La decisión de Donald Trump de sumarse a la ofensiva de Israel contra Irán produjo el rechazo de la corriente aislacionista republicana, que había apoyado su reelección confiando en su promesa de no iniciar nuevas guerras. Pero el poderoso lobby israelí pudo, una vez más, imponer sus intereses.
“Estados Unidos primero” (America first). Pero, ¿y si se trata de Israel? Muchos partidarios de Donald Trump se hacen esta pregunta. Es humillante para el actual jefe de la Casa Blanca, porque sugiere que el hombre fuerte que se pavonea por ahí está en realidad a las órdenes de un líder extranjero. Un líder que no vive en Moscú, sino en Jerusalén. Esta conclusión no es tan asombrosa si se tiene en cuenta que es difícil detectar un lobby ruso de cierta magnitud en Washington, mientras que el lobby israelí lleva demostrando su poder desde hace al menos cuarenta años (1). Entre el 80 por ciento y el 95 por ciento de los legisladores, tanto demócratas como republicanos, está de acuerdo con la política pro-israelí de Estados Unidos. Ver al senador republicano neoconservador Lindsey Graham, halcón entre los halcones, y a su colega demócrata Richard Blumenthal charlando amablemente sobre el tema en el programa de la CBS Face the Nation, el 15 de junio pasado, fue tan caricaturesco como poco sorprendente. Como buenos ventrílocuos de las exigencias de Israel, que poco antes acababa de bombardear Irán, ambos amenazaron a la República Islámica con la destrucción. Luego, casi al unísono, exigieron que la agresión rusa contra Ucrania mereciera nuevas sanciones de parte de Estados Unidos.

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/search&search=A.%20suscrip