescentes”, los “wesh-wesh”[pandilleros] que no agradan demasiado a los bomberos, pero también con los “casos sociales” [personas vulnerables], los asistidos de todo tipo, y todos los “Tpmg”, los “todo para sí mismos”: hombres políticos, empresarios, estrellas del deporte o del mundo del espectáculo. Se fustiga con violencia su egoísmo y su inmoderado gusto por el éxito, su ausencia de sentido del sacrificio, del deber, de la abnegación, de la fraternidad: otros tantos valores fundamentales en ese medio que se vive como en una especie de contra-sociedad, con sus códigos y ritos, orgullosa de la ayuda mutua y la cohesión ofrecida a aquellos que fueron aceptados en sus filas.
En realidad, el oficio de bombero zapador sigue siendo poco conocido, sumergido bajo imágenes mediáticas, incluso folclóricas: incendios espectaculares y catástrofes, homenajes nacionales a las víctimas del deber, etc. Evidentemente es una de sus facetas, y los “muertos en incendio” merecen los homenajes póstumos. Pero, mirando más de cerca, aparece otra forma de “heroísmo” –aunque la palabra provoque sonrisas en el medio y que todos se apresuren a negarla–: la de una cotidianeidad de miserias y angustias de toda naturaleza a las que los bomberos deben encontrar solución. Por supuesto, son algunos gestos de socorrismo, métodos para lograr el alivio, pero también –y quizás sobre todo–, horas pasadas en discutir, reconfortar, calmar, tranquilizar. Ya que la realidad del terreno lleva al bombero a enfrentarse cada día a problemas y sufrimientos que no revelan urgencias vitales, sino todo lo que nuestra sociedad puede generar de trastornos, malestares, angustias, dificultades para vivir.
Por ejemplo, son legión los “malestares no especificados”–terminología profesional que da origen a una intervención–. El término les va bien, porque a veces es difícil definir lo que llevó a uno u otro a marcar el 18 o el 112 [números de teléfono de los bomberos]: enfermos crónicos abandonados en su domicilio y que amenazan con poner fin a sus vidas; los “incongruentes períodos de desempleo” de un ejecutivo despedido que insulta a lo loco a un vecindario bien respetable y del cual un alma caritativa teme que se vea llevado a “cometer lo irreparable”; la angustia de ancianos que no están totalmente en sus cabales y esperan el fin en alojamientos más o menos sórdidos o encienden su tele-alarma en medio de la noche porque se cayeron de la cama… En esas situaciones, los bomberos se obligan a ir, comprender, tranquilizar, y consideran una cuestión de honor no hablar de lo que sienten y conservar la calma y la sonrisa –cuando eso es posible-.
Este humanismo en acción se manifestó en especial cuando la jerarquía pidió con mayor insistencia la aplicación de la ley de 1996 que permite facturar algunas intervenciones que no conciernen directamente al socorro, sino a “operaciones de carácter privado”: nido de avispas, apertura de puerta, transporte sanitario secundario, etc. Incumbiría a las finanzas del servicio, a la sensibilización de la población respecto de la noción de urgencia, a la necesaria responsabilidad de nuestros conciudadanos… Así, durante las formaciones continuas se imparte toda una batería de argumentos; los gestos divertidos o desafiantes y las miradas algo nostálgicas de los participantes hacen pensar que no se reconocen demasiado en esta situación. Con rapidez surgen algunas bromas y risas capciosas: “Parecería que estamos en Darty [cadena de electrodomésticos]: ‘Estimada señora, esto le costará tanto’”.
En el terreno, las cosas se materializan de inmediato: pérdida de agua en el tercer piso, HLM [alojamiento de alquiler] decrépito. Llegamos con un colega experimentado al departamento de una anciana presa del pánico en una habitación que se inunda a ojos vista. Paramos el siniestro, trasegamos el agua: no hay dudas, es el lavarropas, demasiado viejo, que se descompuso. “En este caso, ¿no habría que redactar la nota ‘operación de carácter privado’?” murmuro, tanto para saber como para mostrar mi respeto por los procedimientos que nos inculcaron. La mirada severa de Jérôme me congela. “¿Le debo algo?, pregunta febrilmente la jubilada cuando terminamos. “¡Pero no, nada! -responde él con una amplia sonrisa-. Somos los bomberos, es gratis, ¿sabe? Y además, usted no tiene la culpa, esto ya es bastante difícil para usted. ¡Si puede, un vaso de agua nos vendría bien, después de todo este laburo!”. Mientras acomoda el material en el camión, Jérôme me explica: “¿Viste dónde vive? ¡No tiene un peso! De acuerdo, debe estar asegurada, pero eso ni siquiera es seguro… No hay manera de que yo exija el pago a esa gente, no es lo mío. Después, deberás elegir qué tipo de bombero quieres ser. Yo lo soy a la antigua, estoy para dar una mano, no para hacer facturas”.
