El tema de la política consiste en enarbolar consignas, sugerir frases y palabras, y movilizar a las gentes al tiempo que se hacen pactos, negociaciones y acuerdos. El sentido de la filosofía consiste en pensar los conceptos. Por su parte, la ciencia critica y elabora modelos. En algún lugar intermedio se encuentran los medios masivos de comunicación cuya función es la de vehicular conceptos y frases al mismo tiempo que presentan noticias y las falsean (fake news). Todo esto dicho, grosso modo. ¿Qué es, qué puede ser la Paz Total?
La vida de los conceptos
En general. El político como el financista o el hombre de acción está para pensar. Lo suyo es tomar decisiones y actuar. Si le va bien tiene un buen equipo de asesores, cuya tarea sí es la de pensar y conocer mucho. Si les va bien a los asesores, son escuchados. La expresión más elemental de lo anterior radica en que por regla general un político nunca elabora sus propios discursos; siempre se los hacen. A lo sumo, pule, cambia, mejora o corrige algo. Los tomadores de decisión determinan, pero no piensan. Pensar, en sus entornos inmediatos es la misión de los equipos –de asesores, consultores, y demás.
El descubrimiento fue tardío, apenas en 1962, un filósofo, J. Austin, de la tradición analítica, puso al descubierto un hecho contundente: hacemos cosas con palabras (1). Más radicalmente, en la mayoría de las ocasiones en el mundo, la tragedia radica en que los problemas mismos se resuelven en términos de palabras, como si estas fueran las cosas mismas.
El lenguaje tiene distintas funciones, entre ellas la poética, la referencial, la emotiva, la apelativa, la fática, la metalingüística y, gracias a Austin, la performativa. Estas distinciones son meramente analíticas; la verdad es que en el uso diario varias funciones se cruzan y refuerzan entre sí.
La más reciente historia de esta comprensión proviene de la filosofía analítica que consiste, simple y llanamente, en el estudio de los usos del lenguaje. La fuente reciente de esta corriente de pensamiento se sitúa en el Círculo de Viena, que cumplió siempre una función crítica y alternativa en contra de los regímenes verticales y violentos, hasta el punto que algunos de sus más excelsos padres y representantes fueron asesinados por el nazismo, perseguidos por el fascismo, y silenciados por distintas fuentes (2).
Usualmente el mundo se enfrenta a ritmos, procesos y avatares vertiginosos, sorpresivos e incontrolables. Entonces, emergen palabras, términos, expresiones que quieren ser conceptos; pero que no lo son. El concepto es el resultado de largos –y en ocasiones– lentos procesos de gestación, de reflexión, de vida misma. Los ritmos crecientes de las cosas han hecho que cada vez sea más difícil que aparezcan y se sedimenten conceptos; lo que prima, ampliamente, son opiniones, términos funcionales y palabrarería.
La vida cotidiana, de hecho, está ampliamente marcada, según parece, por la palabrería; eso que en otro contexto expuso H. Maturana como el lenguajera, y que corresponde exactamente a la función fática del lenguaje. En inglés existe una expresión muy exacta al respecto: el small talk, que no es otra cosa que el mundo, el universo y la existencia reducidos al aquí y al ahora, a lo banal y lo superficial, lo episódico y de lo-que-todo-el-mundo-habla.
Sócrates, hay que recordarlo, odiaba la democracia, por ser esta el reino de los saberes circulantes y de la opinión. Lo que él quería –en su radicalidad– era transformar la opinión en concepto. Eso le costó la vida.
La Pax Romana y la paz perpetua
La paz no ha sido siempre un problema de reflexión y ni siquiera de vida a lo largo de la historia de la humanidad occidental. Otros han sido los asuntos que han ocupado el foco de la mirada, de una época a la otra.
Son muy pocas las formulaciones, las tematizaciones y las reflexiones acerca de la paz.
