Sentirse orgulloso de la empresa donde se trabaja, estar convencido de que se contribuye a mejorar la suerte de la humanidad: este estado anímico puede dominar en algunos sectores de la actividad, como la tecnología; en otros, como el mundo de la consultoría o de la banca, es más difícil. Pero paradójicamente, la adhesión de los asalariados también puede conseguirse alimentando su sentimiento de desapego y hasta de repugnancia.