Durante estos últimos quince años, no dejó de plantearse la cuestión de la comercialización de ese servicio público. Facturación, costo del material utilizado en una intervención, informatización de los medios que permitan remunerar a los bomberos de inmediato en cuanto terminan una tarea, llegada de los controladores de gestión, intentos de definir la duración de cada tipo de intervención para no superar un tiempo promedio”: hubo muchas señales de esta “nueva gestión pública” y su búsqueda de “racionalización”. Ahora bien, los bomberos nunca saben qué van a encontrar cuando salen para intervenir, ni lo que tendrán qué hacer. Ninguno de ellos desea que su actividad de socorro sea cuantificada, que se mida su tiempo de empatía, que se pongan parámetros a su grado de implicación o que se le reproche el uso de un material. Más bien percibí el enfado de los colegas: “Podríamos no poner la compresa “Burn Free” durante el transporte [de un quemado]… Y ya que estamos, sólo hay que pedirle a la persona que sufre que muerda un palo hasta que llegue al hospital. ¡Eso no resultará demasiado caro!”.
Esta empatía, este humanismo, ese sentido del prójimo puede resumirse en la fórmula del sociólogo Pierre Bourdieu, la “mano izquierda del Estado”: todo ese trabajo de ayuda y asistencia que aseguran los bomberos en lo cotidiano y que explica gran parte de su popularidad –incluso se trataría, según varias encuestas, del oficio más popular de Francia-. Sin embargo, se podría matizar diciendo que después de todo es su trabajo, que eligieron esa profesión de socorro y son pagados por su altruismo. En parte es verdad –para los bomberos profesionales de la función pública territorial (41.000 en 2015, es decir el 17% del cuerpo) y los militares en París y Marsella (12.200 en 2015, el 5% de los efectivos)-. Pero es olvidar que en Francia más del 80% de los bomberos son voluntarios (193.700 en 2015), indemnizados según el servicio horario (en promedio de 5 a 8 euros la hora para los bomberos en terreno, los de menor grado, los más directamente en contacto con la población). Cualquier voluntario sabe de inmediato que ganará entre 90 y 100 euros por una guardia de doce horas, durante la cual realizará de seis a diez intervenciones. El afán de lucro no forma parte de las motivaciones: es un pobre pago por un fuerte compromiso. El bombero voluntario tiene que mantenerse a nivel operacional cumpliendo con regularidad guardias (de veinticuatro horas y a veces más, de noche, el fin de semana…) y mediante formaciones continuas obligatorias. Con regularidad está sometido a pruebas físicas, entrenamientos deportivos y maniobras. El desgaste físico es una constante del oficio.
“Dar lecciones”
Sin embargo, todos conocen la trampa de los servicios: no son imponibles, se depositan directamente en la cuenta bancaria a fin de mes, no van acompañados de ningún aporte y con rapidez representan un elemento no despreciable de los ingresos. Como escribía con inquietud un sindicalista de la Confederación General del Trabajo (CGT), hace años que se asiste a una “salarización de los servicios” porque muchos bomberos, en especial entre los más jóvenes y más precarios profesionalmente, viven al menos en parte de sus servicios. Muchos voluntarios esperan ganar el concurso profesional y convertirse en funcionarios, para seguir en el oficio de sus sueños con las garantías de una verdadera carrera: remuneración estable y evolutiva, derechos sociales, derecho a la formación continua, primas, jubilación, etc. Pero las restricciones de cargos a los concursos de reclutamiento, las dificultades para ser contratados en el departamento de su elección frustran sus esperanzas.
Entonces tienen que encontrar un empleo, si es posible vinculado a sus competencias (guardavidas, agente de seguridad en incendios, ambulanciero, camillero…), pero a menudo precario: obrero con diferentes tipos de contratos, temporales en la manutención, la seguridad o el manejo de maquinarias. Su futuro profesional no siempre es sereno. “La verdad es que sin los voluntarios, todo nuestro sistema de protección y de seguridad civil se derrumbaría. Nada puede reemplazarlos, ni en el plano humano ni en el plano simplemente presupuestario”, escribía por ejemplo el ex ministro de Educación Nacional Luc Ferry en su informe “Ambition volontariat”, que en 2010 presentó al presidente Nicolas Sarkozy (1). Es decir, y según las palabras de un colega sindicalista, “la verdad es que el SDIS [Servicio Departamental de Incendios y Socorro] es un dealer que vive de la precariedad de los voluntarios”.