Una primera expresión, la Pax Romana, alude a un período de alrededor de dos siglos, entre el año 27 a.e.v., y el año 180 e.v., que fue el período de máxima expansión del imperio romano, y al mismo tiempo condición y resultado de políticas expansionistas. Fue igualmente conocida como la Pax Augusta, en referencia al emperador Augusto. Con este tipo de paz, significativamente, Roma hizo el tránsito del período republicano al período imperial. La Pax Romana es la pax de una hegemonía imperial, en toda la línea de la palabra.
En la historia –por ejemplo, de las estrategias militares, de la cultura y otras–, esta paz es asumida como un hecho positivo, porque es vista exactamente desde lo ojos de Roma. Otra sería la visión percibida desde los pueblos bárbaros.
Etimológicamente, la palabra paz, proviene del latín, y se refiere a la absentia belli, esto es, la tranquilidad y la quietud como resultado de la ausencia de conflictos, disturbios o guerras. Como se aprecia sin dificultad, se trata de una definición o comprensión simple y llanamente negativa; como ausencia de algo.
Más exactamente, la paz alude a la tranquilitas, que es exactamente la paz o tranquilidad de los Estados. La gente no aparece para nada, digámoslo de pasada.
La primera y acaso única comprensión explícita de la paz como un asunto propio la lleva a cabo el filósofo alemán I. Kant en 1795, en el marco, históricamente hablando del período de terror de la Revolución Francesa, entre 1792 y 1794. Kant escribe: Sobre la paz perpetua, un opúsculo en cuyo trasfondo se encuentran los trabajos del abad Saint Pierre y de Rousseau, en el que Kant plantea la necesidad de una paz mundial y el establecimiento de un gobierno que garantice la paz de los estados y las naciones. (Una anticipación de lo que al cabo sería la ONU –sic–).
Sin embargo, à la lettre, la paz de Kant corresponde exactamente a la paz de los cementerios que, según parece, sí es paz perpetua. Sugestivo y propositivo como es, la verdad es que el texto de Kant nunca ha pasado de un par de glosas, particularmente entre académicos y expertos.
Como quiera que sea, un antecedente importante en este orden de ideas fue la paz de Westfalia, de 1648 que, incipientemente, habría de dar lugar a la constitución de los Estados-nación, y toda la estructura mental y política de la modernidad. La paz de Wesftalia se articula, en una perspectiva histórica con la Guerra de los treinta años, la pequeña edad de hielo del siglo XVII, la crisis del imperio español, y de forma mucho más puntual, la Paz de los Pirineos y la Paz del Norte.
Todos, tratados, pactos, convenios desde arriba para hacer posible un estado de derecho que garantizara, al cabo, los intereses de la burguesía, que estaba naciente y muy pujante y que habría de encontrar el 14 de julio de 1789 su triunfo político más contundente.
Al cabo, en la filosofía política, la teoría política y el derecho público, lo que existe sobre la paz son sencillamente glosas, comentarios, escolios, pero en realidad ninguna elaboración de fondo.
Ditto: la paz no ha estado precisamente en el foco de las miradas a nivel mundial, y lo que ha existido son llamados, invitaciones y elaboraciones para evitar la guerra; aquí o allá.
En la historia, la Pax Americana es la expresión –eso: expresión, mote, designación–que hace referencia a la supremacía de los Estados Unidos, particularmente durante la Guerra Fría que habría dado lugar a la prosperidad de los países que se encontraban bajo la protección de los Estados Unidos o bajo su influencia directa. Los casos conspicuos son Europa Occidental y Japón.
Digámoslo, no ha existido, y no existe una seria, elaborada reflexión, sobre la paz. Ya es hora de que se plantee, por parte de filósofos, científicos o artistas, un serio y bien estructurado concepto de la paz, algo que no existe hasta la fecha.
(Significativamente, digámoslo entre paréntesis, la bibliografía sobre la paz y la literatura de autoayuda es abundante).
Todo lo que hay, bien intencionado, son simplemente consideraciones muy pegadas al momento y lugar, con una amplia fenomenología de casos, y alguna reflexión que es casi siempre de rango medio (para emplear una expresión de R. Merton); esto, es una reflexión que carece de un sólido peso lógico, heurístico y metodológico, por decir lo menos.