Teniendo en cuenta la continua degradación de las condiciones de vida y trabajo, merece plantearse otra cuestión: ¿durante cuánto tiempo más los precarios deberán ocuparse de los más precarios que ellos? Pero también, ¿qué efectos, en especial políticos, puede tener? Al elegir hablar de “escena retrospectiva [flashback]”, se quiere sacar a la luz las formas de derechización de esta franja de las clases populares, en constante proximidad con las poblaciones más precarizadas. Algunos bomberos, hastiados, se consideran a veces como los “basureros de la sociedad”. El oficio lleva a estar en permanente contacto con los más desfavorecidos, así como a actuar en ciertas barriadas o zonas abandonadas.
Las amenazas e insultos existen, sería en vano negarlo, incluso si no es la norma. Lo más evidente son las tensiones que pueden aparecer entre jóvenes de diferentes fracciones de las clases populares, la precarización de los unos no los inclina a excusar las “incivilidades” de los otros. A ello se agregan acontecimientos que dejaron su marca, como los disturbios de 2005 y 2007, que acentuaron las incomprensiones, las desconfianzas. Los bomberos estuvieron en primera línea para afrontar esas revueltas urbanas cuyo sentido se les escapó (2), mientras que la potencia de la condena moral y política a través de un incesante bombardeo mediático servía de principal grilla de lectura.
Por último, los atormentan múltiples inquietudes, en particular por sus hijos. Desean evitarles algunas escuelas públicas donde, dice uno, “mi chico será el único blanco de su clase”, y las malas frecuentaciones de la barriada vecina. Cuando apenas poseen un pobre capital cultural que transmitir, el futuro les parece especialmente sombrío. Entre los profesionales, algunos se consideran como una especie de “salvados socialmente por milagro”. “No tengo estudios, y con las primas gano más que un profesor. ¡Es de locos!” escuchamos decir muchas veces. Pero temen que ese “milagro” no alcance a sus hijos, “porque hoy se necesita un diploma para todo, hasta para barrer”.
El sentimiento de haber triunfado profesionalmente sin bagaje escolar consecuente, a fuerza de agotador trabajo físico, de rigor, de esfuerzos, lleva a muchos bomberos a condenar sin atenuantes “a aquellos que se aprovechan del sistema”: los “casos sociales” o los “acomodados”, tras el asunto Cahuzac (3), las denuncias de empleos ficticios en contra de la esposa de François Fillon deberían producir un efecto igualmente deletéreo. “Yo, lo que tengo, lo conseguí trabajando. De acuerdo, no tanto en la escuela, pero bueno, desde los 18 años voy a trabajar, y son veinticuatro horas de guardia, fines de semana y todo. Es seguro que cuando ves lo que les dan: la seguridad social, los alquileres subvencionados, la CMU [Cobertura de Enfermedad Universal], los subsidios, y sin impuestos… ¿Por qué harían algo?”, nos confía Lorenzo, un voluntario de 30 años, que ingresó a los bomberos muy joven. “¿Qué se hace con la inmigración ilegal? Desde que se realiza un traslado a la frontera, están todos esos imbéciles que vagan por la calle, ¿pero entienden que son nuestros impuestos, cargas sociales suplementarias, deslocalizaciones? Todo se engloba en las ayudas que cuestan una enormidad a Francia, prestaciones sociales dadas a gente que no se las merecen”, rezonga otro colega, que se declara “claramente de derecha, pero para nada de extrema derecha, católico pero no practicante”. Son frecuentes las declaraciones de esta naturaleza; en general, esas discusiones testimonian una adhesión más o menos fuerte a la idea de Laurent Wauquiez, vicepresidente del partido Los Republicanos, según la cual “el asistencialismo es el cáncer de la sociedad” –una de las fórmulas que más perjudicaron los ideales y la ética de los bomberos-.
¿Quién se asombraría de que las palabras de Marine Le Pen, la presidente del Frente Nacional (FN), sobre “el establishment y sus privilegios” y sobre los “asistidos” dieran en el blanco en semejante contexto profesional, familiar y social? Hablar de “derechización” permite resumir ese fenómeno que se observa hace al menos quince años, pero también lo caricaturiza, silenciando los debates, cambios, dudas, cuestionamientos: a aquellos que tienen propósitos racistas a menudo se les recuerda la ética del bombero, así como los valores del servicio público. No obstante, la degradación de las condiciones de vida y el bombardeo de propósitos políticos con carácter racista, nacionalista, anti-intelectualista…, hicieron estragos.