La Paz Total
En Colombia, el 4 de noviembre del 2022, la ley 418 de la Paz Total establece regiones de paz para el desarmen total de los actores armados advirtiendo que no son zonas de despeje a la manera del Caguán, durante el gobierno de Amdrés Pastrana.
Como se aprecia, el alcance, los marcos y las pretensiones de la ley son precisos y no admiten dudas. Sin embargo, la expresión misma ha dado para que Tirios y Troyanos digan lo inimaginable, de un lado o de otro.
Las palabras tienen consecuencias: tienen contextos, requieren cuidado; sin más, son sistemas vivos (3), literalmente. (Sólo los poetas, los escritores, y algunos espíritus altamente sensibles, lo saben. Para los demás, las palabras, para decirlo con la lingüística, se componen de fonemas, morfemas, signos, significantes y significados. Bastante poca cosa, en verdad. Muy reduccionista). Como lo enseñan los pueblos originarios, hay que endulzar la palabra, y cuidarla; lo cual, además, se encuentra en estrecha relación con los espíritus mayores y la naturaleza. La fría ciencia política y sus ingenierías nada saben de esto.
¿Es posible la Paz Total? Claro que es posible. La carga del problema está en el adverbio.
Una paz tal raya con Kant: una paz perpetua que es la paz de los cementerios. Un grupo de estudio de la Universidad de Granada ha hecho alguna elaboración acerca de una paz imperfecta (4). Pero claro, algo va de una ley y la política a la filosofía y la ciencia.
La historia y la filosofía de la ciencia ponen de manifiesto que hay que ser muy cautelosos a la hora de emplear cuantificadores universales o cierto tipo de adverbios y adjetivos; por ejemplo: “todos”, “siempre”, “nunca”, “nadie”. Y adverbios como: “total”, que implica tanto con exclusión de cualquier otra cosa, tanto como definitiva, concluyente y conclusiva.
La política no sabe de reflexión o de prudencia: lo suyo es el presente puro, en su constante devenir. La ciencia y la filosofía, por ejemplo, saben de mucho y largo pasado, tanto como de mucho y profundo futuro. He aquí un balance frágil, muy frágil.
El mayor de todos los retos
Los pueblos andinos sabían, saben, de la buena vida y del buen vivir –suma qamaña y sumak kawsay–. Se trata de una sabiduría de vida que es el resultado, para decirlo rápidamente, del cruce entre cosmovisiones y una práctica cotidiana. Bien intencionados (¿?), Evo Morales de un lado, y Rafael Correa de otro, en Bolivia y en Ecuador, creyeron que del buen vivir y la buena vida se podía hacer una ley, y hubo quien incluso lo introdujo en la Constitución Política de su república. Nada más contrario a la realidad cultural, social e histórica de los pueblos andinos. Son numerosos y bien fundamentados los estudios y trabajos reacios y contrarios a los esfuerzos de Morales y de Correa.
¿Es la ley suficiente para la paz? He aquí un craso reduccionismo. Contra y sobre el derecho positivo, las políticas públicas y los planes de gobierno y de desarrollo, la antropología, la psicología, la sociología y los estudios culturales ponen de manifiesto que las verdaderas raíces del mundo se encuentran en otro lugar.
La Paz Total –lo que quiera que ello cultural e históricamente signifique– es flatus voccis si no se llena de contenidos provenientes, en el sentido más fuerte de la palabra, de las ciencias sociales y humanas, lato sensu.
1. Cfr. J. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona, Paidós, 014.
2. Véase D. Edmonds, The Murder of Professor Schlick. The Rise and Fall of the Vienna Circle, Princeton and Oxford, Princeton University Press, 2020.
3. Cfr. L. Graham & J.-M. Kantor, El nombre del infinito. Un relato verídico del misticismo religioso y la creatividad matemática, Barcelona, Acantilado, 2012.
4. F. A. Muñoz (Ed.), La paz imperfecta, Universidad de Granada, 2015.
*Integrante del consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia
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