También hay que desconfiar de una palabra con connotación política que deja entender, por una parte, que esas clases populares antes estaban más a la izquierda, y por la otra, que hoy adherían a valores de derecha. La oferta política llamada “de izquierda” aparece a menudo desfasada de las aspiraciones que expresan los colegas bomberos. A sus ojos, les intelectuales y militantes de izquierda se baten sobre todo por valores culturales, elogiando la apertura de las fronteras, defendiendo la acogida de los otros y la atención a los más precarizados, citando siempre sus diplomas, sus conocimientos, todo a través de modos de intervención (textos, folletos, grandes discursos) que parecen excluirlos.
La izquierda al poder, que promovió a Jérôme Cahuzac, “el mayor estafador de Francia”, como le decían algunos bomberos, disgustados, luego a Emmanuel Macron, el ex ministro de Economía que hablaba con condescendencia de los obreros iletrados, les parece siempre dispuesta a “dar lecciones” que no se aplica a ella misma. Así, en el segundo aniversario del regreso de un socialista al Elíseo, José no era blando: “Entonces, después de dos años de Hollande, ¿qué piensas? ¿Lo votaste? Un poco como casi todos los profesores, ¿no? Ahora, señor profesor, ¿tiene la impresión de que hacen la política que ustedes querían? ¡Al ver lo que hacen, por fin comprenden que también hay gente estúpida a la izquierda!”. Terminaba triunfalmente: “A las finanzas, los empresarios, el Medef [Movimiento de Empresas de Francia], se les va a hacer esto o aquello, ¿y al final qué? ¡Nada de todo eso! ¿No tienen la impresión de que ustedes se dejaron engañar como unos tontos? Estaría bien que lo recordaran antes de dar lecciones a todo el mundo…”. Los discursos de los dirigentes progresistas, haciendo referencia a Victor Hugo, a 1793 o a Rosa Luxemburgo, les parecen cruelmente desfasados. Lejos de ser una posición anti-intelectualista, esa constatación traza una vía para responder a este apremiante requerimiento: “Es de la capacidad de volver a tejer la trama entre distintos tipos de intelectuales y portavoces surgidos de las clases populares que depende un futuro político de las clases populares, sino estarían condenadas a ser víctimas de empresas fascistoides, como la del FN (4)”.
Durante mucho tiempo la resistencia del medio de los bomberos a las lógicas neoliberales o a las ideas reaccionarias y racistas se alimentó de una ética fuerte y sólida, que mis primeros mentores me recordaban con frecuencia. Estaban orgullosos de ser, en sentido amplio, en el sentido noble del término, un servicio público. “Altruismo, eficiencia, discreción” son las palabras claves de los bomberos, que no podemos recordar sin evocar también el poema ético del general Abdon Robert Casso (5), que se supone que cada nuevo recluta aprende de memoria: “No quiero conocer ni tu filosofía, ni tu religión, ni tu tendencia política, poco me importa que seas joven o viejo, rico o pobre, francés o extranjero. Si me permito preguntarte qué te hace sufrir, no es por indiscreción sino para ayudarte mejor”.
El descalabro del servicio público, la liberación de la palabra racista a partir de la era Sarkozy, la precarización generalizada de las clases medias bajas y las clases populares enfrentadas a un futuro cada vez más incierto están causando considerables estragos políticos. Los sucesivos gobiernos y los comentadores que minimizan u olvidan las luchas de clases (en especial caracterizadas por las desigualdades de capitales económicos, sociales, escolares, e incluso la inseguridad económica y profesional) son responsables de esta situación, dado que, como lo escribía con crueldad Karl Kraus “cuando el pueblo coloca a los responsables ante sus acciones, estos abren sus grandes ojos de niños, como el lobo al que se le contara la historia del lobo”. γ
- Informe de la comisión “Ambition volontariat” presidida por Luc Ferry, La Documentation française, París, 2010.
- Véase Gérard Mauger, L’Émeute de novembre 2005. Une révolte protopolitique, Éditions du Croquant, col. « Savoir/Agir », Bellecombe-en-Bauges, 2006.
- Acusado en 2012 de fraude fiscal, el ex ministro del Presupuesto Jérôme Cahuzac fue condenado en primera instancia, en diciembre de 2016, a tres años de prisión firme.
- Lorenzo Barrault-Stella y Bernard Pudal,
“Représenter les classes populaires ?”, Savoir/Agir,
Nº 34, “De la classe ouvrière aux classes populaires”, Savoir/Agir, nº 34, Vulaines-sur-Seine, 2015. - Dirigiendo la Brigada de Bombero de París de abril 1967 a agosto 1970.
- Bombero voluntario desde 2002 y sociólogo, encargado de investigación en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, su sigla en francés). Autor de Retour de flammes. Les pompiers, des héros fatigués?, La Découverte, 2016.
Traducción: Teresa Garufi
12 | Edición 164 | marzo 2017
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